7 de febrero de 2022 – TO - LUNES DE LA V SEMANA
Los que lo
tocaban quedaban curados
Lectura
del primer libro de los
Reyes
1 Re 8,1-7.9-13
Entonces
Salomón reunió junto a él en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a todos los
jefes de las tribus y a los príncipes de las casas paternas de los israelitas,
para subir el Arca de la Alianza del Señor desde la Ciudad de David, o sea,
desde Sión.
Todos
los hombres de Israel se reunieron junto al rey Salomón en el mes de Etaním –
el séptimo mes – durante la Fiesta.
Cuando
llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes levantaron el Arca, y
subieron el Arca del Señor, con la Carpa del Encuentro y todos los objetos
sagrados que había en la Carpa. Los que trasladaron todo eso fueron los
sacerdotes y los levitas.
Mientras
tanto, el rey Salomón y toda la comunidad de Israel reunida junto a él delante
del Arca, sacrificaban carneros y toros, en tal cantidad que no se los podía
contar ni calcular.
Los
sacerdotes introdujeron el Arca de la Alianza en su sitio, en el lugar
santísimo de la Casa – el Santo de los santos – bajo las alas de los
querubines.
Porque
los querubines desplegaban sus alas sobre el sitio destinado al Arca, y
resguardaban por encima el Arca y sus andas.
En
el Arca se encontraban únicamente las dos tablas de piedra que Moisés, en el
Horeb, había depositado allí: las tablas de la Alianza que el Señor había hecho
con los israelitas a su salida de Egipto.
Mientras
los sacerdotes salían del Santo, la nube llenó la Casa del Señor, de manera que
los sacerdotes no pudieron continuar sus servicios a causa de la nube, porque
la gloria del Señor llenaba la Casa.
Entonces
Salomón dijo: «El Señor ha decidido habitar en la nube oscura.
Sí,
yo te he construido la Casa de tu señorío, un lugar donde habitarás para
siempre».
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 132 (131), 6-7.8-10.
R.
Levántate, Señor, ven a tu mansión
Oímos
que estaba en Efrata,
la
encontramos en el Soto de Jaar:
entremos
en su morada,
postrémonos
ante el estrado de sus pies. R.
Levántate,
Señor, ven a tu mansión,
ven
con el arca de tu poder:
que
tus sacerdotes se vistan de gala,
que
tus fieles vitoreen.
Por
amor a tu siervo David,
no
niegues audiencia a tu Ungido. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 6, 53-56
Después
de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas
desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer
toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde
sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y
poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar
tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Lo
más característico del reinado de Salomón es que construyó el Templo de
Jerusalén, el que David había querido edificar pero que las circunstancias, y
la voz del profeta, aconsejaron dejar para más tarde.
Este
Templo, inaugurado unos mil años antes de Cristo, fue destruido por
Nabucodonosor cuatrocientos años más tarde y luego reconstruido varias veces.
En tiempos de Jesús estaba en su esplendor. Muy pronto, el año 66 después de
Cristo, los ejércitos de Tito lo destruyeron de nuevo.
Hoy
leemos cómo Salomón organizó, el solemne y festivo traslado al recién
inaugurado Templo, el Arca de la Alianza, haciéndolo coincidir con la fiesta de
los Tabernáculos.
El
Arca acompañó al pueblo en su época nómada por el desierto, había estado
depositada en varios templos y casas. El Arca con las dos tablas de la ley de
Moisés es ahora llevada al Templo, como símbolo de la continuidad con el
período de las peregrinaciones, a pesar de que el pueblo ya se ha asentado
definitivamente.
Orígenes,
padre de la Iglesia, decía: «Tú estás siempre en el santuario y nunca sales de
allí. No hay que buscar el santuario en un lugar determinado, sino en los
actos, en la vida, con los comportamientos. Si éstos son según Dios poco
importa que estés en casa, en la plaza pública o en el teatro: si sirves a
Cristo, tú estás en el santuario, no tengas la menor duda de ello».
***
Jesús
y sus discípulos atravesaron el lago; llegaron a la playa en Genesaret y
atracaron. En cuanto salieron de la barca, la gente los reconoció y corrieron
de toda aquella región; y comenzaron a traer en camillas a los enfermos,
enterados de que Él estaba allí.
El
milagro de la multiplicación de los panes, suscitó el entusiasmo popular y por más
que se alejen, la muchedumbre los encuentra. Jesús y sus discípulos no pueden
escapar de la gente. Es necesario ocuparse de ellos: el descanso será para más
tarde.
Los
antiguos, en todas las civilizaciones del mundo, dieron a la enfermedad y a la
curación, una significación religiosa. Se recurría a Dios para ser curado. La
enfermedad y los sufrimientos que la acompañan, colocan al hombre en una
terrible inseguridad: simbolizan la fragilidad de la condición humana, sometida
a lo inesperado. La enfermedad contradice el deseo de solidez y plenitud.
Una
de las actividades que más tiempo ocupaba a Jesús, era la atención a los
enfermos. Cada curación realizada por Él producía un doble efecto en las
personas: una sanación interior, relacionada más con el cambio de vida que se
experimentaba, y otra sanación exterior que tenía que ver con el hecho material
de ver restablecida la salud de sus cuerpos.
Jesús
atendía a todos y nunca dejaba sin su ayuda a los que veía sufrir de
enfermedades corporales, psíquicas o espirituales. Curaba y perdonaba,
liberando al hombre. Por eso no es extraño que lo busquen y lo sigan por
todas partes, aunque pretenda despistarlos atravesando el lago con rumbo
desconocido.
Muchos
no descubrían en el milagro su sentido liberador, y se quedaban sólo con el
milagro exterior, y con el Jesús milagrero. No eran capaces de «leer» otros
aspectos en aquellos «signos», y los asociaban más con la magia, con las
curaciones «parciales», fáciles y milagreras, haciendo difícil la
transformación integral de la persona y de la sociedad, es decir, la llegada
del Reino.
Jesús
no hace milagros para exhibirse, o para poner parches a nuestras deficiencias
de salud. Sus milagros son a la vez, «signos» de la gran transformación, de la
venida del Reino.
La
comunidad eclesial recibió el encargo de Jesús de anunciar la Buena Noticia de
la Salvación y curar a los enfermos. Así lo hicieron los discípulos ya desde
los tiempos de Jesús: predicaban y curaban. La Iglesia, hace dos mil años que
evangeliza este mundo predicando la Buena Nueva del Reino y, tal como lo hacía
Jesús, también lo manifiesta de un modo concreto cuidando de los enfermos y los
marginados. Esta servicialidad concreta es la que hace creíble su
evangelización, que es su misión fundamental.
Mirar
la escena, nos lleva a descubrir la sencillez de aquella gente que había
intuido, cómo el contacto directo con una persona, nos permite conocerla o
sentirnos afectados por ella. Por eso se acercaban a Jesús para tocarlo.
Nosotros, en nuestro camino de discipulado, tenemos que aprender, a no perder
nunca el contacto directo con Jesús, a sentir siempre el deseo «tocar» al
maestro, porque Él es la fuente de lo que somos y, de lo que da sentido a
nuestra vida.
Lo
mismo que tocando la orla de su manto muchos quedaban curados, sólo tocando hoy
a Jesús encontraremos la fuerza para seguirlo por los caminos de nuestra vida.
No es imposible tocarlo hoy aunque no es una persona con un cuerpo como el
nuestro. Podemos encontrarnos con Él y tocarlo a través de la Eucaristía y de
la lectura y escucha de la Palabra de Dios. Otra manera es desde el
acercamiento a nuestros hermanos; especialmente a los más pobres y
desamparados, a los que sufren. Ellos son hoy, sacramentos vivos de la
presencia de Jesús en medio de nosotros.
Acerquémonos
con confianza al Dios de la misericordia, para tocarlo, y siendo sanados,
podamos ser sanadores de nuestros hermanos. Nadie que se haya acercado a él,
regresó con las manos vacías. El amor de Dios es para todos, porque Dios quiere
que todos sean para el amor.
PARA DISCERNIR
¿Vivo
la fe como un encuentro?
¿Descubro
la necesidad de ser sanado?
¿Soy
capaz de encontrarme con Jesús en los acontecimientos de mi vida cotidiana?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
No
me olvido Señor de tus beneficios
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…
“En esta puesta de sol invernal, mientras se encienden las primeras luces
claras, en una jornada de sol y de viento que ha limpiado la atmósfera, tengo
una hoja en la mano. La he cogido de un sempervirente, que conserva cuanto los
troncos secos, los matorrales y las matas áridas ya no tienen. Tengo una hoja
en la mano, viva y verde, mientras camino en el frío de la calle excavada, sin
nadie. Tengo una hoja en la mano donde se encuentra la historia de la creación,
el cuento de las gotas de escarcha, la aventura de las mariposas, la memoria de
las espléndidas telas de araña. Si la tierra que me rodea enciende sus luces
breves, esclarecedoras y centralizadoras de mil cosas diferentes (el bien y el
mal, el tormento y la alegría, la desesperación y la esperanza, lo vano y lo no
transitorio), mi hoja narra, intacta, la luz de los orígenes y la unidad de las
cosas que Dios fue creando: «Y eran muy bellas», como dice la Biblia.
Y
con el agua que todavía mantiene me hace pensar en los océanos y en los ríos;
con su composición química me conecta con las estrellas, con las montañas, con
la arena del mar. Tengo una hoja en la mano y veo las cosas grandes del cosmos.
La miro, bajo la luz que todavía queda, en sus nervaduras múltiples y
perfectas, en sus canales portadores de la savia vital y leo la pequeña y
preciosa historia de las cosas humildes y de la humilde existencia de mis
semejantes, que enriquecen la vida de la tierra. Tengo una hoja en la mano y me
parece que tengo un libro sin fin y un cetro de felicidad, porque sobre su
terciopelo se manifiesta la «gloria» de Dios.
Y
en esta puesta de sol, lúcida y fría no sigo la explosión del firmamento, que,
de nuevo, se prepara para revelarse, ni del ancho horizonte, que recoge en el
silencio montes, colinas y llanuras. Cultivo, en cambio, la implosión de mi ver
contemplativo, en la breve forma que tengo en mi mano, donde es posible intuir
el universo y lo pequeño en el contorno familiar de su terciopelo verde. Tengo
una hoja en la mano y, en el exterior de cada hoja, conozco la aguda certeza de
un salmo omnicomprensivo de alabanza, mientras cae la noche, sobre la calle
excavada y desierta, abrumada el alma con todas las presencias. Con la única e
irrepetible presencia de Dios”…
G.
Agresti, Fresas sobre el asfalto, Milán 1987, pp. 51 ss.
PARA REZAR
El
vino para esto
Si
queremos luz
Él vino para iluminarnos.
Si queremos fuerza para resistir
Él vino para fortalecernos.
Si queremos el perdón,
Él vino precisamente para perdonarnos.
Si queremos el don del amor,
para esto se hizo niño
y quiso presentarse a nosotros
pobre y humilde,
para apartar de nosotros
todo temor.
San
Alfonso María de Ligorio
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