28 de marzo de 2021 - DOMINGO DE RAMOS – Ciclo B
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
BENDICION
DE RAMOS
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 11, 1-10
Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos,
cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un
asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien
les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: “El Señor lo necesita y lo va
a devolver en seguida.”»
Ellos fueron y
encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron.
Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan
ese asno?»
Ellos
respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le
llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos
extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban
en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban:
«¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que
ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!»
Palabra del Señor.
PARA
REFLEXIONAR
Jesús procedía de
su tierra de Galilea y se acercaba a Jerusalén para celebrar la fiesta
de la Pascua, fiesta que reunía a todos los judíos para recordar las
grandes obras que Dios había hecho por su pueblo elegido.
Con Jesús,
muchos se encaminaban también hacia Jerusalén. Gente de muchos lugares y
también muchos de Galilea que habían escuchado su predicación sobre el
Reino de Dios y lo habían visto acercarse a los pobres y a los débiles,
también lo habían visto curar a los enfermos y luchar contra la injusticia
y la mentira.
Jesús hace su
entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde burrito como había sido
profetizado por Zacarías muchos siglos antes. Es aclamado como enviado de Dios
con cantos mesiánicos y llenos de alegría porque este pueblo conocía bien las
profecías
Jesús admite el
homenaje. Aunque que para Él es un llamado a establecer un reino de paz y de
reconciliación sus partidarios se imaginan que es el inicio de un reinado
temporal como nación poderosa que acabe con el sometimiento de Israel a los
romanos.
Sin embargo, las
características de esta entrada “triunfal” no tienen nada de
triunfalistas. Jesús no se presenta como un vencedor al frente de un
regimiento, sino como un rey pacífico. Esta entrada representó para Jesús la
entrada en su pasión.
Hoy las palmas
anuncian victoria y triunfo: “¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor! ¡Bendito el Reino que llega!”. Porque hacia la Pascua caminamos, seguros
de que después de la cruz explotará el ¡Aleluya! de la resurrección.
Al conmemorar
ritualmente este episodio de la vida de Cristo, nosotros deseamos proclamar que
Jesús es nuestro Rey. Pero su realeza no consiste en la posesión de un
dominio universal humano sino que ha sido conquistada al precio del
sacrificio de su propia vida.
Participar en
esta liturgia hace posible que también nosotros formemos parte de la
muchedumbre que lo acompañó aquel día. Nosotros, hoy, también aclamamos a Jesús
y queremos que su camino, su estilo, su manera de hacer, sea también la
nuestra porque reconocemos, aunque nos cueste, que son los únicos que valen la
pena.
Nosotros, hoy,
sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz. Sabemos
que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán
bien recibidas por los poderes de este mundo y que lo condenarán a una
muerte terrible.
Nosotros, hoy,
al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y nuestras palmas que le
agradecemos su amor fiel hasta la muerte, amor del que nacerá vida por
siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos.
Su amor es más
fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado. Nuestro caminar al lado de
Jesús con tantos hermanos en la fe que tienen nuestros mismos gozos y
esperanzas, nuestros mismos anhelos e inquietudes a lo largo de esta semana, es
el mejor discipulado para nuestra vida de cada día.
Que estos ramos
y palmas que tenemos en las manos sean, hoy y cada día, la señal
de nuestra fe, la señal de nuestra alegría de seguir a Jesús, la señal de
nuestra convicción profunda de que su camino es el único camino de vida y
de salvación para siempre.
Jesús quiere
también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura
humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo
bien hecho, con nuestra alegría serena y con nuestra sincera preocupación por
los demás.
MISA
Lectura del
libro del profeta Isaías 50, 4-7
El mismo Señor
me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado
con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo
escuche como un discípulo.
El Señor abrió
mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me
golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor
viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro
como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)
R. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven,
se burlan de mí,
hacen una mueca
y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el
Señor, que él lo libre;
que lo salve, si
lo quiere tanto.» R.
Me rodea una
jauría de perros,
me asalta una
banda de malhechores;
taladran mis
manos y mis pies.
Yo puedo contar
todos mis huesos. R.
Se reparten
entre sí mi ropa
y sortean mi
túnica.
Pero tú, Señor,
no te quedes lejos;
tú que eres mi
fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo anunciaré tu
Nombre a mis hermanos,
te alabaré en
medio de la asamblea:
«Alábenlo, los
que temen al Señor;
glorifíquenlo,
descendientes de Jacob;
témanlo,
descendientes de Israel.» R.
Lectura de la
carta del apóstol san Pablo
a los cristianos
de Filipos 2, 6-11
Jesucristo, que
era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que
debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con
aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de
cruz.
Por eso, Dios lo
exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de
Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.»
Palabra de Dios
Pasión de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47
Buscaban la
manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte
C. Faltaban
dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos
sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia,
para darle muerte. Porque decían:
S. «No lo
hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo.»
Ungió mi cuerpo
anticipadamente para la sepultura
C. Mientras
Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer
con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco,
derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que
estaban allí se indignaron y comentaban entre sí:
S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más
de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres.»
C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo:
+ «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los
pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran,
pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo
anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la
Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella
hizo.»
Prometieron a
Judas Iscariote darle dinero
C. Judas
Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a
Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba
una ocasión propicia para entregarlo.
¿Dónde está mi
sala,
en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?
C. El
primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima
pascual, los discípulos dijeron a Jesús:
S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
C. El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
+ «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un
cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro
dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis
discípulos?” El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con
almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
C. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo
como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Uno de ustedes
me entregará, uno que come conmigo
C. Al
atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo, dijo:
+ «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come
conmigo.»
C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:
S. «¿Seré yo?»
C. El les respondió:
+ «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo
del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo
del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
Esto es mi
Cuerpo. Esta es mi Sangre, la Sangre de la alianza
C. Mientras
comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo:
+ «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de
ella. Y les dijo:
+ «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el
vino nuevo en el Reino de Dios.»
Antes que cante
el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces
C. Después
del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les
dijo:
+ «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré
al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes
que ustedes a Galilea.»
C. Pedro le dijo:
S. «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré.»
C. Jesús le respondió:
+ «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por
segunda vez, me habrás negado tres veces.»
C. Pero él insistía:
S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»
C. Y todos decían lo mismo.
Comenzó a sentir
temor y a angustiarse
C. Llegaron
a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
+ «Quédense aquí, mientras yo voy a orar.»
C. Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor
y a angustiarse. Entonces les dijo:
+ «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando.»
C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser
posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía:
+ «Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se
haga mi voluntad, sino la tuya.»
C. Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a
Pedro:
+ «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una
hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.»
C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al
regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño,
y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:
+ «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en
que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»
Deténganlo y
llévenlo bien custodiado
C. Jesús
estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado
de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas
y los ancianos. El traidor les había dado esta señal:
S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien
custodiado.»
C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro.» Y lo besó. Los otros
se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la
espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les
dijo:
+ «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron.
Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras.»
C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto
solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó
desnudo.
¿Eres el Mesías,
el Hijo de Dios bendito?
C. Llevaron
a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes,
los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior
del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores,
calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban
un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo
encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él,
pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
S. «Nosotros lo hemos oído decir: “Yo destruiré este Templo hecho por la
mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por
la mano del hombre.”»
C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote,
poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
S. «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?»
C. El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo
interrogó nuevamente:
S. «¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?»
C. Jesús respondió:
+ «Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha
del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo.»
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la
blasfemia. ¿Qué les parece?»
C. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron
a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían:
S. «¡Profetiza!»
C. Y también los servidores le daban bofetadas.
Se puso a
maldecir
y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando
C. Mientras
Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:
S. «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno.»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando.»
C. Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los
presentes:
S. «Éste es uno de ellos.»
C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí
dijeron a Pedro:
S. «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo.»
C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre
del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro
recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por
segunda vez, tú me habrás negado tres veces.» Y se puso a llorar.
¿Queréis que os
ponga en libertad al rey de los judíos?
C. En
cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos,
los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo
entregaron a Pilato. Este lo interrogó:
S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo
interrogó nuevamente:
S. «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!»
C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a
Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del
pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos
que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y
comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo:
S. «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?»
C. El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por
envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad
de Barrabás. Pilato continuó diciendo:
S. «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los
judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás;
y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado.
Hicieron una
corona de espinas y se la colocaron
C. Los
soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la
guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y
se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo:
S. «¡Salud, rey de los judíos!»
C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la
rodilla, le rendían homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el
manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir
para crucificarlo.
Condujeron a
Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron
C. Como
pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba
del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un
lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo.»
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo
crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver
qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La
inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos.»
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Ha salvado a
otros y no puede salvarse a sí mismo
C. Los que
pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían:
S. «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y
decían entre sí:
S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el
rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!»
C. También lo insultaban los que habían sido crucificados con Él.
Jesús, dando un
gran grito expiró
C. Al
mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora,
Jesús exclamó en alta voz:
+ «Eloi, Eloi, lamá sabactani.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías.»
C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de
una caña le dio de beber, diciendo:
S. «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo.»
C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
Aquí todos se
arrodillan, y se hace una breve pausa.
C. El velo
del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión
que estaba frente a él, exclamó:
S. «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»
C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas
estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y
Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y
muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
José hizo rodar
una piedra a la entrada del sepulcro
C. Era día
de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de
Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios-
tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de
Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le
preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana,
bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro
cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del
sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían
puesto.
Palabra del Señor.
PARA
REFLEXIONAR
Ramos y Pasión,
gozo y tristeza, vida y muerte son el contraste en nuestro andar de cada día.
La fiesta de hoy tiene palabras y sentimientos encontrados: ramos de alabanza y
de aclamación junto a la muerte en el Gólgota.
La Cruz es signo
de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino de la muerte.
Pero para el creyente, su muerte es la señal luminosa de vida, de entrega,
de victoria.
Las lecturas de
hoy nos centran en el gran modelo del camino pascual, Cristo Jesús, solidario
con sus hermanos, se entrega hasta la muerte y alcanza Nueva Vida para Él y
toda la comunidad creyente.
La primera
lectura está tomada del tercer canto del Siervo de Yahvé del libro de Isaías.
Oímos al siervo que escucha la palabra desde la mañana abriendo el oído y sin
rebelarse. Escuchar la palabra significa también aceptar los acontecimientos
por más duros que sean. Le golpean la espalda, las mejillas y se deja mesar la
barba. No oculta su rostro a insultos ni salivazos. Vemos en estos versos la
historia misma de la Pasión de Jesús. Pero El Señor viene en ayuda del siervo
obediente que no queda avergonzado.
En el himno de
la segunda lectura Pablo presenta cómo Cristo ha bajado, en su solidaridad con
nosotros, hasta la renuncia total y la humillación de la cruz, pero ha sido
elevado por el Padre hasta la gloria. Estamos en el corazón mismo de la fe
cristiana. Y Pablo trae este himno para animarnos a que nuestros sentimientos
sean los mismos que los de Cristo Jesús.
En el Evangelio
escuchamos el relato de la pasión de Jesús que es la cumbre del mensaje de este
domingo. Jesús ha seguido el camino de la Cruz que lleva a la resurrección. Un
camino solidario, arquetipo de todo el dolor de la humanidad, y también del
estilo con que Dios salva.
Esta pasión de
Cristo es la epifanía de la pasión de Dios por los hombres. En Jesús, en su
vida, en sus palabras, en sus milagros, pero sobre todo en su entrega y
muerte, se hace evidente para los cristianos todo el misterio insondable del
amor de Dios por todos los hombres. El Hijo del Hombre “por nosotros, y por
nuestra salvación fue crucificado, muerto y sepultado”.
En la Iglesia
continúa la pasión de Cristo, porque la comunidad cristiana es el lugar de la
lucha contra el mal. La Iglesia debe recoger todos los sufrimientos de los
hombres y batallando ferozmente contra los egoísmos y las faltas de amor debe
convertirse en lugar de encuentro, perdón, reconciliación y crecimiento. Ningún
dolor humano debe ser extraño a la Iglesia. La pasión de Cristo continúa hoy en
todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico, moral o
espiritual. En los millones de hombres y mujeres que injusta e inocentemente son
reducidos a la miseria, a la muerte de hambre, a la muerte violenta impuesta
desde ideas o intereses inconfesables, en cada víctima del terrorismo, en cada
muerto de hambre o por la droga, en cada muerto en soledad y abandono, siguen
andando en carne viva los pasos de la pasión de Jesús.
Por eso, el
único signo creíble de los discípulos de Cristo de lucha contra el pecado es la
“compasión” efectiva con todo el dolor de la humanidad.
Cristo ha
asumido la vida del hombre en su totalidad, con dolor y muerte incluidos.
Nuestra contemplación de Cristo en la cruz será auténtica si nos hace
verdaderamente más humanos: cargando los dolores de los hombres, luchando
solidariamente para disminuir el sufrimiento de los demás y viviendo
esperanzadamente nuestra vida de cada día.
PARA
DISCERNIR
¿Me cuesta
descubrir la presencia de Dios en el dolor y el sufrimiento?
¿Alejo de mí
todo lo que suene a dificultad o sacrificio?
¿Qué cosas
buenas o necesarias he dejado de lado por miedo al sufrimiento?
¿He claudicado
en la búsqueda de la verdad y del bien por miedo al dolor?
REPITAMOS
A LO LARGO DE ESTE DIA
“Se humillaba y
no abría la boca” (Is 53,7a).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
…Cuando no
aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras
opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su
suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a
nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz,
le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra- que no
lo conocemos.
¿Acaso no nos
sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de
Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el
arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el
único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don
de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de
todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga
ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de
arrepentirnos: así es su misericordia…
(A. M. Cánopi.
Pasión de Jesús según Mateo y “Vía Crucis”,
(B. Casale Monf.
1994, 23s).
PARA
REZAR
Tu voluntad
Dentro de mí
siento muchas veces
la rebeldía de
quien no se conforma.
Tu voluntad trae
momentos de intensa
alegría, pero
tiene también el peso
de muchas
cruces.
Por eso no soy
coherente con tu sí.
No me gusta
cargar con el peso,
ni escuchar un
no como respuesta,
aun cuando “no”
venga de ti.
Aún no aprendí a
sonreír
en los momentos
de dolor y a mantener
la serenidad a
la hora de la presión.
Termino pidiendo
que hagas lo que yo quiero,
de la manera que
lo quiero,
y en el tiempo
que yo quiero.
La mía es aún
una voluntad caprichosa y rebelde.
Aún no entendí
que tienes un plan para mí.
Dios del sí, y
del no: enséñame a decir sí.
Amén.
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