25
de septiembre de 2020 – TO – VIERNES DE LAXXV
SEMANA
Tú eres el
Mesías de Dios
Lectura
del Libro de Eclesiastés 3,1-11
Hay
un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para
nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar
lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para
demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar
piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para
separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para
guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo
para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.
¿Qué
provecho obtiene el trabajador con su esfuerzo? Yo vi la tarea que Dios impuso
a los hombres para que se ocupen de ella. El hizo todas las cosas apropiadas a
su tiempo, pero también puso en el corazón del hombre el sentido del tiempo
pasado y futuro, sin que el hombre pueda descubrir la obra que hace Dios desde
el principio hasta el fin.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal 144 (143), 1-2.3-4.
R:
Bendito el Señor mi Roca
Bendito
sea el Señor, mi Roca,
el
que adiestra mis brazos para el combate
y
mis manos para la lucha.
El
es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi
baluarte y mi libertador;
él
es el escudo con que me resguardo,
y
el que somete los pueblos a mis pies.
Señor,
¿qué es el hombre para que tú lo cuides,
y
el ser humano, para que pienses en él?
El hombre es semejante a un soplo,
y
sus días son como una sombra fugaz.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un
día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos
le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
«Pero
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?»
Pedro,
tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios.»
Y
él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El
Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos,
los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
liturgia en esta semana, nos propone sólo tres cortos extractos del Libro del
Eclesiastés. Se trata de un libro breve y fascinante. Todo tiene su momento, y
cada cosa su tiempo bajo el cielo.
El
autor cita de ese modo, de una manera poética y monótona, una serie de acciones
humanas, opuestas y contradictorias, que siguen el ritmo de la vida del hombre:
¡hacer y deshacer!
Si
reflexionamos de veras, vemos que el hombre tiene amenaza constante de
contradecirse, de empezar siempre de nuevo. Esta alternancia es decepcionante,
porque hace más difícil la continuidad en el esfuerzo. ¿Por qué construir una
pared para derribarla luego? ¿Por qué lavar los platos para volver a usarlos y
a lavarlos y así indefinidamente?
Pero
el hombre es el único ser de la creación que siente el dolor de su fragilidad:
¿no nos prueba esto que su fin es otro?, que es la posesión eterna e inmutable de
sí mismo.
El
autor del Eclesiastés no es un ateo. El tiempo, finalmente, tiene pues un
sentido; pero no en sí mismo, sino en Dios, en la eternidad de Dios.
Pero
tampoco se trata de buscar el sentido del tiempo solamente en el más allá,
después, como si fuera necesario refugiarse en el cielo y huir de lo temporal
para descubrir el sentido de lo eterno.
Algo
de lo “permanente” se construye en el núcleo mismo de lo que fluye y pasa.
“Incluso si en mí el hombre exterior se va arruinando, el hombre interior se
construye día a día”, decía san Pablo, que próximo a la muerte, era consciente
de ir hacia la vida, una vida que ya había comenzado.
***
Después
de haber dado el signo mesiánico por excelencia, Jesús se retira a orar como en
otros acontecimientos muy significativos para su ministerio. Los discípulos
están presentes mientras Jesús reza, pero no participan en la oración, no
comparten todavía su intimidad. Mientras tanto, flota en el ambiente la gran
pregunta: «¿Será el Mesías?»
Los
discípulos, igual que muchos, al ver las actitudes de Jesús estaban
desconcertados respecto a su verdadera identidad. Jesús no se sometía a sus
expectativas nacionalistas, milagreras, autoritarias o de cualquier tipo. Jesús
se mostraba como un ser profundamente auténtico que fundaba su identidad
humana, en una inquebrantable fe en el Reino y en la relación filial con Dios.
Los
discípulos esperaban que Él fuera el liberador de Israel. Sus expectativas
mesiánicas, apuntaban a la liberación de la opresión romana con la
institucionalización de un gobierno propio.
Jesús
toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre la gente se barajan toda
suerte de opiniones. La mayoría lo tienen por una reencarnación de Juan
Bautista. Otros por Elías que había de preceder a la venida del Mesías. Unos
terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida.
Nadie, se atreve a decir que es el Mesías. Lleva una carga política y peligrosa
en exceso. Además, tantos que pretendían serlo han fracasado y finalmente
fueron aplastados por los romanos.
Por
otro lado, la gente esperaba un Mesías-rey carismático, de casta davídica, con
fuerza y poder, con un ejército aguerrido. Jesús, por el contrario, habla del
reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a los poderosos de su
lado y no acepta la violencia.
La
confesión de fe de Pedro, aunque reconoce el carácter trascendente de la misión
de Jesús, tiene todavía el tinte de sus ideales políticos. Por eso, Jesús tiene
que aclararle cuál es el destino del “Hijo del Hombre”. La misión y la vida de
Jesús rebasaban las expectativas vigentes e iniciaban una nueva manera de
concebir las relaciones con Dios, con el hermano y la búsqueda de un mundo
mejor.
“El
hijo del Hombre tiene que padecer mucho” Jesús anuncia el fracaso como el
Mesías humano que esperan. Se lo predice a los discípulos para que cambien de
manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la
sociedad judía, aceptando incluso una muerte infame con tal de cumplir su
misión.
Pero
el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hijo del Hombre marcará el
principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una
muerte ignominiosa, posibilitará la entrada a la tierra prometida de la vida
nueva, donde no pueda instalarse ninguna clase de poder que domine al hombre.
El
fracaso libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al discípulo a
cambiar de mentalidad frente a los intocables valores del éxito y de la
eficacia.
La
primera etapa del discipulado nos conduce a la adhesión a la Persona de Jesús,
como única respuesta valedera, a nuestras búsquedas más profundas.
Pero
después se hace necesario dar un paso más. El Mesías, necesita recorrer el
camino hacia Jerusalén en que tiene lugar la historia de la Pasión. Esta es la
suerte reservada al Hijo del Hombre y es también la suerte que debe ser asumida
por todos sus seguidores si quieren, como Él, ser agentes de transformación de
un mundo dominado por el egoísmo, la injusticia y el éxito aparente.
La
lucha por la verdad nos coloca en el horizonte de la Pasión, entendida como una
actitud de coraje para encarnar los valores del Reino, en un mundo que trata de
acallarlos a cualquier precio.
El
martirio es siempre una posibilidad real para los que asumen el camino del
discipulado. La causa de Jesús necesita testigos confiables que asuman la
posibilidad de la entrega de la propia vida para que los hombres tengan Vida.
PARA DISCERNIR
¿Acepto
la cruz en el horizonte de mi camino de fe?
¿Me
puedo identificar con un Mesías entregado y sufriente?
¿Vivo
mi fe de acuerdo a las categorías del mundo?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Creo
Señor, que eres el Mesías
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
…
“¡Cristo! Siento la necesidad de anunciarlo, no puedo callarlo: «¡Desdichado de
mí si no anuncio el Evangelio! (1C 9,16). Para esto he sido enviado; soy
apóstol, soy testigo. Cuanto más lejos está el objetivo más difícil es la
misión, más me siento apremiado por el amor (2C 5,14). Debo proclamar su
nombre: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Él es quien nos ha
revelado al Dios invisible, el primer nacido de toda criatura, es el fundamento
de toda cosa (Col 1,15s). Es el Señor de la humanidad y el Redentor: nació,
murió y resucitó por nosotros; es el centro de la historia y del mundo. Él es
el que nos conoce y nos ama; es el compañero y el amigo de nuestra vida. Es el
hombre del dolor y de la esperanza; es el que ha de venir y un día será también
nuestro juez, nosotros le esperamos, es la plenitud eterna de nuestra
existencia, nuestra bienaventuranza.
Nunca
acabaría de hablar de él: él es la luz, es la verdad; mucho más, es «el Camino,
la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Es el Pan, la Fuente de agua viva que sacian
nuestra hambre y nuestra sed (Jn 6, 35; 7, 38); Es el Pastor, nuestro guía,
nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Igual que nosotros, y más
que nosotros, ha sido pequeño, pobre, humillado, trabajador, desdichado y
paciente. Para nosotros habló, hizo milagros, y fundó un Reino nuevo en el que
los pobres serán dichosos, en el que la paz es el principio de la vida de todos
juntos, en el que los que son puros de corazón y los que lloran serán exaltados
y consolados, en el que los que suspiran por la justicia serán escuchados, en el
que los pecadores pueden ser perdonados, en el que todos son hermanos.
Jesucristo: vosotros habéis oído hablar de él, e incluso la mayoría sois ya de
los suyos, sois cristianos. ¡Pues bien! A vosotros cristianos os repito su
nombre, a todos os lo anuncio: Jesucristo es «el principio y el fin, el alfa y
la omega» (Ap 21,6). ¡Él es el rey del mundo nuevo; es el secreto de la
historia, la llave de nuestro destino; es el Mediador, el puente entre la
tierra y el cielo…; el Hijo del hombre, el Hijo de Dios…, el Hijo de María…
Jesucristo! Acordaos: es el anuncio que hacemos para la eternidad, es la voz
que hacemos resonar por toda la tierra (Rm 10,18) y por los siglos de los
siglos” …
San Pablo VI –
Homilía en Manila, 29 – 11 – 1979
PARA REZAR
Ven
Señor Jesús
Ven
Señor Jesús, hijo de Dios
que
entraste en el mundo como uno de tantos,
que
podamos en tu Iglesia mostrarte
como
único salvador y redentor.
Ven
Señor Jesús, a nuestra historia
de
miseria y de pecado para que comprendiendo
tu
amor redentor descubramos que cada momento
de
nuestra existencia
forma
parte de una historia de salvación.
Ven
Señor Jesús, y danos tu sabiduría y dulzura
que
nos permita trabajar en las cosas cotidianas
dejando
una impronta de tu presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.