10 de abril de 2022–DOMINGO DE RAMOS O DE LA PASIÓN DEL SEÑOR–Ciclo C
«¡Bendito sea el Rey que viene en
nombre del Señor! ¡Paz en el cielo
y gloria en las alturas!»
Bendición y procesión
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 19, 28-40
Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y
Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un
asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien
les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “El Señor lo necesita.”»
Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando
desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?»
Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita.»
Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo
hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el
camino.
Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los
discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por
todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene
en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!»
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro,
reprende a tus discípulos.»
Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
· El
Domingo de Ramos, puerta de la Semana Santa, nos sitúa ante un Jesús que
afronta con humildad y valentía a la vez el camino doloroso y triunfante de la
liberación. Como Israel en su nacimiento, los que siguen sus huellas, forman el
éxodo, la gran marcha de liberación del hombre, hacia un cielo nuevo y una
nueva tierra, en la que todos luchen por la verdadera libertad, la que
todos sean hermanos. Nadie que se diga cristiano puede estar ausente en este
camino y esta lucha hacia la vida plena; salvada y salvadora.
· Los
judíos debían acudir a la ciudad santa frecuentemente, para celebrar las
fiestas religiosas. Los evangelios nos hablan de la intención de Jesús de
culminar su vida en Jerusalén. Allí se tenía que llevar a cabo la
salvación, según la esperanza de los judíos. Hoy se celebra la verdadera
fiesta de Cristo Rey. Pero su realeza no consiste simplemente en la posesión
del dominio universal, sino que ha sido conquistada al precio del sacrificio de
su vida. Ha alcanzado la realeza pasando por la Cruz.
· Hoy
se reactualiza la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén no de un modo
histórico, sino sacramental; nos hacemos contemporáneos de Jesús, trascendiendo
el tiempo y el espacio. No somos espectadores sino actores de esta
acción sagrada en la cual revivimos el misterio más grande de nuestra
fe.
· La
fiesta de este día es también nuestra aclamación de Jesús como Mesías. Ser
cristiano significa reconocer que Jesús es el Cristo, el Mesías salvador.
En este día lo hacemos como comunidad en marcha, como Iglesia viva que
camina por el mundo.
· El
ramo que hoy llevamos en nuestras manos es el signo exterior de que hemos
optado por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre. La presencia de los
ramos en nuestros hogares es un recordatorio de que hemos vitoreado a
Jesús, nuestro Rey, y lo hemos seguido hasta la cruz, de modo que seamos
consecuentes con nuestra fe y sigamos y aclamemos al Salvador durante toda nuestra
vida.
· En
procesión manifestamos lo que significa para nosotros ser Iglesia: un
pueblo peregrino que camina por el mundo como protagonista de una historia
de salvación. Confesar a Jesús como el Mesías significa trabajar en
el mundo para que se haga realidad su proyecto: el reino de Dios entre
nosotros y en la historia de cada día. Nuestra vida cristiana no es una
cuestión de palabras. Confesar a Jesús como Mesías, significa asumir un
compromiso con su proyecto humanizador y salvador. Impregnar nuestro mundo
con los ideales de Jesucristo, edificar una comunidad que vive ya en la base
los grandes ideales del evangelio.
· Para
volver a comprender el sentido profundo de nuestra fe que reconoce en
Jesús al Mesías, necesitamos volver a enamorarnos de los ideales del Señor:
amor, servicio, perdón. Entusiasmarnos con los secretos profundos que él nos
reveló: que Dios, su Padre, nos invita a amar la vida, a superar la
tentación de la violencia, a amar a los demás, a superar la realidad de la
injusticia.
Para discernir
· ¿A
qué Jesús sigo?
· ¿Lo
aclamo con mis actos de cada día?
· ¿Dejo
que reine en mi corazón y en todos mis ambientes?
Para la lectura espiritual
Esta
semana en que los creyentes meditamos y celebramos la muerte y resurrección de
Jesús puede ser buena ocasión para escuchar de manera renovada la llamada
evangélica a «tomar la cruz».
Antes
de nada, hemos de recordar que el dolor y la enfermedad, los conflictos
y tribulaciones de la vida no los ha inventado Cristo ni la teología
cristiana. Están ahí como parte integrante de nuestra existencia. Tarde o
temprano, todos hemos de enfrentarnos al sufrimiento y la prueba.
Por
otra parte, cuando Jesús nos llama a “tomar la cruz”, no nos está invitando a
procurarnos una vida todavía más dolorosa y atormentada, añadiendo nuevo
sufrimiento a nuestro vivir diario. «Tomar la cruz» es descubrir cual es
la manera más acertada y sana de vivir ese sufrimiento que ha de aceptar
quien quiere ser humano hasta el final.
El
sufrimiento no tiene ningún valor en sí mismo. Es una experiencia negativa que
ningún hombre sano ha de buscar arbitrariamente y sin necesidad. Pero al mismo
tiempo, es una experiencia ante la cual hemos de tomar postura. Y es aquí donde
el cristiano acude al Crucificado para aprender a vivir de manera humana
los diferentes sufrimientos.
Hay,
en primer lugar, un sufrimiento que forma parte de nuestra condición
humana, siempre frágil y caduca. Todos estamos expuestos al dolor y la
enfermedad. Todos vivimos amenazados por la desgracia y la muerte. «Tomar la
cruz» significa, entonces, vivir esa experiencia dolorosa siguiendo de cerca a
Cristo, sostenidos por una confianza absoluta en un Dios que, incluso en los
momentos más oscuros, está junto a nosotros y de nuestra parte.
En
segundo lugar, hay un sufrimiento inevitable en todo aquel que busca renovarse
y crecer de manera positiva. Estamos tan arraigados en un egoísmo
enfermizo que todo aquel que desea liberarse y ser cada día más humano,
debe aceptar el precio que exige esa superación constante. «Tomar la cruz»
significa, entonces, asumir y trabajar gozosamente nuestra conversión aceptando
las renuncias y sacrificios que nos llevarán a una vida más plenamente humana.
En
tercer lugar, hay un sufrimiento que es resultado de una trayectoria fiel a
Cristo y de un compromiso inquebrantable por el evangelio. «Tomar la cruz»
significa, entonces, aceptar pacientemente el rechazo, el descrédito o la
persecución que nos pueden llegar como consecuencia del seguimiento a
Cristo, sabiendo que el destino de quien trata de humanizar la vida como Jesús
es compartir también con él la crucifixión.
Pero
la cruz no es el último destino de quien sigue a Cristo. Si los cristianos
asumimos esa cruz inevitable en todo aquel que se esfuerza por ser él mismo más
humano y por construir un mundo más habitable, es porque queremos arrancar
para siempre del mundo y de nosotros el mal y el sufrimiento. A una vida
crucificada como la de Jesús sólo le espera resurrección.
José
Antonio Pagola
MISA DE LA PASIÓN
Lectura
del libro del profeta Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar
al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para
que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda
a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no
retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso,
endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)
R.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R.
Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.
Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.» R.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a los
cristianos de
Filipos
2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que
al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el
Señor.»
Palabra
de Dios
EVANGELIO
Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 22, 7.14-23, 56
He
deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi pasión
C. Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les
dijo:
X «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi
Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno
cumplimiento en el Reino de Dios.»
C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
X «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora
no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»
Haced
esto en memoria mía
C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:
X «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía.»
C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
X «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama
por ustedes.»
¡Ay de
aquel que va a entregar al Hijo del hombre!
X «La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del
hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a
entregar!»
C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el
que iba a hacer eso.
Yo
estoy entre ustedes como el que sirve
C. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más
grande.
X Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los
que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes
no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el
menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el
que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin
embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas.
Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi
Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel.»
Tú,
después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos
X «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como
el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después
que hayas vuelto, confirma a tus hermanos.»
C. Pedro le dijo:
S. «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte.»
C. Pero Jesús replicó:
X «Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres
veces que me conoces.»
Debe
cumplirse en mí la palabra de la escritura
C. Después les dijo:
X «Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna
cosa?»
C. Respondieron:
S. «Nada»
C. El agregó:
X «Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una
alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto
para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de
la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que
se refiere a mí.»
C. Ellos le dijeron:
S. «Señor, aquí hay dos espadas.»
C. El les respondió:
X «Basta.»
En
medio de la angustia, él oraba más intensamente
C. En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos,
seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:
X «Oren, para no caer en la tentación.»
C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de
piedra, y puesto de rodillas, oraba:
X «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya.»
C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En
medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de
sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los
encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:
X «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la
tentación.»
Judas,
¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el
que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo:
X «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»
C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le
preguntaron:
S. «Señor, ¿usamos la espada?»
C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:
X «Dejen, ya está.»
C. Y tocándole la oreja, lo curó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a
los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a
arrestarlo:
X «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos? Todos los
días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora
de ustedes y el poder de las tinieblas.»
Pedro,
saliendo afuera, lloró amargamente
C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro
lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor
de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo
miró fijamente y dijo:
S. «Este también estaba con él.»
C. Pedro lo negó diciendo:
S. «Mujer, no lo conozco.»
C. Poco después, otro lo vio y dijo:
S. «Tú también eres uno de aquellos.»
C. Pero Pedro respondió:
S. «No, hombre, no lo soy.»
C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:
S. «No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es
galileo.»
C. Dijo Pedro:
S. «Hombre, no sé lo que dices.»
C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El
Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le
había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.» Y
saliendo afuera, lloró amargamente.
Profetiza,
¿quién te golpeó?
C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;
y
tapándole el rostro, le decían:
S. «Profetiza, ¿quién te golpeó?»
C. Y proferían contra él toda clase de insultos.
Llevaron
a Jesús ante el tribunal
C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo,
junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el
tribunal y le dijeron:
S. «Dinos si eres el Mesías.»
C. El les dijo:
X «Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me
responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de
Dios todopoderoso.»
C. Todos preguntaron:
S. «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»
C. Jesús respondió:
X «Tienen razón, yo lo soy.»
C. Ellos dijeron:
S. «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de
su propia boca.»
C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
No
encuentro en este hombre ningún motivo de condena
C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la
rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el
rey Mesías.»
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
X «Tú lo dices.»
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la
multitud:
S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»
C. Pero ellos insistían:
S. «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en
Galilea y ha llegado hasta aquí.»
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose
asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos
días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes
y sus guardias lo trataron con desprecio
C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba
verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio
en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban
allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en
ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato.
Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
Pilato
entregó a Jesús al arbitrio de ellos
C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les
dijo:
S. «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo
a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún
motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él
lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que
merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la
ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a
Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la
muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el
griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al
pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido
encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de
ellos.
Hijas
de Jerusalén, no lloren por mí
C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía
del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo
seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el
pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
X «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y
por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las
estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no
amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los
cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la
leña seca?»
C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto
con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
X «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
Este
es el Rey de los judíos
C.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de
Dios, el Elegido!»
C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle
vinagre, le decían:
S. «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
C. Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos.»
Hoy
estarás conmigo en el Paraíso
C.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú
que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque
pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»
C. El le respondió:
X «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió
toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el
medio. Jesús, con un grito, exclamó:
X «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y diciendo esto, expiró.
Aquí
todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. «Realmente este hombre era un justo.»
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al
verlo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres
que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo
sucedido.
José
colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro cavado en la roca
C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y
justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de
Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para
pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una
sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido
sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres
que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro
y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los
bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la
Ley.
Palabra del Señor.
PARA REFLEXIONAR
· Las
lecturas nos centran en el modelo del camino pascual, Cristo Jesús, el Siervo
de Yahvé, solidario con sus hermanos, que se entrega hasta la muerte que va a
pasar, a través de la muerte, a la nueva vida, y así salva a toda la comunidad.
· El
evangelio de Mateo es la cumbre del mensaje de hoy: la comunidad escucha una
vez más, desde la fe y la admiración, el camino que ha seguido Jesús a la cruz
y a la resurrección. Un camino serio, solidario, prototipo de todo el dolor de
la humanidad y también del estilo con que Dios ha asumido nuestro mal y nos ha
querido salvar por el perdón y el amor.
· Las
tres lecturas nos muestran la seriedad del dolor de Cristo, y de su aceptación
de la cruz. Cristo se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta la
profundidad de la misma muerte.
· Pero
también hay un tono de esperanza. El Siervo se siente apoyado por Dios: “Mi
Señor me ayudaba… y sé que no quedaré avergonzado”. En el poema de Pablo se
asegura: “Dios lo levantó sobre todo…”
· Acompañar
a Cristo en su Semana Santa supone los dos aspectos: la muerte y la
resurrección, el dolor y la alegría, la entrega y el premio. Somos invitados a
vivir este misterio de la Pascua en nuestra existencia, aceptando con fidelidad
el esfuerzo de ser cristianos y alimentando una confianza absoluta en el Dios
que es Padre lleno de amor, y cuya última palabra no es la muerte, sino la
vida, como en Jesús. Desde la cruz de Cristo, Dios es compañero del hombre
hasta la muerte. No es ya un Dios impasible, que contempla de lejos nuestras
tragedias y que nada quiere hacer para aliviar nuestros sufrimientos. Por la
Cruz de Cristo, se nos revela que Dios está siempre a nuestro lado, que calla y
acepta sufrir hasta el final toda amargura, que vence la violencia con el
amor y el perdón, que vence la misma muerte. Si lo acompañamos a la cruz,
también participaremos de su nueva vida de Resucitado.
· Somos
invitados a vivir este misterio de la Pascua como Iglesia. En ella continúan
los dolores de Cristo, porque la comunidad cristiana es el lugar de la lucha
contra el mal. En ella debemos recoger todos los sufrimientos de los hombres,
causados en último término por el pecado, y, luchando esperanzadamente contra
los egoísmos y las faltas de amor siendo signo de la gran compasión de Dios. No
hay ningún dolor humano que pueda ser ajeno a la Iglesia.
· La
pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase
de dolor físico o moral: hambre y desnudez, pobreza y abandono, tristeza,
desesperación, falta de comprensión y amor. Continúa, de modo especial, en
todos los hombres que son víctimas del odio de los demás hombres. Esto
significa, en último término, que el único signo válido de la lucha de los
cristianos contra el pecado es la “compasión” efectiva de todo el inmenso
dolor de la humanidad.
· Jesús
en la cruz ha destruido el mal profundo de los hombres. Con su entrega ha
destruido nuestra incapacidad para amar de verdad, con un amor de generosa
donación y no de posesión egoísta. Jesús tendido en la cruz ha rehecho los
puentes entre el Padre y los hijos dispersos. Nos ha reconciliado. El ha
vencido por nosotros; El ha iniciado la humanidad salvada y salvadora.
· El
Padre que ha resucitado victorioso a Jesús, que lo ha acogido con alegría como
el primero de muchos hermanos; en Él todos hemos sido ya, en la certeza que nos
da esperanza, acogidos y resucitados.
Para rezar
LO
SABES, SEÑOR
Que
con tu entrada en Jerusalén, con asno incluido,
se
cumple lo anunciado por los profetas
Que,
los que hoy te aclaman, y te exaltamos,
aun
recordando tus milagros y tus hazañas,
tus
palabras y tu consuelo
muy
pronto, a la vuelta de la esquina,
cambiaremos
las palmas por el “reo de muerte”
LO
SABES, SEÑOR
Que,
como Pedro, hoy prometemos amistad sin fisuras
te
cantamos himnos y alabanzas
y,
mañana, fingiremos no haberte conocido
o
esconderemos nuestros rostros
en un
intento de no complicarnos la vida
LO
SABES, SEÑOR
Que,
el arco de triunfo que hoy levantamos
pronto
lo brindaremos al mejor postor
a los
simples reyes de la tierra
a los
que, sin tener palabras eternas,
nos
seducen y nos confunden
nos
alejan de Ti y nos apartan de tu Gracia
LO
SABES, SEÑOR
Que,
la corona que te espera,
no es
de oro, sino forjada por espinas
Que,
el trono que te aguarda,
no
está tallado en madera de ébano
y sí
esculpida en cruz que produce vértigo y llanto
LO
SABES, SEÑOR
Que
nuestro sí, mañana será un no
Que
nuestros cantos, se convertirán en silencios
Que
nuestros vítores, darán lugar a deserciones
Que
nuestros gritos, se tornarán en timidez
LO
SABES, SEÑOR
Que,
tu entrada en Jerusalén,
es el
inicio de una aventura teñida de sufrimiento
de
sacrificio, prueba y muerte…
pero
con redención final
LO SABES….SEÑOR
Javier
Leoz
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