11 de agosto de 2021 – TO - MIÉRCOLES DE LA XIX SEMANA
Si te hace
caso, has salvado a tu hermano
Lectura
del libro del Deuteronomio 34, 1-12
Moisés
subió de las estepas de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a
Jericó, y el Señor le mostró todo el país: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el
territorio de Efraím y Manasés, todo el territorio de Judá hasta el mar
Occidental, el Négueb, el Distrito y el valle de Jericó -la Ciudad de las
Palmeras- hasta Soar. Y el Señor le dijo: «Esta es la tierra que prometí con
juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob, cuando les dije: “Yo se la daré a tus
descendientes.” Te he dejado verla con tus propios ojos, pero tú no entrarás en
ella.»
Allí
murió Moisés, el servidor del Señor, en territorio de Moab, como el Señor lo
había dispuesto. El mismo lo enterró en el Valle, en el país de Moab, frente a
Bet Peor, y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar donde fue enterrado.
Cuando murió, Moisés tenía ciento veinte años, pero sus ojos no se habían
debilitado, ni había disminuido su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés
durante treinta días en las estepas de Moab. Así se cumplió el período de
llanto y de duelo por la muerte de Moisés.
Josué,
hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había
impuesto sus manos sobre él; y los israelitas le obedecieron, obrando de
acuerdo con la orden que el Señor había dado a Moisés.
Nunca
más surgió en Israel un profeta igual a Moisés -con quien el Señor departía
cara a cara- ya sea por todas las señales y prodigios que el Señor le mandó
realizar en Egipto contra el Faraón, contra todos sus servidores y contra todo
su país, ya sea por la gran fuerza y el terrible poder que él manifestó en
presencia de todo Israel.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
65, 1-3a. 5 y 8. 16-17 (R.: cf. 20a y 9a)
R. Bendito
sea Dios, que nos concedió la vida.
¡Aclame
al Señor toda la tierra!
¡Canten
la gloria de su Nombre!
Tribútenle
una alabanza gloriosa,
digan
al Señor: «¡Qué admirables son tus obras!» R.
Vengan
a ver las obras del Señor,
las
cosas admirables que hizo por los hombres.
Bendigan,
pueblos, a nuestro Dios,
hagan
oír bien alto su alabanza. R.
Los
que temen al Señor, vengan a escuchar,
yo
les contaré lo que hizo por mí:
apenas
mi boca clamó hacia él,
mi
lengua comenzó a alabarlo. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 18, 15-20
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
“Si
tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado
a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el
asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso,
díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano.
Les
aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Les
aseguro, además, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
muerte de Moisés cierra el libro del Deuteronomio y todo el Pentateuco. Son
momentos solemnes: la última conversación que Moisés mantiene con Yahvé en la
tierra.
Moisés
subió de las estepas de Moab al monte Nebó, sobre una cima frente a Jericó. El
Señor le mostró todo el país y le dijo: “Esta es la tierra que bajo juramento
prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob dar a su descendencia. Te dejo verla, pero
no entrarás en ella”.
Después
del desierto del Negueb, Moisés tiene a la vista: el verde palmeral de Jericó,
los cultivos irrigados de las orillas del Jordán. Es el oasis, la abundancia.
Moisés
había sido el «servidor de Dios», el «profeta que el Señor trataba cara a
cara». Ha sido un hombre que dio lo mejor de sí mismo para «liberar a su
pueblo» y conducirlo a esa «tierra de libertad y de felicidad».
Este
es un texto emocionante, esa mirada de Moisés de la “tierra que mana leche y
miel” es todo un símbolo. Moisés ve “con el corazón”, toma por adelantado
posesión de una tierra que Yahvé había prometido a Abrahán, Isaac y Jacob.
Moisés no entrará en ella.
Allí
murió Moisés, el servidor del Señor, muy cerca de la Tierra prometida.
***
El
capítulo 18 de Mateo está centrado en la dinámica que debe caracterizar las
relaciones de los discípulos de Jesús entre sí. Hoy, el evangelista aborda el
tema del perdón.
La
sociedad primitiva, se manifestaba violentamente contra las faltas del
individuo, porque al carecer de medios para perdonarlo, sólo podía repararse la
ofensa mediante un castigo ejemplar setenta y siete veces más fuerte que la
misma falta.
La
ley del talión, marca un progreso importante al tener que ser la venganza, no
superior a la ofensa o daño recibido. Si bien el Levítico da un paso en este
proceso, no establece la obligación del perdón. Sin embargo se pone un fuerte
acento en la solidaridad que debe unir a los hermanos entre sí y deja bien en
claro la prohibición de arreglar sus diferencias recurriendo a procedimientos
judiciales.
Una
de las novedades que aporta el texto es la aparición del término “hermano” para
designar la relación existente entre los integrantes de la comunidad de discípulos
de Jesús.
Al
inicio se presentan tres caminos para ganar al hermano. Los dos primeros: la
corrección privada y la hecha en presencia de dos o tres testigos eran
procedimientos habituales entre los judíos y confirmados por los libros
sagrados.
Las
ofensas y perjuicios entre hermanos llevan a la pérdida de la fraternidad y
ésta no se recupera si el perjudicado, no gana al ofensor por el camino del
perdón.
El
camino de la corrección fraterna lleva al ofendido a buscar a la persona que le
ha causado el problema y a tratar de hacerle ver el error. De este modo, se
rompe el círculo vicioso de las ofensas mutuas porque el ofendido toma una
actitud reconciliadora. Si el que ofende se niega a reconocer el error
cometido, entonces se llama a dos testigos, no para recriminarle la falta, sino
para ayudarlo a entrar en razón. Cuando esto no funciona, entonces, el problema
pasa a manos de la comunidad. Este modo de obrar es exigente y no pocas veces
ingrato e incómodo. Hay que evitar caer en la trampa de una equivocada “caridad
cristiana”, que puede ser un puro escapismo, cobardía o comodidad.
Jesús
repite a toda la comunidad lo que había dicho personalmente a Pedro: “Todo lo
que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo, y todo lo que aten en
la tierra, quedará atado en el cielo”. Así, todos los miembros de la comunidad
quedan encargados de perdonar a sus hermanos. La Iglesia tiene que ser el lugar
de la misericordia.
Nuestras
comunidades necesitan ser espacios reconciliados y reconciliadores. Comunidades
abiertas al diálogo, tolerantes y comprometidas con las necesidades de quienes
lo necesitan. Iglesia donde las personas que se sientan agredidas por el
hermano, se adelanten a ayudarle al otro a reconocer su falta.
PARA DISCERNIR
¿Cuál
es nuestra actitud ante nuestros amigos, compañeros y vecinos cuando se
presenta un conflicto?
¿Somos
capaces de vivir el amor de Cristo en la vida cotidiana?
¿Preferimos
aislarnos en nuestro rencor o damos pasos para el perdón?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
“Todo
lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”
Al
hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el
Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la
Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las
palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino
de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). “Consta que
también el colegio de los Apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de
atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 18,18; 28,16-20)” (Vaticano II LG 22)
La
fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial
de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón.
Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de
su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia: «Dios, Padre
misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección
de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te
conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo
de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» […].
Cristo
actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los
pecadores: “Hijo, tus pecados están perdonados” (Mc 2,5); es el médico que se
inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17)
para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto,
la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con
Dios y con la Iglesia.
Catecismo de la
Iglesia Católica
§ 1444, 1449,
1484 (Copyright © Libreria Editrice Vaticana)
PARA REZAR
Señor
Dios
ayúdanos
a trabajar en comunidad.
Que
cada uno aprenda a poner en común,
esa
parte de verdad y de bien
que
todos poseemos.
Que
no haya egoísmos.
Danos
valor y comprensión.
Que
nunca callemos
cuando
debamos hablar
y
que nunca digamos
ni
una sola palabra de más
cuando
tenemos que callar.
Te
pedimos constancia y entusiasmo,
ganas de participar y fuerzas para hacerlo.
Que nos queme el fuego del servicio,
los deseos de salir de adentro nuestro
para correr hacia Vos que estás en los otros,
en el hermano que pasa a nuestro lado.
Que
sepamos servir con alegría
porque ser alegres nos llena de vida
y sabemos que a tu lado, es posible.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.