8
de febrero de 2019 – TO – VIERNES DE LA IV SEMANA
Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y siempre
Lectura
de la carta a los Hebreos 13, 1-9a
Hermanos:
Perseveren
en el amor fraternal. No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que
gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles. Acuérdense de
los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos, y de los que son
maltratados, como si ustedes estuvieran en su mismo cuerpo.
Respeten
el matrimonio y no deshonren el lecho conyugal, porque Dios condenará a los
lujuriosos y a los adúlteros.
No
se dejen llevar de la avaricia, y conténtense con lo que tienen, porque el
mismo Dios ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré. De manera que podemos decir
con plena confianza: El Señor es mi protector: no temeré. ¿Qué podrán hacerme
los hombres?
Acuérdense
de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios:
consideren cómo terminó su vida e imiten su fe.
Jesucristo
es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
26, 1. 3. 5. 8b-9abc (R.: 1a)
R. El
Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién temeré?
El
Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante
quién temblaré? R.
Aunque
acampe contra mí un ejército,
mi
corazón no temerá;
aunque
estalle una guerra contra mí,
no
perderé la confianza. R.
Sí,
él me cobijará en su Tienda de campaña
en
el momento del peligro;
me
ocultará al amparo de su Carpa
y
me afirmará sobre una roca. R.
Yo
busco tu rostro, Señor,
no
lo apartes de mí.
No
alejes con ira a tu servidor,
tú,
que eres mi ayuda. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 6, 14-29
El
rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas
partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se
manifiestan en él poderes milagrosos» Otros afirmaban: «Es Elías.» Y otros: «Es
un profeta como los antiguos.» Pero Herodes, al oír todo esto, decía: «Este
hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado.»
Herodes,
en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la
mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a
Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.» Herodías odiaba a
Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo
que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba
perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un
día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo
un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La
hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados,
que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le aseguró
bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi
reino.» Ella fue a preguntar a su madre: « ¿Qué debo pedirle?» «La cabeza de
Juan el Bautista», respondió esta.
La
joven volvió rápidamente a dónde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero
que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.»
El
rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados,
no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de
Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre
una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando
los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo
sepultaron.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
El
final de la Epístola a los Hebreos recomienda algunas actitudes muy prácticas.
La fe no es solamente intelectual: se traduce en conductas y compromisos
concretos.
En
primer lugar aparece la hospitalidad. Si bien el huésped era considerado
sagrado, en tiempos de persecuciones, la hospitalidad equivalía a la protección
del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que
proteger recibiéndolo y ocultándolo, aún con todo el riesgo que ello suponía.
Junto a esto aparece la atención a aquellos que están en prisión recordando la
regla de oro que proporciona el evangelio: “hagan con los otros lo que quieren
que hagan con ustedes”.
La
castidad del matrimonio es otra realidad enunciada. Santificados por Cristo y
participantes ya del cielo, el cristiano no puede comportarse, en la
sexualidad, como el que no tiene esperanza.
En
relación con el dinero se condena la avaricia. Al fundamentar nuestra vida en
las cosas materiales excluimos a Dios y su providencia del horizonte de toda
vida humana.
Por
último, se invita a recordar a los pastores y dirigentes. Su muerte es
presentada como ejemplo de fe cimentada en Cristo, que es inmutable, el mismo
ayer, hoy y por los siglos.
***
La
actividad misionera de Jesús, prolongada ahora en los discípulos, extiende la
fama pero también los interrogantes sobre su persona. Entre el envío de los
discípulos y el regreso de su misión, Marcos introduce dos relatos, en el
primero la gente opina sobre Jesús y en el segundo se presenta el martirio de
Juan el Bautista.
El
evangelista, de forma sutil pero clara, está anunciando la suerte que correrá
Jesús con su predicación tan impetuosa y transformadora, y la posible suerte
que correrían el grupo de sus discípulos, si se comprometen con seriedad y
dedicación al anuncio de la llegada inminente del Reino, y de la necesidad de
un cambio de vida para asumir esta causa.
Juan
el Bautista es admirado por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y
su valentía en la denuncia del mal. Por eso Herodes lo aprecia y respeta, a pesar
de que, esa denuncia lo perjudicaba. Pero la debilidad de este rey, que le
había quitado injustamente la mujer a su hermano Felipe, y las intrigas de la
mujer y de su hija, acabaron con su vida. El profeta no podía permanecer
imparcial ante esta injusticia.
Herodías,
aprovechó la fiesta de cumpleaños de Herodes y utilizando a su hija como
señuelo, la hizo danzar. Esto agradó tanto a Herodes que prometió a la joven
darle lo que pidiese, incluso si fuera necesario la mitad de su reino. A
Herodías, le bastó la cabeza del profeta. Herodes por no quedar mal ante la
corte se ve obligado a cumplir su promesa.
Juan
el Bautista es fiel, hasta sus últimas consecuencias, a Aquel que lo envió. Al
entregar su vida, da paso para que la Buena Nueva del amor de Dios, a los
hombres, se centre sólo en Aquel que Dios nos envía.
Si
bien el Señor no pide a todos los cristianos que derramen su sangre en
testimonio de su fe, reclama de todos una firmeza heroica, para proclamar la
verdad con la vida y la palabra en medio del mundo, en las circunstancias en
las que nos ha colocado la vida. Habrá ocasiones en las que no podremos
permanecer en silencio, sino que tendremos que denunciar el mal allí donde se
manifiesta. No podemos pasar de largo ante la pobreza, el hambre provocada por
sistemas injustos. No podemos cerrar la boca ante los desvalidos que son
injustamente tratados. No podemos poner la mirada en otra parte cuando vemos el
deterioro que la droga, la falta de oportunidades y una cultura vacía de
valores, provocan en las generaciones más jóvenes.
Pero
no sólo podemos limitarnos a denunciar el pecado; Cristo tiene que llegar a
todos como verdad, vida y camino de salvación. Por eso, abiertos al Evangelio y
a las inspiraciones del Espíritu Santo, tenemos que ser creativos, al proponer
caminos que, desde el Evangelio, ayuden al hombre a verse libre de sus
esclavitudes.
Derramar
hoy nuestra sangre por fidelidad al Evangelio, es no tener miedo a derramar
nuestro tiempo, nuestras capacidades en la lucha por el bien de nuestros hermanos,
con la certeza que sólo el Señor es nuestra herencia. Vivamos en plenitud
nuestro compromiso con el Señor y, con la misión que Él nos ha confiado, con
palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que sea como un
signo profético en medio de un mundo que levanta altares a dioses falsos.
Para discernir
¿Vivimos
la verdad del Evangelio a medias?
¿Nos
animamos a dar un paso más aunque nos cueste tiempo y renuncias?
¿Estamos
dispuestos nosotros, a seguir el camino de la entrega incondicional?
Repitamos a lo largo de este día
Mi
corazón no temerá
Para la lectura espiritual
…Ésta fue la
tarea de Jesús como sumo sacerdote de la nueva alianza, mediador entre el Padre
y la humanidad pecadora: en primer lugar, abrió el acceso al santo de los
santos y lo recorrió él mismo. Allí es donde Jesús ora ahora, en este «ahora»
sin límites de la eternidad que nuestro tiempo creado no puede fijar ni
hacernos alcanzar, a no ser a través de la oración. Jesús es así, para siempre,
el hombre de la oración, nuestro sumo sacerdote que intercede. Tal es y tal
permanece así «ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Allí arriba, en Jesús
resucitado, se encuentra también la fuente perenne de nuestra oración de aquí
abajo. Gracias a la oración estamos cerca de él, rotos y sobrepasados los
límites del tiempo, y respiramos en la eternidad, manteniéndonos en presencia
del Padre, unidos a Jesús.
Para llegar allí
es necesario recorrer aquí abajo el mismo camino que el Salvador, no hay ningún
otro: el de la cruz y el de la muerte. La misma carta a los Hebreos observa que
Jesús padeció la muerte fuera de las puertas de la ciudad. En consecuencia, los
cristianos también deben salir «a su encuentro fuera del campamento y carguemos
también nosotros con su oprobio (Heb 13,13), es decir, la vergüenza de la cruz.
Todo bautizado lleva en él el deseo de este éxodo hacia Cristo. «No tenemos
aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura (Heb 13,14), allí
donde está presente Jesús ahora. También nosotros estamos ya allí, en la medida
en que, mediante la oración, habitamos junto a él. «Así pues, ofrezcamos a Dios
sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los
labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15). En efecto, el cristiano, que camina
tras las huellas de Jesús, ofrece como él un sacrificio de oración. Confiesa e
invoca constantemente su nombre. Y después, en el amor, comparte todo con sus
hermanos”…
Louf, El
espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid 1985.
Para rezar
Oración de un
Misionero Mártir
Que mis manos
sean las tuyas.
Que mis ojos sean los tuyos.
Que mi lengua sea la tuya.
Que mis sentidos y mi cuerpo
no sirvan sino para glorificarte.
Que mis ojos sean los tuyos.
Que mi lengua sea la tuya.
Que mis sentidos y mi cuerpo
no sirvan sino para glorificarte.
Pero sobre todo:
transfórmame:
¡Que mi memoria, mi inteligencia,
mi corazón, sean tu memoria,
tu inteligencia y tu corazón!
¡Que mi memoria, mi inteligencia,
mi corazón, sean tu memoria,
tu inteligencia y tu corazón!
¡Que mis
acciones y mis sentimientos,
sean semejantes a tus acciones y
a tus sentimientos!
sean semejantes a tus acciones y
a tus sentimientos!
Amén
Juan
Gabriel Perboyre – (Patrono de Oceanía)
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