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de noviembre de 2019 – TO – DOMINGO XXXI – Ciclo C
Vino a buscar
y a salvar lo que estaba perdido
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del libro de la Sabiduría 11, 22-12,2
Señor,
el mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la
balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te
compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados
de los hombres para que ellos se conviertan.
Tú
amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si
hubieras odiado algo, no lo habrías creado.
¿Cómo
podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la
hubieras llamado?
Pero
tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida,
porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. Por eso reprendes
poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que
se aparten del mal y crean en ti, Señor.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
144, 1-2. 8-9. 10-11. 13c-14 (R.: cf. 1)
R. Bendeciré
tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey.
Te
alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y
bendeciré tu Nombre eternamente;
día
tras día te bendeciré,
y
alabaré tu Nombre sin cesar.
El
Señor es bondadoso y compasivo,
lento
para enojarse y de gran misericordia;
el
Señor es bueno con todos
y
tiene compasión de todas sus criaturas.
Que
todas tus obras te den gracias, Señor,
y
tus fieles te bendigan;
que
anuncien la gloria de tu reino
y
proclamen tu poder.
El
Señor es fiel en todas sus palabras
y
bondadoso en todas sus acciones.
El
Señor sostiene a los que caen
y
endereza a los que están encorvados.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Tesalónica 1, 11-2, 2
Hermanos:
Rogamos
constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado, y
lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción
inspirada en la fe. Así el nombre del Señor Jesús será glorificado en ustedes,
y ustedes en él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
Acerca
de la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, les
rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni se alarmen, sea por
anuncios proféticos, o por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que hacen
creer que el Día del Señor ya ha llegado.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 19, 1-10
Jesús
entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado
Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no
podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó
y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al
llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto,
porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió
con alegría.
Al
ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un
pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad
de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces
más.»
Y
Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este
hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a
salvar lo que estaba perdido.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
La
lectura del Libro de la Sabiduría debemos encuadrarla dentro de la reflexión de
las acciones de Dios en el Éxodo; liberadoras para los israelitas y castigo
para los egipcios. El autor habla de ese amor inicial y previo. Como es el amor
y deseo del hijo aún no concebido, la razón llegada a la vida; la omnipotencia
es la ejecutora de ese deseo amoroso. Dios ama todas las cosas, pues todas son
sus criaturas. Y no quiere que nada perezca, sino que todo se salve. Por eso
está dispuesto a conceder a lo malogrado la oportunidad de rehacerse. Dios
mantiene todos los seres y anima con su soplo incorruptible todas las cosas. El
perdón que Dios concede a los pecadores es un acto de su providencia y
misericordia que todo lo conserva. Si castiga, lo hace con moderación, no para
destruir, sino para salvar y ayudar al hombre.
***
En
la comunidad de Tesalónica, fundados en supuestas revelaciones y en algunas
frases de Pablo de su carta anterior que fueron mal interpretadas, algunos
exaltados habían difundido la idea de que la venida del Señor, la Parusía, era
inminente. La exhortación a la vigilancia ante la repentina venida del Señor y
la insistencia en la necesidad de orar sin interrupción, se prestaban a una
actitud fanática de algunos primeros cristianos que, con el pretexto de la
inmediata venida del Señor, se desentendían de organizar en el mundo la
convivencia y dejaban el trabajo para dedicarse sólo a la oración. Pablo
condena aquí esa actitud y trata de serenar a la comunidad.
***
La
ciudad de Jericó, una hermosa villa en medio del desierto, a once kilómetros
del río Jordán, con manantiales y plantaciones de palmeras que se encuentra
convulsionada ante el paso del famoso profeta es el marco para el Evangelio de
este domingo. Jesús entra en la ciudad y es bien recibido. El pueblo entero con
sus jefes espirituales y los hombres piadosos se acercan para verlo.
Zaqueo,
el aduanero de Jericó, cobrador de impuestos también hace todo lo posible por
ver “quién es Jesús”. Esto significa superar las dificultades que, debido a su
escasa estatura, le impedían ver al Maestro como el resto de la gente.
Zaqueo
era en su tiempo lo que hoy llamaríamos un corrupto indeseable, un hombre
despreciado por su profesión y por su conducta poco escrupulosa. Lo mismo que
pastores y prostitutas en la sociedad judía de entonces, compartía la mala fama
que acompaña siempre y en todas partes como una sombra a los marginados
sociales. Formaba parte de los excluidos. A pesar de ser un hombre rico desde
el punto de vista económico, carecía de categoría social. Era un publicano y
por lo tanto despreciado igual que los samaritanos.
Zaqueo
no podía esperar nada del profeta de Nazaret, ni siquiera se atrevía a
mezclarse con sus seguidores teniendo que contentarse con verlo pasar.
Igualmente Zaqueo se acercó sin soñar que Jesús al llegar a aquel sitio
levantaría los ojos y le diría: hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Zaqueo
se había hecho rico a costa de los pobres y ninguna persona justa se atrevía a
entrar en su casa, sin embargo Jesús se atrevió. Ha venido precisamente para
eso, para buscar y salvar lo que estaba perdido.
El
gesto de aceptación incondicional de Jesús es capaz de enternecer y convertir
el corazón de un hombre que todos consideraban irremediablemente endurecido. La
alegría y el gozo son tan grandes que está decidido a compartir su vida y sus
bienes con los pobres y devolver lo que ha robado con creces. Es un hombre
nuevo que cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo
de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente.
La
marginación en la que vive lo ayuda a no falsear su conciencia, engañándose a
sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Zaqueo no se tiene a sí mismo por
justo por eso vive el gozo de la conversión como la respuesta a un amor que le
tocó el corazón. Un escritor del siglo pasado meditando el efecto de la gracia
en el alma del pecador más grande, dice: “La razón está precisamente en que las
gentes más honradas, o en definitiva a las que así se denomina y que
gustosamente se designan como tales, no tienen puntos débiles en su armadura.
Son invulnerables. Su piel moral constantemente sana les procura un pellejo
impenetrable y una coraza sin fallos”.
La
transformación cristiana es producto de un encuentro con Jesús más que de un
voluntarismo ético.
El
gesto de Zaqueo, de querer restituir el cuádruplo a aquellos que ha defraudado
y dar la mitad de sus bienes a los pobres, nace de una conversión interior
provocado por este encuentro con Jesús. Encontrando al amor, descubriendo el
ser amado, se hace capaz de ir al encuentro de los otros. Los mira con ojos
distintos, no como objetos para utilizar sino como personas para amar. También
sus bienes cambian de dirección: el gesto de acumular se sustituye por el gesto
de dar libre y gratuitamente. Y así el dinero que era objeto de división se
transforma en signo de encuentro y comunión. Su conversión toca su corazón y su
bolsillo.
El
encuentro es gracia y salvación, cuando experimentamos que Dios no viene a dar
respuesta a nuestras preguntas, sino que en Jesús quiere entrar en nuestra casa
y compartir nuestra vida; alojarse en nosotros, recibir nuestra hospitalidad,
entrar en nuestra intimidad, participar de nuestra mesa por más pobre que sea.
Cuando
nos atenemos únicamente a la ley y a las buenas costumbres para sentirnos
seguros, pero resistimos a las inspiraciones y a la novedad del amor evangélico
que renueva todas las cosas y se manifiesta en la justicia; cuando sólo nos
preocupamos de hacer “méritos” para cobrarlos así en la tierra como en el
cielo, no podemos gozar ni alegrarnos del maravilloso desborde del amor de Dios
que hace justo al pecador, ni de la generosidad de los que responden a la
llamada del Evangelio sin mirar para atrás.
Tenemos
que descubrir que el amor de Jesús va más allá de los pecados; se sumerge en lo
profundo de nuestra vida y busca, descubre, despierta, todo lo que hay de
intacto y de puro, porque incluso en el hombre que parece más abominable subsiste
siempre un rincón de inocencia, sólo accesible para Dios.
“Zaqueo
no había pedido nada, y fue Dios mismo el que le suplicó: “Quiero hospedarme en
tu casa”.
La
de Jesús es la misión de la iglesia misión: “Buscar y salvar lo que estaba
perdido”. Una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera necesita
cambiar de táctica centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo
así podría ser fiel a la misión de Jesús, pues “no necesitan médico los sanos,
sino los enfermos”.
Para discernir
¿Margino
y excluyo por alguna razón?
¿Descubro
la misericordia de Dios en las heridas de mis pecados?
¿Me
apoyo en mis méritos para acercarme a Dios?
Repitamos a lo largo de este día
Señor,
ven a mi casa
Para la lectura espiritual
Reprochaban
al médico que entrase en casa del enfermo
El
Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón se dignó ser recibido en casa
de él. Le dice: Zaqueo, apresúrate a bajar, pues conviene que yo me quede en tu
casa (Lc 19,5). Gran dicha consideraba él ver a Cristo. Quien tenía por grande
e inefable dicha el verle pasar, mereció inmediatamente tenerle en casa. Se
infunde la gracia, actúa la fe por medio del amor, se recibe en casa a Cristo,
que habitaba ya en el corazón. Zaqueo dice a Cristo: Señor, daré la mitad de
mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado le devolveré el cuádruplo
(Lc 19,8). Como si dijera: «Me quedo con la otra mitad, no para poseerla, sino
para tener con qué restituir». He aquí, en verdad, en qué consiste recibir a Jesús,
recibirle en el corazón. Allí, en efecto, estaba Cristo; estaba en Zaqueo, y
por su inspiración se decía a sí mismo lo que escuchaba de su boca. Es lo que
dice el Apóstol: Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe (Ef 3,17).
Como
se trataba de Zaqueo, el jefe de los publicanos y gran pecador, aquella turba,
que se creía sana y le impedía que Jesús entrase en casa de un pecador, que
equivale a reprochar al médico el que entre en casa del enfermo. Puesto que
Zaqueo se convirtió en objeto de burla en cuanto pecador y se mofaban de él, ya
sano, los enfermos, respondió el Señor a esos burlones: Hoy ha llegado la
salvación a esta casa (Lc 19,9). He aquí el motivo de mi entrada: Hoy ha
llegado la salvación. Ciertamente, si el Salvador no hubiese entrado no hubiese
llegado la salvación a aquella casa.
¿De
qué te extrañas, enfermo? Llama también tú a Jesús, no te creas sano. El
enfermo que recibe al médico es un enfermo con esperanza; pero es un caso
desesperado quien en su locura da muerte al médico. ¡Qué locura la de aquel que
da muerte al médico! En cambio, ¡qué bondad y poder el del médico, que de su
sangre preparó la medicina para su demente asesino! No decía sin motivo: Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34), quien había venido a buscar
y salvar lo que había perecido. «Ellos son dementes, yo soy el médico; se
enfurecen, los soporto con paciencia; cuándo me hayan dado muerte, entonces los
curaré». Hallémonos entre aquellos a quienes sana. Es palabra humana y digna de
todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. A salvar a
los pecadores (1 Tim 1,15), sean grandes o pequeños. Vino el hijo del hombre a
buscar y salvar lo que había perecido (Lc 19,10).
San Agustín
Sermón 174, 3.5-6
Para rezar
Dios
no te deja caer sin alzarte
Cuando
quieres aplausos que nunca llegan.
Cuando
descubres que no va a ser Él quien apruebe tus exámenes, o quien te encuentre
trabajo, o quien solucione tus conflictos.
Cuando
tras la lluvia viene más lluvia.
Cuando
descubres el dolor del inocente y querrías volver a ser ciego.
Cuando
te asusta entender que la misión es también tu misión.
Cuando
comprendes que las heridas infligidas pueden sanar, pero no borrarse.
Cuando
sientes que tu verdad es incomprendida y, pese a todo, tienes que seguir
avanzando.
Y
sólo ahí, una vez que has tocado un poquito de suelo,
entonces
te das cuenta de que es en ese lugar,
en
ese espacio de la fragilidad, del dolor y de la duda;
en
ese rincón en el que te sientes desprotegido y vulnerable,
donde
habita tu Dios de la cruz, del camino, de la pobreza.
Y
sólo ahí descubres que Dios siempre está sobre aviso,
que
a veces te quita el dolor y te pone la cena,
aunque
en ocasiones tengas que dar la vida.
Sólo
ahí descubres que al caer estás siendo abrazado,
y
que en todo lo que ves, se asoma la imagen de una creación buena;
y
que por debajo de todos los ruidos hay una canción de amor de Dios
por
el mundo; y que en muchos roces hay una caricia
que
despierta la esperanza…
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