10
de marzo de 2022 – CUARESMA - JUEVES DE LA I
SEMANA
Pidan y se les
dará
Lectura
del libro de Ester 3,6; 4,11 – 12. 14-16. 23-25
La
reina Ester, presa de una angustia mortal, también buscó refugio en el Señor.
Luego oró al Señor, Dios de Israel, diciendo:
¡Señor
mío, nuestro Rey, tú eres el Único! Ven a socorrerme, porque estoy sola, no
tengo otra ayuda fuera de ti y estoy expuesta al peligro. Yo aprendí desde mi
infancia, en mi familia paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel entre todos
los pueblos, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, para que fueran
tu herencia eternamente. ¡Y tú has hecho por ellos lo que habías prometido!
¡Acuérdate,
Señor, y manifiéstate en el momento de nuestra aflicción! Y a mí, dame valor,
Rey de los dioses y Señor de todos los que tienen autoridad. Coloca en mis
labios palabras armoniosas cuando me encuentre delante del león, y cámbiale el
corazón para que deteste al que nos combate y acabe con él y con sus
partidarios.
¡Líbranos
de ellos con tu mano y ven a socorrerme, porque estoy sola, y no tengo a nadie
fuera de ti, Señor! Tú, que lo conoces todo.»
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 7c-8 (R.: 3a)
R.
Me respondiste cada vez que te invoqué, Señor.
Te
doy gracias, Señor, de todo corazón,
te
cantaré en presencia de los ángeles.
Me
postraré ante tu santo Templo. R.
Daré
gracias a tu Nombre
por
tu amor y tu fidelidad,
porque
tu promesa ha superado tu renombre.
Me
respondiste cada vez que te invoqué
y
aumentaste la fuerza de mi alma. R.
Tu
derecha me salva.
El
Señor lo hará todo por mí.
Tu
amor es eterno, Señor,
¡no
abandones la obra de tus manos! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 7, 7-12
Jesús
dijo a sus discípulos:
«Pidan
y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el
que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién
de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez,
le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan!
Todo
lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto
consiste la Ley y los Profetas.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
primera lectura nos presenta la dramática situación que vive el pueblo judío.
Están dispersos, son una minoría en medio de pueblos paganos que los
despreciaban y perseguían. En esa situación Ester va a hacer su plegaria. Su
oración parte de su vida. Antes de presentarse ante el rey asirio para
interceder por su pueblo, entra en su corazón y muy sencillamente expone su
caso a Dios.
Comienza
confesando la soberanía absoluta y única del Dios de Israel. Para Ester, Dios
es el único que los puede salvar. Todo lo que ella consiga o decida el rey,
está subordinado a la voluntad del Señor.
Recurre
al Señor recordándole su misericordia: Él fue quien eligió a Israel como
heredad. La fidelidad del Señor a su palabra queda bien demostrada en el
pasado.
Ester,
termina pidiendo que la libre del pecado que la amenaza, y ponga en sus labios
las palabras precisas para cambiar la decisión del rey y librar a su pueblo de
la muerte. La plegaria pronunciada por Ester es una preciosa oración de
confianza y humildad nacida en una circunstancia conflictiva. Y su oración fue
escuchada.
***
El
evangelio de hoy sigue repitiendo que Dios es profundamente bueno, que desea
«dar» cosas buenas a sus hijos. La plegaria del hombre a su Padre del cielo se
apoya en la bondad y la voluntad amorosa de Dios. Podemos estar seguros de ser
escuchados, siempre que aquello que pidamos esté en la línea del plan salvador
de Dios.
La
oración es una necesidad para el hombre creyente. Jesús dice: pidan, busquen,
llamen. Para ser escuchada la oración debe hacerse desde la situación de honda
necesidad. Quien pide y no siente necesidad de lo que pide, no puede ser
escuchado. Quien busca, y no siente la urgencia de encontrar aquello que busca,
nunca encontrará nada. Es preciso que la oración brote de un corazón
sinceramente necesitado.
Para
creer que Dios es Padre y nos ama como a hijos, que Jesucristo murió por
nosotros para salvarnos por pura generosidad; y para empezar a vivir de acuerdo
con esto, se necesita la oración.
Cuando
uno ora por esto, esta plegaria está ya atendida. Jesús nos asegura que si le
pedimos al Padre un corazón nuevo, nos lo dará. No hay que temer pedirle al
Padre que nos dé el don de la misericordia, o la capacidad de perdonar y amar a
quien en algún momento parezca ser nuestro enemigo. Pedirle esto a Dios Padre
es pedirle la capacidad de hacer posible la justicia que su Hijo vino a
anunciarnos.
Frente
a la imposibilidad de llegar a amar sin esperar compensación, o entregar la
vida sin pedir nada a cambio, o perdonar setenta veces siete, tenemos un Padre
que se define por la misericordia y que la da al hijo que se la pida.
Orar
es pedir, buscar, llamar a la puerta sin cansarse nunca y hasta tal punto que
la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar
es un modo de ser delante de Dios.
PARA DISCERNIR
¿Mi
oración es la del interesado o la del enamorado?
¿Tengo
plena confianza que Dios quiere mi bien a pesar que no pueda ver sus
caminos con claridad?
¿Soy
constante o me desanimo con facilidad?
¿Mi
oración es un modo de ser ante Dios o solamente un requerimiento a su poder?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Si
afligidos invocamos al Señor, Él nos escucha
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…Antes
de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo «no cansarse nunca»,
no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios:
«Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin
desfallecer» (Lc 18,1).
Que
la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a
Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la
puerta parece cerrada, vuelve a la carga, pide, pide hasta romperle los oídos.
Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en
Él.
Déjate
llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos
momentos, el Espíritu Santo formulará Él mismo las peticiones en lo
más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un
enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a
esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera
que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse
sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al
amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para
desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento
que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus
hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más
allá de tu oración. Se puede esperar todo de una persona que ora
sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios…
J. Lafrance, Ora
a tu Padre, Madrid 1981, 173-174.
PARA REZAR
La
alegría de esperar
¡Feliz
de ti
si
tienes un corazón paciente!
¡Feliz
de ti si sabes campear el temporal
de
este tiempo difícil,
con
la esperanza puesta en el futuro,
cuyos
cimientos construyes cada día.
Feliz
de ti si no te desalientas,
impaciente
como un niño,
queriéndolo
todo ya y sin esfuerzo.
Feliz
de ti si sabes caminar esperanzado
este
tramo del camino de tu juventud
que
te lleva por el camino de una vida madura.
Feliz
de ti
sino
te dejas engañar por el deslumbre
de
las falsas promesas de éxitos fáciles,
y
si caminas paciente en el esfuerzo
para
conquistar las metas que te propones,
Feliz
de ti si no te desalientas ante tus inconstancias
y
asumes la difícil tarea de educar tu voluntad,
para
hacerte dueño de tí mismo
y
responsable de tu propia historia.
Feliz
de ti si, leyendo el Evangelio,
alcanzas
la alegría de vivir de acuerdo a su mensaje,
descubriendo
en Jesús que la VERDAD
no
es una frase o una moda,
sino la respuesta seria y profunda sobre el sentido de la vida.
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