1
de noviembre de 2021 - TO - LUNES DE LA XXXI
SEMANA
Todos los Santos (S)
Tendrán una
gran recompensa en el cielo
Lectura
del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
Yo,
Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y
comenzó a gritar con voz potente a los cuatro Ángeles que habían recibido el
poder de dañar a la tierra y al mar:
«No
dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el
sello la frente de los servidores de nuestro Dios.»
Oí
entonces el número de los que habían sido marcados: eran 144. 000
pertenecientes a todas las tribus de Israel.
Después
de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de
todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y
delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y
exclamaban con voz potente: «¡La salvación viene de nuestro Dios que está
sentado en el trono, y del Cordero!»
Y
todos los Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Ancianos y de los
cuatro Seres Vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono,
y adoraron a Dios, diciendo: «¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de
gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!»
Y
uno de los Ancianos me preguntó: «¿Quiénes son y de dónde vienen los que están
revestidos de túnicas blancas?»
Yo le respondí: «Tú lo sabes, señor.»
Y
él me dijo: «Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado
sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
23, 1-2. 3-4b. 5-6 (R.: cf. 6)
R. Así
son los que buscan tu rostro, Señor.
Del
Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el
mundo y todos sus habitantes,
porque
él la fundó sobre los mares,
él
la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién
podrá subir a la Montaña del Señor
y
permanecer en su recinto sagrado?
El
que tiene las manos limpias
y
puro el corazón;
el
que no rinde culto a los ídolos. R.
El
recibirá la bendición del Señor,
la
recompensa de Dios, su Salvador.
Así
son los que buscan al Señor,
los
que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3
Queridos
hermanos:
¡Miren
cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo
somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a
él.
Queridos
míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado
todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo
veremos tal cual es.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 4,25 – 5, 12
Al
ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se
acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices
los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los
Cielos.
Felices
los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices
los afligidos, porque serán consolados.
Felices
los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices
los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices
los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices
los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece
el Reino de los Cielos.
Felices
ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda
forma a causa de mí.
Alégrense
y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el
cielo.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Hoy
la Iglesia en todo el mundo celebra la festividad de todos los santos. En este
día no recordamos sólo aquellos que alcanzaron la meta sino que también hacemos
memoria de la «Vocación a la Santidad a la que fuimos llamados». La celebración
de todos los Santos es expresión de la esperanza que nos habita: lo que Dios ha
realizado en los santos lo esperamos nosotros, confiados en su amor, y lo
vivimos ya ahora: «Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
seremos… seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es».
El
Apocalipsis nos muestra una visión del autor en medio de los «ciento cuarenta y
cuatro mil» elegidos, y otro gran número de santos. Los que pasaron la prueba
de la tribulación y la persecución y han lavado sus túnicas en la sangre del
cordero. El camino de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la
Jerusalén celestial- no es otro que el camino del Hijo: Él ha pasado por la
gran tribulación, el mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado.
Quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha; nos ofrecen el
ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión.
San
Juan en la primera carta, llama la atención de sus destinatarios para que no
dejen de asombrarse y admirar el inmenso amor de Dios que nos ha hecho a todos
hijos suyos. Somos hijos por puro regalo de su amor, gracias a la pasión,
muerte y resurrección de su Hijo Jesús.
El
pasaje del evangelio que nos presenta hoy la liturgia, corresponde a la versión
de San Mateo de las bienaventuranzas. Jesús es presentado subiendo al monte.
Con Jesús como nuevo Moisés, va a tener lugar el acto fundacional del nuevo
pueblo de Dios. Los signos de pertenencia a este nuevo pueblo no son principios
abstractos, sino que Jesús recoge en su proclamación situaciones que vivían de
hecho sus miembros.
Algunas
son padecidas por ellos: la pobreza, el llanto, el hambre y la sed, los malos
tratos y la persecución. Son situaciones de sufrimiento que se ven obligados a
padecer, a causa de su dedicación a la construcción de este nuevo modelo de
sociedad, llamado Reino de Dios.
Otras
son generadas por ellos y Jesús declara bienaventurados a los que viven con
radicalidad y realismo en la vida las exigencias del reino.
La
santidad, no es un logro que se alcanza en un más allá y que la Iglesia
reconoce; sino un estilo de vida en este más acá, traducido en obras de amor,
de misericordia, de justicia y de paz. La presentación de las bienaventuranzas
en la festividad de todos los Santos es porque ellas son en verdad un camino de
santidad. En ellas encontramos una brújula en nuestro trabajo por alcanzar la
santidad, entendida ésta, como la lucha constante por abrirnos cada vez más, al
paso de Dios y dejar que en el cada día nos dé, la plenitud de la vida.
Para
muchos la palabra «santo» evoca a gente vestida con ropa propia de otras
épocas, con una vida bastante distinta, algunas veces con muchas rarezas, a la
de sus contemporáneos y que casi siempre eran obispos, frailes o monjas. Nos
cuesta imaginarnos un santo con jean o haciendo tareas domésticas y con una
vida tan normal como la nuestra. Hemos identificado ser santo con algo
estático, con ser raro, aburrido o absurdamente sacrificado. En otras ocasiones
identificamos al santo con el ser cuasi perfecto y como modelo que se hace inalcanzable.
Sin
embargo el Concilio Vaticano II, en varias ocasiones, recuerda que «los fieles
de cualquier condición y estado son llamados por Dios, cada uno por su camino,
a la perfección de la santidad por la cual el mismo Padre es perfecto». Con
este llamamiento a la santidad no se nos invita a ninguna forma absurda de vida
o a caminar hacia una meta imposible. Aspirar a la santidad es aspirar a la
felicidad total que todo hombre desea.
El
Dios de la paz, de la felicidad nos llama a la plenitud. Los hombres somos
seres incompletos, inacabados; a los cuales Dios les ha concedido un don. Cada
uno de nosotros es consciente de lo que Dios puso en sus manos y de lo que en
cada momento debe ser el fruto de ese don. Ser santos no es hacer
necesariamente milagros, ni dejar obras sorprendentes para la historia.
Los
santos nos demuestran que seguir a Cristo es posible, y que vale la pena. Estos
hombres y mujeres tuvieron defectos, cometieron pecados, no eran perfectos.
Fueron «normales». Pero creyeron en el Evangelio, y que la gracia supera
abundantemente nuestras limitaciones. Los santos han tenido a Dios como anhelo
y fundamento determinante de sus vidas y por eso sus vidas fueron
transformadas. Algunos han dejado huella profunda. Otros han pasado
desapercibidos. Hombres y mujeres así, no sólo existieron en el pasado, sino
también hoy andan por nuestras calles, trabajan en nuestras fábricas, caminan a
nuestro lado o sufren en nuestros hospitales.
Porque
la santidad es tener confianza, esperanza, alegría, porque Jesús está con
nosotros, haciendo posible una nueva vida; que invierte los valores de este
mundo y acepta los del evangelio sin medias tintas. Santo es quien ha decidido
construir ese nuevo mundo bienaventurado donde los hombres se aman, se quieren,
son solidarios y se ayudan, donde no se rechazan unos a otros por su condición
social, dinero, poder. Santo es el que no abandona la lucha aunque sea lenta y
fatigosa. Santidad es cuando, a pesar de todo y de todos, se mantiene la
esperanza de que la lucha realizada por y con Jesús, tendrá un buen final y la
fraternidad entre los hombres irá haciéndose realidad hasta que todos seamos
auténticamente hermanos. Así es el hombre santo y bienaventurado que ha
descubierto la mejor parte, la que nunca le será quitada.
PARA DISCERNIR
¿Siento
el llamado a la santidad?
¿Qué
lugar ocupan las bienaventuranzas en mi vida cristiana?
¿Estoy
convencido que ser santo en el mundo de hoy vale la pena?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Sean
santos como su Padre Celestial
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…»Tu
verdadera identidad es ser hijo de Dios. Ésa es la identidad que debes aceptar.
Una vez que la hayas reivindicado y te hayas instalado en ella, puedes vivir en
un mundo que te proporciona mucha alegría y, también, mucho dolor. Puedes
recibir tanto la alabanza como el vituperio que te lleguen como ocasiones para
fortalecer tu identidad fundamental, porque la identidad que te hace libre está
anclada más allá de toda alabanza y de todo vituperio humano. Tú perteneces a
Dios y, como hijo de Dios, has sido enviado al mundo.
Dado
que ese lugar profundo que hay dentro de ti y donde se arraiga tu identidad de
hijo de Dios lo has desconocido durante mucho tiempo, los que eran capaces de
afectarte han tenido sobre ti un poder repentino y a menudo aplastante. Pero no
podían llevar a cabo aquel papel divino, y por eso te dejaron, y te sentiste
abandonado. Pero es precisamente esta experiencia de abandono la que te ha
atraído a tu verdadera identidad de hijo de Dios.
Sólo
Dios puede habitar plenamente en lo más hondo de ti. Puede ser que haga falta
mucho tiempo y mucha disciplina para volver a unir tu yo profundo, escondido,
con tu yo público, que es conocido, amado y aceptado, aunque también criticado
por el mundo; sin embargo, de manera gradual, podrás empezar a sentirte más
conectado a él y llegar a ser lo que verdaderamente eres: hijo de Dios» …
H. J. M. Nouwen,
La voz del amor, Brescia 21997, pp. 98ss, passim.
PARA REZAR
Ser
santo es seguir siendo
una
persona normal y corriente,
que
siente la insatisfacción
que
produce una visión del mundo,
donde
los hombres aceptan
como
necesidad el tener mucho dinero.
Ser
santo es sentir la preocupación
del
desempleo, del paro, y solidarizarse
con
quienes lo sufren para paliar su necesidad;
y
trabajar para que los responsables
tengan
una mentalidad menos lucrativa y más social.
Ser
santo es ofrecer nuestra amistad
a
quien se encuentra solo,
ser
capaz de temblar cuando descubrimos
la
incomunicación que nuestro mundo
masificado
nos transmite,
y
contagia a través de sus aparatos.
Ser
santo es no aceptar la violencia
a
la que nos lleva la competencia,
el
odio que despierta en nosotros
la
separación de los hombres con
barreras
económicas, sociales,
religiosas,
raciales, nacionales.
Ser
santo es buscar la superación
de
todas las situaciones negativas
que
producen sufrimiento en los hombres.
Ser
santo es saberse hijo de Dios,
llamar
con la vida, no con la lengua,
a
Dios como Padre, lo que significa
querer
estrechar con los hombres
unos
lazos mayores de hermandad para,
todos
juntos, poder invocarlo como Padre.
Ser
santo es vivir con la limpieza
de
corazón suficiente, como para caminar
por
la vida sin segundas intenciones,
ofreciendo
sinceridad y confianza.
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