15 de abril de 2022 - VIERNES SANTO
Por sus
heridas fuimos sanados
Lectura
del libro del profeta
Isaías 52, 13-53,12
Sí,
mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así
como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado
que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser
humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán
la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que
nunca habían oído.
¿Quién
creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor?
El
creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra
árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que
pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores
y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan
despreciado, que lo tuvimos por nada.
Pero
él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros
lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por
nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da
la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados.
Todos
andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor
hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
Fue
detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue
arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi
pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos,
aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca.
El
Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de
reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor
se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al
saberlo, quedará saciado.
Mi
Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por
eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los
poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los
culpables.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)
R.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo
me refugio en ti, Señor,
¡que
nunca me vea defraudado!
Yo
pongo mi vida en tus manos:
tú
me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Soy
la burla de todos mis enemigos
y
la irrisión de mis propios vecinos;
para
mis amigos soy motivo de espanto,
los
que me ven por la calle huyen de mí.
Como
un muerto, he caído en el olvido,
me
he convertido en una cosa inútil. R.
Pero
yo confío en ti, Señor,
y
te digo: «Tú eres mi Dios,
mi
destino está en tus manos.»
Líbrame
del poder de mis enemigos
y
de aquellos que me persiguen. R.
Que
brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame
por tu misericordia.
Sean
fuertes y valerosos,
todos
los que esperan en el Señor. R.
Lectura
de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Ya
que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en
el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos
un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario,
él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos,
entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y
alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
El
dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y
lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios
sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y
llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42
Se
apoderaron de Jesús y lo ataron
C. Jesús fue con sus discípulos al
otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con
ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus
discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un
destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes
y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo
lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
X « ¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. El les dijo:
X «Soy yo.»
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo:
«Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
X « ¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús repitió:
X «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se
vayan.»
C. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a
ninguno de los que me confiaste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada,
la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El
servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
X «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre
?»
Llevaron
primero a Jesús ante Anás
C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se
apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era
suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado
a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo.»
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este
discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del
Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo,
el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar
a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. « ¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»
C. El le respondió:
S. «No lo soy.»
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían
encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El
Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió:
X «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en
el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé.
Ellos saben bien lo que he dicho.»
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una
bofetada, diciéndole:
S. « ¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
X «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien,
¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
¿No
eres tú también uno de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le
dijeron:
S. « ¿No eres tú también uno de sus discípulos?»
C. El lo negó y dijo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que
Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. « ¿Acaso no te vi con él en la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Mi
realeza no es de este mundo
C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de
madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder
así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les
preguntó:
S. « ¿Qué acusación traen contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado.»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie.»
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a
morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. « ¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
X « ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. « ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han
puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C. Jesús respondió:
X «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los
que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los
judíos. Pero mi realeza no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. « ¿Entonces tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
X «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.»
C. Pilato le preguntó:
S. « ¿Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes
tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la
Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. « ¡A él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.
¡Salud,
rey de los judíos!
C. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona
de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían:
S. « ¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir
y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún
motivo de condena.»
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les
dijo:
S. « ¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. « ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo
para condenarlo.»
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él
pretende ser Hijo de Dios.»
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar
en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. « ¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. « ¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y
también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
X «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido
de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave.»
¡Que
muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!
C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los
judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se
opone al César.»
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un
estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata.»
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo
a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey.»
C. Ellos vociferaban:
S. « ¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. « ¿Voy a crucificar a su rey?»
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el César.»
Lo
crucificaron, y con él a otros dos.
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo
llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse
al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota.» Allí lo crucificaron; y con
él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una
inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner
sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue
crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín
y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: «El rey de los judíos», sino: «Este ha dicho: Yo soy el
rey de los judíos.»»
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está.»
Se
repartieron mis vestiduras
C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras
y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la
túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de
arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y
sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Aquí
tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu
madre
C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella
al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo:
X «Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
C. Luego dijo al discípulo:
X «Aquí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Todo
se ha cumplido
C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura
se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
X «Tengo sed.»
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una
esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de
beber el vinagre, dijo Jesús:
X «Todo se ha cumplido.»
C. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Aquí
todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
En
seguida brotó sangre y agua
C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato
que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus
cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado
era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que
habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó
el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la
verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la
Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la
Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Envolvieron
con vendas el cuerpo de Jesús, agregándole la mezcla de perfumes
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero
secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar
el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y
trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron
entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla
de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva,
en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día
de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Aquel
día- el gran día, la hora de cada hombre- aparentemente los hombres juzgaron a
Jesús y lo hallaron culpable. Sin embargo es esta una de las grandes paradojas
de Dios: el reo se constituyó en juez del mundo de la iniquidad, y su
culpabilidad fue descubierta. Uno a uno a desfilan ante Jesús los distintos
hombres y cada uno tuvo que enfrentarse con Jesús testigo de la verdad y en este
enfrentamiento cada uno se dejó ver tal cual era.
Pedro
y los apóstoles, aparentemente fieles seguidores de Jesús ponen al descubierto
su fragilidad, su cobardía, sus dobles intenciones, su afán de poder.
Judas
encarna la traición del hombre.
Anás
y Caifás, los guardianes del orden religioso, amparados por el prestigio y por
el apoyo del poder político, abusan de su situación de hombres sagrados para
dominar al pueblo.
Pilato
es responsable del poder civil, el juez de los sediciosos es tan sólo un pusilánime
sin convicciones; un asesino legal.
Los
guardias, son la expresión de la brutalidad humana descontrolada, al servicio
de una causa que no conocen pero a la que igualmente sirven.
El
pueblo que se deja llevar por arrebato, es engañado por sus líderes y usado
bajo la cortina de humo del patriotismo y la defensa de los valores religiosos.
María
y las mujeres junto con Juan son los que no hablan, los que sufren en silencio,
los que unen sus sufrimientos al de Jesús para dar la vida a los hermanos.
Así
cada viernes, es también el día de nuestro juicio, todos tenemos parte en este
drama humano amasado por el egoísmo, porque somos cómplices silenciosos de una
sociedad utilitaria, individualista, intransigente que recurre a la mentira, a
la prepotencia, a la presión moral y psicológica y a la manipulación para
seguir avanzando.
Sin
embargo, aquel día, Dios entronizó a su hijo como rey de su nuevo pueblo. Allí
está sentado en su trono; la cruz, abrazando a la humanidad dividida a la que
redime con su sangre, con su corona de espinas y con el manto rojo de su
realeza.
Es
el Rey de la Vida porque nadie se la arrebata sino que la da, porque morir de
este modo ya es vivir. En el interior de esta muerte hay una vida que no puede
ser devorada. Está oculta en la muerte, no es que venga después, sino que ya
está dentro de la vida de aquel, que vive en el amor, la solidaridad y la
valentía para soportar y morir. Por la muerte se revela la vida, su poder y su
gloria.
La
gran y eterna paradoja de este día: quien muere como esclavo, es reconocido por
la fe como el hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas. En la cruz se
entierra el pasado, termina el imperio del pecado y de las tinieblas y comienza
la era de la luz. El que en la realidad descarnada del dolor humano, nos regala
la riqueza inmensa del amor de Dios.
Y
desde aquella tarde, Dios camina y redime el camino del dolor de los hombres.
Desde aquella tarde, Dios se ha manifestado como el Señor; no el de truenos y
relámpagos, no el Dios de los ejércitos sino el de la cruz, el siervo
sufriente, varón de dolores, cordero sacrificado. Desde aquella tarde, Dios
tiene preferencias: los pobres, los pequeños, los sencillos, los limpios de
corazón.
Fue
la tarde del amor nuevo, del amor que llama, del amor que exige, del amor que
redime. Padre perdónalos… en tus manos encomiendo mi espíritu, síntesis de su
vida, su misión y llamado; porque tanto el perdón como la confianza, son las
formas mediante las cuales no permitiremos que el odio y la desesperación
tengan la última palabra. Son el gesto supremo de la grandeza del hombre.
Que
el vivir así, nos revele la vida nueva escondida en la muerte. Y sólo podremos
hacerlo con la mirada clavada en el crucificado, que ahora ya es viviente.
Como
Iglesia llamada a ser signo de alianza reconciliadora y definitiva, bebamos una
y otra vez de estas palabras, en el altar de la vida; para que la pasión de
Cristo nos transfigure, para que la pasión de Cristo, pasión del hombre,
alcance la gloria de la resurrección. Cristo ha penetrado los cielos y desde su
cielo, sin venganzas, con amor infinito en la voz de su Iglesia que peregrina
en la tierra, quiere seguir diciendo cómo nos amó cuando murió en la cruz, y
cómo nos sigue amando ahora, mientras peregrinamos juntos y hacia Él.
PARA DISCERNIR
¿Qué
personas y realidades concretas voy a colocar hoy a los pies de la Cruz?
¿Qué
pecados quiero crucificar en la Cruz de Cristo?
¿Qué
impulsos de amor, de perdón y de servicios, hacia personas concretas, siento
hoy en comunión con el Crucificado?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA
Tu
muerte fue mi vida, tu cruz mi salvación
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…Hoy
la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un
tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional.
El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces:
«Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Y el
pueblo responde: «Venid a adorarlo».
El
motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez
la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de
Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de
sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al
Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la
fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes
Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La
respuesta «Venid a adorarlo» significa ir hacia él y besar. El beso de un
hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando
fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos
podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor.
Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la
humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y
las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras
heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero
hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal
del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras
heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el
beso del cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y
nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace
respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en
el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace
gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor…
M. I.
Rupnik, Homilía de pascua. Viernes santo, Roma 1998, 47-53.
PARA REZAR
MIRAMOS
A JESÚS CRUCIFICADO
Hoy, viernes santo, miramos tu cruz
levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto, regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tanto amor tuyo, sembrado en nuestro pecado, nos deja sin palabra.
NOS
ACERCAMOS A LOS CRUCIFICADOS
Hoy,
viernes santo, nos acercamos
a los crucificados de la humanidad.
Queremos pasar sus rostros, que son tu rostro,
por nuestro corazón.
Nos sentimos llamados a recorrer países enteros,
donde hay tantos relatos de cruz
por el hambre, la guerra, la injusticia sin fin.
Pasamos por nuestros ojos las imágenes de las víctimas,
los cuerpos mutilados por las bombas,
las mujeres embarazadas violentamente,
los niños atrapados en redes comerciales.
Oímos la voz de los sin voz,
el ruido de los pies de tantos emigrantes
que dejan su tierra con dolor,
el eco apagado de tantos condenados a muerte
por el hambre, el sida, las drogas,
el hilito de voz que sale de las cárceles,
de los hospitales, de todos los marginados.
Que nuestras lágrimas, nuestra solidaridad,
nuestro estilo de vida, rieguen tantas semillas
de amor y de esperanza sembradas cada día en la tierra.
Jesús
acogemos en nuestro corazón
a tanta gente crucificada en la que tú sigues habitando.
No permitas que la indiferencia y el egoísmo
cierren nuestras entrañas a su dolor.
Que su fortaleza y esfuerzo para sobrevivir
en medio del sufrimiento nos interpele.
Que su creatividad que desafía los imposibles
y su solidaridad sin límite nos desinstale.
Que podamos aprender con ellos
los caminos nuevos de la fraternidad y de la paz.
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