23 de marzo de 2019 – T. de Cuaresma – SÁBADO DE LA II SEMANA
Arrojarás en lo más profundo del mar nuestros pecados
Lectura
de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20
Apacienta
con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en
un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad,
como en los tiempos antiguos! Como en los días en que salías de Egipto,
muéstranos tus maravillas.
¿Qué
dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto
de tu herencia? El no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad.
El
volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en
lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob
y tu fidelidad a Abraham, como lo juraste a nuestros padres desde los tiempos
remotos.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 (R.: 8a)
R. El
Señor es bondadoso y compasivo.
Bendice
al Señor, alma mía,
que
todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice
al Señor, alma mía,
y
nunca olvides sus beneficios. R.
El
perdona todas tus culpas
y
cura todas tus dolencias;
rescata
tu vida del sepulcro,
te
corona de amor y de ternura. R.
No
acusa de manera inapelable
ni
guarda rencor eternamente;
no
nos trata según nuestros pecados
ni
nos paga conforme a nuestras culpas. R.
Cuanto
se alza el cielo sobre la tierra,
así
de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto
dista el oriente del occidente,
así
aparta de nosotros nuestros pecados. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11b-32
Todos
los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y
los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come
con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola:
«Un
hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la
parte de herencia que me corresponde.” Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos
días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país
lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya
había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a
sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de
esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado
calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las
daba.
Entonces
recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y
yo estoy aquí muriéndome de hambre!” Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le
diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo
tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El
joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser
llamado hijo tuyo.”
Pero
el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo,
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero
engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado.” Y comenzó la fiesta.
El
hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y
los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le
preguntó qué significaba eso.
El
le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero
engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.”
El
se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le
respondió: “Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una
sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis
amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus
bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”
Pero
el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto
a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.”»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Con
el texto de hoy termina el libro de Miqueas. El profeta habla para alentar al pueblo
y estimularlo a mantener firme su fe en Yahvé. Suplica a Dios que no abandone a
su pueblo, sino que realice en él las promesas, de manera que Israel, ahora
triste y abatido, pueda rehacer su vida. En la segunda parte de la lectura, el
profeta se llena de gozo pensando en el futuro perdón de Dios, como garantía de
las promesas que se van obrando entre los altibajos de la historia humana.
Desde
una imagen rural y poética de las ovejas perdidas en el monte bajo, que esperan
que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales, nos va
revelando el sentir de Dios.
El
pasado es garante del presente. Lo que Dios hizo antaño es garantía de lo que
continuará haciendo.
***
En
el evangelio, con la narración de la parábola del «padre que recibe al hijo que
vuelve» se marca una continuidad de los sentimientos de Dios que aparecen en el
Antiguo Testamento.
La
parábola presenta toda la riqueza del amor y de la misericordia de Dios: el Padre
está siempre dispuesto a acoger sin reservas, a todos los hombres que quieran
ponerse en sus manos. Creer por nuestra autosuficiencia que somos capaces de
salvarnos nosotros solos, es la única barrera que impide la realización de este
amor de Dios.
El
Padre no desespera jamás de sus hijos; constituye el centro de la parábola, y
es lo que Jesús nos invita a contemplar.
Un
padre respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos, con dolor
deja partir al menor que le ha pedido parte de su herencia; aún así, mantiene
la esperanza de que algún día comprenderá su amor.
Un
hijo quiere vivir su vida, se niega a estar sometido, cree que será más libre
si está totalmente independizado. La rebelión típica de nuestro tiempo y de
todos los tiempos: “el rechazo del padre” que lleva al rechazo de Dios.
Característica del mundo moderno. El fenómeno global del ateísmo.
Al
pasar hambre se arrepiente, se levanta y parte hacia su padre que estando aún
lejos, lo vio y corrió a él para abrazarlo. Tanta es la alegría, que manda
traer la túnica más bella, un anillo, unas sandalias… hace preparar una fiesta.
Es así como el padre acoge al hijo “que vuelve”.
El
otro hijo, el que había permanecido en casa fiel a la obediencia, no puede
entender esa actitud de perdón y rabioso contra su hermano y resentido contra
su mismo padre decide automarginarse.
Jesús
le habla a los dirigentes judíos, que lo critican a raíz de que recibe en
nombre del Padre, tanto a los pecadores, como a prostitutas, recaudadores de
impuestos, etc. Jesús estaba ofreciendo perdón y dando acogida a los que
estaban fuera de la ley. Con esto, todos los cumplidores de la Ley, creían que
se les quitaba el derecho de precedencia a ellos y a todos los que guardaban
celosamente todas las prescripciones legales.
Jesús
no cesa de mostrar a los jefes judíos que impedían la participación en el Reino
de los declarados pecadores e impuros, que el amor de Dios Padre no discrimina
ni excluye a nadie.
Para
Jesús la entrada al Reino no tiene límites; porque el Amor del Padre es
gratuito y lo da a quien Él quiere y a quien está dispuesto a recibirlo. El
perdón y la misericordia es lo que abre las puertas al Reino.
Cuaresma
es un tiempo favorable para mirarnos en la actitud de Jesús y en el corazón del
Padre. Ellos son el fundamento de nuestro retorno y de nuestra conversión. La
enseñanza de Jesús contrasta con muchas de nuestras actitudes. En diversas
oportunidades nos volvemos obstáculo para que el perdón y el amor de Dios se
realice entre los hombres con los juicios implacables, las condiciones que
ponemos para el perdón, despreciando todo lo que se aleja de esa medida.
Tiempo
de Cuaresma, oportunidad para vivir la experiencia gozosa de la paternidad de
Dios, porque nos sentimos perdonados por Aquel que “es compasivo y misericordioso”.
Dios nos recibe siempre y desea que hagamos lo mismo con los demás. Dios nunca
se pone contra nosotros, incluso cuando pecamos. Se pone más a nuestro lado, y
en contra de todos lo que huele a pecado, a desamor, a injusticia.
El
único agradecimiento que quiere es aceptar su amor siendo comprensivos,
perdonadores y misericordiosos con nuestros hermanos. Así participaremos y
compartiremos con Dios y con los demás la fiesta gozosa del perdón.
Para discernir
¿Percibo
a ese Dios Padre Abbá como el hijo menor antes de irse de casa?
¿Lo
percibo como el hijo mayor lo percibía, sin esperanza ni alegría?
¿Somos
intransigentes e intolerantes como él?
Repitamos a lo largo de este día
Cambiaste
mi luto en danzas
Para la lectura espiritual
…El Dios
cristiano es el Dios de la esperanza no sólo en el sentido de que es el Dios de
la promesa y por ello fundamento y garantía de la esperanza humana, sino
también en el sentido de un Dios que sabe festejar este retorno [...].
La humildad y la
esperanza de Dios no dejan de esperar a sus hijos con un amor más fuerte que
todo el no-amor con el que puede ser correspondido. Dios ama como sólo una
madre sabe amar, con un amor que irradia ternura. El misterio de la maternidad
divina es icono de la capacidad de un amor radiante y gratuito, más fiel que
cualquier infidelidad humana. Dios espera siempre, humilde y ansioso, el
consentimiento de su criatura como —según subraya san Bernardo— hizo con el
“sí” de María.
La parábola nos
pone ante un padre que no teme perder la propia dignidad, incluso parece
ponerla en peligro. La autoridad de un padre no está en las distancias que más
o menos mantiene, sino en el amor radiante que
manifiesta [...]. Este es el intrépido amor de Dios: la intrepidez de romper falsas seguridades aparentes, para vivir la única seguridad que es la del amor más fuerte que la del no-amor; la intrepidez de ir al encuentro del otro superando las distancias protectoras que nuestra incapacidad de amor con frecuencia pretende levantar en torno nuestro…
manifiesta [...]. Este es el intrépido amor de Dios: la intrepidez de romper falsas seguridades aparentes, para vivir la única seguridad que es la del amor más fuerte que la del no-amor; la intrepidez de ir al encuentro del otro superando las distancias protectoras que nuestra incapacidad de amor con frecuencia pretende levantar en torno nuestro…
B. Forte, En
memoria del Salvador, Cisinello B. 1992, 68s.
Para rezar
Te busco Señor
Mi corazón te
busca a ti, Dios mío,
tiene sed y
tiene hambre,
y tiene ganas de
ti,
como el niño
hambriento que busca el pan.
En mi camino
muchas veces no te he buscado y me he perdido.
Mi pecado, mi
desorden, mi egoísmo
y mi orgullo
cegaron la búsqueda.
Mis limitaciones
se convirtieron en lágrimas
que mojaron mi
pan; y al comerlo
me preguntaba de
nuevo: ¿Dónde está Dios?
Manda tu gracia,
rompe la dureza de mi corazón;
haz día de mi
noche y noche de mi día;
abre mi corazón
en plegaria silenciosa
y que llegue a
tí con el amor.
Dios de mi vida:
quiero tu vida,
necesito tu
vida, llena mi vida.
Envíame tu luz y
tu verdad, que ellas me guíen;
envíame tu
Espíritu que me conduzca
a la verdad
plena.
Quiero llegar
hasta tu casa y cantarte,
Dios de mi
alegría. Te encontraré, te miraré a los ojos,
te alabaré como
un niño feliz,
y mi vida se
sentirá segura y llena con tu presencia.
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