4 de junio de 2021 – TO – VIERNES DE LA IX SEMANA
Hijo de David
e Hijo de Dios
Lectura
del libro de Tobías
11, 5-18a
Ana
se sentaba todos los días y observaba el camino para ver si regresaba su hijo
Tobías. Un día vio que se acercaba y le dijo a su esposo Tobit: “Ya viene tu
hijo con el hombre que lo acompañó″.
Rafael
le dijo a Tobías antes de que llegaran a donde estaba el padre de éste: “Estoy
seguro de que sus ojos se abrirán. Untale la hiel del pescado en los ojos y el
medicamento le quitará las manchas blancas de los ojos. Entonces tu padre
recobrará la vista y podrá ver la luz”.
Ana
se acercó y abrazó a su hijo, diciéndole: “¡Hijo mío, ya puedo morir, después
de verte!” Y rompió a llorar. Tobit se levantó, y a tropezones llegó hasta la
puerta del patio. Entonces Tobías corrió a su encuentro, con la hiel del
pescado en la mano, le sopló en los ojos, lo sostuvo y le dijo: “¡Padre mío,
ten ánimo!” Entonces le untó el medicamento y con sus dos manos le desprendió
las manchas blancas que tenía en los lagrimales. Tobit, al ver a su hijo, lo
abrazó entre lágrimas y le dijo: “¡Hijo mío, luz de mis ojos: ya puedo verte!”
Y añadió: “¡Bendito sea Dios y bendito sea su excelso nombre; benditos sean
todos sus ángeles para siempre, porque él me castigó, pero ahora ya puedo ver a
mi hijo Tobías!”
Tobit
y Ana, su esposa, entraron en la casa, llenos de alegría y alabando a Dios a
voz en cuello por todo lo que les había sucedido. Entonces Tobías le contó a su
padre que el Señor Dios lo había conducido por el mejor camino; que había
traído el dinero; que había tomado como esposa a Sara, hija de Ragüel, y que
ella estaba ya cerca de las puertas de Nínive. Tobit y Ana, llenos de alegría,
salieron al encuentro de su nuera, a las puertas de Nínive. Los ninivitas, al
ver que Tobit venía caminando con pasos seguros, sin que nadie lo llevara de la
mano, se quedaron admirados.
Tobit
alababa y bendecía a Dios con grandes voces delante de todos ellos, porque Dios
se había compadecido de él y le había devuelto la vista.
Tobit
se acercó a Sara, la esposa de su hijo Tobías, y la bendijo con estas palabras:
“¡Bienvenida seas, hija mía! ¡Bendito sea tu Dios, que te ha traído a nosotros!
¡Bendito sea tu padre, bendito sea mi hijo Tobías y bendita seas tú, hija!
¡Bienvenida seas a tu casa! Que goces de alegría y bienestar. Entra, hija mía”.
Y
aquel fue un día de fiesta para todos los judíos que habitaban en Nínive.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal.
145
R:
Alaba, alma mía, al Señor.
Alaba, alma mía, al Señor;
alabaré
al Señor toda mi vida;
cantaré
y tocaré para mi Dios,
mientras
yo exista.
El Señor siempre es fiel a su palabra,
y
es quien hace justicia al oprimido;
él
proporciona pan a los hambrientos
y
libera al cautivo.
Abre el Señor los ojos de los ciegos
y
alivia al agobiado.
Ama
el Señor al hombre justo
y
toma al forastero a su cuidado.
A la viuda y al huérfano sustenta
y
trastorna los planes del inicuo.
Reina
el Señor eternamente,
reina
tu Dios, oh Sión, reina por siglos.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 35-37
Un
día, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó:
“¿Cómo
pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David,
inspirado por el Espíritu Santo, ha declarado: Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha y yo haré de tus enemigos el estrado donde pongas los
pies. Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede ser hijo suyo?”
La
multitud que lo rodeaba, que era mucha, lo escuchaba con agrado.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
libro de Tobías es la historia simbólica de las familias judías en el Exilio:
sumergidos en las tinieblas, descubren progresivamente que los ojos del corazón
son los únicos capaces de permanecer siempre alerta. Una vez terminadas las
ceremonias de su matrimonio, Tobías y Sara se ponen en camino hacia la casa del
viejo Tobit. Apenas llega, de acuerdo con lo dicho por del ángel, Tobías ungió
con la hiel los ojos de su padre; cayeron las escamas, y Tobías volvió a ver.
Este
reencuentro de Tobit con su hijo, es evidentemente el punto culminante de la
narración. Dios no abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición.
De hecho ahora Tobías recupera mucho más de lo que había perdido.
Para
un hebreo, la luz, designa fundamentalmente la felicidad. Al igual que la vida,
está considerada como un don de Dios, que adquiere su verdadera dimensión en la
alianza. Yahvé, es la luz de su pueblo porque lo ama y espera de él fidelidad
en correspondencia. Pero el hombre es pecador, y la conciencia del pecado es el
reino de las tinieblas o de la infelicidad. Yahvé espera, por tanto, su
conversión para otorgarle definitivamente la luz.
Un
colirio misterioso lo devuelve a la luz, y le permite enfocar los
acontecimientos al estilo de Dios, y no ya al estilo miope de los hombres.
La
lectura acaba con la gozosa alabanza y bendición de Tobit por haber recobrado
la vista. Tobías nunca perdió la convicción de que la providencia del Señor
gobierna todo. El Señor nunca abandona a los justos. Por eso puede bendecir y
dar gracias diciendo: “Bendito sea Dios, bendito su gran Nombre”.
***
Los
judíos del tiempo de Jesús estaban interesados en la llegada de un heredero de David,
con el poder de un monarca, capaz de restituir todo lo perdido a causa de las
invasiones enemigas. Jesús se presenta, en cambio, como alguien diferente. Ante
los ojos de los legalistas judíos, esta actitud es una acción agraviante. Pero
en el fondo se sienten decepcionados ya que, al proponer todo lo contrario al
poder, saben que sus ventajas sociales están próximas a desaparecer.
Marcos
nos plantea el modo como Jesús quiere resolver esta falsa concepción mesiánica.
Jesús mismo es el que plantea la cuestión: Al rey David se le prometió que de
su casa, de su descendencia, vendría el Mesías. Pero en el Salmo 109, que se
atribuía a David, éste llama «Señor» a su descendiente y Mesías. ¿Cómo puede
ser hijo y a la vez señor de David?
La
respuesta hubiera podido ser sencilla: el Mesías, además de ser descendiente de
la familia de David, sería también el Hijo de Dios, sentado a la derecha de
Dios. Pero eso no lo podían reconocer. Sus ojos estaban cegados para ver tanta
luz.
Jesús
de Nazaret, el Mesías, el hijo de David, es el Señor, el Hijo de Dios. Jesús,
todavía puede seguir enseñando en la sinagoga, por eso anunciará enfáticamente
su origen y quién es realmente su Padre, a quien el mismo David tuvo que
adorar. Reafirma que su mesianismo es diferente al que ellos esperan.
El
mesianismo de Jesús no es un mesianismo de tipo político. Jesús se presenta
como verdadero cumplimiento y realizador de la esperanza mesiánica. Esto
implica purificar la idea de mesianismo de toda mala interpretación, o
acomodación, interesada. Jesús rechaza así el mesianismo davídico nacionalista,
fomentado por la enseñanza de los letrados y pone luz en el pueblo, sobre su
propio mesianismo. La restauración del trono de David y la superioridad de
Israel sobre los demás pueblos, no son más que un espejismo y son incompatibles
con el designio universal de Dios: Israel tendrá que estar al servicio de los
demás pueblos. Estar sentado a la diestra de Dios, es participar de su poder.
Es
la resurrección de Jesús lo que constituye su realeza: y la muerte es el
enemigo que ha puesto debajo de sus pies por nosotros. Jesús como Hijo de Dios,
es el Mesías en el cumplimiento del proyecto del Padre, de la construcción del
Reino. Y esto lo lleva a cabo, alejado de toda experiencia de gobierno y de
poder, pero siempre cercano a los empobrecidos y en actitud de servicio
desinteresado. Por ser una propuesta que no se acomodaba a los intereses
judíos, provoca su rechazo.
Él
nos ha dado ejemplo, para que sus discípulos hagamos lo mismo. El camino de la
Iglesia es el camino del servicio. Hemos sido ungidos por el Espíritu Santo, y
hemos sido hechos hijos de Dios por nuestra unión con Cristo, para ser testigos
del Evangelio y puestos al servicio de todos los hombres.
Esta
es nuestra realeza: ser portadores del mensaje salvador. También nosotros
tenemos que purificar ciertas concepciones erróneas. Ser cristianos no es vivir
como maestros, que proclaman el Evangelio desde los estrados. Estamos llamados
a andar en medio de la gente y con la gente, para compartir lo que hemos visto
y oído. Nuestra dignidad de hijos de Dios no tiene que llevarnos a creernos más
que los demás y discriminar, muy por el contrario, nos tiene que llevar a
ponernos al servicio de la salvación de todos.
Como
Cristo lo hizo, también nosotros tenemos que tener entrañas de misericordia
ante toda miseria humana para no pasar de largo. No podemos quedarnos en un
anuncio angelista o espiritualista del Evangelio. Debemos anunciarlo desde la
pedagogía de Dios, encarnándonos en la vida del hombre, en su realidad concreta
para que sus realidades cotidianas puedan ser lugar de encuentro con Dios.
Entonces
seremos aquellos que dan testimonio con la vida, hecha Evangelio viviente del
Padre, don para la humanidad entera. El Señor nos ha mostrado el camino. Nos
toca a nosotros ir tras sus huellas.
PARA DISCERNIR
¿Experimento
la dignidad de ser hijo de Dios?
¿Cómo
miro la vida de esa dignidad?
¿A
qué me compromete?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Te
alabo Jesús Señor y Mesías
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El
mismo David lo llama Señor
…
¡Estate atento al misterio de Cristo! Nació del seno de la Virgen a la vez
Siervo y Señor; Siervo para obrar, Señor para mandar a fin de enraizar en el
corazón de los hombres un Reino para Dios. Tiene un doble origen pero es un
solo ser. No es distinto el que viene del Padre al que viene de la Virgen.
Nacido del Padre antes de todos los siglos, es el mismo que tomó carne en el
transcurso del tiempo. Por eso es llamado Siervo y Señor: por nuestra causa,
Siervo, pero a causa de la unidad de la sustancia divina, Dios de Dios,
Principio del Principio, Hijo en todo igual al Padre, su igual. En efecto, el
Padre no engendra un Hijo extraño a Él mismo, este Hijo del cual declara: «Este
es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17) …
El
Siervo conserva en todos los títulos de su dignidad. Dios es grande, y es
grande el Siervo; al venir en la carne, no pierde esta «grandeza que no tiene
límites» (Sal 144,3) … El cual, «siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de Siervo» (Flp 2,6-7)… Es, pues, igual a Dios como Hijo de Dios;
tomó la condición de Siervo al encarnarse; «gustó la muerte» (Hb 2,9), él, cuya
«grandeza no tiene límites» …
¡Cuán
buena es esta condición de Siervo que nos ha hecho libres! ¡Sí, cuán buena es! ¡Le
ha valido «el nombre que está por encima de todo nombre»! ¡Cuán buena es esta
humildad! Ha obtenido que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los
cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús es el
Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11).
San Ambrosio
(hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sermón sobre el
salmo 35, 4-5
PARA REZAR
Oración
para servir
Oh
Cristo, para poder servirte mejor,
dame un noble corazón
Un corazón fuerte
para aspirar por los altos ideales
y no por opciones mediocres.
Un corazón generoso en el trabajo,
viendo en el no una imposición
sino una misión que me confías.
Un corazón grande para el sufrimiento,
siendo valiente soldado ante mi propia cruz
y sensible cireneo para la cruz de los demás.
Un corazón grande para con el mundo,
siendo comprensivo con sus fragilidades
pero inmune a sus máximas y seducciones.
Un corazón grande para los hombres,
leal y atento para con todos
pero especialmente servicial y delicado
con los pequeños y humildes.
Un corazón nunca centrado sobre mí,
siempre apoyado en tí,
feliz de servirte y servir a mis hermanos,
¡oh, mi Señor!
todos los días de mi vida.
Amén.
Padre
Ignacio Larrañaga
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