14 de octubre de 2020 – TO – MIÉRCOLES DE LA XXVIII SEMANA
Ay de ustedes
fariseos
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Galacia 5, 18-25
Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se
sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y
libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y
violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias,
ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a
repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por
el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas
cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos.
Si
vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.
Palabra
de Dios
SALMO
Sal 1,1-2.3.4.6.
R. El
que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Dichoso
el hombre
que
no sigue el consejo de los impíos,
ni
entra por la senda de los pecadores,
ni
se sienta en la reunión de los cínicos;
sino
que su gozo es la ley del Señor,
y
medita su ley día y noche. R.
Será
como un árbol
plantado
al borde de la acequia:
da
fruto en su sazón
y
no se marchitan sus hojas;
y
cuanto emprende tiene buen fin. R.
No
así los impíos, no así;
serán
paja que arrebata el viento.
Porque
el Señor protege el camino de los justos,
pero
el camino de los impíos acaba mal. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 11, 42-46
«¡Ay
de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas
las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar
esto, sin descuidar aquello.
¡Ay
de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las
sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay
de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se
camina sin saber!»
Un
doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así,
nos insultas también a nosotros.»
Él
le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas
insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
Palabra
del Señor
Para reflexionar
Terminamos
hoy la lectura de la carta a los Gálatas en la que Pablo presenta las “obras de
la carne” y los “frutos del Espíritu”.
Al
hablar de “libertad” y al relativizar “las obras de la ley”, Pablo, lejos de
proponer una conducta más ligera, invita a la fe en Cristo, y la apertura a su
gracia que son muy exigentes para el que las acepta. Una comprensión equivocada
de la noción de libertad podría conducir a otra esclavitud: la de la carne.
Para
Pablo, la palabra “carne” designa la naturaleza frágil del hombre, la
mentalidad meramente humana especialmente los deseos egoístas, la falta de
control y los fallos en la relación con los demás, que se oponen a su verdadera
vocación. La carne se opone al amor auténtico, como demuestra la lista de sus
obras.
En
cambio, el fruto del Espíritu es el amor y sus signos que son el gozo y la paz,
y sus manifestaciones que se presentan como la paciencia, la bondad, la
benevolencia. La fe y la humildad son las que permiten la acogida de esta
gracia.
Se
conoce que el discípulo camina según el Espíritu cuando vive con alegría, con
amabilidad, con dominio de sí.
La
libertad dada por Cristo, concedida y no merecida servirá para amar más. La ley
entera encuentra su cumplimiento en esta única palabra: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
***
La
ley estaba hecha para permitir una convivencia social armoniosa y para que se
evitara el crecimiento descontrolado de la brecha entre ricos y pobres,
ignorantes e instruidos, piadosos y pecadores. Pero esta ley, muchas veces
manipulada por autoridades inescrupulosas religiosas judías y romanas, se
convirtió en una carga pesada e inútil, que oprimía al pueblo en nombre de
Dios. Los fariseos quieren aparecer como irreprochables, para ser honrados y
estimados como piadosos.
Lucas
nos presenta tres acusaciones muy duras de Jesús contra los fariseos, y una
contra los doctores de la ley, que se la buscaron metiéndose en la
conversación: pagan los diezmos hasta de las verduras más baratas, pero luego
descuidan: “el derecho y el amor de Dios”; “les encantan los asientos de
honor”, “son como tumbas sin señal” que por fuera, parecen limpias, y por
dentro sólo tienen la corrupción de la muerte.
Jesús
se rebela contra este modo de presentar la ley; confrontándolos con lo central
de la palabra de Dios que son la justicia y la misericordia. No hay convivencia
posible entre el cumplimiento de la ley y la práctica de la injusticia. No se
puede ser un hombre religioso siendo inmisericorde con el humilde.
Si
Jesús echa en cara a fariseos y escribas su pecado, es para moverlos a
conversión. El discípulo de Jesús, debe valorar las cosas según el querer de
Dios y dar importancia a las cosas, más allá de su propia conveniencia. Debe
centrar su esfuerzo y preocupación en lo fundamental: el amor a Dios y el amor
al hermano manifestados en una vida justa.
La
verdadera justicia no consiste en el conocimiento puntilloso de la ley, echando
cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a los “pobres” a llevar
su propia carga.
Desde
muchos lugares en nuestra sociedad se viven estas mismas contradicciones.
Muchas leyes sólo benefician a unos pocos y dejan caer a los más débiles. Los
enfermos, ancianos, los niños son los que tiene menos derechos y más
exigencias. La explotación desmedida, el lucro como idea madre de toda
relación, y la manipulación que se ejerce a partir de la necesidad, son una
clara muestra. Sin una justicia que se sustente en la misericordia y el bien
común, el camino de humanización que propone el reino queda sólo en buenas
intenciones y palabras irrealizables.
Es
necesario que el discípulo, viva en una constante purificación de sus
motivaciones, para que el encuentro con Dios, se realice en la autenticidad de
una existencia, vivida conforme al querer de Dios.
Los
intereses personales y egoísmos, bajo el manto de la religiosidad vician la
raíz de la propia vida, y nos colocan a nosotros y a los que toman contacto con
nosotros, en un camino que, en lugar de acercar a Dios, aleja de Él.
Además
de obras de caridad, es necesario que el discípulo no olvide la justicia y el
amor de Dios. La fe no es un concepto bellamente dicho para hacer comprender a
los demás; sino la responsabilidad de ayudar a vivir al hermano. No podemos
creer que ya estamos salvados por haber ayudado ocasionalmente a nuestro
prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor, sin un compromiso real en
la transformación del mundo.
Para discernir
¿Qué
considero importante en mi camino de fe?
¿Experimento
la justicia como una necesidad para expresar mi vivencia cristiana?
¿Qué
criterios iluminan mi relación con Dios y con los demás?
Repitamos a lo largo de este día
Ven
Espíritu Santo y renuévanos
Para la lectura espiritual
…
“La respuesta del hombre a la gracia estará representada por la sumisión de su
persona a la acción del Espíritu de Dios. No hace falta martirizarnos el
cerebro para saber qué privaciones imponernos. El dominio de nuestra propia
persona constituye un programa suficiente. En vez de ir más allá de las
exigencias de Dios, es mejor realizar con sencillez de corazón lo que se nos
pide hoy. Es posible que, de una manera inconsciente, nuestro corazón prefiera
ciertas exigencias ideales a las del hoy. Mientras que se nos pide seguir con
paciencia un camino tras las huellas de Dios, nosotros rechazamos la abundancia
de los dones y preferimos estériles repliegues sobre nosotros mismos;
preferimos mirar nuestro pecado en vez del incomprensible perdón de Dios;
preferimos buscar nosotros solos remedios a nuestro mal íntimo, cuando Dios nos
presenta estos remedios a través de los medios de la gracia ofrecidos en la
Iglesia.
En
el camino hacia el dominio de nosotros mismos es importante fijar nuestra
propia mirada no tanto en los detalles, en los progresos o en los retrocesos
como en el fin: Cristo Jesús. De otro modo, al tomar los medios por el fin,
llegaremos a meditar más sobre el hombre que sobre Dios, y a afligirnos por
nuestro pecado en vez de experimentar un estupor siempre renovado ante el
perdón de Dios. ¿Debemos temer acaso que la disciplina interior nos conduzca a
actitudes falsas, como el formalismo o el deseo de la perfección por sí misma?
Es preciso hacer frente a estos peligros, sin quedarnos, no obstante,
inmóviles, permitiendo que el miedo nos aprese ni que nos marque el paso. El
equilibrio del cristiano se puede comparar al de un hombre que camina sobre el
filo de una navaja. Sólo Dios puede mantener firme en su marcha al que acepta
el riesgo cristiano: el de correr hacia Cristo. El formalismo es la costumbre.
En ella sucumbe cada día aquel cuya disciplina espiritual ya no es movida por
el amor a Cristo y al prójimo.
R. Schutz,
1982-edición española:
Vivir en el hoy
de Dios, Estela, Barcelona.
Para rezar
En
medio de un mundo,
donde
la gente tiene hambre y sed…
Adoremos
a Dios
que
alimenta a quienes tienen hambre.
En
medio de un mundo,
donde
la gente sufre abuso y es oprimida…
Adoremos
a Dios
que
nos llama a la compasión y la justicia.
En
medio de un mundo,
plagado
de guerras y rumores de guerras…
Adoremos
a Dios
que
quiere nada menos que la paz para el mundo.
En
medio de un mundo,
con
vacío espiritual…
Adoremos
a Dios
que
le da sentido a la vida.
Adoremos
a Dios
cuya
gracia y cuyo amor no tienen fin.
Fuente:
Red Crearte.
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