6 de junio de 2022 – TO - LUNES DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
María Madre de la Iglesia
Aquí tienes a
tu hijo. Aquí tienes a tu madre
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 1, 12-14
Después
que Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron entonces del monte de los
Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida
recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde
solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé,
Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago.
Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Palabra
de Dios.
SALMO
Jdt 13, 18bcde. 19 (R.: 15, 9d)
R.
¡Tú eres el insigne honor de nuestra raza!
Que
el Dios Altísimo te bendiga, hija mía,
más
que a todas las mujeres de la tierra;
y
bendito sea el Señor Dios,
creador
del cielo y de la tierra. R.
Nunca
olvidarán los hombres
la
confianza que has demostrado
y
siempre recordarán el poder de Dios. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto
a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Cleofás, y María Magdalena.
Al
ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego
dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
María
es, el primer y principal miembro de la Iglesia, nuestra hermana en la fe, y al
mismo tiempo, nuestra Madre. Siendo Madre de Cristo, es Madre de su cuerpo que
es la Iglesia. Siendo madre del que es la cabeza, lo es también de sus miembros
los cuales estamos incorporados a Él por la gracia: «Como la maternidad divina
es el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de su presencia
en el plan de salvación obrado por Jesucristo, así también constituye el
fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la
Madre de Aquél que estuvo desde el primer instante de la encarnación en su seno
virginal y unió así como Cabeza a su Cuerpo místico, que es la Iglesia. María,
pues, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles y los
pastores, es decir, la Iglesia». (San Pablo VI, CVII)
El
Concilio Vaticano II, nos dice que María es Madre no sólo de la Cabeza, sino
también de los miembros del Cuerpo místico de Cristo: «Porque cooperó con su
caridad a que los fieles naciesen en su Iglesia» (LG 53). Cooperó en la
encarnación y cooperó también en la cruz, en el momento en el que del Corazón
traspasado de Cristo nacía la familia de los redimidos: «no sin designio
divino, estuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció
maternalmente a su sacrificio, consintiendo amorosamente a la inmolación de la
víctima que Ella había engendrado» (LG 58).
María
es nuestra Madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a la
gracia, pero sobre todo, porque en la medida en que el Espíritu Santo nos
inserta en Cristo, hermanándonos con Él, María nos ama como miembros que somos
de su Cuerpo. Ella no puede dejar de amar con amor maternal a los que están
hermanados con su Hijo por la gracia.
Esta
realidad nos permite tener los mismos sentimientos que Cristo tenía
hacia su Padre del cielo y hacia su Madre terrena. La maternidad de María no
viene a oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que, más bien, llega a
confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial,
clave para ser engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia
maternal, prepara el camino de la mejor manera posible. La maternidad de María
es así para nosotros un puro regalo de Dios.
La
vida de María aquí en la tierra fue una vida empapada de Dios, haciéndose:
canto de glorificación en el magníficat, petición confiada en las bodas de Caná
y espera perseverante con la Iglesia en el cenáculo. Desde entonces hasta
nuestros días es en todo tiempo intercesora para todos los miembros del Cuerpo
místico de Cristo: «No dejó en el cielo su oficio salvador, sino que continúa
alcanzándonos, por su continua intercesión, los dones de salvación. María hace
que la Iglesia se sienta familia (Documento de Puebla 285,287) y hace que el
Evangelio se haga más carne entre nosotros (Documento de Puebla 303). Por su
amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten
entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a
la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con
los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora» (LG 62).
María
en el cielo sigue siendo nuestra madre e intercede maternalmente por nosotros.
La intercesión de María es una intervención maternal llena de delicadeza, de
finura, de paciencia, de solicitud, de tacto de Madre, que con su intervención
múltiple va implorando las gracias indispensables. Como Madre de Dios, su
intercesión es poderosa; como Madre nuestra, su intercesión es segura. María,
Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
***
La
Iglesia es semejante en todo a María. Dio a luz a la cabeza de la Iglesia, y
ésta engendra constantemente hijos que forman el cuerpo místico de la
cabeza. Engendra y da a luz sus hijos por medio de la predicación de la
palabra y la administración de los sacramentos. La fuente bautismal es el
fecundo seno materno del que constantemente brotan nuevos hijos. María
concibe y da a luz en el Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz
en el Espíritu Santo. María da a luz para una nueva creación, y la Iglesia
da a luz a los nuevos hombres.
Pero
la relación entre María y la Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una
relación de origen, pues los alumbramientos de la Iglesia están condicionados
por el parto de María. Lo nacido de María vino al mundo como cabeza de una
nueva humanidad. Su parto está ordenado a los alumbramientos de la
Iglesia, como la cabeza al cuerpo.
A
la inversa, los partos de la Iglesia se reflejan en el de María, consuman
en cierto sentido lo que comenzó por aquél. De esa manera, el parto de
María y los de la Iglesia forman un todo único. María tiene en esto importancia
fundamental.
PARA DISCERNIR
¿Mi
relación con la Virgen María se limita a simple piedad?
¿Experimento
su materna protección?
¿Me
confío a su intercesión?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Aquí
tienes a tu hijo
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…
“El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María,
expresa la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran
ya algunos textos del Nuevo Testamento.
María,
ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del
reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.
María
en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una
contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los
discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen»
e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).
En
el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la
salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el
parto de la nueva humanidad.
Al
dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el
Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino
también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que
Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos» (Jn 11, 52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del
sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada”…
De la
Catequesis de San Juan Pablo II
en la audiencia
general de los miércoles - 17 de septiembre de 1997
PARA REZAR
Oración
a María Madre de la Iglesia
María,
tus hijos llenos de gozo,
Te
proclamamos por siempre bienaventurada
Tú
aceptaste gozosa la invitación del Padre
para
ser la Madre de su Hijo.
Con
ello nos invitas a descubrir
la
alegría del amor y la obediencia a Dios.
Tú
que acompañaste hasta la cruz a tu Hijo,
danos
fortaleza ante el dolor
y
grandeza de corazón
para
amar a quienes nos ofenden.
Tú
al unirte a la oración de los discípulos,
esperando
el Espíritu Santo,
te
convertiste en modelo
de
la Iglesia orante y misionera.
Desde
tu asunción a los Cielos,
proteges
los pasos de quienes peregrinan.
guíanos
en la búsqueda
de
la justicia, la paz y la fraternidad.
María
gracias por tenerte como Madre.
Amén.
El
21 de noviembre de 1964, al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano
II, el Papa Pablo VI declaró a María Santísima «Madre de la Iglesia, esto es,
de todo el pueblo cristiano, que la llama Madre amorosa».
A
partir de entonces, muchas iglesias particulares y familias religiosas empezaron
a venerar a la Santísima Virgen con este título.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.