26 de diciembre de 2021 – NAVIDAD – Ciclo C
26 de diciembre – San Esteban, primer mártir
SAGRADA FAMILIA (F)
…El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría…
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del primer libro de Samuel 1, 20-22.24-28
«Ana
concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, pues dijo: ¡Al
Señor se lo pedí! Cuando su marido Elcaná subió con toda su familia para
ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir sus promesas, Ana no quiso
subir, sino que dijo a su marido: Cuando el niño haya sido destetado, yo lo
llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre. Después
subió con el niño al templo del Señor en Siló, llevando un novillo de tres
años, una medida de harina y un odre de vino.
Cuando
inmolaron el novillo y presentaron el niño a Elí, Ana le dijo: Señor mío, te
ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al
Señor. Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí.
Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para
el Señor. Y se postraron allí ante el Señor».
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
95, 1-2. 11-12. 13-14 (R.: 11a)
R. Alégrese
el cielo y goce la tierra.
Canten
al Señor un canto nuevo,
cante
al Señor toda la tierra;
canten
al Señor, bendigan su Nombre,
día
tras día, proclamen su victoria. R.
Alégrese
el cielo y exulte la tierra,
resuene
el mar y todo lo que hay en él;
regocíjense
el campo con todos sus frutos,
griten
de gozo los árboles del bosque. R.
Griten
de gozo delante del Señor,
porque
él viene a gobernar la tierra:
él
gobernará al mundo con justicia,
y
a los pueblos con su verdad. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la primera carta de San Juan 3,1-2.21-24
Consideren
el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos
hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha
conocido a él. Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado
lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es.
Queridos
míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con
confianza, y lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus
mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos
en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según
el mandamiento que él nos dio. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios,
y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que
nos ha dado.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del Santo Evangelio según San Lucas 2, 41 -52
Los
padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando
Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando
terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres.
Estos,
creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a
buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a
Jerusalén en su busca.
A los
tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-Hijo,
¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
El les
contestó:
-¿Por
qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero
ellos no comprendieron lo que quería decir.
El
bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su
madre conservaba todo esto en su corazón.
Y
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los
hombres.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Rápidamente
hemos asistido a un cambio profundo de la institución familiar. La familia
numerosa va tendiendo a desaparecer para ser sustituida por una «familia
nuclear» formada por la pareja y un número muy reducido de
hijos. Hace años en Francia, se presentaba la familia ideal como la
compuesta por hombre-mujer-niño-perro. Hoy están haciendo un esfuerzo
publicitario enorme para convencer al televidente de cuán bella y reconfortante
es la familia numerosa.
Los
divorcios y las separaciones han crecido
notablemente. La inestabilidad matrimonial trajo aparejado el aumento
de hijos que crecen en un hogar con uno sólo de los progenitores o en familias
ensambladas.
Muchos
gurúes del relativismo plantean que todo esto significa que la familia está
llamada a desaparecer. Los estudiosos de la familia apuntan hoy, más bien,
a la posibilidad de que se extinga la familia tal como la hemos conocido, pero
ninguno se atreve a proclamar seriamente la desaparición de la dimensión
familiar. Todo hombre necesita el ámbito familiar para abrirse a la vida y
crecer armónicamente.
A
veces se buscan respuestas facilistas. Los problemas de la pareja y de la
familia no se van a resolver con la ley del divorcio ni con la despenalización
del aborto.
Lo que necesitan y reclaman los hombres y mujeres de esta sociedad es el
ámbito social, moral, afectivo y de desarrollo para formar una verdadera
familia.
Si los
hombres y mujeres de nuestros días no crecen rodeados de experiencias fundantes de
amor gratuito, confiado y comprensivo, se expande el círculo vicioso que
dificulta que se den las condiciones necesarias para que se puedan formar
matrimonios duraderos y familias estables, cálidas y acogedoras.
***
Son
tantas las opiniones y tantas contestaciones contra la familia que tenemos
vergüenza y miedo de declarar que «creemos en la familia».
Para
los creyentes la familia es el lugar privilegiado para expresar y vivir la
gracia y el amor de Dios.
Las
familias siempre pasan crisis, porque los problemas son frecuentes. Unas
veces son los problemas económicos, otras la falta de comprensión, otras
la separación, otras los malos tratos, otras los hijos. Unas veces los padres
se quejan de sus hijos, y otras éstos se quejan de sus padres. Así que siempre
hay crisis que afrontar.
No
existe la familia ideal. Sin embargo, hay una fuerza vivificadora que en
cualquier circunstancia y, especialmente, en los momentos de crisis y
dificultades, es el camino que Dios espera de nosotros.
Tenemos
siempre la posibilidad de vivirla mejor. Vivirla mejor si ponemos más y mejor
amor en todas las grandes o pequeñas cosas, en los gestos y palabras o
silencios, miradas o caricias que la componen.
Defender
la familia es
comprometerse en un camino de fe y de esperanza en el amor. Vivir el amor
en la familia es vivir los insospechados caminos de la gratuidad. En familia se
ama más de lo que merece cada uno. No se aman en ella unos a otros porque
no se encuentren defectos, porque sean los mejores…, sino porque son el
padre, la madre, los hijos o hermanos.
Defender
la familia es
vivir la paternidad, la maternidad y la filiación mucho más de lo que
biológicamente se entiende. Ser padres no se limita a engendrar un
hijo y a trabajar para darle de comer y educarlo. Ser padre y madre es dar
vida, ser hijo es recibirla. Se es padre y madre en la medida que se da vida y
se ayuda a desarrollarla. Se es hijo en la medida en que se acepta la vida
y dejamos que nos ayuden a que se desarrolle.
Defender
la familia es
no encerrarnos ni pretender encerrar a los demás en ella como último
refugio, huyendo de la realidad y del compromiso de transformar el mundo.
Cuando se pretende convertir la familia en el único mundo, se acaba en la
asfixia. La familia que vive desde la fe y el amor es siempre una familia
abierta donde el amor se practica y se nutre, pero no se encierra, sino
que se abre a los otros. Entonces la familia acrecienta el amor, pero éste
no se agota, porque puede expandirse hacia los demás y cumple su función
de constructora de una sociedad solidaria.
Defender
la familia es creer en ella como medio elegido por Dios
para venir a nosotros y como propuesta de formación humana y cristiana de
personas y de generaciones.
Defender
la familia es
ver a
la familia como algo más que una pequeña estructura social. Se trata de vivir
pensando en la gran familia humana. Sentir que los chicos de la calle,
los niños abandonados, los niños huérfanos, los que son sometidos a la
violencia familiar, los niños que mueren bajo las balas de narcotraficantes o
policías, son nuestros hijos que claman para que alguien de la familia humana
responda por sus vidas. Sentir que los viejos que mendigan son nuestros
abuelos y abuelas, los hombres y mujeres desocupados son nuestros padres y
nuestras madres que exigen de sus hijos la honra, el respeto y la dignidad que
su condición humana les merece.
Defender
la familia es
defender la vida, es defender el progreso, es
defender el futuro, es defender la justicia, el bien común. No podemos
relativizar a la familia, sería tanto como relativizar nuestra propia vida.
…Proclamamos
la alegría del valor de nuestras familias en América Latina. Afirma el Papa
Benedicto XVI que la familia es “patrimonio de la humanidad, constituye uno de
los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y de El Caribe.
Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos,
hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La
familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus
hijos”… (Aparecida 114)
PARA DISCERNIR
¿Vivo
mi experiencia familiar como lugar de encuentro, de respeto mutuo, de
crecimiento?
¿Qué
aporto para el desarrollo de todos sus miembros?¿Qué riquezas recibo para mi
madurez?
¿La
experimento como lugar de realización del plan de
Dios?
REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
…Mis
ojos han visto a tu Salvador…
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando
Jesús, sobre los doce años, se queda entre los doctores en el templo, le
pierden sus padres. Podemos imaginarnos el desconcierto de María, después de
haberle buscado y encontrado: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre
y yo te hemos buscado angustiados» (Lc 2,48). En este nuevo pasaje de
la vida de María nos parece encontrar en su estado de ánimo una analogía con un
fenómeno típico por el que pasan, llegadas a cierta edad espiritual, las almas
que aman a Dios. Estas, en efecto, tras haber conocido y optado por el nuevo
ideal de vida y haber correspondido a las muchas gracias recibidas del Señor,
advierten en un momento determinado, con aguda insistencia, un nuevo
florecimiento de las tentaciones que desde hacía tiempo ya no advertían y que
parecían superadas definitivamente. En general, se trata de tentaciones contra
la paciencia, contra la caridad, contra la castidad. Y, a veces, son tan
fuertes que ofuscan la fascinación de la luz que las había iluminado primero.
Se
desvanece el entusiasmo y se frena el impulso. Esto nos hace sufrir y nos
dirigimos al Señor casi lamentándonos, como hizo María: «Por qué te has alejado
de mí? Te habías hecho tan presente en mi alma que me habías hecho creer que
contigo habría podido vencer al mundo. Ahora estoy en la oscuridad de tu
ausencia». Y el Señor parece respondernos, un poco como hizo con María, diciéndonos: ¿No
sabías que todo lo que te he dado es mío y sólo por gracia lo habías
recibido? Esa aridez y esas tentaciones te han sobrevenido para que
puedas comprender bien esto. De este modo podré hacer en ti lo que quiere mi
Padre».
El
fenómeno del que hablo es ese que los místicos llaman la «noche de los
sentidos». La pérdida del jovencito Jesús constituyó también, en cierto modo,
para María, una noche de los sentidos. Ya no veía a Jesús, no oía su voz, su
presencia se había sustraído a su amor sensible de madre. En el caso de María,
después de la prueba, hubo un largo período en el que pudo convivir con Jesús,
y nadie en el mundo podrá saber nunca cuán bello e íntimo fue. De modo
paralelo, los que -con humildad- aceptan estas pruebas, a veces largas, y, con
la gracia de Dios, las superan, pueden avanzar después en las diferentes
experiencias de la unión con Dios en una nueva y profunda intimidad con él,
algo que antes no habían experimentado nunca.
C. Lubich, Edición española: Cristo a
través de los siglos
Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995
PARA REZAR
Más,
en Jerusalén, una amarga tristeza
te envuelve y, como un mar, tu corazón inunda.
Por tres días Jesús se esconde a tu ternura
y, entonces sí, sobre tu vida
cae un oscuro, implacable, riguroso, destierro.
Por
fin logras hallarle y, al tenerle,
rompe tu corazón en transporte amoroso.
Y le dices al Niño, encanto de doctores:
«Hijo mío, ¿por qué has obrado así?
Tu padre y yo, con lágrimas, te estábamos buscando».
Y el
Niño Dios responde, ¡Oh profundo misterio!,
a la Madre querida que hacia él tiende los brazos:
«¿A qué buscarme, Madre? ¿No sabías, acaso,
que en las cosas que son del Padre mío
he de ocuparme ya?».
Me
enseña el Evangelio que sumiso
a María y José permanece Jesús
mientras crece en sabiduría.
¡Y el corazón me dice
con qué inmensa ternura a sus padres queridos
él obedece siempre!, en la noche de la fe.
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