2 de noviembre de 2021 – TO - MARTES DE LA XXXI SEMANA
Conmemoración de todos
los fieles difuntos
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del libro del Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7
Yo,
Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.
Vi
la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios,
embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.
Y
oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios entre
los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios
estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena,
ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó.»
Y
el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy
el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de
beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará
estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal. 26, 1. 4. 7 y 8b y 9a. 13-14
R.
El Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién temeré?
El
Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante
quién temblaré? R.
Una
sola cosa he pedido al Señor,
y
esto es lo que quiero:
vivir
en la Casa del Señor
todos
los días de mi vida,
para
gozar de la dulzura del Señor
y
contemplar su Templo. R.
¡Escucha,
Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate
de mí y respóndeme!
Yo
busco tu rostro, Señor,
no
lo apartes de mí. R.
Yo
creo que contemplaré la bondad del Señor
en
la tierra de los vivientes.
Espera
en el Señor y sé fuerte;
ten
valor y espera en el Señor. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 15, 20-23
Hermanos:
Cristo
resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al
mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la
resurrección.
En
efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo,
cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego,
aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 1-8
El
primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los
perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del
sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras
estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con
vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a
levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les
decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del hombre sea
entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al
tercer día»». Y las mujeres recordaron sus palabras.
Palabra
de Dios.
PARA REFLEXIONAR
La
liturgia nos propone hacer memoria de los fieles difuntos. El sentido de la
conmemoración es ante todo la fiesta, la memoria agradecida con Dios y con esos
hermanos que nos han tomado la delantera en el encuentro definitivo con nuestro
Padre.
Celebramos
al Dios de la vida, al Dios que salva, al Dios de la resurrección. Nuestro
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, por eso desde el
corazón de la muerte celebramos y proclamamos la resurrección.
El
pasaje del Evangelio que leemos hoy está inserto en el «discurso de despedida y
es motivo de consuelo para los discípulos que quedarán sin el Maestro, y
también garantía de que sus vidas unidas a la de Jesús, tienen un sentido de
eternidad. La confianza en Dios pasa necesariamente por Jesús.
Jesús
ha revelado al Padre fundamentalmente en sus obras, y la obra de Jesús, que es
exactamente la del Padre, es la de dar vida, así que verdad y vida, se
convierten para el discípulo en la mejor herencia de su Maestro.
Si
como discípulos lo sabemos discernir, hay garantía de una vida que se prolonga
más allá de la muerte. Si el proyecto de Jesús, su Evangelio como Camino, lo
recorremos como Él mismo lo recorrió; si la Verdad de Jesús la proclamamos, como
Él la proclamó; si la Vida que es Jesús, la vivimos como Él vivió; se puede
decir que la vida traspasa las murallas de la muerte.
«Frente
a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre» (Gs,
18). Aparecen así las dos posiciones alternativas. Por un lado, el
que la muerte es el punto de arranque y el argumento clave de todas
las religiones y, por el lado opuesto, el que la muerte cierra el paso a
todo y aquí se acaba todo: el hombre es un ser para la muerte, una pasión inútil,
carne de un ciego destino.
Ya
que el misterio total del hombre sólo alcanza a vislumbrarse desde el
misterio de Cristo, el enigma tremendo de nuestra muerte sólo podrá ser
iluminado desde la suya, asumida libre y amorosamente por nosotros y
por nuestra salvación; superada luego por el poder de Dios con su
resurrección gloriosa; anticipo y prenda a su vez de nuestra propia
resurrección. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?, se
preguntará san Pablo (1 Cor. 15, 55).
Entre
los cristianos suelen haber ciertas dudas sobre el más allá. Hay muchos de
los que creen en Dios y en Jesucristo que declaran no creer en la
supervivencia, en la resurrección, en el cielo o en el infierno.
¿Entonces,
para qué creer? La respuesta válida sigue siendo la de San Pablo:
«Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe».
Es
posible que muchos se conformen con sentir en su vida la protección de
Dios y que piensen que, a pesar de todo, es provechoso para el hombre
vivir en el amor y en el temor de Dios; también es posible que a otros les
baste con que Jesús de Nazaret sea para ellos un buen ejemplo humano y
sólo de ese modo lo vean como modelo para los mortales.
Esa
experiencia de la salvación es pobre, incompleta e insuficiente. La plena
y definitiva, la que Dios nos ofrece, es eterna y alcanza su plenitud al
final de nuestro recorrido; porque «la vida no termina,
se transforma», por nuestra participación en la resurrección
de Jesucristo.
Dios
es un Dios de vida y de vivos, no un Dios de muerte. Hoy es un día para la
esperanza. Si la muerte ha sido vencida, ¿Qué nos puede hacer temblar?
Nada. Si vencer la muerte es posible -ha sido realidad ya en Jesucristo-
ningún horizonte está cerrado. Para quien sepa ponerse confiadamente
en manos de Dios, habrá desaparecido toda esclavitud, toda opresión, toda
muerte. Y todo esto nos llevará a vivir en verdadera y continua esperanza
que nos lleva a trabajar con toda confianza por ese mundo nuevo, distinto,
en paz, en armonía y fraternidad que todos queremos, pero que pocos ponen
los medios eficaces para alumbrarlo entre nosotros.
Hoy
es también la fiesta de los fieles difuntos. Es continuación y complemento de
la de ayer. Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria
de nuestros difuntos. Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de esa «inmensa
multitud» que celebrábamos ayer. Pero hoy no queremos evocar su memoria en
cuanto «santos» sino en cuanto difuntos. Es un día para presentar ante el Señor
la memoria de todos nuestros familiares y amigos o conocidos difuntos, que
quizá durante la vida diaria no podemos estar recordando. Las palabras de
Agustín se hacen parte de nuestra oración: «Aquellos que nos han dejado no
están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los
nuestros, llenos de lágrimas».
PARA DISCERNIR
¿Qué
sentimientos suscita en mí el pensamiento acerca de la muerte?
¿Cómo
ilumina la fe el dolor frente a la muerte?
¿Experimento
la muerte como un paso necesario o cómo una tragedia irremediable?
REPITAMOS A LO LARGO DE
ESTE DÍA
Creo
Señor en la Vida Eterna
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
Como
el grano de trigo
…El
tronco de la vid, una vez plantado en tierra, da fruto al llegar el tiempo.
Igualmente ocurre con el grano de trigo que después de caer en tierra y haber
muerto en ella (Jn 12,24), resurge multiplicado por el Espíritu Santo que
sostiene todas las cosas. Seguidamente, gracias al tino del viñador, viene el
uso que de él hacen los hombres; después, recibiendo la Palabra de Dios, se
convierte en eucaristía, es decir, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
De
la misma manera nuestros cuerpos, alimentados por la eucaristía, después de
haber sido depositados en tierra y haberse disuelto en ella, a su tiempo
resucitarán, cuando el Verbo de Dios les concederá la gracia de la resurrección
«para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). Porque el Padre procurará la
inmortalidad a lo que es mortal y la incorruptibilidad a lo que es perecedero
(1Co 15,53), porque la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad (2Co 12,9).
En
estas condiciones nos guardaremos muy mucho de enorgullecernos, de levantarnos
contra Dios aceptando pensamientos ingratos, como si fuera por nuestras propias
fuerzas que tenemos vida. Por el contrario, sabiendo por experiencia que es
gracias a su grandeza… que tenemos el poder de vivir para siempre, no nos
alejaremos del pensamiento correcto sobre Dios y sobre nosotros mismos.
Sabremos qué poder poseer a Dios y los beneficios que recibimos de él. No nos
equivocaremos sobre la concepción que hemos de tener de Dios y del hombre. Por
otra parte…, si odios permite nuestra disolución en la tierra, ¿no será
precisamente para que, instruidos sobre todas estas cosas, de ahora en adelante
estemos más atentos a todo, no desconociendo ni a Dios ni a nosotros mismos?…
Si la copa y el pan, por la Palabra de Dios, pasan a ser eucaristía, ¿cómo
pretender que la carne es incapaz de recibir la Vida eterna? …
San Ireneo de
Lión (hacia 130-hacia 208), obispo, teólogo y mártir
Contra las
herejías, V, 2,3
PARA REZAR
Oración
por los Difuntos
Dios,
Nuestro Creador y Redentor,
con
tu poder Cristo conquistó la muerte
y
volvió a Ti glorioso.
Que todos tus hijos que nos han precedido
en
la fe (especialmente N…) participen
de
su victoria.
En
esta vida Tú les demostraste tu gran amor;
y ahora que ya están libres de toda preocupación,
concédeles la felicidad y la paz eterna.
Su vida terrena ha terminado ya;
recíbelos ahora en el paraíso,
en donde ya no habrá dolores, ni lágrimas ni penas,
sino únicamente paz y alegría con Jesús, tu Hijo,
y con el Espíritu Santo para siempre.
Dales,
Señor, el descanso eterno.
Brille para ellos la luz perpetua.
Descansen en paz.
Amén.
María,
Madre de Dios, y Madre de misericordia,
ruega
por nosotros y por todos los que han muerto
Amén.
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