25
de julio de 2020 – TO – SÁBADO DE LA XVI SEMANA
25
de julio – Santiago apóstol (F)
El que quiera
ser grande que se haga servidor
PRIMERA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 4, 7-15
Hermanos:
Nosotros
llevamos un tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder
extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.
Estamos
atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no
desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no
aniquilados.
Siempre
y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así
aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa
manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida.
Pero
teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso
hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos
que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su
lado junto con ustedes.
Todo
esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de
los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
125, 1-2b. 2c-3. 4-5. 6 (R.: 5)
R. Los
que siembran entre lágrimas,
cosecharán entre canciones.
Cuando
el Señor cambió la suerte de Sión,
nos
parecía que soñábamos:
nuestra
boca se llenó de risas
y
nuestros labios, de canciones. R.
Hasta
los mismos paganos decían:
«¡El
Señor hizo por ellos grandes cosas!»
¡Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros
y
estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia,
Señor, nuestra suerte
como
los torrentes del Négueb!
Los
que siembran entre lágrimas
cosecharán
entre canciones. R.
El
sembrador va llorando
cuando
esparce la semilla,
pero
vuelve cantando
cuando
trae las gavillas. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 20, 20-28
La
madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se
postró ante él para pedirle algo.
«¿Qué
quieres?», le preguntó Jesús.
Ella
le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el
otro a tu izquierda.»
«No
saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?»
«Podemos»,
le respondieron.
«Está
bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi
derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son
para quienes se los ha destinado mi Padre.»
Al
oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los
llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre
ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe
suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de
ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo
del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en
rescate por una multitud.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Los
apóstoles son, por antonomasia, los testigos de la resurrección de Cristo, es
decir, mensajeros y proclamadores del triunfo de Jesús sobre la muerte y, por
tanto, los primeros anunciadores de la salvación para todos los hombres. Son
aquellos que nos dan el perfil auténtico del discípulo-misionero que reclama la
Iglesia de hoy en América Latina: en contacto con el Señor, aprendiendo en la
escuela de su vida y anunciando lo que han visto y oído.
Según
el libro de los Hechos de los apóstoles, el contenido esencial de su mensaje
era éste: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros
matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe
y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados.
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que
le obedecen”.
La
primera lectura nos habla de cómo unos años después de la resurrección,
Santiago y los demás apóstoles, igual que el Maestro, pasaban haciendo el bien
y dando testimonio de Jesús resucitado entre el pueblo, con la convicción de
estar cumpliendo la voluntad de Dios, hasta el punto de poder decir: “Hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Esta
tarea la realizan con fuerza y decisión, porque son dóciles al Espíritu Santo,
que Dios da a los que le obedecen. Una fuerza que los sostiene hasta el fin,
hasta el martirio si es necesario.
La
lectura a los Corintios nos presenta el tesoro de ser apóstol, en vasos de
barro. El texto se inicia con una lista de calamidades, con las que se quiere
ilustrar la metáfora del vaso de barro. Pero esas calamidades, no destruyen ese
vaso de debilidad que es el apóstol, porque la predicación del evangelio es
acción de Dios, sostenida con la fuerza del Espíritu Santo. Eso hace posible
que el apóstol no viva angustiado, ni desesperado, ni abandonado.
En
el evangelio, un día, la madre de los Zebedeos con sus hijos, se postró para
pedir a Jesús, puestos de honor y gloria; uno a su derecha y el otro a su
izquierda en el reino. Estos dos hermanos, hijos de Zebedeo, junto a Pedro,
presenciaron la resurrección de la hija de Jairo, la gloria del Tabor y la
agonía de Getsemaní; y acreditaron su vehemencia, pidiendo a Jesús que lloviera
fuego sobre los que lo rechazaban, ganándose así el apodo de “Boanerges”
hijos del trueno. Creían también, que el mesianismo de Jesús, iba por el camino
de los honores y de la autoridad. Pero a la vez hicieron valer su arrojo y
valentía, dispuestos a beber el cáliz de su Señor.
Santiago
y su hermano Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura por parte
de Jesús. Ellos pedían honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían
mandar, y Jesús los exhortó al servicio humilde de los hermanos. Frente a la
ambición de los hijos del trueno, que buscan un primer puesto, el Señor baja
los humos de los Apóstoles y les apunta que al Reino se llega por el
camino de la cruz.
Esto
no es un ideal inasequible, sino un ideal que puede ser asumido en la vida
del discípulo: Jesús vivió según esta ley. Su misión fue servir a la humanidad
abriéndole el camino de la vida, hasta morir por ello. El amor que ha
salido del Padre lo impulsa al servicio, y el servicio lo empuja hasta la
entrega de la vida. No recurre, en su lucha por la liberación de
la humanidad, ni al dinero, ni a las armas, ni al prestigio, para lograr
el éxito de la causa de Dios. Fue el amor su única arma. El discípulo debe
marchar por el camino del Maestro, que “no ha venido para que lo sirvan, sino
para servir y dar su vida en rescate por todos”. Es esta una lección
perpetuamente válida en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el
ministerio apostólico, tienen cargos de dirección en la comunidad cristiana,
sino también para todos los miembros de la comunidad, llamados igualmente al
servicio común.
Jesús
es consciente de que el ideal que Él propone, va contra las tendencias más
innatas del espíritu humano, que impulsan a dominar a los demás.
El
poder plantea grandes y graves problemas, tanto a nivel personal como
institucional. Porque el que tiene el poder tiende a pensar que lo ha recibido
de Dios y que siempre lo ejerce en su nombre, y esto lo puede llevar
muchas veces a creerse ocupando el lugar de Dios, o, a un paso de creerse
Dios. El poder en sí es arma peligrosa y con muchos filos. El peligro mayor
siempre es el mismo: convertir la autoridad en poder y dominio, y no
en servicio.
El
camino de conversión de los doce, y en particular, el que fue haciendo
Santiago, es un llamado y esperanza para todos nosotros; que también podemos
hacer realidad una Iglesia en la que no haya poderosos y esclavos, unos arriba
y otros abajo; sino carismas puestos en comunión. Se hace necesario perder
muchos miedos. Hay que volver al Evangelio sin prejuicios, ni medias tintas.
Santiago
aprendió la lección con su propia vida. Se hizo servidor, dio su vida para dar
vida. Y así siguió el camino del Maestro. Todos aquellos que hoy celebramos su
fiesta, debemos pedirle que aprendamos a seguir su camino de fe, de servicio,
de darse. Y no el camino de creernos mejores, de pretender imponer en vez de
anunciar. El reino se construye al modo de Jesús: dando y no exigiendo.
El
discípulo está llamado a tener la misma actitud que el Maestro: “Igual que el
Hijo del Hombre que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y dar su vida
en rescate de todos”. Pidamos que cada uno, en nuestra tarea, sepamos ejercer
nuestra responsabilidad, no buscando el aplauso ni el privilegio, sino el
servicio. Pidámoslo en cada eucaristía haciendo memorial de la última cena de
Aquel que siendo el Maestro y Señor lavó los pies de los discípulos, para
darnos ejemplo y para que también nosotros lo hagamos así.
Los
discípulos, y Santiago entre ellos, lo comprendieron con la mirada puesta en su
Maestro y lo confirmaron al precio de su propia sangre.
«Santiago
vivió poco tiempo, pues ya en un principio le movía un gran ardor: despreció
todas las cosas humanas y ascendió a una cima tan inefable que murió inmediatamente».
San Juan Crisóstomo.
PARA DISCERNIR
¿Cómo
puedo llegar a ser “grande”?
¿Cómo
vivo la actitud de servicio que pide Jesús?
¿En
qué momentos específicos noto que me siento más inclinado a mandar o a servir?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Enviado
a ser servidor
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Jesús
los llevó a solas a una montaña alta y se transfiguró ante ellos.» Mc 9,2
…
“Todos los que ven a Cristo no son iluminados del mismo modo sino según la
medida de su capacidad de recibir la luz. Nuestros ojos corporales no siempre
están iluminados del mismo modo por el sol. Cuanto más alto uno sube, más puede
contemplar su salida y mejor percibe su resplandor y su calor. Del mismo modo,
nuestro espíritu cuanto más alto se eleva y sube hasta Cristo, más descubrirá
el esplendor de su claridad, más intensamente será iluminado por su luz. El
Señor mismo lo declara por boca del profeta: «Acercaos a mí y yo me acercaré a
vosotros.» (Zac 1,3)…
De
manera que no todos nosotros nos llegamos a Cristo de la misma manera, sino que
cada uno lo hace según «sus capacidades». (Mt 25,15) O bien, nos vamos con las
multitudes hacia él para que nos sacie con el pan de sus parábolas para no
desfallecer por el camino (Mc 8,3), o bien, nos quedamos a sus pies, sin
preocuparnos de nada más que de escuchar su palabra, sin dejarnos distraer por
las múltiples necesidades del servicio. (Lc 10,38ss)… Sin duda alguna que los
que se acercan así al Señor recibirán mucha más luz.
Pero,
igual que los apóstoles, sin alejarnos nunca de él, «permanecemos»
constantemente con él en las tribulaciones (Lc 22,28) Cristo nos explicará en
secreto lo que había dicho a las multitudes y con más claridad todavía nos
iluminará. (M13, 11ss). En fin, si él encuentra a alguien capaz de subir a la
montaña con él, como Pedro, Santiago y Juan, éste ya no sólo será iluminado por
la luz de Cristo sino también por la voz del Padre” …
Orígenes
(185-253) presbítero y teólogo
Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7 Pág. 72-73
Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7 Pág. 72-73
PARA REZAR
Padre
nuestro: necesitamos tu Espíritu:
para
comprender las necesidades de todos los hombres
para
participar con generosidad en tus planes
para
iniciar en esta vida la salvación de la vida eterna
para
responder al Evangelio con la promoción de la fe
para
superar el materialismo que impregna nuestras vidas
para
sumarnos al esfuerzo actual de solidaridad
para
comprometernos en promover la paz y la justicia
para
llenar nuestro corazón de tu presencia
para
renovar nuestra forma de orar y meditar.
R.A.J.
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