21 de octubre de 2019


21 de octubre de 2019 – TO – LUNES DE LA XXIX SEMANA

¿Para quién será lo que has amontonado?

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma    4, 20-25

Hermanos:
Abraham no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
Pero cuando dice la Escritura: Dios tuvo en cuenta su fe, no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. 
Palabra de Dios.

SALMO    Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75 (R.: cf. 68) 
R.    ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó a su pueblo!

Nos ha dado un poderoso Salvador
en la casa de David, su servidor,
como lo había anunciado mucho tiempo antes
por boca de sus santos profetas. R.

Para salvarnos de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos odian.
Así tuvo misericordia de nuestros padres
y se acordó de su santa Alianza. R.

Del juramento que hizo a nuestro padre Abraham
de concedernos que, libres de temor,
arrancados de las manos de nuestros enemigos,
lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada,
durante toda nuestra vida. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    12, 13-21

En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.»
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas.»
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha.” Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.”
Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios.» 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

La sola fe ha “justificado” a Abraham. Ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad. Humanamente, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. Su fe es una esperanza más allá de toda esperanza. La fe del patriarca, se mantiene en la seguridad de que Dios, es capaz de crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado.
Abraham no se ha encerrado en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede hacer nuevas todas las cosas. Abraham no se ha apoyado en su edad, que no condecía con su esperanza; sino que ha superado esta realidad confiando a Dios el futuro.
La fe de Abraham es eminentemente personal. Está ligada a Aquel que había prometido, más que a lo que había prometido. Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros.
Cristo resucitado es verdaderamente el “si” de la promesa de Dios. El objeto central de nuestra fe, es la «fe en Cristo Resucitado». Quienes mediante la muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la glorificación de Cristo Resucitado.
Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el plan final que Dios tiene sobre la humanidad.
Aceptar en la fe a Jesús, haciendo nuestro su Misterio Pascual, nos acreditará como justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia.
***
El legalismo al que se había llegado en el seno del judaísmo hacía de los miembros del pueblo personas infantiles, temerosas, dependientes, incapaces de resolver hasta los asuntos domésticos. Un hombre le pide a Jesús que medie en una cuestión de herencia, un asunto meramente familiar y banal que con frecuencia era resuelto por los rabinos que hacían esta clase de servicio.
En aquella época no existían los bienes de la familia puesto que todo era del padre y el hijo mayor era el heredero de todos los bienes. Si bien el tener muchos hijos era signo de la bendición Dios, la práctica familiar acerca de la herencia era injusta y desequilibrada porque el hijo mayor era quien tenía derecho a quedarse con todo; y no estaba obligado a dar algo a los demás hermanos.
Jesús les hace notar que se equivocan al pensar que Él tiene que intervenir en todo y aclara que no es juez ni mediador en asuntos como éste. Su respuesta negándose a resolver cuestiones de dinero deja claro que para Él la fuente de la vida no se encuentra en el “tener”. Para hacerlo, desenmascara la tendencia perniciosa a la codicia, al acaparamiento en que viven tantos contemporáneos suyos.
La parábola que usa para ilustrar remite al tema del juicio; noción que irá creciendo cada vez más. Pero el juicio un juicio de salvación que es fuente de vida.
Al pedir que se busquen las cosas de arriba llama a dar un paso importante. En el fondo, ni el trabajo, ni los bienes son la última palabra sobre el hombre; tanto uno como otro no tienen respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que aflige al hombre.
«Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. La ambición, el acaparamiento y el enriquecimiento son siempre fuente de conflictos, agresiones y opresión. Uno quita a otro sus derechos para apoderarse de un capital. El dinero se transforma en la medida de toda acción humana dejando de lado los grandes valores que deben sostener la vida de los hombres en la sociedad.
El pecado no consiste en ser rico ni preocuparse del futuro, sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que nos llevaremos con nosotros en la muerte: las obras del reino. El saber compartir con otros nuestros bienes es la única riqueza que vale la pena ante Dios.
El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación que se va metiendo bajo la apariencia de necesidad. El proyecto de Jesús es la realización de una comunidad fraterna donde se respeta el derecho y la dignidad de todos y para eso nos pide que pongamos a Dios y su reinado como supremo valor de la vida.
Jesús no viene solucionar conflictos humanos que los hombres pueden y deben resolver; Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego de un amor nuevo, que ilumina y resuelve desde una nueva lógica y una justicia distinta todos los litigios entre los hermanos.

PARA DISCERNIR

¿Dónde pongo mi confianza?
¿Qué lugar le doy a los bienes materiales?
¿Qué signos doy de buscar la verdadera salvación?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

Dame la riqueza de tu gracia, y quedaré libre de toda codicia

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Amasar para sí mismo o ser rico ante Dios?

« ¿Qué voy a hacer? ¡Construiré graneros más grandes!» ¿Por qué habían producido tanto las tierras de este hombre que no iba a hacer más que un mal uso de sus riquezas? Para que se manifiesta con mayor esplendor la inmensa bondad de Dios que da su gracia a todos, «porque hace caer la lluvia sobre justos e injustos, hace salir el sol tanto sobre los malvados como sobre los buenos» (Mt 5,45)… Los beneficios de Dios para este hombre rico eran: una tierra fecunda, un clima templado, abundantes semillas, bueyes para labrar, y todo lo que asegura la prosperidad. Y él ¿qué le devolvía? Un mal humor, misantropía y egoísmo. Es así como agradecía a su bienhechor.
Olvidaba que todos pertenecemos a la misma naturaleza humana; no pensó que era necesario distribuir lo superfluo a los pobres; no tuvo en cuenta ninguno de los preceptos divinos: «No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo» (Pr 3, 27), «la piedad y la lealtad no te abandonen» (3,3), «parte tu pan con el hambriento» (Is 58,7). Todos los profetas y los sabios le proclamaban estos preceptos, pero él se hacía el sordo. Sus graneros estaban a punto de romperse por demasiado estrechos para el trigo que metía, pero su corazón no estaba saciado… No quería despojarse de nada aunque no llegara a poder guardar todo lo que poseía. Este problema le angustiaba: « ¿Qué haré?» se repetía. ¿Quién no tendría lástima de un hombre tan obsesionado? La abundancia le hace desdichado… se lamenta igual como los indigentes: « ¿Qué haré? ¿Cómo voy a alimentarme, vestirme?»…
Considera, hombre, quien te ha colmado de estos dones. Reflexiona un poco sobre ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha confiado? ¿De quién has recibido esta carga? ¿Por qué has sido escogido tú? Eres el servidor del Dios bueno; estas encargado de tus compañeros de servicio…  « ¿Qué haré?» La respuesta era muy sencilla: «Saciaré a los hambrientos, invitaré a los pobres… Todos los que no tenéis pan, venid a llenaros de los dones que Dios me ha concedido y que fluyen como de una fuente».

San Basilio. Homilía 31

PARA REZAR

Señor: la riqueza no Me interesa,
la miseria no me inquieta,
sólo tu amor me apasiona:
es a Ti a quien necesito.
Tu amor mata a los amantes,
los sumerge en el mar “Amor”
y los colma de su manifestación:
es a Ti a quien necesito.
Beberé el vino de tu amor,
me volveré loco por Ti
y me marcharé al desierto;
día y noche sé Tú mi preocupación:
es a Ti a quien necesito.
Hasta si hubiese muerto,
si mis cenizas se lanzaran al viento,
mi polvo seguiría gritando:
es a Ti a quien necesito.

Yanus Emre


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