5 de octubre de 2020 – TO – LUNES DE LA XXVII SEMANA
Amar a Dios y al
prójimo con todo el corazón
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Galacia 1, 6-12
Hermanos:
Me
sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de
Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que
los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros
mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos
anunciado, ¡que sea expulsado!
Ya
se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un
evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado!
¿Acaso
yo busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero
congraciarme con los hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería
servidor de Cristo.
Quiero
que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los
hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por
revelación de Jesucristo.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
110, 1-2. 7-8. 9 y 10c (R.: 5b)
R. El
Señor se acuerda eternamente de su alianza.
Doy
gracias al Señor de todo corazón,
en
la reunión y en la asamblea de los justos.
Grandes
son las obras del Señor:
los
que las aman desean comprenderlas. R.
Las
obras de sus manos son verdad y justicia;
todos
sus preceptos son indefectibles:
están
afianzados para siempre
y
establecidos con lealtad y rectitud. R.
El
envió la redención a su pueblo,
promulgó
su alianza para siempre:
Su
Nombre es santo y temible.
¡El
Señor es digno de alabanza eternamente! R
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
Un
doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús
le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
El
le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»
«Has
respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»
Pero
el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y
quién es mi prójimo?»
Jesús
volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron
y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un
sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y
siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él,
lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con
aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los
dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo
pagaré al volver.”
¿Cuál
de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones?»
«El
que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y
procede tú de la misma manera.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Alrededor
de los años 56-57 Pablo escribe la carta a los cristianos de Galacia, en la
actual Turquía, lugar que Él había evangelizado hacia el año 50. Esta epístola
fue escrita en plena «crisis» de la Iglesia, dado que algunos cristianos de
origen judío, pretendían imponer a los cristianos de origen pagano un cierto
número de ritos tradicionales de la ley de Moisés, especialmente, la circuncisión.
Pablo
reacciona porque si la fe cristiana se vuelve a la práctica de la ley, la
novedad de Cristo queda reducida a la nada. Para Pablo, ésta es una cuestión
fundamental, que afecta a la identidad misma del cristianismo: la salvación
cristiana es válida por Cristo mismo y no necesita todavía del apoyo de la ley
de Moisés.
Para
Pablo, el evangelio no es sólo la predicación y las palabras de Jesús, sino una
“presencia actuante”. Modificar el evangelio de Cristo, es abandonar la fe en
Cristo, único salvador.
Por
otro lado, los «judaizantes» pretendían desacreditar a Pablo, dando a entender
que no es apóstol del todo, porque no conoció a Jesús y no pertenece al grupo
de los “doce” y además, es un antiguo perseguidor. Pablo contesta diciendo que
el evangelio que enseña “no es de origen humano”, ni lo ha predicado “buscando
la aprobación de los hombres”, sino que viene “de la revelación de Jesucristo”.
Es
Dios quien tomó la iniciativa de revelarse «a sí mismo».
***
Jesús
contó esta parábola dedicándosela al doctor de la ley, a una persona que tenía
la función de indicar a los demás los deberes de la religión. Este maestro de
la ley que interroga a Jesús tiene la intención de ponerlo a prueba.
No
era fácil decidir entre los 613 mandatos o mandamientos, cuál de todos era el
más importante. Jesús no se atiene a la línea de ningún rabino de la época ni a
ninguna escuela en particular, simplemente hace que su interlocutor vuelva a la
fuente, a la Ley de Moisés, a lo que recordaban en el Shemá Israel los judíos practicantes
tres veces al día: amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo.
Sólo estos dos son suficientes para obtener la vida.
Ante
la pregunta sobre quién es el prójimo, Jesús acudirá a un ejemplo que los
sacará del marco teórico para insertarlos en la vida. Una historia totalmente
ordinaria, un hecho más de los que sucedían habitualmente y a los que hoy
estamos acostumbrados. Un hombre anónimo, un cualquiera, una víctima de la
rapiña pero también del odio racial, de los prejuicios y de la indiferencia.
Pasan un sacerdote y un levita que dan un rodeo. No se acercan, no es de los
suyos. Jesús quiere poner de manifiesto lo deshumanizante de la ley cuando la
búsqueda del bien no la sustenta. Ambos seguramente, se dirigían a Jerusalén a
cumplir con sus respectivos turnos de servicio en el templo, que exigía una
estricta pureza legal y ritual que hubieran quedado rota al contaminarse con la
sangre del herido.
A
través de esa historia Jesús va a revelar la extraña novedad del evangelio.
Porque para Jesús la regla de oro de la moral, no es la observación de un marco
de leyes bien definido, sino la que surge de la vida vivida y se elabora en el
corazón que, porque ama a Dios, está empapado de misericordia y compasión.
La
compasión marca el sello distintivo de esta ley superior a toda ley. La misma
compasión que tuvo Jesús con la viuda de Naím; con la multitud que lo seguía
abatida y con hambre; y que tuvo el padre con el hijo que regresa.
Este
buen samaritano es Cristo, en el que Dios se acerca al hombre herido y lo carga
sobre sí para curar sus heridas. Este hombre bajaba de Jerusalén a Jericó;
Jesús recorrerá el camino inverso: irá a Jerusalén, y allí El será el
samaritano, ahora herido porque la compasión lo lleva a cargar nuestras
heridas. En Jesús colgado al borde del camino, dejado por muerto, de quien
todos se apartan, Dios manifiesta su rostro de misericordia y de amor
universal.
El
«amor» a Dios no se puede reducir a una frase adornada con oraciones
cumplidoras y prácticas externas. El amor al prójimo brota de la compasión y
nos lleva a ponernos en camino de hacer lo mismo que aquel samaritano.
La
salvación está del lado del corazón capaz de compadecerse. Jesús con su palabra
y con su vida, invita y reclama para la vida del mundo un corazón misericordioso,
porque la misericordia es el corazón de Dios.
PARA DISCERNIR
¿Qué
nos exige hoy nuestro amor a Dios?
¿Qué
nos exige hoy nuestro amor a los hermanos?
¿Me
dejo sanar por la compasión y la misericordia de Dios?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Dame
una vida compasiva Señor
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Un
Samaritano… llegó donde estaba él, y al verlo le dio lástima»
…
“Un samaritano bajaba por el camino. «Nadie ha subido al cielo, sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3,13). Viendo que estaba medio muerto
ese hombre a quien nadie, antes de él, había podido curar…, se le acerca; es
decir que, aceptando de sufrir con nosotros se hizo nuestro prójimo y
compadeciéndose de nosotros se hizo nuestro vecino.
«Le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino». Este médico tiene muchos remedios
con los cuales está acostumbrado a curar. Sus palabras son un remedio: tal
palabra venda las heridas, tal otra les pone bálsamo, a otra vino astringente…
«Después lo montó en su cabalgadura». Escucha cómo él te acomoda: «Él soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4). También el pastor
ha colocado a su oveja cansada sobre sus espaldas (Lc 15,5)…
«Lo
llevó a una posada y lo cuidó»… Pero el Samaritano no podía permanecer largo
tiempo en nuestra tierra; debía regresar al lugar del que había descendido.
Pues «al día siguiente» -¿cuál es este día siguiente sino el día de la
resurrección del Señor, de aquel que se ha dicho: «Este es el día que hizo el
Señor» (Sl 117, 24)?- «sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
Cuida de él». ¿Qué son estas dos monedas? Quizás los dos Testamentos, que
llevan la efigie del Padre eterno, y al precio de los cuales nuestras heridas
has sido curadas… ¡Dichoso este posadero que puede curar las heridas de otro!
¡Dichoso aquel a quien Jesús dice: «Lo que gastes de más yo te lo pagaré a la
vuelta»!… Promete, pues, la recompensa. ¿Cuándo volverás, Señor, si no es en el
día del juicio? Aunque siempre estés en todas partes, teniéndote en medio de
nosotros sin que te reconozcamos, llegará el día en que toda carne te verá
venir. Y darás lo que debes. ¿Cómo lo pagarás tú, Señor Jesús? Has prometido a
los buenos una amplia recompensa en el cielo, pero darás todavía más cuando
dirás: «Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, yo te confiaré
mucho más; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21)” …
San Ambrosio
(hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia – Comentario al
evangelio de Lucas, 7, 74s
PARA REZAR
Dios
de ternura y de piedad,
Que
te inclinas sobre nuestra pobreza
y
cuidas de nosotros, que somos tus hijos.
Reconocemos
tu amor y tu misericordia,
Que
podamos por tu gracia
ser
hombres de corazón, consagrados a la caridad.
Danos
entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspiranos
el gesto y la palabra necesaria
ante
todo dolor y sufrimiento
Que
ella sea hoy nuestra misión,
nuestra
tarea y nuestra felicidad.
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