29 de diciembre de 2021 – TIEMPO DE NAVIDAD - Día V de la Octava
Mis ojos han
visto la salvación
Lectura
de la primera carta del apóstol san
Juan 2, 3-11
Queridos
hermanos:
La
señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos.
El
que dice: «Yo lo conozco», y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la
verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha
llegado verdaderamente a su plenitud.
Esta
es la señal de que vivimos en él. El que dice que permanece en él, debe
proceder como él.
Queridos
míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que
aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que
ustedes oyeron.
Sin
embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como
en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz.
El
que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las
tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar.
Pero
el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber
a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 95, 1-2a. 2b-3. 5b-6 (R.: 11a)
R.
Alégrese el cielo y goce la tierra.
Canten
al Señor un canto nuevo,
cante
al Señor toda la tierra;
canten
al Señor, bendigan su Nombre. R.
Día
tras día, proclamen su victoria,
anuncien
su gloria entre las naciones,
y
sus maravillas entre los pueblos. R.
El
Señor hizo el cielo;
en
su presencia hay esplendor y majestad,
en
su Santuario, poder y hermosura. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-35
Cuando
llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño
a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón
primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un
par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía
entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y
esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había
revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el
mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño
para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos
y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora,
Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque
mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su
padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después
de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de
elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una
espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los
pensamientos íntimos de muchos.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
carta de Juan nos ha señalado un termómetro para evaluar nuestra celebración de
la Navidad: la venida al mundo del Mesías es luz y es amor, por parte de Dios,
y debe serlo también por parte nuestra. Porque el amor de Dios es total
entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan
vida eterna». El mismo Jesús vincula las dos direcciones del amor: «yo los he
amado: ámense unos a otros».
***
La
presentación de Jesús en el Templo es una escena que nos ayuda a seguir
profundizando en el misterio de la Encarnación de Dios. José y María
cumplen la ley, con lo que eso significa de solidaridad del Mesías con su
pueblo. San Lucas es el único evangelista que nos presenta esta solemne escena
de la presentación de Jesús recién nacido en el templo de Jerusalén.
La
madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en
casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en
la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo
primogénito varón, como aparece en el libro del Éxodo, debía ser consagrado a
Dios para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma.
Lucas
no habla del rescate pero sí del sacrificio expiatorio de los pobres ofrecido
para la purificación. Esto pone de manifiesto la condición social de José. La
ley prescribía el sacrificio de un cordero para las familias con recursos
económicos, o un par de tórtolas si eran pobres.
Cuando
acuden al Templo, se produce el encuentro del Mesías recién nacido con el
anciano Simeón, representante de los hombres justos de Israel que esperaban el
consuelo y la salvación de Dios. Simeón, camina hacia la muerte, pero no parece
estar triste. Es un hombre religioso que se deja guiar, y Dios lo ha conducido
como de la mano, hacia el Templo.
Allí,
movido por el Espíritu, reconoce en el hijo de esta sencilla familia al enviado
de Dios, y prorrumpe en un canto de bendición y esperanza «ahora, Señor, puedes
dejar a tu siervo irse en paz». Describe en su alabanza al Mesías: «mis ojos
han visto a tu Salvador», que es «luz para alumbrar a las naciones y gloria de
tu pueblo Israel».
Este
Cristo que es la gloria del pueblo de Israel y la luz para los demás pueblos,
es a la vez, juicio, signo de contradicción. Todos tendrán que tomar partido
ante Él, no podrán quedar indiferentes. Por eso Simeón anuncia a la joven madre
María una misión difícil, porque tendrá que participar en el destino de su
Hijo: «será como una bandera discutida… y a ti una espada te traspasará el
alma».
La
presencia de María en este momento, al inicio de la vida de Jesús, la conecta
con la madre que estará al pie de la Cruz cuando muera su Hijo. Presencia y
cercanía de la madre a la misión salvadora de Cristo Jesús.
El
evangelio nos conduce a la profundidad de la Navidad. El anciano Simeón nos
invita, con su ejemplo, a saber ver, a dejarnos conducir por el Espíritu, para
descubrir la presencia de Dios en nuestra vida; así como Él la supo discernir
en esta familia pobre, que no llamaba a nadie la atención. Reconoció a Jesús, y
se llenó de alegría y lo anunció a todos los que escuchaban. En los detalles de
cada día, y en las personas que pueden parecer más insignificantes, Dios se nos
presenta si tenemos los ojos de la fe para descubrirlo.
Además,
Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y José, que el Mesías es
signo de contradicción. El niño a quien contemplamos indefenso en el pesebre de
Belén y que ahora es presentado en el templo, se convertirá en un hombre,
abandonará su casa, su familia, su trabajo, para asumir su destino, su
vocación. Proclamará la buena noticia del amor de Dios por los pobres, los
pequeños, los pecadores. Cristo, por su palabra de fraternidad y de
reconciliación, se convierte en la luz del mundo no sólo para Israel, el pueblo
al cual perteneció por sus orígenes humanos, sino para todos los pueblos de la
tierra.
La
fidelidad a esta verdad lo llevará a ser condenado por los poderes de este
mundo a una muerte vergonzosa. Su mensaje, fue en su tiempo y lo sigue siendo
ahora, una palabra exigente, que pone al descubierto los pensamientos de muchos
y ante la que hay que tomar partido. Podemos hacerlo seguros y confiados porque
tenemos la firme esperanza de que el Padre Dios, que lo resucitó a Él de entre
los muertos, nos dará también a nosotros una vida nueva y definitiva.
Lucas
hoy, pone en labios de Simeón, la seguridad que tenemos que tener como
discípulos si nos comprometemos en el anuncio y el trabajo desde el evangelio
de la Vida: «mis ojos han visto la salvación».
PARA
DISCERNIR
¿Estoy
abierto al encuentro con Jesucristo?
¿Trato
de mirar la realidad más allá de las apariencias?
¿Lo
descubro en la realidad que me rodea?
REPITAMOS
A LO LARGO DE ESTE DÍA
Jesús,
Tú eres nuestra luz
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Dios
ha manifestado su salvación en todo el mundo
…
“La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los
últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la
salvación de todos los pueblos en Cristo.
De
estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo
prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por
una semilla de carne, sino por la fecundidad de la fe, descendencia
comparada a la multitud de las estrellas, para quien de este modo el padre de
todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.
Así
pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los
patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la
descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que
todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del
universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el
mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.
Instruidos
en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo
espiritual el día que es de nuestras primicias y aquél en que comenzó la
salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso quien, según
palabras del Apóstol, nos ha hecho capaz de compartir la herencia del pueblo
santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha
trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el
pueblo que caminaba en tinieblas vio una grande; habitaban en tierra de
sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio
Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te
conocía correrá hacia ti.
Abraham
vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe
serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo,
por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al
persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
También
David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor
da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.
Esto
se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su
lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey
del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica
el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras
posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a
Cristo.
Animados
por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los
otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se
llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo
que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.
De los
sermones de san León Magno, papa
(Sermón 3 en la
Epifanía del Señor, 1-3. 5: PI, 54, 240
PARA REZAR
Jesús
voy a tu encuentro
Señor
Jesús, aquí estoy junto a tí. Te necesito.
Jesús
amigo, extiéndeme tu mano. Te necesito.
Jesús
acércate a mi soledad. Es duro sentirse solo.
Jesús,
tú eres el hombre que yo quiero ser.
Tú
me comprendes, tú eres tolerante, tú esperas.
Tú
eres paciente, tú amas, tú no oprimes.
Tú
eres amigo de libertad y de confiar en el hombre.
Tú
confías siempre, perdonas siempre, estás siempre.
Ayúdame
a descubrir mi rostro. Un rostro nuevo.
Ayúdame
a encontrarme conmigo mismo. Ayúdame.
Ayúdame
a saber cómo soy por dentro. Por dentro.
Ayúdame
a crecer como un hombre nuevo. Nuevo.
Jesús
de Nazaret, amigo: dame luz para ver claro.
Jesús
de Nazaret, amigo: dame tu amistad sincera.
Jesús
de Nazaret, amigo: dame fuerza para caminar.
Jesús
de Nazaret, amigo: dame saber ser hombre.
Jesús
de Nazaret, amigo: Tú que fuiste el modelo de Hombre,
has
que yo sepa mirar tu rostro y descubra
mi
rostro nuevo en tu rostro resucitado.
Yo
lo sé Señor: vale la pena.
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