5 de marzo de 2022 – T. DE CUARESMA – SÁBADO DE CENIZA
Yo he venido a llamar a los pecadores
Lectura
del libro del profeta Isaías 58, 9b-14
Así
habla el Señor:
Si
eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si
ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se
alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía.
El
Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y
llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una
vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan.
Reconstruirás
las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán
«Reparador de brechas», «Restaurador de moradas en ruinas.»
Si
dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas
al sábado «Delicioso» y al día santo del Señor «Honorable»; si lo honras
absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar
ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las
alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha
hablado la boca del Señor.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
85, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: 11a)
R. Indícame
tu camino, Señor, para que viva según tu verdad.
Inclina
tu oído, Señor, respóndeme,
porque
soy pobre y miserable;
protégeme,
porque soy uno de tus fieles,
salva
a tu servidor que en ti confía. R.
Tú
eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor,
porque
te invoco todo el día;
reconforta
el ánimo de tu servidor,
porque
a ti, Señor, elevo mi alma. R.
Tú,
Señor, eres bueno e indulgente,
rico
en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende,
Señor, a mi plegaria,
escucha
la voz de mi súplica! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 5, 27-32
Jesús
salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de
recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El, dejándolo todo, se levantó
y lo siguió.
Leví
ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras
personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas
murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: «¿Por qué ustedes comen y beben
con publicanos y pecadores?»
Pero
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad
del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores, para que se conviertan.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Seguimos
escuchando lecturas del profeta Isaías que nos enseñan cuáles son los caminos
de Dios. Si ayer se relativizaba el ayuno, para que fuera acompañado de obras
de caridad, hoy es la observancia del sábado, otro de los puntos fuertes de los
judíos, y que aquí aparece alabado, pero en un marco más amplio de vida de fe.
Se
alaba lo que se hacía en este día del sábado: abstenerse de viajes, consagrar
el día a la gloria de Dios, no tratar los propios negocios. Pero esto lo sitúa
el profeta en un contexto de otras actitudes que vuelven a incidir en la
caridad fraterna y en la justicia social: desterrar la opresión y la
maledicencia, partir el pan con el hambriento.
A Dios
se llega por la justicia hacia los hermanos, el compromiso por hacerlos más
libres, la aceptación de todos y la comunicación de bienes. Sólo de esta manera
se transforma la persona y se realiza el proyecto del Señor.
***
Jesús,
saliendo de una casa, en Cafarnaúm, vio a un publicano, llamado Leví, sentado
en la mesa de recaudación de impuestos. Leví sería un hombre rico: sus
bolsillos se llenaban a expensas del pueblo humilde, antes de llenar las arcas
del Estado.
Jesús
quiere establecer la comunidad de sus seguidores. En esta comunidad no están
ausentes los zelotes, casi terroristas que luchaban contra la dictadura del
poder extranjero. Y ahora se atreve a llamar nada menos que a un publicano, al
recaudador de impuestos, colocado allí por la potencia dominadora. Con estos
personajes, tan antagónicos, Jesús construye la nueva comunidad signo de la
presencia viva del reino.
Leví
responde incondicionalmente, radicalmente, inmediatamente. Abandonando todo,
deja su vida de pecado que lo ha tenido sentado e inmóvil. Ha sido conquistado
por Cristo; en la mirada y el llamado lleno de amor del Maestro ha descubierto
la nueva posibilidad de su vida.
Sintiéndose
amado, perdonado, elegido por Cristo, Leví se ha encontrado a sí mismo, ha
encontrado la casa donde, sin temor, recibir al Señor y lo recibe feliz porque
antes se ha sentido recibido y aceptado por Él. La comida de Jesús con los
pecadores es la realización del banquete del Reino, es el encuentro de los
hombres con Dios, la fiesta de la misericordia de Dios que ofrece gratuitamente
su perdón y su intimidad.
Los
fariseos que no pueden comprender la gratuidad de un Dios de misericordia que
viene a nuestro encuentro cuestionan el comportamiento de Jesús y sus
discípulos. La respuesta de Jesús no se hace esperar. En ella está el sentido
de su presencia en medio de los hombres. No ha venido para los sanos, sino para
los enfermos, no ha venido a llamar justos, sino pecadores, para que se
arrepientan.
El
proyecto que Jesús de Nazaret pone de manifiesto es el proyecto de Dios. La
práctica de ritos externos, ya no es la única mediación para cumplir la
voluntad de Dios; ahora la mediación necesaria y directa es la “misericordia”,
que brota del amor y la justicia. Seguir a Jesús y aceptar su proyecto, es
aceptar la invitación que el Padre nos hace a través de su Hijo amado en la que
muestra su amor misericordioso por todos los hombres y mujeres de la tierra.
La
Iglesia tiene que continuar siendo un espacio de misericordia, de amor y de paz
donde los hombres puedan seguir esperando. Ella está llamada a ser el lugar
donde todos, sin excepción, puedan experimentar la ternura y la misericordia
amorosa del Padre. El mundo podrá transformarse sólo desde la práctica de la
misericordia que lleva a contemplar el Rostro de Dios que sale a buscar a los
que viven como ovejas sin pastor, para ayudarlos a descubrir el camino de la
salvación. Si la Iglesia pierde su ser de misericordia pierde también su misión
en la historia.
Nadie
puede quedar excluido de la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia. La
Iglesia de Cristo no puede querer conservar su santidad alejándose de los pecadores.
Una Iglesia que desprecie a los pecadores y se aleje de ellos como si fueran un
trapo sucio, no puede llamarse realmente Iglesia de Cristo, porque el mismo
Señor se acercó al pecado y al pecador para darles nueva vida. La Iglesia vino
a salvar todo lo que se había perdido.
No
busquemos tener una Iglesia tan pura que caiga en la soberbia de condenar
irremediablemente al que ha errado el camino. Nosotros creemos en la santidad
de la Iglesia, porque Cristo, su Cabeza, es Santo, aun cuando nosotros, sus
miembros, somos pecadores en un continuo proceso de conversión.
PARA DISCERNIR
¿Cómo
experimento mi relación con “los pecadores”?
¿Siento
que mi fe me pone en un lugar superior a los demás?
¿Acepto
los límites y pecados en la Iglesia?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
“Sus
llagas nos han curado” (Is 53,5c).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La
ascesis de los padres del desierto imponía un tiempo de ayuno agotador y
privaciones rigurosas: hoy la lucha ataca otro frente. El hombre no necesita un
suplemento dolorosísimo; cilicios, cadenas y flagelaciones correrían el riesgo
de destrozarlo inútilmente. La ascesis consistiría más bien en imponerse un
reposo, la disciplina de la calma y el silencio, en la que el hombre encuentre
su capacidad de concentrarse en la oración y contemplación, aún en medio de la
barahúnda del mundo; y sobre todo, recobrar la capacidad de percibir la
presencia de los demás, de saber acoger a los amigos siempre. La ascesis se
convierte así en atención a la invitación del Evangelio, a las
bienaventuranzas: búsqueda de la humildad y la pureza de corazón, para liberar
al prójimo y devolverlo a Dios.
En un
mundo cansado, asfixiado por las preocupaciones y ritmos de vida cada vez más
agobiantes, el esfuerzo se dirigirá a encontrar y vivir “la infancia
espiritual”, la frescura y la espiritualidad evangélica del “caminito” que nos
lleva a sentarnos a la mesa con los pecadores y a compartir el pan juntos. La
ascesis no tiene nada que ver con el moralismo. Estamos llamados a ser activos,
viriles, heroicos, pero estas “virtudes” son dones de los que el Espíritu puede
privarnos en cualquier momento; nada es nuestro.
En las
alturas de la santidad está la humildad, que consiste en vivir en una actitud
constante del alma en presencia de Dios. La humildad nos impide sentirnos “salvados”,
pero suscita una alegría permanente y desinteresada, sencillamente porque Dios
existe. El alma reconoce a Dios confesando su impotencia radical; renunciando a
pertenecerse. La ofrenda, el don de sí, es la humildad en acción. El hombre
desnudo sigue a Cristo desnudo; permanece vigilante en su espíritu y espera la
venida del Señor. Pero su alma lleva el mundo de todos los hombres; al
atardecer de su vida, el hombre será juzgado de su amor.
P. Evdokimov, La novedad del Espíritu, Milán 1980,
64-65.78s, passim.
PARA REZAR
Padre
misericordioso,
Tú
cuidas de todos los pequeños de la tierra
y
quieres que cada uno sea signo e instrumento
de tu
bondad con los demás.
Tú
brindas tu amor a todo hijo herido por el pecado
y
quieres unirnos a unos con otros con vínculos de fraternidad.
Perdóname,
Señor, si he cerrado las manos
y el
corazón al indigente que vive a mi lado,
pobre
de bienes o privado del Bien.
Todavía
no he comprendido que tu Hijo
ha
venido a sentarse a la mesa de los pecadores;
me he
creído mejor que los demás.
Por
esta razón soy yo el pecador.
Haz
que resuene tu voz en mi corazón,
llámame
ahora y siempre, oh Dios.
Abandonando
las falsas seguridades,
quiero
levantarme para seguir a Cristo en una vida nueva.
Y será
fiesta.
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