29 de septiembre de 2019 – TO DOMINGO DE LA XXVI SEMANA Ciclo C
Ay de los que se
sienten seguros
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de
Amós 6, 1a. 4-7
¡Ay de los que se sienten seguros
en Sión! Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los
corderos del rebaño y los terneros sacados del establo. Improvisan al son del
arpa, y como David, inventan instrumentos musicales; beben el vino en grandes
copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de
José.
Por eso, ahora irán al cautiverio
al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos.
Palabra de Dios.
SALMO Sal
145, 7. 8-9a. 9b y 8d y 10 (R.: 1b)
R. ¡Alaba
al Señor, alma mía!
El Señor hace justicia a los
oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.
El Señor abre los ojos de los
ciegos
y endereza a los que están
encorvados.
El Señor ama a los justos
y protege a los extranjeros.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y entorpece el camino de los
malvados.
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo
a
Timoteo 6, 11-16
Hombre Dios, practica la
justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen
combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en
vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de
numerosos testigos.
Yo te ordeno delante de Dios, que
da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio
ante Poncio Pilato: observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e
irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación
que hará aparecer a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey
de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad y
habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. ¡A él
sea el honor y el poder para siempre! Amén.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según
san Lucas 16, 19-31
Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su
puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse
con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus
llagas.
El pobre murió y fue llevado por
los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en
medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro
junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro
para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque
estas llamas me atormentan.”
“Hijo mío, respondió Abraham,
recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió
males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre
ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar
de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta
aquí.”
El rico contestó: “Te ruego
entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco
hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de
tormento.”
Abraham respondió: “Tienen a
Moisés y a los Profetas; que los escuchen.”
“No, padre Abraham, insistió el
rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.”
Pero Abraham respondió: “Si no
escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los
muertos, tampoco se convencerán.”»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
El profeta Amós se alza vigoroso
contra la vida de su tiempo. Formula una dura crítica de los ricos y, en
general, de la sociedad de su época, una sociedad que se entrega a todos los
lujos y a todos los excesos con una increíble sensación de seguridad. El
profeta considera desastrosa la situación real de Israel; porque los ricos
viven a costa de la sociedad y de los pobres sobre todo. Allí ya no se ven la
fe de Israel ni su Ley. El profeta no pretende condenar el aumento de
bienestar, sino los abusos y la distancia demasiado grande entre diferentes
condiciones de vida, viviendo unos del trabajo de los otros y de su indigencia.
La protesta de Amós apunta sobre todo a los que viven en medio del abuso aún
profesando externamente la religión de Israel.
***
El texto de la carta a Timoteo es
una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en
este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del
evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el
corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia en una dinámica
que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir realizándose
en la justicia, en la solidaridad, en el amor…hasta que llegue la manifestación
de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.
***
El capítulo social que el domingo
pasado planteaba la actitud de los cristianos ante el dinero o las
riquezas cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Lucas
aprovecha para poner de manifiesto lo que les espera a los que no son capaces
de compartir sus riquezas con los pobres.
Dos hombres distanciados por un
abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo,
por toda la eternidad. En las casas acomodadas, era costumbre el uso
de migajas en la comida para limpiarse las manos que luego se tiraban
debajo de la mesa. El pobre Lázaro, que significa “Dios ayuda”, suspiraba por
ellas, pero nadie se las daba. Los perros le lamían las llagas, pero los
invitados del rico, también ricos, lo ignoraban.
El rico despreocupado “banquetea
espléndidamente”, ajeno al sufrimiento de un pobre mendigo a quien “nadie daba
nada”. El pecado del rico no es su riqueza sino disfrutar despreocupadamente de
ella sin acercarse a la necesidad del pobre Lázaro.
Jesucristo ama a todos sin
excepciones, no habla “contra” los ricos, pero con dureza quiere advertirlos
acerca del peligro que significa, dejarse aprisionar por el dinero. La
convicción profunda de Jesús es que la riqueza en cuanto “apropiación
desordenada de bienes”, no hace crecer al hombre, sino que lo esclaviza, lo
destruye y deshumaniza cuando lo hace indiferente, apático e insolidario ante
la necesidad ajena.
El rico no se condena por el
hecho de ser rico, sino porque prescinde de Dios y porque se resiste a
compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a su propia puerta. Tampoco
el pobre se salva por el hecho de serlo, sino cuando está abierto a Dios y
espera la salvación de “quien hace justicia a los oprimidos y da pan a los
hambrientos, como canta el salmo de este domingo. La acumulación de riquezas es
injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado hay personas que ni
siquiera tienen las migajas necesarias para comer.
Dios no quiere la miseria,
ni le gustan los sacrificios que la pobreza impone. Al contrario, quiere
que todos sus hijos vivan dignamente y sean felices. La pobreza existe paralelamente
a la riqueza. No existen ciudades bonitas si dentro de ellas hay hombres
mendigando o muriendo de frío en las calles, no hay familias ideales si algún
miembro de ellas está solo y abandonado, no nos sentiremos satisfechos de
nosotros mismos si tenemos que pasar de largo para no ver la injusticia del que
sufre.
El infierno no es otra cosa que
la “consagración” de este estado de separación, de lejanía. Separación de Dios
y de sus amigos, porque aquí abajo se ha vivido lejos de los otros, separado de
los valores verdaderos, aferrado únicamente al tener, apegado al placer
egoísta, separado de su vocación más auténtica. Condenación significa
“privación” .
El abismo entre los ricos y los
pobres que Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el
presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente,
cambia también el futuro.
Para que el Reino comience en la
tierra, Jesús pone como primera condición, la ruptura con la ambición para
abrazar voluntariamente el camino de la solidaridad, saber usar los bienes de
este mundo de modo que “a nadie le falte lo que a otros le sobra”. Compartir
con los demás lo que tenemos, que no es solamente responsabilidad de los ricos,
sino también de los pobres. Todos tenemos algo
que compartir. Siempre tenemos al lado personas que tienen menos que nosotros.
La salvación de la humanidad no
está en la abundancia de bienes, de tecnología o de aquellas cosas que no
son necesarias para la vida del ser humano. La salvación de la humanidad está
en comprender que la dinámica de la acumulación desmedida e inmisericorde
de riquezas crea enormes abismos que conducen a toda la humanidad a su propia
autodestrucción. El abismo no se puede minimizar por medio de limosnas, asistencialismo
y ayudas ocasionales tranquilizadoras de conciencia.
La solidaridad cristiana consiste
en un amor fraternal y compasivo que brota de la experiencia del amor del Padre
que tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para que en Él tengamos vida en
abundancia.
La solidaridad cristiana es
solidaridad con el Señor Jesús, solidaridad que implica la firme adhesión con
todo el ser a su misión. De esta fundamental solidaridad con Él, se desprenden
las exigencias del compromiso solidario con todos los hombres. Todo esfuerzo
solidario nos remite a Jesús, porque lo que hacemos a cualquiera de nuestros
hermanos, a Él se lo hacemos.
La solidaridad entendida
simplemente como ayuda caritativa, pero que no cuestiona el sistema injusto, es
una solidaridad a medias porque permite que todo siga igual. La solidaridad con
los que sufren, no es una táctica pastoral, sino un “deber” que le exige
trabajar cada día para transformar positivamente la realidad del prójimo. La
solidaridad que anuncia el evangelio ha de incluir la justicia, pero la
desborda, para abarcar la dimensión más profunda que es el Amor. Porque, aún
cuando los hombres tengan una seguridad social y beneficios, que cubran todas
sus necesidades, seguirán necesitando siempre ser tratados con amor.
El discípulo no puede negarle el
evangelio a los hombres de este tiempo reduciéndolo a algo puramente
espiritualista; y un modo privilegiado de anunciarlo es encarnando en nuestra
propia vida los gestos y el modo de solidaridad fraternal que nos enseñó el
Señor.
Para
discernir
¿Qué actitud tengo ante los
necesitados?
¿Hasta dónde llega mi compromiso
solidario?
¿Mi fe: llega a tocar mi
bolsillo?
Repitamos
a lo largo de este día
Que no cierre mi corazón
Para
la lectura espiritual
En qué ponemos
nuestra confianza última
Los ricos quedan descalificados,
no porque necesariamente hayan sido injustos, ni porque hayan robado, ni
por el mero hecho de ser ricos. Sino porque están tan llenos de sus riquezas, o
sea, de sí mismos, que no piensan en Dios ni en los demás.
Se les llama necios porque no han
sabido poner su confianza en algo sólido, sino en lo más efímero de la vida
que, a la hora de la verdad, no les servirá de nada. El rico lo
parecía tener todo, pero llega a la presencia de Dios, a la hora de su muerte,
con las manos vacías. Pobre de solemnidad en lo que más contaba.
No hace falta que llevemos una
vida disoluta ni banqueteemos a diario, despilfarrando nuestros bienes,
para sentirnos interpelados por la palabra de Amós o de Cristo.
Podemos tener, cada uno en su nivel, los mismos defectos: ¿estamos
apegados a las cosas materiales, embotados por lo secundario, y descuidando lo
principal? ¿nos extraña que Jesús dijera que es tan difícil que se salve un
rico lleno de sus cosas como que un camello pase por el ojo de una aguja?
Nuestros pecados
de omisión
Se les achaca,
además, a estos ricos su falta de solidaridad. No se han querido
dar cuenta de que otros, a su lado, están padeciendo necesidad, y hacen
uso totalmente egoísta de sus bienes. Esto no sólo pasa en las relaciones
entre naciones ricas y pobres, con sus insoportables y crecientes diferencias.
También sucede entre familias, entre comunidades eclesiales y entre
personas concretas, que pueden tener una lastimosa ignorancia de la finalidad
de los bienes de este mundo y de la necesidad que otros padecen muy cerca de
nosotros.
Es una llamada a
saber usar los bienes de este mundo. A compartir con los demás lo que tenemos.
Lo cual deben hacer no sólo los ricos, sino también los pobres. Todos tenemos
algo que compartir. Siempre tenemos al lado personas que tienen menos que
nosotros. También cuentan, a la hora de la evaluación de nuestra vida,
los “pecados de omisión”. Seremos juzgados por lo que hemos hecho: “tuve
hambre y me disteis de comer”, y también por lo que hemos dejado de hacer:
“estuve enfermo y no me visitasteis”.
J. Aldazábal
Para
rezar
Señor Jesús yo
sé que tu vida se complicó demasiado.
Yo sé que luchaste por la paz y la justicia y la libertad.
Yo sé que lo diste todo por amor y la verdad.
Yo sé que perdonaste y devolviste la dignidad humana a muchos hombres.
Yo sé que viviste entre marginados y asumiste su vida.
Yo sé que proclamaste que Dios era Padre para ellos.
Yo sé que llamaste a vivir en tu Reino a los hombres de corazón roto.
Yo sé que te acorralaron los poderosos y te condenaron.
Yo sé que te metieron en la cárcel y te sentaron en el banquillo.
Yo sé que te clavaron en el madero como a un maldito.
Yo sé que te mataron para que las cosas siguieran igual.
Yo sé que tu muerte fue un fracaso. ¡Un fracaso!
Pero yo sé que Tú diste la vida por amor.
Yo sé que tu estilo de vida no podía quedar en el sepulcro.
Yo sé que tu Padre, Señor de la Historia, te levantó, te puso en pie.
Todos nosotros sabemos que resucitaste. Lo sabemos y creemos
En Ti, Señor Resucitado.
Señor Jesús, Señor Resucitado, Solidario con los hombres.
Creemos en el Hombre Nuevo, en la Nueva Humanidad que nos dejaste.
Creemos, Señor Jesús, que sigues siendo solidario de los hombres.
¡Creemos en el hombre como un ser salvado! ¡Salvado desde la Cruz!
¡Señor, auméntanos la fe!
Amén.
Yo sé que luchaste por la paz y la justicia y la libertad.
Yo sé que lo diste todo por amor y la verdad.
Yo sé que perdonaste y devolviste la dignidad humana a muchos hombres.
Yo sé que viviste entre marginados y asumiste su vida.
Yo sé que proclamaste que Dios era Padre para ellos.
Yo sé que llamaste a vivir en tu Reino a los hombres de corazón roto.
Yo sé que te acorralaron los poderosos y te condenaron.
Yo sé que te metieron en la cárcel y te sentaron en el banquillo.
Yo sé que te clavaron en el madero como a un maldito.
Yo sé que te mataron para que las cosas siguieran igual.
Yo sé que tu muerte fue un fracaso. ¡Un fracaso!
Pero yo sé que Tú diste la vida por amor.
Yo sé que tu estilo de vida no podía quedar en el sepulcro.
Yo sé que tu Padre, Señor de la Historia, te levantó, te puso en pie.
Todos nosotros sabemos que resucitaste. Lo sabemos y creemos
En Ti, Señor Resucitado.
Señor Jesús, Señor Resucitado, Solidario con los hombres.
Creemos en el Hombre Nuevo, en la Nueva Humanidad que nos dejaste.
Creemos, Señor Jesús, que sigues siendo solidario de los hombres.
¡Creemos en el hombre como un ser salvado! ¡Salvado desde la Cruz!
¡Señor, auméntanos la fe!
Amén.
Cáritas Sevilla
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