7
de noviembre de 2019 – TO – JUEVES DE LA XXXI
SEMANA
Santa María Madre y Medianera de la Gracia
Hagan todo lo
que Él les diga
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos:
Cuando
se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y
sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos
hijos adoptivos.
Y
la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones
el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo ¡Abba!, es decir, ¡Padre!
Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia
de Dios.
Palabra
de Dios.
SALMO Jdt
13, 18bcde. 19 (R.: 15, 9d)
R. ¡Tú
eres el insigne honor de nuestra raza!
Que
el Dios Altísimo te bendiga, hija mía,
más
que a todas las mujeres de la tierra;
y
bendito sea el Señor Dios,
creador
del cielo y de la tierra. R.
Nunca
olvidarán los hombres
la
confianza que has demostrado
y
siempre recordarán el poder de Dios. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
Tres
días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba
vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.» Jesús le respondió: «Mujer,
¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.» Pero su madre
dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga.»
Había
allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los
judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes:
«Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora,
agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.» Así lo hicieron.
El
encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo
sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo:
«Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae
el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este
momento.»
Este
fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así
manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
Palabra
del Señor.
O de la feria:
Romanos 14, 7-12
S.R. 26, 1-4.13-14
Lucas 15, 1-10
Para reflexionar
En
el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de
María en la vida pública de Jesús poniendo de relieve su cooperación en la
misión de su Hijo.
Caná
es una aldea de Galilea, mencionada tres veces en el evangelio de Juan. Se
localiza a unos 8 km al nordeste de Nazaret, en el camino que lleva a
Tiberíades. Juan introduce el signo de Caná, con la indicación: “el tercer
día”, que tiene la finalidad de poner en relación el primer milagro de Jesús
con el Sinaí y con la resurrección.
Lo
mismo que en el Sinaí, Yahvé reveló su gloria dando su ley a Moisés, así en
Caná, Jesús revela su gloria dando el vino mejor, símbolo de la nueva ley que
es su evangelio. Además del Sinaí, este “tercer día” de Caná, hace referencia
al tercer día del misterio pascual: la resurrección. En esta hora el Padre
revela la gloria del Hijo, es decir, la verdad plena de su persona.
Se
celebraban unas bodas. Según las costumbres del Antiguo Testamento, las fiestas
de la boda duraban normalmente siete días, y eran lógicamente la ocasión para
un alegre banquete, servido habitualmente en casa del esposo. Por tanto, se
necesitaba tener una buena provisión de vino. Y esto fue lo que falló en Caná.
María
estaba entre los invitados de esta celebración. El texto refiere que Jesús y
sus discípulos fueron invitados junto con María; nos está indicando que la
presencia del Hijo en aquella boda, fue en razón de la madre.
La
Virgen como experta y preocupada ama de casa, inmediatamente se da cuenta que
falta el vino, e interviene para ayudar a los esposos en su dificultad y para
que no decaiga la alegría de todos. Dirigiéndose a Jesús, le expresa su
preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva.
Después
de una respuesta un tanto enigmática, Jesús accedió a la petición de la madre,
y convirtió en vino copioso y de calidad, el agua contenida en las seis
tinajas, puestas allí para las abluciones rituales que los judíos realizaban
antes de sentarse a la mesa. De esta forma Jesús dio comienzo a sus prodigios y
fue aquél, el signo que suscitó la fe incipiente de los discípulos en Él, como
Mesías.
Es
evidente que este relato de las bodas, delinea ya con bastante claridad, la
nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. En el texto de
Juan, se manifiesta concretamente una maternidad según el espíritu y no
únicamente según la carne; María se preocupa por los hombres, sale al encuentro
en toda la gama de sus necesidades. Este ir al encuentro de las necesidades del
hombre, la introduce en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder
salvífico de Cristo.
Por
consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres
desde sus pobrezas, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio», hace de
mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre; consciente de
que como tal, puede, «tiene el derecho de», hacer presente al Hijo las
necesidades de los hombres. Su mediación tiene un carácter de intercesión:
María «intercede» por los hombres. Y no sólo; como Madre desea también que se
manifieste el poder salvador del Hijo, su poder redentor encaminado a socorrer
la desdicha humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas pesa
sobre su vida.
Otra
manifestación de la función materna e intercesora de María se encuentra en las
palabras dirigidas a los sirvientes: «Hagan lo que Él les diga». La Madre de
Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo,
indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda
manifestarse el poder salvador del Mesías.
En
Caná, gracias a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús
provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos.
Redemptoris Mater, 21.
Así
como María tomó parte en la Encarnación y la Redención por su Divina Maternidad
y sus dolores en el calvario, así ahora ella adecuadamente coopera en la
distribución de las gracias merecidas por su Hijo. Dice San Bernardo “Es la
voluntad de Dios que obtengamos todo por medio de María”. Cristo es el único
mediador entre Dios y los hombres. Pero Él, no por necesidad sino por
benevolencia, ha querido asociarse otros mediadores. Entre ellos, María.
La
mediación universal de María, tanto en la obtención como en la distribución
universal de todas las gracias, arranca y se fundamenta en su función de madre
espiritual de todos los hombres, que se inicia en la tierra y continua
ejerciéndola desde el cielo, por lo que María coopera en la impetración y
distribución actual de todas las gracias concedidas a los hombres.
El
pueblo de Dios siempre ha creído en la mediación de María y ha invocado su
misericordia. Basta recordar la oración que ya en el siglo tercero recitaban
los fieles y que posteriormente fue introducida en la liturgia y que ha llegado
hasta nuestros días:
“Bajo
tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios, no deseches las súplicas que
te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo
peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
La
fiesta de María Medianera de todas las gracias fue instituida por el papa
Benedicto XV en 1921; en ella se nos invita a recurrir siempre con confianza a
esta mediación incesante de la Madre del Salvador.
El
Concilio Vaticano II ha escrito sobre esta condición de mediadora de la
Santísima Virgen: «María, asunta a los cielos, no ha dejado su misión
salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los
dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su
Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean
conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.
«Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada
nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador». (LG 62).
La
Virgen no es solamente la madre de la cabeza, sino que además ha cooperado con
la caridad, al nacimiento de los fieles en la iglesia y es verdaderamente madre
de los miembros de Cristo. En esta cooperación, María no ha sido instrumento
pasivo en las manos de Dios, sino que ofreció una aportación responsable y
activa a través de un servicio libremente expresado y con fe, esperanza y
caridad. LG 53.56.
Para discernir
¿Busco
la intercesión de la Virgen en mi camino de fe?
¿Experimento
su cercanía y presencia maternal?
¿Valoro
su presencia cooperadora en la salvación realizada por Jesús?
Para la lectura espiritual
María,
Medianera de todas las gracias
Queridos hermanos y hermanas:
1. Entre
los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia, el capítulo VIII de
la Lumen Gentium recuerda el de «Mediadora». Aunque algunos padres
conciliares no compartían plenamente esa elección (cf. Acta Synodalia III, 8,
163-164), este apelativo fue incluido en la constitución dogmática sobre la
Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo
cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo de
enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a María.
Por
lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del título
de «Mediadora» cuando afirma que María «continúa procurándonos con su
múltiple intercesión los dones de la salvación eterna» (Lumen Gentium, 62).
Como
recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la mediación de María está
íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno
que la distingue del de las demás criaturas» (n. 38).
Desde
este punto de vista, es única en su género y singularmente eficaz.
2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen Gentium, 61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimiento espiritual de la humanidad.
3. La mediación materna de María no hace sombra a la única y perfecta mediación de
Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse referido a «María
Mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo, se entiende de
tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo,
único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto de la primera
carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre
Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo
como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).
El
Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María para con los
hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de
Cristo, sino que manifiesta su eficacia» (Lumen Gentium, 60).
Así
pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única mediación de Cristo,
María pone de relieve su fecundidad y su eficacia. «En efecto, todo el influjo
de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en
ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la
sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende
totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (ib.).
4. De
Cristo deriva el valor de la mediación de María, y, por consiguiente, el
influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de ninguna manera impide,
la unión inmediata de los creyentes con Cristo» (ib.).
La
intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de
la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que
acudan a María «para que, apoyados en su protección maternal, se unan más
íntimamente al Mediador y Salvador» (ib., 62).
5. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).
María
realiza su acción materna en continua dependencia de la mediación de Cristo y
de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a los hombres.
La
Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta «continuamente» la eficacia
de la acción de la «Madre en el orden de la gracia».
San Juan Pablo
II, Audiencia General, 1 de octubre de 1997
Para rezar
Mi
santísima Señora, Madre de Dios,
llena
de gracia, tú eres la gloria de nuestra naturaleza,
el
canal de todos los bienes,
la
reina de todas las cosas después de la Trinidad…,
la
mediadora del mundo después del Mediador;
tú
eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo,
la
llave que nos abre las puertas del paraíso,
nuestra
abogada, nuestra mediadora.
Mira
mi fe, mira mis piadosos anhelos
y
acuérdate de tu misericordia y de tu poder.
Madre
de Aquel que es el único misericordioso y bueno,
acoge
mi alma en mi miseria y,
por
tu mediación, hazla digna de estar
un
día a la diestra de tu único Hijo.
San
Efrén de Siria
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