27 de junio de 2020 – TO - DOMINGO XIII – Ciclo B
"Tu fe te ha salvado"
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24
Dios
no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. El ha
creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son
saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio
sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal.
Dios
creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia
naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los
que pertenecen a él tienen que padecerla.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a 13b (R.: 2a)
R. Yo
te glorifico, Señor, porque tú me libraste.
Yo
te glorifico, Señor, porque tú me libraste
y
no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú,
Señor, me levantaste del Abismo
y
me hiciste revivir,
cuando
estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten
al Señor, sus fieles;
den
gracias a su santo Nombre,
porque
su enojo dura un instante,
y
su bondad, toda la vida:
si
por la noche se derraman lágrimas,
por
la mañana renace la alegría. R.
Escucha,
Señor, ten piedad de mí;
ven
a ayudarme, Señor.
Tú
convertiste mi lamento en júbilo.
¡Señor,
Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 8, 7. 9. 13-15
Hermanos:
Ya
que ustedes se distinguen en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda
clase de solicitud por los demás, y en el amor que nosotros les hemos
comunicado, espero que también se distingan en generosidad.
Ya
conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo
pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza.
No
se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia,
sino de que haya igualdad. En el caso presente, la abundancia de ustedes suple
la necesidad de ellos, para que un día, la abundancia de ellos supla la
necesidad de ustedes.
Así
habrá igualdad, de acuerdo con lo que dice la Escritura: El que había recogido
mucho no tuvo de sobra, y el que había recogido poco no sufrió escasez.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 5, 21-43
Cuando
Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su
alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con
insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que
se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba
por todos lados.
Se
encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de
Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque
pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la
hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.»
Jesús
se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y,
dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus
discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas
quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién
había sido.
Entonces
la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido,
fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús
le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu
enfermedad.»
Todavía
estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la
sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al
Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la
sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo acompañara,
excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de
la sinagoga.
Allí
vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por
qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.» Y se
burlaban de él.
Pero
Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y
a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo:
«Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la
niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces,
se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de
lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
A
medida que conocemos mejor los hilos que mueven nuestro mundo, descubrimos con
mayor asombro la primacía de lo económico, el imperio del dios
dinero y lo poco que cuenta la dignidad de la persona humana. Los grandes
planes económicos de empresas y naciones no tienen como objetivo el hombre y su
perfeccionamiento, sino el lucro, alimentado de codicia de personas y
grupos. No se busca tanto el “ser más”, sino el “tener más” económicamente. Y
aunque este sea un discurso recurrente no por eso deja de ser real. Sin
embargo, lo peor que nos puede pasar es que nos acostumbremos a esta
idea.
Junto
a esto se impone una imagen exitista del mundo para tapar o justificar la
vaciedad de criterios, comportamientos y conductas. Desaparecen los valores y
sólo existen los precios. Todo está al alcance de la mano. Basta con tener los
medios para conseguirlo, y para alcanzar esos medios no se escatima nada,
ni la propia vida si fuera necesario.
Todo
se puede, los límites se sobrepasan. El dinero pretende devolvernos
la confianza y la seguridad. La cirugía pretende detener el paso del
tiempo. Los traumas, las enfermedades y los problemas se solucionan desde
la autoayuda. La confianza desmedida en nuestras posibilidades nos hace pensar
que somos capaces de superar cualquier límite… cuando este límite justamente
está en nosotros. Y esto es sólo una ficción de la realidad, porque todo
control y señorío absoluto sobre la vida se desmorona cuando aparece la
enfermedad que, inevitablemente, hace pensar en la destrucción del propio
ser y la muerte. En la enfermedad vemos coartada nuestra capacidad de
perfección y es una barrera que nos impide proyectarnos al futuro y al goce de
la vida.
La
sociedad se enorgullece de haber prescindido de Dios. Pero si eliminamos a Dios
de nuestro panorama
¿Quién
podrá sacarnos del abismo en el que nos encontramos?
Seguiremos
inventando engaños.
***
Dios
crea el hombre a su imagen y lo hace destinado a la vida. La muerte es algo
accidental, que al hombre le viene de fuera, por el pecado. El autor del libro
de la sabiduría ve, como buen israelita, una relación estrecha entre muerte
física y muerte moral o pecado. Hay que decir que la vida muere
definitivamente, cuando la asfixiamos en los límites egoístas del
para-nosotros. Jesús vivió respondiendo a la llamada del Padre, por eso venció
a la muerte.
***
La
colecta de la que habla Pablo, es un signo de comunión eclesial que trata de
deshacer las diferencias existentes entre los cristianos de origen judío y los
de origen pagano. Los cristianos de Jerusalén, pobres en lo material han
querido compartir los bienes de la salvación. Así los cristianos de origen
pagano deben comunicar sus bienes materiales. Cristo en su Encarnación dio el
ejemplo: “Siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que ustedes con su
pobreza se hagan ricos”. De este modo un cristiano comprometido en la
lucha por una más justa distribución de los bienes, prolonga la encarnación de
Cristo, es un signo de salvación.
***
Marcos
introducía el domingo pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy, nos
ubica de nuevo en la orilla judía del lago de Genesaret; en medio de la
aglomeración de la gente en torno al maestro de Nazaret, que se dirige hasta la
casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está
mortalmente enferma. Jesús accede a su pedido de ir a sanarla. Entre la
partida de la orilla y la llegada a la casa, una mujer acude a Jesús como a
último y único remedio a sus trastornos corporales.
En
la época del Nuevo Testamento, la mujer vivía marginada por el simple hecho de
ser mujer. En la sinagoga no participaba en la vida pública, no podía ser
testigo.
Sin
embargo, las protagonistas de este texto son dos mujeres. La primera: una
mujer que sufría hemorragias y vivía marginada, porque en aquel tiempo la
sangre convertía impura a la persona y a quien la tocara. Había gastado toda su
fortuna con los médicos, pero había empeorado. Doce años con hemorragia, doce
años de marginación. La segunda: la hija de uno de los jefes de la sinagoga,
llamado Jairo, que tiene doce años. A esta edad empiezan las menstruaciones y
se convierte en mujer, por lo tanto comienza la exclusión y comienza a morir.
Jesús tiene un poder mayor. A una la sana y a la otra la resucita.
Jesús
se revela como vencedor de la muerte y de la enfermedad. En la curación de la
hemorroisa y en la resurrección de la hija de Jairo, descubrimos un
anuncio de su propia resurrección. Estos hechos están iluminados por la luz del
misterio pascual. Al mismo tiempo manifiestan la misión liberadora de Cristo,
concretada en el mundo del dolor y de la muerte, entre los que sufren
enfermedad y angustia.
Estos
signos que realiza Jesús expresan la presencia del Padre en nuestra existencia,
herida por el pecado. Una presencia de lucha constante, pero salvadora, que
trata de arrancarnos de la enfermedad y de la muerte. Una lucha en la que el
papel decisivo lo tiene nuestra fe.
Dos
dichos de Jesús constituyen los pilares principales de los dos relatos de
sanación: “Hija, tu fe te ha curado, vete en paz”; “No temas, ten fe
y basta”. En estas dos frases, dichas a la mujer y al padre de la niña, ponen
de manifiesto la importancia de la fe para experimentar la vida y percibir la
presencia liberadora del Reino. Sin fe no hay liberación ni puede haber signos
de vida. La fe está en el centro de estos dos hechos milagrosos, de estos dos
relatos de vida. Fe en el poder de Jesús.
Por
la fuerza de su fe, la mujer curada se va en paz, con plenitud interior y
exterior de vida, como si hubiera vuelto a nacer. Por la fuerza de la fe del
padre, la niña recupera la vida cuando ésta parecía que le había sido
arrebatada.
Quien
confía en Jesús, quien se abandona en sus manos es capaz de hacer de
los imposibles, posibles. Quien acepta a Jesús como Señor y el salvador de
su vida, experimentará que la salvación de Dios entra en su casa. Apoyados en
la fe que Jesús nos pide, estamos llamados a superar el temor que ocasiona la
muerte y a transfigurar la enfermedad. Cuando el evangelio pone de manifiesto
la enorme fuerza curativa de la fe, ésta no queda reducida únicamente a lo
fisiológico. Sano es, en realidad, aquel que es capaz de realizar un proyecto
de vida en libertad. Esta salud total es la que Jesús transmite: Él no se
limita a curar enfermedades físicas, sino a salvar. La fe cura integralmente,
salva.
Estos
dos milagros de Jesús son signos de vida. Porque El es la vida, se enfrenta con
la enfermedad y la muerte. Esta actitud dinámica y salvadora ante
todo tipo de enfermedad y de muerte es la que pide Jesús a sus discípulos por
la fe. La actitud del cristiano no puede ser la resignación ante lo inevitable.
Nuestra fe de discípulos debe ser una fuerza de vida y en favor de la vida,
algo más que un consuelo en situaciones límite, o una evasión en la vida
cotidiana, esperando que el cielo resuelva todo.
Frente
a toda enfermedad y toda situación de muerte, nuestra postura ha de ser de
lucha contra ellas. A medida que en nuestra vida nos liberamos de toda opresión
de pecado, apoyados en la fe, estamos haciendo nuestra resurrección, que es
victoria sobre la muerte. Desde la fe sabemos que la enfermedad y la muerte no
son la última palabra, sino el paso de un nuevo amanecer a la vida.
La
fe, tiene que mostrarse en cada momento y en cada situación, como un trabajo y
una lucha viva en favor de la vida, y por tanto contra todo lo que hiere a los
hombres, a su dignidad, al proyecto de Dios sobre sus vidas y los de toda la
humanidad. Si por la fe creemos lo imposible, es para hacer posible la vida
para todos. No vale decir que creemos en la vida eterna si al mismo tiempo, no
hacernos nada por una vida más humana para todos los hombres.
Hoy, luchar
por la vida significa defenderla en los no-nacidos, y en los ya nacidos
luchando para no acostumbrarnos al paisaje de los chicos perdiendo la infancia,
lavando parabrisas o prostituyéndose por unas pocas monedas. Hoy, luchar
por la vida es no conformarnos con que las “cosas sean así” y dejarnos
llevar por la corriente anulando nuestra conciencia.
Hoy, luchar
por la vida es animarse a tener ideales generosos y proyectos grandes,
aunque en ellos se nos vaya la existencia. Hoy, luchar por la vida
es creer que es posible una vida distinta y crear lo posible para que sea
realidad. Hoy, luchar por la vida es “hacer algo por alguien” aunque
sea poco, sabiendo que eso poco si yo no lo hago va a faltar. Hoy, luchar
por la vida es hacernos cargo de los otros: de los ancianos, de los
enfermos, de los solos, de los excluidos, de los “locos”, de los que han
perdido el sentido de la vida, y en esa preocupación hallar sentido para la
nuestra.
Hoy, luchar
por la vida al estilo de Jesús, es no dejar de buscar la justicia social
grande y la cotidiana, que haga de los hombres seres vivos y no sólo
sobrevivientes. Hoy, luchar por la vida es orar, pedir con descaro,
adorar tocando al Señor para arrancar de su corazón el torrente de la Vida,
experimentando de ese modo, que estamos en la causa de Dios por la Vida plena
del hombre, trabajando codo a codo.
Para discernir
¿Qué
puntos de contacto encuentro entre mi fe y la mujer enferma y el Padre de la
niña de este pasaje del evangelio?
¿Pongo
mi confianza sin medida en las manos del Señor?
¿Cómo
es mi oración y mi petición en las necesidades?
Repitamos a lo largo de este día
…Tú
cambiaste mi luto en danzas…
Para la lectura espiritual
…Si
tuviera que vivir sesenta, setenta, noventa años como máximo, ¿de qué me
aprovecharía? Cuando la vida es dura, ya es demasiado larga. Cuando es
agradable, resulta demasiado corta. No he sido hecho para esto. Estoy hecho
para la Vida, la Vida sin más ni menos. Y la vida no es la Vida si tiene que
verse truncada un día. No, la Vida dura para siempre; de otro modo, no es la
Vida. Justamente porque la muerte se ha infiltrado en mi cuerpo y tiende
continuamente trampas a mi vida, ha decidido Dios venir él mismo entre nosotros
para poner fin a esta intolerable injerencia en su obra, para hacer frente al
asesino y eliminarlo de una vez por todas, en un implacable cuerpo a cuerpo
[...]. Desde aquel día la muerte ya no es la muerte. Un perro puede morir, un
árbol también, incluso una estrella. Pero el corazón del hombre no puede morir.
Es imposible [...].
El
embrión crece, alimentado de continuo por su madre. La sangre de Cristo
alimenta en ti la Vida eterna, como afirma el sacerdote mientras introduce en
el cáliz un fragmento de la hostia. Así crece esta vida en ti por sí sola, como
la semilla, sin que ni siquiera te des cuenta, con la sola condición de que sea
continuamente alimentada. ¿Qué dice Jesús después de haber despertado a la
pequeña de doce años y de haberla puesto en los brazos de su madre, que la
creía muerta? «Dadle un pedazo de pan para comer». Es él mismo quien le da ese
pedazo de pan para que morir sea sólo un dormirse. ¡Qué ría también el mundo!
¿Acaso tiene un niño miedo de dormirse? ¿Es triste dormirse?…
D. Ange, La boda
de Dios, donde el pobre es rey, Milán 1985, pp. 251ss.
Para rezar
Oración
por la vida
Señor
de la vida: quiero vivir una vida que no termine
Señor
del amor: quiero amar sin límites.
Señor
de mis sueños quiero ser libre en plenitud de libertad.
Señor
de la esperanza quiero caminar sin llegar.
Aquí
me tenés, lleno de vida y entusiasmo;
aquí
me tenés con ganas de hacer algo bello por vos;
aquí
me tenés en busca de una entrega sin medida;
aquí
me tenés resistiéndome a morir por morir.
Lo
mío es vivir para siempre: lo dice tu Evangelio.
Lo
mío es vivir vida eterna: lo prometiste vos.
Lo
mío es vivir el amor que no muere: eso es lo tuyo.
Lo
mío es vivir tu vida nueva: la de tu Espíritu.
Lo
mío es vivirte a vos: Mi vida es tu Resurrección.
Vivo
la paz de tu Reino: camino hacia la plenitud.
Vivo
la verdad de tu Reino: camino hacia tu luz.
Yo
viviré para siempre: creo en tu vida eterna.
Yo
viviré para siempre: creo en mi resurrección.
Yo
viviré para siempre: creo en el reino prometido.
Yo
viviré para siempre: creo en el más allá.
Yo
viviré para siempre: creo en tu amor que nunca muere.
Yo
viviré para siempre: creo que me esperás al final.
Señor
Jesús, Señor resucitado: espero la vida eterna.
Señor
Jesús, Señor siempre joven, espero contra toda esperanza.
Emilio
Mazariegos
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