10 de octubre de 2020 – TO – SÁBADO DE LA XXVII SEMANA
Felices los
que escuchan la palabra de Dios y la practican
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Galacia 3, 22-29
Hermanos:
De
hecho, la Ley escrita sometió todo al pecado, para que la promesa se cumpla en
aquellos que creen, gracias a la fe en Jesucristo.
Antes
que llegara la fe, estábamos cautivos bajo la custodia de la Ley, en espera de
la fe que debía ser revelada. Así, la Ley nos sirvió de guía para llevarnos a
Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Y ahora que ha llegado la
fe, no necesitamos más de un guía. Porque todos ustedes son hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo,
han sido revestidos de Cristo.
Por
lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer,
porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes
pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud
de la promesa.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
104, 2-3. 4-5.6-7 (R.: 8a)
R. El
Señor se acuerda eternamente de su alianza.
¡Canten
al Señor con instrumentos musicales,
pregonen
todas sus maravillas!
¡Gloríense
en su santo Nombre,
alégrense
los que buscan al Señor! R.
¡Recurran
al Señor y a su poder,
busquen
constantemente su rostro;
recuerden
las maravillas que él obró,
sus
portentos y los juicios de su boca! R.
Descendientes
de Abraham, su servidor,
hijos
de Jacob, su elegido:
el
Señor es nuestro Dios,
en
toda la tierra rigen sus decretos. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28
Cuando
Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le
dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!»
Jesús
le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la
practican.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Los
judaizantes se habían introducido en Galacia y querían imponer prácticas
antiguas a los nuevos convertidos. Pablo, ante esto despliega una perspectiva
«evolutiva» de la historia de la salvación reafirmando la continuidad de los
dos Testamentos. Sostiene que el verdadero contenido del Antiguo no son las
obras de la ley, sino la fe en Jesucristo. Pablo entiende por «testamento»
sobre todo las promesas que hizo Dios a Abrahán de justicia y bendición para
todos los pueblos, que no podían estar condicionadas al cumplimiento de una
ley. Sólo Cristo puede dar cumplimiento a las promesas.
La
ley vino para encaminarnos hacia Cristo. Para los judíos la ley era comparable
a esos «pedagogos» de las familias romanas. Estos eran esclavos que llevaban a
los niños a la escuela y se encargaban de su disciplina; al llegarlos niños a
la adolescencia, ya no hacían falta. Para Pablo el papel pedagógico de la ley
desaparece con la presencia de Cristo. El hombre maduro es libre y no necesita
de esta tutela. Sólo el Espíritu, que Cristo nos ha enviado, es capaz de darnos
la madurez propia de los hijos de Dios.
Pablo
dice que el bautismo nos une a Cristo, y nos hace revestir de El. La
comparación del «vestido» es una imagen simbólica: el bautizado está como
transformado, recibe una nueva manera de ser, tiene una nueva apariencia,
«representa» a Cristo, es su «visibilidad». El bautismo signo de la fe,
incorpora al hombre a Cristo y le ofrece un estado de filiación divina, a
semejanza de aquel que es hijo por naturaleza. Todos no son más que uno en
Cristo Jesús.
Pero
eso solamente puede darse por la fe en la acción salvadora de Dios, que lo
transforma todo en Jesucristo. En Él, la salvación es ofrecida a todos los
hombres porque ya no se trata de merecimientos, sino del amor de Dios.
***
Bienaventurados
eran aquellos que habían alcanzado el favor de Dios y lo gozaban en el
presente. En el evangelio de hoy encontramos por tercera vez una
“bienaventuranza” aplicada a María: La primera la hace su prima Isabel al
recibirla, la segunda la proclama la misma María en el magnificat. Ahora, es
una mujer del pueblo que interrumpe la enseñanza de Jesús y proclama a María
como una mujer bienaventurada: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que
te criaron!
Jesús
no rechaza la alabanza de la mujer, la eleva. No es la carne ni la sangre lo
que marca el vínculo con Él. La comunión con Jesús viene del “sí” dado a la
Palabra de Dios. Los que escuchan y practican la Palabra de Dios participan de
la bienaventuranza de María que supo responder a la invitación divina. María es
la esclava del Señor porque se hace discípula de la Palabra.
María
ha engendrado a Jesús a la vida; en el discipulado el maestro engendra a la
vida del Reino por la fuerza de la Palabra, al discípulo. Lo que sucede entre
María y Jesús en el campo natural, se realiza de modo espiritual dentro de las
condiciones posibles, entre el maestro y el discípulo.
María
es la discípula que cubierta “con la sombra del Altísimo” ha escuchado y
guardado la Palabra en su corazón. Jesús usa la exaltación de esta mujer del
pueblo, para mostrar por donde pasa el camino de la verdadera Bienaventuranza,
en la cual María, tiene el primer lugar.
Jesús
rompe con la tradición, y no es la pertenencia a Israel lo que da la garantía
de acceder al Reino de Dios. Para el proyecto de la nueva humanidad, Jesús
forma una comunidad en la que ni la sangre ni la carne son la clave de
pertenencia. Quien hace fructificar su vida con actitudes palpables y con
acciones reales lo que ha escuchado de Jesús, ése es discípulo; el
verdaderamente dichoso.
Los
cristianos, corremos el riesgo de creernos que somos bienaventurados por
recibir los sacramentos o por asistir a misa. Eso para Jesús y para la vida del
reino no cuenta, si nuestra vida no está de acuerdo con su propuesta, y si no
demostramos que hemos asumido su proyecto.
La
única realidad que garantiza nuestra pertenencia al Reino son las actitudes
coherentes con la novedad del Evangelio. El Reino no se mide por actos de
piedad ni por actos de caridad. El Reino se mide por la justicia, la verdad y
el amor con que vivimos y la forma responsable de como asumimos nuestra
existencia. Así, podremos ser dichosos como fue María, no sólo por ser la que
engendró y amamantó a Jesús, sino por escuchar atentamente la Palabra, rumiarla
en su corazón y vivirla.
PARA DISCERNIR
¿Qué
palabras son las que más rondan mi corazón?
¿Qué
tengo que “conservar” en mi corazón?
¿Qué
reclama Jesús a sus discípulos?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Que
yo sea feliz, escuchando y viviendo tu Palabra
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Dichosa
la que ha creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá»
(Lc
1,45)
…
“En la Antigua Alianza los hombres estaban bajo el régimen de los símbolos. Por
la gracia de Cristo, presente en la carne, la misma verdad ha resplandecido
para nosotros. Y sin embargo, con relación al mundo venidero, todavía vivimos,
en cierta manera, en la sombra de la verdad. El apóstol Pablo escribe: «Mi
conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce» (1C
13,9) y «no es que ya haya conseguido el premio» (Flp 3,13). En efecto, ¿cómo
no hacer diferencia entre el que camina en la fe o el que se encuentra ya en la
clara visión? Así «el justo vive de fe» (Ha 2,4; Rm 1,17) –es el bienaventurado
que exulta por la visión de la verdad; mientras, el hombre santo vive todavía
en la sombra de Cristo… Es buena esta oscuridad de la fe; filtra la luz
cegadora para nuestra mirada todavía en la tiniebla y prepara nuestro ojo para
que pueda soportar la luz. En efecto, está escrito: «Dios ha purificado sus
corazones a través de la fe» (Hch 15,9). Porque el efecto de la fe no es apagar
la luz, sino conservarla. Todo lo que los ángeles contemplan a rostro
descubierto, la fe lo guarda oculto para mí; lo hace descansar en su seno para
revelarlo en el momento querido. ¿Acaso no es una buena cosa que tenga envuelto
lo que tu todavía no puedes captar sin velo?
Por
otra parte, la madre del Señor también vivía en la oscuridad de la fe, puesto
que le fue dicho: «Dichosa tú que has creído» (Lc 1,45). También del cuerpo de
Cristo recibió una sombra, según el mensaje del ángel: «El poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35). Esta sombra pues, no tiene nada de
despreciable porque es el poder del Altísimo que la proyecta. Sí,
verdaderamente, en la carne de Cristo había una fuerza que cubría a la Virgen
con su sombra, a fin de que la pantalla de su cuerpo vivificante le permitiera
soportar la presencia divina, aguantar el resplandor de la luz inaccesible, lo
cual era imposible a una mujer mortal. Este poder ha domado toda fuerza
adversa; la fuerza de esta sombra echa fuera los demonios y protege a los hombres.
¡Poder verdaderamente vivificador y sombra verdaderamente refrigerante! Y es
totalmente en la sombra de Cristo que nosotros vivimos, puesto que caminamos
por la fe y recibimos la vida alimentándonos con su carne” …
San Bernardo
(1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón 31 sobre
el Cantar de los Cantares
PARA REZAR
“¡Oh
Virgen Inmaculada, la más tierna de las madres
al
escuchar a Jesús, Tú en modo alguno te entristeces.
Antes
bien, te alegras de que Él pueda decirnos
que
aquí abajo en su familia nuestra alma se convierte.
Sí,
te alegras de que Él nos dé su vida,
¡Los
tesoros infinitos de su divinidad!…
¿Cómo
no amarte, querida Madre mía
viendo
tal grado de amor y de humildad?”
Santa
Teresita del Niño Jesús
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