30 de enero de 2021 TO – SÁBADO DE LA III SEMANA
¿Por qué
tienen miedo?
Lectura
de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19
Hermanos:
La
fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las
realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados
dignos de aprobación. Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios,
partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por
la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo
mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham
esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es
Dios.
También
por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada,
porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y
de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las
estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Todos
ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las
vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos
en la tierra. Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria; y
si hubieran pensado en aquella de la que habían salido, habrían tenido
oportunidad de regresar. Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la
celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de llamarse «su Dios» y, de hecho,
les ha preparado una Ciudad.
Por
la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él
ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había
anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció,
porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso
recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra
de Dios.
SALMO
Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75 (R.: cf. 68)
R. ¡Bendito
sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó a su Pueblo!
Nos
ha dado un poderoso Salvador
en
la casa de David, su servidor,
como
lo había anunciado mucho tiempo antes
por
boca de sus santos profetas. R.
Para
salvarnos de nuestros enemigos
y
de las manos de todos los que nos odian.
Así
tuvo misericordia de nuestros padres
y
se acordó de su santa Alianza. R.
Se
acordó del juramento que hizo a nuestro padre Abraham
de
concedernos que, libres de temor,
arrancados
de las manos de nuestros enemigos,
lo
sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada,
durante
toda nuestra vida. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41
Al
atardecer de aquel día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra
orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba.
Había otras barcas junto a la suya.
Entonces
se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba
llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron
y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose,
él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó
y sobrevino una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no
tienen fe?»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Para
animar en la perseverancia a sus lectores, el autor de la carta les pone
delante unos modelos del AT, personas que han tenido fe y han sido fieles a
Dios en las circunstancias más difíciles.
“La
fe es anticipo de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”.
La fe es paradojal: nos hace «poseer» ya lo que no tenemos, y además nos hace
“conocer”, lo está fuera de la capacidad de nuestros sentidos. La fe es un
dinamismo vital, extraordinario con un nuevo modo de conocimiento.
Gracias
a la fe, Abraham obedeció a la llamada de Dios partiendo sin saber adónde iba,
con la esperanza en la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios.
La
fe es confiar en la palabra de alguien, es ponerse en camino, es avanzar en la
noche hacia la luz, es esperar una vida donde todo será “edificado sobre el
amor”. La fe es trabajar haciendo todo como si no se esperase nada de Dios,
sabiendo que de Él lo poseemos todo. La fe es poder morir pensando que la
muerte no es caída en el vacío, sino en las manos del Padre que nos regala una
patria mejor.
***
El
evangelio de Marcos ejemplifica el tema de la fe. Después de las parábolas,
empieza aquí una serie de cuatro milagros de Jesús, para demostrar
verdaderamente que el Reino de Dios ya ha llegado y está actuando. Estos
milagros no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los
discípulos para educarlos en la fe.
Jesús
deja la Galilea, donde desde ahora la gente lo acosa. Va con sus discípulos a
la región pagana, de los Gerasenos, país de misión donde la Palabra de Dios no ha
sonado todavía. Suben a la barca para pasar a la otra orilla y se desata la
tormenta.
El
mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. Las olas se
echaban sobre la barca, de tal modo que parecía hundirse y Jesús en la popa
continúa durmiendo. Los discípulos reprochan a Jesús por su poco interés, y Él
a su vez les reprocha su poca fe.
Ellos
creían que estar con Jesús, los libraba de todo problema o calamidad. Este fue
el momento del desencanto y de la provocación a la fe. Se dieron cuenta que aun
junto a Jesús, las olas pueden ser muy fuertes y hacer estremecer la barca.
Jesús los lleva a la aventura de poder enfrentarse a la vida con fe.
Cuando
Marcos escribe este evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de
persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de
fuera, crisis y tempestades que nos zarandean.
Frente
a la realidad de la persecución y del miedo, el evangelista se sirve del
testimonio de algunos creyentes que manifiestan que Jesús durante su vida
histórica, en algún momento, se enfrentó con las fuerzas de la naturaleza
cuando ellas eran incontrolables. Jesús se enfrenta a los poderes del mal,
haciendo prevalecer la vida allí donde la muerte quiere imponer su dominio y su
imperio.
Una
tempestad es un buen símbolo de muchas crisis humanas, personales y sociales.
Muchas veces experimentamos en nuestra vida, tanto en la personal como en la
comunitaria y eclesial, la presencia tormentosa de acontecimientos o
situaciones que nos llevan a remar contra fuertes corrientes, con la impresión
de que todo parece que se hunde. Mientras Dios parece que duerme.
A
los cristianos, no se nos ha prometido una travesía apacible en el mar de esta
vida. La fe no es un depósito del que vamos sacando recetas para solucionar
todos los males. La fe no nos libera de la dureza del camino, de la búsqueda
compartida, del remar contra corriente, pero nos mantiene en la seguridad de
que el Señor está con nosotros.
La
fe es hoy una “reserva de confianza” en el mar embravecido de la vida. Cristo
Jesús está presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el
fin del mundo. Su Espíritu es el animador de la Iglesia y de la historia.
Cristo
con su muerte y resurrección aparece como el vencedor del mal. Con Él nos ha
llegado la salvación de Dios. La fe es despertar cotidianamente al Cristo que
está durmiendo dentro de nosotros.
Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
A pesar de las dificultades, Dios jamás se ha olvidado de nosotros; Él va
siempre como compañero de viaje en nuestra vida. Sin embargo Él no está con
nosotros para suplir lo que a cada uno corresponde realizar. Cada uno de nosotros,
debe aportar todo su esfuerzo, toda su vida, para construir un mundo que no se
quede estancado en el egoísmo, ni se resigne con lo que ya logró; siempre será
necesario ir más allá.
Los
signos de su compañía y presencia serán el esfuerzo por hacer de este mundo un
signo cada vez más claro del Reino de Dios, en que todos disfrutemos de la paz
y vivamos la solidaridad, la comunión fraterna y la justicia auténtica.
PARA DISCERNIR
¿Creemos
también en tiempos de crisis?
¿Sentimos
la ausencia de problemas como garantía de su cercanía?
¿Cuándo
nuestros cálculos fallan, sentimos que Dios nos ha abandonado?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Fortalece
mi fe
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…
“El amor irradia, es el origen primero y siempre nuevo de todo vivir. Por
amor hemos nacido; por amor vivimos; ser amados es alegría de la vida; no serlo
y no ser capaz de amar es infinita tristeza.
La
comunidad es la casa del amor: ella traduce, en el orden concreto de los días,
la verdad de la historia del amor. No es una, sino muchas las gratuidades que
se requieren para hacer un camino común; a cada uno le incumbe la urgencia de
comenzar a amar. Quien piense que no tiene necesidad de los otros se quedará en
la soledad de una vida sin amor; quien se pone a aprender del otro y se hace
mendigo de amor construye vínculos de paz y hace crecer a su alrededor la
comunión con todos. Esto expresa ya de algún modo qué grande es la fatiga que
supone amar: si tuviéramos que tener en cuenta el vasto mundo de las relaciones
humanas, la evidencia del fracaso del amor aparecería hasta inquietante. Aunque
ha sido hecho para amar, parece ser que el hombre no es capaz de hacerlo;
aunque ha sido originado por el amor, parece ser que ya no es capaz de suscitar
amor. ¿Quién hará al hombre capaz de amar? Nos volvemos capaces de amar cuando
nos descubrimos amados previamente, envueltos y conducidos por la ternura del
Amor hacia un futuro, un futuro que el amor construye en nosotros y para
nosotros: hacer este descubrimiento es creer y confesar la Trinidad del Dios
cristiano.
La
fe viene a escrutar en las profundidades del misterio, en la escuela del santo
relato de la cruz y de la resurrección del Señor, el eterno manar del Amor en la
figura del Padre, principio sin principio, gratuidad pura y absoluta, que da
comienzo a todo en el amor y no se detiene ni siquiera ante el doloroso rechazo
de la infidelidad y del pecado. Y junto al eterno Amante, la fe cuenta del
Hijo, el eternamente Amado, que con su vida en la carne, vivida en obediencia
filial, nos hace capaces de pronunciar el «sí» de la fe a la iniciativa de la
caridad de Dios. Junto con el Amante y con el Amado contempla la fe la figura
del Espíritu, que une a ambos con el vínculo del Amor eterno y, al mismo
tiempo, les abre al don de sí, al generoso éxodo de la creación y de la
salvación: el Espíritu Santo, éxtasis de Dios, viene a liberar el amor, a
hacerlo siempre nuevo y radiante” …
B. Forte, En
memoria del Salvador,
Cinisello B.
1992, pp. 175-182, passim.
PARA REZAR
Creemos
en Dios, creador de la vida,
quien
sostiene lo creado y lo guarda de la destrucción;
que nos manda a trabajar, mantener y enriquecer la creación;
que
nos llama a una vida
obediente, sirviéndole, en medio de la gente;
que
nos guiará en medio de los conflictos de este
mundo; que por su Espíritu Santo congrega a los cristianos
y
sostiene a su Iglesia y la renueva
para que sea una comunidad ejemplar entre los hombres;
que
en Jesucristo nos salva; que
en él nos muestra la persona nueva,
que
ama y vive por los demás sirviendo hasta el sacrificio;
que no tolera la injusticia ni la hipocresía
y
nos libra de caer en ellas; que nos juzga y nos corrige;
que
nos da poder para luchar en medio de la adversidad y el peligro;
que
levanta: personas en todas las épocas
para
luchar por un mundo de amor, justicia y paz; que nos
libra del odio en medio de la lucha;
que
cada día nos anticipa la esperanza
de
su reino de amor, que viene.
Amén
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