7
de octubre de 2019 – TO – LUNES DE LA XXVII
SEMANA
Ntra. Sra. del Rosario
¿Quién es mi
prójimo?
Principio
de la profecía de Jonás 1, 1-2, 1. 11
La
palabra del Señor se dirigió a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos: «Parte
ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad
ha llegado hasta mí.»
Pero
Jonás partió para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Bajó a Jope y
encontró allí un barco que zarpaba hacia Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó
para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor.
Pero
el Señor envió un fuerte viento sobre el mar, y se desencadenó una tempestad
tan grande que el barco estaba a punto de partirse. Los marineros, aterrados,
invocaron cada uno a su dios, y arrojaron el cargamento al mar para aligerar la
nave. Mientras tanto, Jonás había descendido al fondo del barco, se había
acostado y dormía profundamente. El jefe de la tripulación se acercó a él y le
preguntó: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese
dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos.» Luego se dijeron unos a
otros: «Echemos suertes para saber por culpa de quién nos viene esta
desgracia.» Así lo hicieron, y la suerte recayó sobre Jonás.
Entonces
le dijeron: «Explícanos por qué nos sobrevino esta desgracia. ¿Cuál es tu
oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?»
El
les respondió: «Yo soy hebreo y venero al Señor, el Dios del cielo, el que hizo
el mar y la tierra.» Aquellos hombres sintieron un gran temor, y le dijeron: «¡Qué
has hecho!», ya que comprendieron, por lo que él les había contado, que huía de
la presencia del Señor. Y como el mar se agitaba cada vez más, le preguntaron:
«¿Qué haremos contigo para que el mar se nos calme?»
Jonás
les respondió: «Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará. Yo sé
muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad.»
Los
hombres se pusieron a remar con fuerza, para alcanzar tierra firme; pero no lo
consiguieron, porque el mar se agitaba cada vez más contra ellos. Entonces
invocaron al Señor, diciendo: «¡Señor, que no perezcamos a causa de la vida de
este hombre! No nos hagas responsables de una sangre inocente, ya que tú,
Señor, has obrado conforme a tu voluntad.» Luego, levantaron a Jonás, lo
arrojaron al mar, y en seguida se aplacó la furia del mar. Los hombres, llenos
de un gran temor al Señor, le ofrecieron un sacrificio e hicieron votos.
El
Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre
del pez tres días y tres noches.
Entonces
el Señor dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme.
Palabra
de Dios.
SALMO Jon
2, 3. 4. 5. 8 (R.: 7c)
R. Tú
me hiciste salir vivo de la fosa, Señor.
Desde
mi angustia invoqué al Señor,
y
él me respondió;
desde
el seno del Abismo, pedí auxilio,
y
tú escuchaste mi voz. R.
Tú
me arrojaste a lo más profundo,
al
medio del mar:
la
corriente me envolvía,
¡todos
tus torrentes y tus olas
pasaron
sobre mí! R.
Entonces
dije: He sido arrojado
lejos
de tus ojos,
pero
yo seguiré mirando
hacia
tu santo Templo. R.
Cuando
mi alma desfallecía,
me
acordé del Señor,
y
mi oración llegó hasta ti,
hasta
tu santo Templo. R
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
Un
doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús
le preguntó a su vez: « ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
El
le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»
«Has
respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»
Pero
el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «
¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús
volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron
y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un
sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y
siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él,
lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con
aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los
dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo
pagaré al volver.”
¿Cuál
de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones?»
«El
que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y
procede tú de la misma manera.»
Palabra
del Señor.
Si de la memoria:
Hechos 1, 12-14
S. R: Lucas 1, 46-55
Lucas 1,26-38
Para reflexionar
El
relato de Jonás escrito hacia el siglo V antes de Cristo no es la biografía de
un hombre real. Jonás hijo de Amitai, profeta en tiempos de Jeroboán II, de
quien se tienen escasas noticias sirve para convertirlo en protagonista de este
«midrash», un relato imaginario con fines educativos. Quizá el mismo nombre haya
servido para la elección: Jonás significa «paloma», nombre que se aplica a
Israel, como símbolo no de inocencia, sino de estupidez en Oseas.
Esta
parábola del Antiguo Testamento, nos recuerda que «todos los hombres, son
llamados a la salvación». Es probable que fuera escrito en tiempos de Esdras y
en contra de éste que, para asegurar la pureza de la fe del pueblo elegido en
la época de la reconstrucción de Sión, con un excesivo nacionalismo, cerraba
las puertas a los demás países.
El
libro de Jonás reafirma fuertemente la «vocación misionera» del pueblo elegido.
Dios no es solamente el Dios de Israel, sino el de todas las naciones. En esta
historia todos los paganos que aparecen son buenos, desde el rey de Nínive y
sus habitantes, hasta el ganado, pasando por los marineros del barco y la
ballena que cumple también un papel importante. El único judío, Jonás, es el
peor, un anti-profeta, personificación del espíritu mezquino, particularista y
ridículo de buena parte de Israel.
El
autor eligió como muestra de una ciudad pagana que se convierte, a Nínive, la
capital de los asirios, famosa por su política despiadada y cruel.
En
el momento en que Jonás recibe el encargo de ir a Nínive y anunciar allí el castigo
de Dios, como mal profeta, toma un barco en dirección contraria yendo hacia
tierras de Tarsis, en el sur de la actual España.
Cuando
se forma la tempestad, los marineros aparecen como personas buenas, que temen a
sus dioses y les rezan y les ofrecen sacrificios, y además respetan a Jonás, a
pesar de que se ha declarado culpable. Tratan de hacer lo posible para
salvarlo, pero al fin lo tienen que arrojar al mar. En el agua es donde entra
en acción la ballena que lo retiene durante tres días hasta vomitarlo a tierra
firme.
El
único personaje judío de la parábola es el único que se resiste a Dios. Pero
Dios al margen de lo que haga el hombre, consigue su fin. Las situaciones por
las que pasa Jonás más que castigos, son hechos providenciales y destinados a
forzar al profeta a cumplir su misión.
***
Jesús
contó esta parábola dedicándosela al doctor de la ley, a una persona que tenía
la función de indicar a los demás los deberes de la religión. Este maestro de
la ley que interroga a Jesús tiene la intención de ponerlo a prueba.
No
era fácil decidir entre los 613 mandatos o mandamientos, cuál de todos era el
más importante. Jesús no se atiene a la línea de ningún rabino de la época ni a
ninguna escuela en particular, simplemente hace que su interlocutor vuelva a la
fuente, a la Ley de Moisés, a lo que recordaban en el Shemá Israel los judíos
practicantes tres veces al día: amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a
sí mismo. Sólo estos dos son suficientes para obtener la vida.
Ante
la pregunta sobre quién es el prójimo, Jesús acudirá a un ejemplo que los
sacará del marco teórico para insertarlos en la vida. Una historia totalmente
ordinaria, un hecho más de los que sucedían habitualmente y a los que hoy
estamos acostumbrados. Un hombre anónimo, un cualquiera, una víctima de la
rapiña pero también del odio racial, de los prejuicios y de la indiferencia.
Pasan un sacerdote y un levita que dan un rodeo. No se acercan, no es de los
suyos. Jesús quiere poner de manifiesto lo deshumanizante de la ley cuando la
búsqueda del bien no la sustenta. Ambos seguramente, se dirigían a Jerusalén a
cumplir con sus respectivos turnos de servicio en el templo, que exigía una
estricta pureza legal y ritual que hubieran quedado rota al contaminarse con la
sangre del herido.
A
través de esa historia Jesús va a revelar la extraña novedad del evangelio.
Porque para Jesús la regla de oro de la moral, no es la observación de un marco
de leyes bien definido, sino la que surge de la vida vivida y se elabora en el
corazón que, porque ama a Dios, está empapado de misericordia y compasión.
La
compasión marca el sello distintivo de esta ley superior a toda ley. La misma
compasión que tuvo Jesús con la viuda de Naím; con la multitud que lo seguía
abatida y con hambre; y que tuvo el padre con el hijo que regresa.
Este
buen samaritano es Cristo, en el que Dios se acerca al hombre herido y lo carga
sobre sí para curar sus heridas. Este hombre bajaba de Jerusalén a Jericó;
Jesús recorrerá el camino inverso: irá a Jerusalén, y allí El será el samaritano,
ahora herido porque la compasión lo lleva a cargar nuestras heridas. En Jesús
colgado al borde del camino, dejado por muerto, de quien todos se apartan, Dios
manifiesta su rostro de misericordia y de amor universal.
El
«amor» a Dios no se puede reducir a una frase adornada con oraciones
cumplidoras y prácticas externas. El amor al prójimo brota de la compasión y
nos lleva a ponernos en camino de hacer lo mismo que aquel samaritano.
La
salvación está del lado del corazón capaz de compadecerse. Jesús con su palabra
y con su vida, invita y reclama para la vida del mundo un corazón
misericordioso, porque la misericordia es el corazón de Dios.
Para discernir
¿Qué
nos exige hoy nuestro amor a Dios?
¿Qué
nos exige hoy nuestro amor a los hermanos?
¿Me
dejo sanar por la compasión y la misericordia de Dios?
Repitamos a lo largo de este día
Dame
una vida compasiva Señor
Para la lectura espiritual
«Un
Samaritano… llegó donde estaba él, y al verlo le dio lástima»
…”Un
samaritano bajaba por el camino. «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3,13). Viendo que estaba medio muerto ese
hombre a quien nadie, antes de él, había podido curar…, se le acerca; es decir
que, aceptando de sufrir con nosotros se hizo nuestro prójimo y compadeciéndose
de nosotros se hizo nuestro vecino.
«Le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino». Este médico tiene muchos remedios
con los cuales está acostumbrado a curar. Sus palabras son un remedio: tal
palabra venda las heridas, tal otra les pone bálsamo, a otra vino astringente…
«Después lo montó en su cabalgadura». Escucha cómo él te acomoda: «Él soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4). También el pastor
ha colocado a su oveja cansada sobre sus espaldas (Lc 15,5)…
«Lo
llevó a una posada y lo cuidó»… Pero el Samaritano no podía permanecer largo
tiempo en nuestra tierra; debía regresar al lugar del que había descendido.
Pues «al día siguiente» -¿cuál es este día siguiente sino el día de la
resurrección del Señor, de aquel que se ha dicho: «Este es el día que hizo el
Señor» (Sl 117, 24)?- «sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
Cuida de él». ¿Qué son estas dos monedas? Quizás los dos Testamentos, que
llevan la efigie del Padre eterno, y al precio de los cuales nuestras heridas
has sido curadas… ¡Dichoso este posadero que puede curar las heridas de otro!
¡Dichoso aquel a quien Jesús dice: «Lo que gastes de más yo te lo pagaré a la
vuelta»!… Promete, pues, la recompensa. ¿Cuándo volverás, Señor, si no es en el
día del juicio? Aunque siempre estés en todas partes, teniéndote en medio de
nosotros sin que te reconozcamos, llegará el día en que toda carne te verá
venir. Y darás lo que debes. ¿Cómo lo pagarás tú, Señor Jesús? Has prometido a
los buenos una amplia recompensa en el cielo, pero darás todavía más cuando dirás:
«Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho
más; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21)”…
San Ambrosio
(hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario al evangelio
de Lucas, 7, 74s
Para rezar
Dios
de ternura y de piedad,
Que
te inclinas sobre nuestra pobreza
y
cuidas de nosotros, que somos tus hijos.
Reconocemos
tu amor y tu misericordia,
Que
podamos por tu gracia
ser
hombres de corazón, consagrados a la caridad.
Danos
entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspiranos
el gesto y la palabra necesaria
ante
todo dolor y sufrimiento
Que
ella sea hoy nuestra misión,
nuestra
tarea y nuestra felicidad.
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