25 de octubre de 2021 – TO - LUNES DE LA XXX SEMANA
Se enderezó
enseguida y glorificaba a Dios
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Roma 8, 12-17
Hermanos,
nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. Si
ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras
de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.
Todos
los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no
han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir
¡Padre!
El
mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos
de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y
coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
67, 2 y 4. 6-7b. 20-21 (R.: 21a)
R. Él
es el Dios que nos salva.
¡Se
alza el Señor!
Sus
enemigos se dispersan
y
sus adversarios huyen delante de él.
Los
justos se regocijan,
gritan
de gozo delante del Señor
y
se llenan de alegría. R.
El
Señor en su santa Morada
es
padre de los huérfanos y defensor de las viudas:
él
instala en un hogar a los solitarios
y
hace salir con felicidad a los cautivos. R.
¡Bendito
sea el Señor, el Dios de nuestra salvación!
El
carga con nosotros día tras día;
él
es el Dios que nos salva
y
nos hace escapar de la muerte. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 13, 10-17
Un
sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un
espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente
encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al verla, la llamó y
le dijo: «Mujer, estás curada de tu enfermedad», y le impuso las manos.
Ella
se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga,
indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: «Los días de
trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado.»
El
Señor le respondió: «¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no
desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de
Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía
ser librada de sus cadenas el día sábado?»
Al
oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la
multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Pablo
nos ha presentado la salvación en Jesucristo como una «liberación» de la
muerte, del pecado y de la Ley. Pero es una «liberación» que hay que ir
completando sin cesar.
Encontramos
aquí la comparación habitual en san Pablo, entre la «carne» y el «espíritu». La
carne, para san Pablo, no es principalmente el cuerpo humano, es el «hombre
entero cuando se ha apartado de la mirada de Dios». En los textos de san Pablo
podríamos reemplazar la palabra «carne», por «el hombre sin Dios».
El
espíritu es precisamente lo contrario, no es el alma solamente, es el hombre
entero en cuanto que animado por Dios. Si vivimos «según el Espíritu», no
«carnalmente», o sea, según los criterios meramente humanos; nos sentiremos
hijos.
«Los
que se dejan llevar por el Espíritu, esos son hijos de Dios». Jesús nos ha
enseñado a llamar a Dios nuestro Padre. Esto es un foco de luz que ilumina y
que transforma nuestra existencia.
Ser
hijos significa no vivir en el miedo, como los esclavos, sino en la confianza y
en el amor. Ser hijos significa poder decir desde el fondo del corazón, y
movidos por el Espíritu: «Abbá, Padre». Ese término hebreo usado por san Pablo
voluntariamente, es la palabra familiar de los niños pequeños judíos de la
época: «¡papá!». Significa que somos «herederos de Dios y coherederos con
Cristo»: hijos en el Hijo, hermanos del Hermano mayor, partícipes de sus
sufrimientos, pero también de su glorificación.
Esta
es la raíz de la dignidad de la persona humana, y del respeto que merece todo
hombre y toda mujer, también los más alejados e insignificantes. Todos somos
hijos.
«Dejarse
conducir por Dios» es lo que reemplaza totalmente a la Ley. Se pasa de una
«regla», con la cual se puede «estar tranquilo» cuando se ha cumplido; a un
amor de Alguien, con el cual siempre se puede crecer un poco más.
Quienes
creemos en Cristo, somos frágiles; y muchas veces actuamos conforme a nuestros
desórdenes egoístas, pero tenemos la esperanza cierta de que lograremos la
plenitud que en este mundo no podemos alcanzar. Dios nos ha comunicado su
Espíritu Santo para que venga en nuestro auxilio. La presencia del Espíritu de
Dios en nosotros nos lleva a vivir confiados en Dios, y actuar bajo sus
inspiraciones. Por eso en medio de las luchas y tentaciones de esta vida,
mientras no nos dejemos dominar por el mal y el pecado, nuestro destino no será
la muerte, sino el llegar a ser herederos de Dios, junto con Cristo,
participando de su misma gloria.
***
No
era extraño en tiempos de Jesús, que cualquier judío asistente, asiduo a la
sinagoga, fuera invitado a hacer alguna de las lecturas de la Escritura y si
quería decir algo o explicitar algo de lo leído, pudiera hacerlo. Después de la
curación del hombre con la mano paralizada, Jesús no había vuelto a aparecer en
una sinagoga.
El
evangelista nos narra que era sábado, y que Jesús como buen judío, asiste a la
sinagoga y además comenta la Escritura. Pero su enseñanza no se queda atada a
las palabras: la fidelidad del Dios de la alianza se pone de manifiesto en la
curación que Jesús realiza. Palabra y gesto en Jesús van juntos.
La
acción esta vez recae sobre una mujer que hace dieciocho años permanece
encorvada, según el modo de pensar de la época, a causa de Satanás que la tenía
esclavizada. El primer desafío que Jesús realiza es llamar a la mujer para que
se ponga en el centro de la sinagoga. Las mujeres y los niños, tenían su propio
lugar tanto en el templo como en la sinagoga, que no era en absoluto el
central. La mujer encorvada es símbolo del pecado que tiene sujeto a Israel y a
sus dirigentes. La leyes y normas que estos imponen, en nombre de Dios, tienen
un peso tan grande que han doblegado al pueblo, lo han encorvado. Jesús desata
a esta hija de Abrahán, de las ataduras religiosas que le impedían disfrutar de
la plena condición humana, devolviendo su dignidad al hombre, por encima del
resto de la creación.
Realiza
una acción claramente mesiánica, y la realiza en el día sábado para reafirmar,
pero desde una nueva perspectiva, que el sábado es por excelencia el día del
Señor. Jesús repite los gestos de la creación, se inclina sobre la pobre mujer
y le impone sus manos, lo mismo que Dios se había inclinado sobre Adán sin vida
para infundirle su espíritu. Jesús rehabilita a la mujer, devolviéndole, así al
hombre, su armonía originaria.
En
la curación de esta mujer se da un doble signo: cuestionar la dirigencia religiosa
judía por su concepción legalista y deshumanizada del sábado, y presentarse
como Mesías superior al sábado. Ante la crítica de los dirigentes, Jesús es
contundente, y no deja lugar a la réplica. No puede haber mayor preocupación
por un animal, que por un ser humano ni en sábado, ni ningún día.
Cuando
se pierde el espíritu de la norma, ésta se vacía de contenido y todos los
valores se tergiversan, se pierde la capacidad para el discernimiento verdadero
y se termina siendo esclavo de esa misma norma que tiene la función de
orientarnos y protegernos.
Una
vez más queda establecido el señorío absoluto de Jesús sobre el sábado, las
instituciones judías, y la misma ley; y se cumple lo que había proclamado en
otra sinagoga de Galilea: no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado
para el hombre.
Por
el mundo siguen andando hombres y mujeres doblados y encorvados por el peso del
hambre, de la pobreza, los hijos, las preocupaciones familiares. Hombres y
mujeres doblados y encorvados por el peso de los trabajos, el esfuerzo y la
lucha de la vida. Otros van doblados y encorvados por la incomprensión, la
soledad, los malos recuerdos, los rencores, por los fracasos, las tristezas o
el mismo pecado.
La
reacción de Cristo es la misma. Dios no nos quiere oprimidos y esclavizados, ni
caídos ni deprimidos ni postrados. Él nos quiere en pie, nos quiere libres. En
pie significa libertad, confianza, transcendencia y esperanza. Dios no ha
creado al hombre para que viva doblándose, sino para que viva con dignidad. Por
eso Dios mismo intervino para liberar a su pueblo y se nos acerca en Cristo
Jesús. Nos invita a poner nuestras cargas en Él.
Para
ayudar a que la gente se enderece y pueda mirar con confianza, tenemos que
recordar con la palabra y el gesto: que, en Cristo el Señor, somos hijos de
Dios. Todos valemos mucho a los ojos de Dios, que no nos quiere como esclavos,
sino como hijos. Que nuestras palabras y, sobre todo, nuestras obras toquen y
enderecen a quienes pasan encorvados a nuestro lado, para que puedan alegrarse
con las maravillas de Dios.
PARA DISCERNIR
¿Qué
cargas me aplastan y me doblegan?
¿Estoy
convencido de que el Señor me puede liberar?
¿Qué
cargas se me imponen y cuáles son las que yo mismo me impongo?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Cristo
se ha entregado a sí mismo por mí
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…
»La perfección de la vida cristiana consiste en unirnos con el alma, con las
palabras y con los hechos de la vida misma a todos los términos que explican el
nombre de Cristo. Alguien podría objetar que este bien es difícilmente
realizable, puesto que sólo el Señor de lo creado es inmutable, mientras que la
naturaleza humana es mutable y está inclinada a los cambios. El hombre no es
mutable sólo en relación con el mal. La más bella manifestación de la
mutabilidad está representada por el crecimiento en el bien: el ascenso a una
condición mejor convierte en un ser más divino a quien se transforma en sentido
bueno. Lo que nos parece temible (hablo de la mutabilidad de nuestra naturaleza)
es, en realidad, un ala adaptada al vuelo hacia las cosas más excelsas. La
verdadera perfección consiste, en efecto, precisamente en esto, en no detenerse
nunca en el propio crecimiento y en no circunscribirlo dentro de un límite» …
Gregorio de
Nisa, Hasta, profesión y perfección del cristiano.
PARA REZAR
Gracias
Señor
Gracias
Señor,
porque
podemos ser fuertes.
Gracias
Señor,
porque
podemos ser sinceros.
Gracias
Señor,
porque
somos alegres
Gracias
Señor,
por
la vida que nos das.
Gracias
Señor,
porque
nos quieres libres.
Gracias
Señor,
porque
nos das responsabilidades.
Gracias
Señor,
porque
somos capaces de tener amigos.
Gracias
Señor,
porque
así podemos hacer un mundo de hombres hermanos.
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