4
de febrero de 2020 – TO – MARTES DE LA IV SEMANA
Tu fe te ha
salvado
Lectura
del segundo libro de Samuel 18, 9-10. 14ab. 24-26.
31-19, 1
Absalón
se encontró frente a los servidores de David. Iba montado en un mulo, y este se
metió bajo el tupido ramaje de una gran encina, de manera que la cabeza de
Absalón quedó enganchada en la encina. Así él quedó colgado entre el cielo y la
tierra, mientras el mulo seguía de largo por debajo de él.
Al
verlo, un hombre avisó a Joab: «¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!»
Entonces
Joab replicó: «No voy a perder más tiempo contigo.» Y tomando en su mano tres
dardos, los clavó en el corazón de Absalón.
David
estaba sentado entre las dos puertas. El centinela, que había subido a la
azotea de la Puerta, encima de la muralla, alzó los ojos y vio a un hombre que
corría solo. El centinela lanzó un grito y avisó al rey. El rey dijo: «Si está
solo, trae una buena noticia.»
Mientras
el hombre se iba acercando, el centinela divisó a otro que venía corriendo y
gritó al portero: «¡Otro hombre viene corriendo solo!» El rey comentó: «Ese
también trae una buena noticia.»
En
seguida llegó el cusita y dijo: «¡Que mi señor, el rey, se entere de la buena
noticia! El Señor hoy te ha hecho justicia, librándote de todos los que se
sublevaron contra ti.»
El
rey preguntó al cusita: «¿Está bien el joven Absalón?» El cusita respondió: «¡Que
tengan la suerte de ese joven los enemigos de mi señor, el rey, y todos los
rebeldes que buscan tu desgracia!»
El
rey se estremeció, subió a la habitación que estaba arriba de la Puerta y se
puso a llorar. Y mientras iba subiendo, decía: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío!
¡Hijo mío, Absalón! ¡Ah, si hubiera muerto yo en lugar de ti, Absalón, hijo
mío!»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
85, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: 1a)
R. Inclina
tu oído, Señor, respóndeme.
Inclina
tu oído, Señor, respóndeme,
porque
soy pobre y miserable;
protégeme,
porque soy uno de tus fieles,
salva
a tu servidor que en ti confía. R.
Tú
eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor,
porque
te invoco todo el día;
reconforta
el ánimo de tu servidor,
porque
a ti, Señor, elevo mi alma. R.
Tú,
Señor, eres bueno e indulgente,
rico
en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende,
Señor, a mi plegaria,
escucha
la voz de mi súplica! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 5, 21-43
Cuando
Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su
alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con
insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que
se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba
por todos lados.
Se
encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de
Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque
pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la
hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús
se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y,
dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus
discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver
quién había sido.
Entonces
la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido,
fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús
le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu
enfermedad.»
Todavía
estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la
sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al
Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la
sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo acompañara,
excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de
la sinagoga.
Allí
vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por
qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.» Y se
burlaban de él.
Pero
Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y
a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo:
«Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate.» En seguida la
niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces,
se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de
lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
insurrección de Absalón condujo a la victoria de David. El rey David es acosado
por su hijo y por sus enemigos. Con astucia y con habilidad militar, el
ejército del rey logra derrotar al rebelde Absalón y éste muere trágicamente
entre los árboles del bosque. Yahvé no ha retirado su amor a David pese a su
grave pecado; David no retira su amor a Absalón pese al asesinato del
primogénito Amnón y la posterior rebeldía.
El
rey había dado órdenes de respetar la vida de su hijo: pero el capitán Joab
aprovechó para saldar viejas cuentas y mató al rebelde. David podrá entrar en
su capital, Jerusalén. Los allegados a David van a anunciarle como una buena
noticia que se ha destruido al oponente.
Más
que el resultado de la batalla, lo que le interesa es saber si ha salido de
ella con vida Absalón. No pudo alegrarse con el triunfo porque su hijo Absalón
había muerto. Lo que podría haber sido una victoria y el final de una rebelión
incómoda, llena de dolor a David, que muestra una vez más un gran corazón.
El
rey se estremece, se retira solo a su cuarto y rompe a llorar. Sollozando
decía: «¡Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber
muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!»
La
victoria, se transformó en duelo aquel día para todo el ejército y el pueblo.
Poco a poco, el pueblo de Dios llegará a entender que no necesita de técnicas
militares para acabar con sus enemigos: el verdadero combate se da «contra las
fuerzas del mal que alienan a la humanidad». «Perdonar» es una victoria mayor
que «vencer».
Mientras
David llora por su hijo muerto, el ejército vencedor no se atreve a celebrar el
triunfo y entra en la ciudad a escondidas. Tristemente vencedor, David ve
volver a él, pidiéndole perdón, a cuantos le habían traicionado, atacado o
insultado. A todos perdona, los restablece en sus cargos y bienes.
El
gran corazón de David recuerda la inmensidad del amor de Dios. Como David no
quería la muerte del hijo, por rebelde que fuera, así Dios nos dice: «yo no
quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».
***
Después
del milagro de la “tempestad calmada” y del “endemoniado liberado” nos encontramos
hoy otros dos milagros estrechamente ligados uno a otro. Estos gestos van
realizando una progresión en la fe de los discípulos. San Marcos nos va
llevando paulatinamente a creer en el poder de la resurrección de Jesús.
Los
dos milagros están muy ligados: son dos mujeres las destinatarias de la acción
salvadora de Jesús. La edad de la niña, es igual a la cantidad de años de
enfermedad de la mujer. Ambas, por ser mujeres y por sus enfermedades son
consideradas impuras y están excluidas de la sociedad.
El
relato comienza con la llegada de Jairo, un jefe de sinagoga que viene al
encuentro de Jesús a pedirle que salve a su hija. Este gesto pone de manifiesto
que la sinagoga se declara impotente para dar vida; sus líderes no pueden
luchar contra la muerte. La ley por encima del ser humano los ha encerrado en
un círculo de muerte.
Una
vez que Jesús accede a este pedido, entre la multitud que acompaña a Jesús
hacia la casa de Jairo, surge una mujer, que durante muchos años ha cargado con
una enfermedad triplemente grave, por el sufrimiento físico, el empobrecimiento
económico, y su exclusión religiosa. La mujer enferma no se atreve a pedir: se
acerca disimuladamente y lo toca. Al instante sintió la curación, y Jesús,
también al instante, sintió que una fuerza salía de Él. La mujer ha tocado la
fuente de la vida.
De
Jesús no brota otra cosa que la vida en plenitud. Jesús busca quien lo ha
tocado. La mujer se acerca con temor porque sabe que con su actitud ha
hecho impuro al Maestro. El Señor mismo provoca la confesión. Deliberadamente
quiere que esta mujer que se escondía, saliera del anonimato. La obliga a darse
a conocer para que entre en relación personal con Él. La hace pasar de la
creencia mágica, a una fe verdadera. La fe es una relación personal con Jesús.
Ahora si, Jesús “vuelve a darle”, la curación que había “robado”.
La
fe es condición fundamental para que se obren los milagros. No es el contacto
con su ropa lo que la salvó, sino el encuentro personal con Jesús a través de
la fe.
Llegan
entonces unos mensajeros para avisar que la niña ha muerto.
Jesús
habla con el padre de la niña para pedirle que siga teniendo fe. Para Jairo es
la prueba mayor. Cuando llegan, a pesar de que la liturgia de la muerte ya
había comenzado, la fuerza del Reino de la vida ocupa su lugar. Jesús, toma a
la niña de la mano y le ordena que se levante.
“Tu
fe te ha salvado” y “No temas, solamente ten fe” son la clave de esta
Buena Noticia. Jesús no nos pide otra cosa: tener fe. Y esto a veces sucede en
situaciones de muerte y desesperantes. En esos momentos necesitamos escuchar
que Él nos grita con fuerza: levántate, no te quedes ahí, no te dejes vencer
por la muerte, Yo soy tu salvador, te estoy llamando, me estoy ocupando de tu
vida, quiero que vivas, que andes en pie, que seas fuente de alegría y
esperanza para todos.
Ante
la enfermedad, como experiencia de debilidad y la muerte, como el gran
interrogante, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. Ambas
tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios
nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo
Jesús y su promesa sigue en pie: “El que cree en mi, aunque muera, vivirá; el
que me come tiene vida eterna”.
Alrededor
de Jesús surge la vida, la muerte es vencida y los desesperanzados renacen. Por
la fe, celebramos la vida nueva que surge de la muerte de Jesús, esperamos
contra toda esperanza, que la vida es más fuerte que la muerte aunque esta
aparezca siempre como más poderosa con el rostro de la violencia, el caos, el
dolor. El misterio de la vida está siempre cercano a la muerte; y la vida está
ligada esencialmente al amor, y el amar consiste en dar la vida, dando vida
libremente hasta la muerte.
El
odio, el egoísmo, la insolidaridad, la injusticia, la pasividad engendran
muerte. Quién lucha contra las formas de muerte, crea y comunica vida. Quién
arriesga su vida y corre la carrera que le toca, sin retirarse, cansarse,
desanimarse; quien da su vida por amor, hace posible la esperanza y la vida de
los otros. Sólo el amor crea vida y la devuelve a quien la ha perdido.
PARA DISCERNIR
¿Me
acerco a Jesús buscando el encuentro o sólo interesadamente?
¿Creo
en su poder salvador?
¿Acepto
sus caminos y sus tiempos?
REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
Fijamos
nuestros ojos en Vos, Jesús
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…”Vivir
como cristianos significa creer que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y
crucificado por nuestros pecados. Aunque conoció la muerte, no fue retenido por
sus lazos, sino que se levantó de entre los muertos y resucitó, y vive ahora
para siempre de la vida del Dios vivo. Al ofrecer su vida al Padre por
nosotros, recibió el poder de recuperarla. La cruz de Jesús se ha convertido
así, por la omnipotencia del amor divino, en la cruz gloriosa, victoriosa y
vivificante. Ella es ahora para nosotros la fuente de todo bien, de toda
alegría y de toda curación. Es el camino de la libertad, así como el único
secreto de la verdadera esperanza. Es para nosotros la fuente de la vida.
Sólo
si dirigimos una mirada apaciguada y renovada a Jesús en la cruz empezaremos a
aprender el amor de nuestro Dios. Sí, la cruz de Jesús nos revela la
misericordia infinita de Dios: Jesús, dando su vida por nosotros, nos muestra
que Dios es amor (cf. 1 Jn 4,8b).
Mantener
fija la mirada sobre Jesús en la cruz, con la sencillez de una oración
contemplativa, significa estar en relación viva con el Hombre-Dios entregado
por nosotros, por amor a nosotros. No se trata de un problema para debatir: es
el fuego del amor divino que quiere purificar, iluminar, incendiar nuestro
corazón de creyentes. A este respecto, nada nos prueba la realidad de este amor
ofrecido como la sangre derramada de Jesús. Al derramar toda su sangre por
nosotros, nos muestra Jesús que su muerte es verdaderamente la muerte de un
hombre, una muerte que tuvo lugar al término de los sufrimientos que le
infligió la violencia de los hombres y que fueron aceptados por él. Meditar
sobre la sangre de Jesús significa descifrar la prueba de su amor, de su amor
que se entregó libremente y sin resistencia alguna en manos de los pecadores”…
J.-P. van
Schoote – J.-C. Sagne, Miseria y misericordia
Magnano 1992, pp. 46-48, passim.
PARA REZAR
Oración
del enfermo para aceptar la enfermedad
Señor,
me coloco delante de Ti en actitud de oración.
Sé
que Tú me oyes, penetras y ves.
Sé
que estoy en Ti y que tu fuerza está en mí.
Mira
este cuerpo mío marcado por la enfermedad.
Tú
sabes, Señor, cuánto me cuesta sufrir.
Sé
que Tú no te alegras con el sufrimiento de tus hijos.
Dame,
Señor, fuerza y coraje para vencer
los
momentos de desesperación y de cansancio.
Conviérteme
en paciente y comprensivo, simple y modesto.
En
este momento, Te ofrezco todas mis preocupaciones,
angustias
y sufrimientos, para que yo sea más digno de Ti.
Acepta
Señor que yo una mis sufrimientos a los de tu Hijo Jesús que,
por
amor a los hombres, dio la vida en lo alto de la cruz.
Y
ahora yo te pido, Señor: ayuda a los médicos
y
enfermeras a tener la misma dedicación
y
amor a los enfermos. Amén.
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