10
de junio de 2019 - TO – LUNES DE LA X SEMANA (Felices los pobres)
Lunes después de Pentecostés - María Madre de la Iglesia
Aquí tienes a
tu hijo. Aquí tienes a tu madre
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 1, 12-14
Después
que Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron entonces del monte de los
Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida
recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde
solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé,
Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago.
Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Palabra
de Dios.
SALMO Jdt
13, 18bcde. 19 (R.: 15, 9d)
R. ¡Tú
eres el insigne honor de nuestra raza!
Que
el Dios Altísimo te bendiga, hija mía,
más
que a todas las mujeres de la tierra;
y
bendito sea el Señor Dios,
creador
del cielo y de la tierra. R.
Nunca
olvidarán los hombres
la
confianza que has demostrado
y
siempre recordarán el poder de Dios. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto
a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás,
y María Magdalena.
Al
ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego
dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
María
es, el primer y principal miembro de la Iglesia, nuestra hermana en la fe, y al
mismo tiempo, nuestra Madre. Siendo Madre de Cristo, es Madre de su cuerpo que
es la Iglesia. Siendo madre del que es la cabeza, lo es también de sus miembros
los cuales estamos incorporados a Él por la gracia: «Como la maternidad divina
es el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de su presencia
en el plan de salvación obrado por Jesucristo, así también constituye el fundamento
principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la Madre de Aquél
que estuvo desde el primer instante de la encarnación en su seno virginal y
unió así como Cabeza a su Cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, por
ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles y los pastores, es
decir, la Iglesia». (San Pablo VI, CVII)
El
Concilio Vaticano II, nos dice que María es Madre no sólo de la Cabeza, sino
también de los miembros del Cuerpo místico de Cristo: «Porque cooperó con su
caridad a que los fieles naciesen en su Iglesia» (LG 53). Cooperó en la
encarnación y cooperó también en la cruz, en el momento en el que del Corazón
traspasado de Cristo nacía la familia de los redimidos: «no sin designio
divino, estuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció
maternalmente a su sacrificio, consintiendo amorosamente a la inmolación de la
víctima que Ella había engendrado» (LG 58).
Sin
negar su sufrimiento, la actitud de la Virgen María no fue la de una madre que
se duele ante la muerte de su hijo; fue la actitud de una madre, que aún en
medio del dolor, se asocia, se une positivamente al sacrificio, no sólo porque
la víctima inmolada era su propio Hijo, sino porque el amor la lleva a volver a
dar su sí como lo dio el día de la Encarnación.
María
es nuestra Madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a la
gracia, pero, sobre todo, porque en la medida en que el Espíritu Santo nos
inserta en Cristo, hermanándonos con Él, María nos ama como miembros que somos
de su Cuerpo. Ella no puede dejar de amar con amor maternal a los que están
hermanados con su Hijo por la gracia.
Esta
realidad nos permite tener los mismos sentimientos que Cristo tenía hacia su
Padre del cielo y hacia su Madre terrena. La maternidad de María no viene a
oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que, más bien, llega a
confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial,
clave para ser engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia
maternal, prepara el camino de la mejor manera posible. La maternidad de María
es así para nosotros un puro regalo de Dios.
La
vida de María aquí en la tierra fue una vida empapada de Dios, haciéndose:
canto de glorificación en el magníficat, petición confiada en las bodas de Caná
y espera perseverante con la Iglesia en el cenáculo. Desde entonces hasta
nuestros días es en todo tiempo intercesora para todos los miembros del Cuerpo
místico de Cristo: «No dejó en el cielo su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos,
por su continua intercesión, los dones de salvación. María hace que la Iglesia
se sienta familia (Documento de Puebla 285,287) y hace que el Evangelio se haga
más carne entre nosotros (Documento de Puebla 303). Por su amor maternal cuida
de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y
angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.
Por eso la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de
abogada, auxiliadora, socorro, mediadora» (LG 62).
María
en el cielo sigue siendo nuestra madre e intercede maternalmente por nosotros.
La intercesión de María es una intervención maternal llena de delicadeza, de
finura, de paciencia, de solicitud, de tacto de Madre, que con su intervención
múltiple va implorando las gracias indispensables. Como Madre de Dios, su
intercesión es poderosa; como Madre nuestra, su intercesión es segura. María,
Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
***
La
Iglesia es semejante en todo a María. Dio a luz a la cabeza de la Iglesia, y
ésta engendra constantemente hijos que forman el cuerpo místico de la
cabeza. Engendra y da a luz sus hijos por medio de la predicación de la
palabra y la administración de los sacramentos. La fuente bautismal es el
fecundo seno materno del que constantemente brotan nuevos hijos. María
concibe y da a luz en el Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz
en el Espíritu Santo. María da a luz para una nueva creación, y la Iglesia
da a luz a los nuevos hombres.
Pero
la relación entre María y la Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una
relación de origen, pues los alumbramientos de la Iglesia están
condicionados por el parto de María. Lo nacido de María vino al mundo como
cabeza de una nueva humanidad. Su parto está ordenado a los alumbramientos de
la Iglesia, como la cabeza al cuerpo.
A
la inversa, los partos de la Iglesia se reflejan en el de María, consuman
en cierto sentido lo que comenzó por aquél. De esa manera, el parto de
María y los de la Iglesia forman un todo único. María tiene en esto importancia
fundamental.
Para discernir
¿Mi
relación con la Virgen María se limita a simple piedad?
¿Experimento
su materna protección?
¿Me
confío a su intercesión?
Repitamos a lo largo de este día
Aquí
tienes a tu hijo
Para la lectura espiritual
…”El
título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa
la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya
algunos textos del Nuevo Testamento.
María,
ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del
reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.
María
en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una
contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los
discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen»
e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).
En
el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la
salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el
parto de la nueva humanidad.
Al
dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el
Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino
también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que
Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos» (Jn 11, 52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del
sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada”…
De la Catequesis
de San Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles
Para rezar
Oración
a María Madre de la Iglesia
María,
tus hijos llenos de gozo,
Te
proclamamos por siempre bienaventurada
Tú
aceptaste gozosa la invitación del Padre
para
ser la Madre de su Hijo.
Con
ello nos invitas a descubrir
la
alegría del amor y la obediencia a Dios.
Tú
que acompañaste hasta la cruz a tu Hijo,
danos
fortaleza ante el dolor
y
grandeza de corazón
para
amar a quienes nos ofenden.
Tú
al unirte a la oración de los discípulos,
esperando
el Espíritu Santo,
te
convertiste en modelo
de
la Iglesia orante y misionera.
Desde
tu asunción a los Cielos,
proteges
los pasos de quienes peregrinan.
guíanos
en la búsqueda
de
la justicia, la paz y la fraternidad.
María
gracias por tenerte como Madre. Amén.
El
21 de noviembre de 1964, al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano
II, el Papa Pablo VI declaró a María Santísima “Madre de la Iglesia, esto es,
de todo el pueblo cristiano, que la llama Madre amorosa”.
A
partir de entonces, muchas iglesias particulares y familias religiosas
empezaron a venerar a la Santísima Virgen con este título.
(DE LA FERIA)
(DE LA FERIA)
10
de junio de 2019 – TO – LUNES DE LA X SEMANA
Felices los pobres
Lectura
de la 2da carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 1, 1-7
Pablo,
Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, saludan a
la Iglesia de Dios que reside en Corinto, junto con todos los santos que viven
en la provincia de Acaya. Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de
Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Bendito
sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y
Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para
que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de
Dios.
Porque
así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por
medio de Cristo abunda nuestro consuelo. Si sufrimos, es para consuelo y
salvación de ustedes; si somos consolados, también es para consuelo de ustedes,
y esto les permite soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros
padecemos. Por eso, tenemos una esperanza bien fundada con respecto a ustedes,
sabiendo que si comparten nuestras tribulaciones, también compartirán nuestro
consuelo.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 9a)
R. ¡Gusten
y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré
al Señor en todo tiempo,
su
alabanza estará siempre en mis labios.
Mi
alma se gloría en el Señor:
que
lo oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen
conmigo al Señor,
alabemos
su Nombre todos juntos.
Busqué
al Señor: él me respondió
y
me libró de todos mis temores. R.
Miren
hacia él y quedarán resplandecientes,
y
sus rostros no se avergonzarán.
Este
pobre hombre invocó al Señor:
él
lo escuchó y los salvó de sus angustias. R.
El
Ángel del Señor acampa
en
torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten
y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices
los que en él se refugian! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 4,25 – 5, 1-12
Al
ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se
acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices
los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los
Cielos.
Felices
los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices
los afligidos, porque serán consolados.
Felices
los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices
los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices
los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices
los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece
el Reino de los Cielos.
Felices
ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda
forma a causa de mí.
Alégrense
y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo;
de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Pablo
escribe por segunda vez a los cristianos de Corinto, la populosa ciudad griega
donde él había fundado una comunidad, durante su permanencia de los años 50-52.
Esta carta refleja los problemas que a su corazón de apóstol le ocasionaba
aquella comunidad.
Corinto
era una ciudad rica, activa, de fuerte comercio, inquieta y con todos los
vicios que su misma situación social comportaba. La comunidad cristiana no se
sustraía a esa situación, y estaba marcada por la vida misma de la ciudad.
Además, llegaron allí «falsos misioneros», que quisieron desvincular a la
comunidad de su fundador, lanzando contra él todo tipo de calumnias y
acusaciones.
Pablo
decide visitar la comunidad, con la esperanza de que volviese la paz y la
serenidad entre los hermanos. Su visita, sin embargo, fue un fracaso. La
comunidad siguió unida a los impostores y, además, él tuvo que soportar
afrentas y ofensas personales.
Pablo
regresa a Efeso lleno de tristeza, pero su amor de padre lo hizo enviar a Tito
a Corinto, con una carta que denota la angustia de su corazón y también, con
algunas advertencias, que si bien llenaron de tristeza a la comunidad, la
ayudaron a reaccionar. Cuando Tito le comunicó a Pablo el arrepentimiento de los
corintios, el Apóstol les escribe esta carta.
Esta,
es una de las cartas más personales que conservamos de Pablo, en la que con un
tono apasionado y tanto polémico, ofrece toda una teología del ministerio
apostólico.
Los
saluda reivindicando para sí el título de: «apóstol de Jesucristo por designio
de Dios». Muestra con claridad que nadie puede ir y predicar si antes no ha
sido escogido y enviado. Y Pablo, lo ha sido a pesar de sus muchas limitaciones
y debilidades. Quien no ha recibido esta misión es como un lobo vestido de
oveja, un estafador que buscando seguidores acaba haciendo esclavos.
A
pesar de reflejar las contradicciones que ha encontrado en esa comunidad; Pablo
se siente confortado por Dios y quiere ser el animador y alentador de los
Corintios, acompañándolos en el sufrir y en el buen ánimo, porque esa es la
misión de un apóstol.
***
Empezamos
a leer el evangelio de Mateo con el sermón de la montaña. Jesús presenta la
«carta magna» del Reino anunciando ocho veces, a quienes quieran ser sus discípulos,
la felicidad, el camino del proyecto de Dios, que es proyecto de vida plena.
Jesús
contempla la muchedumbre que simboliza a toda la humanidad doliente. Y siente,
como en tantas ocasiones, compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada uno.
Los entiende por dentro.
Sube
a la montaña, se sienta y comienza a hablar. El contenido es paradójico: llama
felices a los pobres, a los humildes, a los de corazón misericordioso, a los
que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón.
Esto no quiere decir que la felicidad está en la misma pobreza, o en las
lágrimas, o en la persecución; sino, en lo que esta actitud de apertura y de
sencillez representa y en el premio que Jesús promete.
Son
llamados bienaventurados por Jesús, los «pobres de Yahvé» del Antiguo
Testamento, los que no se bastan a si mismos, los que no se apoyan en sus
propias fuerzas, sino en Dios. A los que quieran seguir este camino, Jesús les
promete ser hijos de Dios, poseer la tierra y el Reino.
La
sociedad en que vivimos llama dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a
los que ríen, a los que consiguen satisfacer sus deseos. Jesús, en cambio,
promete la felicidad por caminos muy distintos.
Si
lo que cuenta en este mundo es pertenecer a los poderosos, a los importantes,
las preferencias de Dios van a los humildes, los sencillos y los pobres de
corazón. Jesús mismo será testimonio de esta felicidad porque es el único que
la ha llevado a plenitud: Él es el pobre, el que crea paz, el misericordioso,
el limpio de corazón, el perseguido que ahora, está glorificado como Señor, en
la felicidad plena.
Las
bienaventuranzas no son un código de obligaciones ni un programa de moral, sino
el retrato de cómo es Dios, de cómo es Jesús, de qué es lo verdaderamente
importante, por lo que vale la pena renunciar a todo. No son promesa; son ya,
realidad gozosa para todo el que las vive.
La
propuesta de Jesús, el Reino de Dios, es la alternativa para construir un mundo
mejor desde lo pequeño, desde lo insignificante, desde lo que nunca ha contado
en la sociedad; y que se comience a disfrutar ya en esta tierra y no sólo en el
más allá.
Hoy,
en un mundo donde reina la injusticia, la violencia y la muerte, se nos pide el
compromiso profético de anunciar la misericordia de Dios, de construir la paz y
de denunciar todo lo que, de una u otra manera genere infelicidad y muerte.
Como discípulos misioneros de Jesús debemos asumir la increíble y
desconcertante novedad de las bienaventuranzas, tomando el mensaje del
evangelio como la nueva ley del Reino que invita a la verdad, la justicia, la
solidaridad y la libertad, aunque tengamos que correr el riesgo de entregar,
como Jesús, la propia vida por los demás.
Para discernir
¿Dónde
buscamos la felicidad?
¿Aceptamos
la propuesta de Jesús?
¿Qué
lugar ocupa la renuncia en mi camino de vida?
Repitamos a lo largo de este día
Dame
un corazón pobre
Para la lectura espiritual
«Dichosos
los pobres en el espíritu»
…”Todos
los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a
ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los
sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro, en el
conocimiento de la verdad. Por eso, el que enseña a todos los hombres, comienza
por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino,
y acoge a los que llaman a su puerta… Aquel que es «El Camino, la Verdad y la
Vida» (Jn 14,6) endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: «Dichosos
los pobres en el espíritu».
La
falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura (1C 3,19), pronuncia sin
comprender lo que afirma; declara dichosa «la raza extranjera, cuya diestra
jura en falso, cuya boca dice falsedades» porque «sus silos están repletos, sus
rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados» (Sl 143, 7-13). Pero todas
sus riquezas son inseguras, su paz no es paz (Jr 6,14), su gozo, estúpido. Por
el contrario, la Sabiduría de Dios, el Hijo por naturaleza, la mano derecha del
Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres,
destinados a ser reyes, reyes del Reino eterno. Parece decir: «Buscáis la
dicha, y no está donde la buscáis, corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis
el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, éste
es el camino. El Reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho
pero mal, cuanto más rápidos vais, más os alejáis del término…»
No
temamos, hermanos. Somos pobres; escuchemos al Pobre recomendar a los pobres la
pobreza. Podemos creerle pues lo ha experimentado. Nació pobre, vivió pobre,
murió pobre. No quiso enriquecerse; sí, aceptó morir. Creamos, pues a la Verdad
que nos indica el camino hacia la vida. Es arduo pero corto; la dicha es
eterna. El camino es estrecho, pero conduce a la vida
(Mt
7,14)
Isaac de la
Estrella (?- hacia 1171),
Sermón 1, para
la fiesta de Todos los Santos
Para rezar
Entre
los más pobres
Este
es tu escabel, y tus pies se posan aquí,
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
Cuando trato de inclinarme ante ti, mi gesto no alcanza
la profundidad en la que se posan tus pies
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
La soberbia no puede acercarse adónde tú caminas,
vestido como los humildes,
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
Mi corazón nunca podrá hallar el camino
hasta donde tú estás acompañando
a los que no tienen compañía,
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
Cuando trato de inclinarme ante ti, mi gesto no alcanza
la profundidad en la que se posan tus pies
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
La soberbia no puede acercarse adónde tú caminas,
vestido como los humildes,
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
Mi corazón nunca podrá hallar el camino
hasta donde tú estás acompañando
a los que no tienen compañía,
entre los más pobres, los ínfimos y los abandonados.
R.
Tagore
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