1 de abril de 2021 - JUEVES SANTO
Nos amó sirviendo y nos salvó amándonos
Lectura del
libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14
El Señor dijo a
Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto: «Este mes será para ustedes el mes
inicial, el primero de los meses del año. Digan a toda la comunidad de Israel:
“El diez de este
mes, consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia. Si
la familia es demasiado reducida para consumir un animal entero, se unirá con
la del vecino que viva más cerca de su casa. En la elección del animal tengan
en cuenta, además del número de comensales, lo que cada uno come habitualmente.
Elijan un animal
sin ningún defecto, macho y de un año; podrá ser cordero o cabrito. Deberán
guardarlo hasta el catorce de este mes, y a la hora del crepúsculo, lo inmolará
toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después tomarán un poco de su
sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las
casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada al fuego, con
panes sin levadura y verduras amargas.
Deberán comerlo
así: ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la
mano. Y lo comerán rápidamente: es la Pascua del Señor.
Esa noche yo
pasaré por el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto
hombres como animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo
soy el Señor.
La sangre les
servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al verla, yo
pasaré de largo, y así ustedes se librarán del golpe del Exterminador, cuando
yo castigue al país de Egipto.
Este será para
ustedes un día memorable y deberán solemnizarlo con una fiesta en honor del
Señor. Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución
perpetua.”»
Palabra de Dios.
SALMO Sal
115, 12-13. 15-16bc. 17-18 (R.: cf. 1Cor 10, 16)
R. El
cáliz que bendecimos es la comunión de la Sangre de Cristo.
¿Con qué pagaré
al Señor
todo el bien que
me hizo?
Alzaré la copa
de la salvación
e invocaré el
nombre del Señor. R.
¡Qué penosa es
para el Señor
la muerte de sus
amigos!
Yo, Señor, soy
tu servidor,
tu servidor, lo
mismo que mi madre:
por eso rompiste
mis cadenas. R.
Te ofreceré un
sacrificio de alabanza,
e invocaré el
nombre del Señor.
Cumpliré mis
votos al Señor,
en presencia de
todo su pueblo. R.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo
a los cristianos
de Corinto 11, 23-26
Hermanos: Lo que
yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente:
El Señor Jesús,
la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»
De la misma
manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora
mía.»
Y así, siempre
que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que
él vuelva.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del
santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la
fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los
amó hasta el fin.
Durante la Cena,
cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito
de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que
él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el
manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un
recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la
toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó
a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»
Jesús le
respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo
comprenderás.»
«No, le dijo
Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!»
Jesús le
respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.»
«Entonces,
Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la
cabeza!»
Jesús le dijo: «El
que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está
completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.» El sabía
quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están
limpios.»
Después de
haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo:
«¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y
Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»
Palabra del
Señor.
Para
reflexionar
“Habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”
Jesús se reúne
con sus discípulos. La cena de aquella noche era la cena del pueblo liberado,
la gran fiesta del pueblo de Israel que se reunía para repetir y volver a hacer
presente que el Señor, con brazo poderoso, liberó las débiles tribus hebreas de
la esclavitud del faraón. El Señor había hecho suya la causa de los pobres,
para hacerlos salir hacia una nueva tierra, una tierra que había de ser
construida en la solidaridad, en la justicia, en la fraternidad.
La carne de
aquel cordero, asada y comida sin perder tiempo, las verduras amargas de la
aflicción, son los signos repetidos año tras año, que le recuerda al pueblo
quién es el Dios en quien hay que creer, quién es el Dios verdadero.
Jesús y los
discípulos, seguramente desde pequeños, han celebrado este memorial, y han repetido
la memoria del Dios que libera, del Dios que siempre se coloca a favor de los
débiles. Pero esta noche, el memorial de la liberación está tomando un sentido
nuevo, un significado distinto, porque en el horizonte cercano, se vislumbra ya
la muerte, el término de aquella historia de entrega total, de anuncio de una
nueva manera de vivir, de proclamación del amor infinito de Dios para todos los
hombres.
El evangelio de
Juan no habla de la Eucaristía como lo hacen los sinópticos. Para Juan, la
Nueva Pascua tendrá como fundamento el amor y el servicio. En este contexto,
como primer gran signo; Jesús se levanta de la cena y se pone a lavar los pies
a los discípulos.
La vida entera
de Jesús está resumida en este gesto: sus palabras, sus milagros, su amistad
con los pecadores, su llamada a la conversión, su defensa de la verdadera vida
humana, su simplicidad y su fuerza, su muerte, toda su vida es vida de comunión
con los hombres, de servicio.
“Habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”
El gesto de
Jesús tiene la cruz en el horizonte. Se quita el manto, así como le serán
quitados los vestidos, los amigos e incluso su vida misma, en la última y más
grande manifestación de su amor. El lavado ritual de los pies para purificarlos,
que habitualmente hacían los esclavos, es eco de todo el evangelio: la
purificación del leproso, la liberación del endemoniado, la curación del ciego,
la resurrección del joven, la libertad vivida y comunicada. La vida entera de
Jesús, su muerte y resurrección, han sido la purificación del hombre, la
recuperación de nuestra vida, la liberación de nuestras esclavitudes, la nueva
realización de la paz, la alegría, la esperanza, la libertad fundada en un amor
de servicio. La purificación para poder sentarse a la Mesa del Reino, donde los
hombres se sirven unos a otros; la humanidad renovada en el amor.
Los que quieran
ser sus discípulos también tienen que hacerlo. Es la primera respuesta a
aquella pregunta que, ante este gesto y el anuncio de su muerte, anidaba en el
corazón de los discípulos. La muerte de Jesús, muestra cuál es la manera de
vivir que realmente merece la pena: poner la vida entera a los pies de los
demás, al servicio de los demás. Él lo hizo totalmente: su cruz constituye el
testimonio definitivo.
Y después,
Jesús, realiza otro gesto. Toma pan, toma el vino, y lo parte y lo reparte a
sus discípulos y nos invita a repetir esta comida, y a reconocer su presencia
permanente, viva, activa, transformadora para todos.
Es la segunda
respuesta a la pregunta sobre el sentido de su muerte. En ese gesto de amor
tejido sobre el pan y el vino: el alimento y la alegría, la carne y la sangre;
Jesús, se deja a sí mismo para permanecer siempre con los suyos, para que nunca
se encuentren solos ni desamparados en medio del duro combate de la vida y
reciban fuerza para amar y entregarse hasta la muerte.
El pasado se
mantiene vivo y nos proyecta hacia el futuro. Con el lavatorio de los pies,
Jesús nos muestra quién es Dios; no el soberano sentado en un trono lejano,
sino el Dios que en Jesús se ha puesto al servicio del hombre. Con el gesto de
lavar los pies, Jesús ha elevado al hombre hasta Dios, ha hecho a todos iguales
y libres. Sus discípulos tendremos la misma misión: crear una comunidad de
hombres iguales y libres. El poder que se pone por encima del hombre, se pone
por encima de Dios. Jesús destruye toda pretensión de poder humano, que no es
un valor, al que Él renuncia por humildad, sino una injusticia que no puede
aceptar.
Jesús, desde
este nuevo mandamiento y desde su presencia en los dones de pan y vino, le dejó
a la comunidad de sus discípulos la posibilidad de vivir siempre la nueva
alianza con el Dios Salvador, como realización del Reino definitivo que había
anunciado y realizado. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los
discípulos es entrar en el destino histórico de Jesús, que es la historia misma
de Dios, su Reino, que se realiza definitivamente en la manifestación suprema
del amor hecho servicio generoso y cotidiano.
Jesús que expresó
la grandeza de su amor con su propia vida, nos muestra la medida del verdadero
amor. La medida de nuestro amor a los demás es la medida en que Jesús nos ha
amado y esto que parece imposible se puede hacer realidad si nos identificamos
con Él.
Cuando nos reunimos
y comemos este pan y bebemos este cáliz, proclamamos a Jesús, muerto por amor,
vivo para siempre a nuestro lado, fuerza para nuestro camino de hombres y
mujeres que queremos seguirlo y seguimos buscando un mundo y una vida distinta.
Comulgar con Cristo,
supone comprometerse como Él a aceptar el papel de servidores en favor de
todos. Para el discípulo, la construcción de un mundo solidario y justo está
esencialmente ligada con la celebración de la Eucaristía. Sin justicia no hay
Eucaristía, y no hay justicia que redima sin Eucaristía que la sostenga.
El amor de Jesús
es el mismo amor con que Dios ama a los hombres; Dios ama a los hombres
“lavándoles los pies”. El Dios que nos muestra Jesús es un Dios servidor de los
hombres, que acepta estar por debajo de éstos para, desde abajo, poder
levantarlos, elevarlos. En esta nueva humanidad, todos los hombres son
igualmente señores, porque todos son igualmente servidores; y quien quiera ser
discípulo no tiene otra tarea que continuar sirviendo para continuar creando condiciones
de libertad, de igualdad, de fraternidad entre todos los hombres.
La comunidad
cristiana verdadera, se define por su capacidad de servicio, y no por
la grandeza de sus estructuras, ni por el brillo de sus logros. Sentirse
hermano del otro, es sentir la alegría del servicio que nunca es humillación,
sino verdadera grandeza. El servicio, vivido desde la fraternidad, convierte al
cristiano en otro Jesús y la vida diaria en manifestación del Reino.
Para
discernir
¿Vivo cotidianamente
la unidad entre el gesto del lavado de los pies, la Eucaristía y la muerte de
Jesús en la Cruz?
¿Qué servicios
concretos me está pidiendo Jesús en este momento de mi vida?
¿Qué gestos
concretos de amor humilde y servicial podría hacer para aliviar el dolor de mis
hermanos que sufren y para dar repuestas a sus necesidades?
Repitamos
a lo largo de este día
…Nos ha dado el
ejemplo, para que hagamos lo mismo…
Para
la lectura espiritual
…El día de
Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el
pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre.
Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don
suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que
lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su
sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo
Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos
cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní,
tan cercanos a él como
María Magdalena
cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el
que nos causa más extrañeza.
El día de Jueves
Santo [...] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se
levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos
mostró algo de la divina bondad. Jesús nos revela en qué consiste lo divino.
Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran
bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría
ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.
Si esta bondad
divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No
deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros,
y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la
caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la
acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan
necesidad…
B. Hume, EI misterio y el absurdo, Casale
Monf. 1999, 107s.
Para
rezar
Jesús Cristo,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo;
Ten piedad de nosotros.
Jesús Cristo, Cordero de Dios, nos ponemos en oración;
inclinamos toda nuestra vida delante tuyo.
Jesús Cristo, Cordero de Dios, tócanos con tu amor.
Y en tu gracia
permite que de tal manera participemos del pan y del vino;
Que seamos más semejantes a vos.
Jesús Cristo, Cordero de Dios,
queremos
compartir el pan y el vino
como vos lo
hiciste con tus discípulos
cuando
anticipaste de esa manera
la ofrenda de tu
propia vida en la cruz.
Ofrenda grata a los ojos del Padre.
Ofrenda única y
definitiva por la que somos hijos de Dios.
Jesús Cristo, Cordero de Dios;
signo de la Pascua
que se hace real en tu cuerpo y en tu sangre;
Cuerpo que se da por nosotros,
sangre del Nuevo
Pacto derramada para nuestra salvación.
Jesús Cristo, Cordero de Dios te alabamos y te bendecimos
porque en tu
entrega confirmamos los hechos poderosos de Dios:
como cuando Dios sacó a su pueblo de la esclavitud
y el dolor
guiándolo por el desierto
hacia lugares de
esperanza y plenitud.
Jesús Cristo, Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
danos la
santidad que nos compromete
con los desiertos
de los seres humanos.
Que no decaigamos
en la fe.
Que no
prostituyamos la esperanza.
Que no perdamos
la comunión con tu Cuerpo que es tu
Iglesia. Que no claudiquemos en el servicio.
Que en las cimas de la soberbia y la autosuficiencia
miremos a Jesús
Cristo, haciéndose siervo,
lavando nuestros
pecados.
Amén
Carlos Enrique
García
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