2 de noviembre de 2020 – TO – LUNES DE LA XXXI SEMANA
2 de noviembre - Conmemoración
de los fieles difuntos
Yo soy el camino
la verdad y la vida
Lectura
del libro del Apocalipsis. Ap 21,1-5a.6b-7.
Yo,
Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia
que se adorna para su esposo.
Y
escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios
con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con
ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.
Y
el que estaba sentado en el trono dijo: -«Ahora hago el universo nuevo». Yo soy
el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Los sedientos beberán de balde de la
fuente de agua viva. El que ha vencido es heredero universal: yo seré su Dios y
él será mi hijo.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 129, 1-8
R:
A ti, Señor, elevo mi alma.
¡Cuánto
me han asediado desde mi juventud
que
lo diga Israel,
cuánto
me han asediado desde mi juventud,
pero
no pudieron contra mí! R.
Clavaron
un arado en mis espaldas
y
abrieron largos surcos.
Pero
el Señor, que es justo,
rompió
el yugo de los impíos. R.
¡Retrocedan
llenos de vergüenza
todos
los que aborrecen a Sión:
sean
como la hierba de los techos,
que
se seca antes de ser arrancada! R.
Con
ella, el segador no llena su mano,
ni
cubre su pecho el que ata las gavillas.
Y
nadie comenta al pasar:
“El
Señor los ha bendecido”. R.
Descienda
sobre ustedes nuestra bendición,
en
el nombre del Señor. R.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 15, 20-23
Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte
vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la
resurrección.
En
efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo,
cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego,
aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
24, 1-8
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los
perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del
sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras
estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con
vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a
levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les
decía cuando aún estaba en Galilea: “Es necesario que el Hijo del hombre sea
entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al
tercer día”". Y las mujeres recordaron sus palabras.
Palabra de Dios.
PARA REFLEXIONAR
La
primera lectura lleva nuestros pensamientos hacia la eternidad, se abren ante
nosotros perspectivas de aquel “nuevo cielo” y de aquella “nueva tierra”,
que serán la “morada de Dios entre los hombres”; donde “Dios enjugará las
lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, no habrá duelo, ni
gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado”. Esta es
ya realidad vivida, por la inmensa multitud de los santos, que en el cielo
gozan del encuentro con Dios.
***
Pablo
habla del hecho histórico de la resurrección de Jesucristo para resaltar su
valor salvífico, viendo en esa resurrección el principio de la nueva creación.
Cristo resucita, pero resucita como “primicias” de los muertos, y por su unión
a Él viven ahora ya “nueva vida” y resucitarán todos los que han creído en él.
Es el nuevo Adán que arrastra consigo a toda la humanidad hacia la justicia y la
vida.
***
La
perspectiva última para el cristiano no es la muerte, sino la vida. Y la
vida eterna; esa es su esperanza, una participación plena más allá de los
límites de la vida presente y más allá de la muerte, en la vida misma
infinita de Dios.
En
la certeza de la resurrección de Jesús radica la serenidad del cristiano frente
a la muerte. Serenidad que no se confunde con insensibilidad o resignación
apática; muy por el contrario es el convencimiento firme de que la muerte,
contrariamente a lo que parece, no tiene la última palabra. La muerte ha
sido vencida por la vida nueva del resucitado.
Por
eso, la invitación a creer que hace Jesús en el Evangelio, significa creer en
un amor que está más allá de las debilidades humanas. Un amor que es más
fuerte que cualquier mal que los hombres podemos hacer. Un amor que es
vida para siempre, esperanza que no falla, confianza infinita.
Creemos
que Dios ha venido a vivir en medio de nosotros, creemos que Dios ha
vivido nuestra misma vida, con sus angustias y dolores, con sus
ilusiones y esperanzas, en la persona de su Hijo. Nuestra misma vida,
vivida con un amor infinito, totalmente entregado a un amor hasta la muerte. Un
amor que ha vencido, definitivamente, el mal, el dolor y la muerte misma.
Un amor que es resurrección, vida nueva para siempre.
Los
cristianos, cuando recordamos a nuestros difuntos, lo hacemos mirando a
Jesús, muerto en la cruz por amor, que ha resucitado, y que vive por
siempre, y que nos llama a todos a compartir su vida. Esto no significa
que esté ausente el dolor que siempre significa recordar a las personas
que ya no están entre nosotros. Pero hay una invitación a experimentar la
paz, que nos da saber que nuestros difuntos, están en buenas manos, en
las manos de este Dios que quiere acoger a todos sus hijos.
Creer
en Dios significa recordar a nuestros difuntos, con la esperanza de que compartirán
esta vida nueva de Jesús, resurrección que también nosotros compartiremos un
día, si caminamos por este mundo siguiendo los pasos de Jesús, amando como
Jesús, y confiando en Dios como Jesús confiaba.
Hay
garantía para los discípulos, de una vida que se prolonga más allá de la
muerte; si el proyecto de Jesús, su Evangelio, como camino, lo recorremos como
Él mismo lo recorrió; si la Verdad de Jesús, la proclamamos como Él la
proclamó; si la Vida que es Jesús, la vivimos como Él vivió. La vida traspasa
las murallas de la muerte.
Porque
el misterio total del hombre sólo alcanza a vislumbrarse desde el misterio
de Cristo, el enigma tremendo de nuestra muerte sólo puede ser iluminado
desde la suya, asumida libre y amorosamente por nosotros y
por nuestra salvación; superada luego por el poder de Dios con su
resurrección gloriosa; anticipo y prenda a su vez de nuestra propia
resurrección.
Dios
es un Dios de vida y de vivos, no un Dios de muerte. Hoy es un día para la
esperanza. Si la muerte ha sido vencida, ¿qué nos puede hacer temblar?
Nada. Si vencer la muerte es posible -ha sido realidad ya en Jesucristo-
ningún horizonte está cerrado. Para quien sepa ponerse confiadamente
en manos de Dios, habrá desaparecido toda esclavitud, toda opresión, toda
muerte. Y todo esto nos llevará a vivir en verdadera y continua esperanza,
que nos lleva a trabajar con toda confianza por ese mundo nuevo, distinto,
en paz, en armonía y fraternidad que todos queremos; pero que pocos ponen
los medios eficaces para alumbrarlo entre nosotros.
Hoy,
fiesta de los fieles difuntos, es continuación y complemento de la de ayer.
Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria de nuestros
difuntos. Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de esa “inmensa multitud”
que celebrábamos ayer. Pero hoy, no queremos rememorar su memoria en cuanto
“santos”, sino en cuanto difuntos. En esta Eucaristía que celebramos recordando
a nuestros difuntos, comemos el Cuerpo de Cristo para unirnos a Él
más fuertemente. Porque la Eucaristía es compartir ya ahora su
vida nueva, como prenda de que un día viviremos su resurrección.
PARA DISCERNIR
¿Cuál
es mi actitud ante la muerte? ¿La aguardo con angustia o esperanza?
¿Cómo
reaccionas ante la muerte de un ser querido?
¿Cómo
podemos entender la muerte desde la vida y pasión del Señor?
¿Cómo
me preparo para el día en que el Señor me llame?
REPITAMOS Y VIVAMOS
HOY LA PALABRA
Creo,
Señor que eres la Resurrección y la Vida
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
…
“¿Creemos que nosotros gozaremos de la eterna bienaventuranza? Somos mortales,
pero quien nos lo ha prometido es omnipotente, es Dios. Y, ¿no puede hacer
un ángel del hombre el que hizo al hombre de la nada? ¿O es que Dios tiene
al hombre por nada, habiendo muerto por él su Hijo único? Cobre alientos
la flaqueza humana, no desespere, no se abata, no diga: “¡Es imposible!”.
Dios lo ha prometido. Apareció entre los hombres, vino a tomar nuestra
muerte y a prometernos su vida…, pues dijo: “Padre, quiero que donde estoy
yo estén también ellos conmigo”. ¡Qué inmenso amor! Vino donde estamos
nosotros, para que estemos con Él, donde Él está. Hombre mortal, Dios te ha
prometido que vivirás eternamente. ¿No lo crees? Créelo, créelo, pues es más lo
que ha hecho que lo que te ha prometido. ¿Qué hizo? Morir por ti. ¿Qué
prometió? Que vivirás con Él. Es más increíble que el Eterno muera que el
mortal viva eternamente.
Pues
bien, lo más increíble ya ha sucedido, Dios murió por el hombre; entonces, ¿no
ha de vivir el hombre con Dios, no vivirá eternamente el hombre mortal por
quien murió el que vive para siempre? El Verbo se hizo carne para ser
cabeza de la Iglesia. Algo nuestro ya está arriba, en el cielo: la carne
que aquí tomó el Verbo, la carne en la que murió, en la que fue crucificado.
Tus
primicias te han precedido, ¿y todavía dudas de que tú has de seguirlas?”..
San Agustín.
Narraciones sobre los salmos, 148, 8
PARA REZAR
Hoy
te bendice nuestro corazón,
Padre,
Dios de la vida,
porque
en Cristo Jesús,
vencedor
del pecado y de la muerte,
vemos
que el fin de nuestro camino es la vida contigo.
En
Jesús radica nuestra esperanza
de
vida sin término,
porque
es resurrección y vida
para
todo el que cree en Él.
Así
la vida de los que creemos en ti, Señor,
no
termina, se transforma,
y
al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos
otra mansión eterna para vivir siempre a tu lado.
¡Bendito
seas, Señor! Haz que nuestro
contacto
con Cristo por su palabra,
por
la fe y por los sacramentos,
despierte
tu gesto creador
que
da vida al hombre para siempre. Amén
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