20 de febrero de 2019 – TO – MIÉRCOLES DE LA VI SEMANA
El ciego quedó curado y veía todo con claridad
Lectura del libro del Génesis 7, 6-7; 8, 6-13.
20-22
Al cabo de cuarenta días, Noé abrió la ventana que
había hecho en el arca, y soltó un cuervo, el cual revoloteó, yendo y viniendo
hasta que la tierra estuvo seca.
Después soltó una paloma, para ver si las aguas ya
habían bajado. Pero la paloma no pudo encontrar un lugar donde apoyarse, y
regresó al arca porque el agua aún cubría toda la tierra. Noé extendió su mano,
la tomó y la introdujo con él en el arca. Luego esperó siete días más, y volvió
a soltar la paloma fuera del arca. Esta regresó al atardecer, trayendo en su
pico una rama verde de olivo. Así supo Noé que las aguas habían terminado de
bajar. Esperó otros siete días y la soltó nuevamente. Pero esta vez la paloma
no volvió.
La tierra comenzó a secarse en el año seiscientos
uno de la vida de Noé, el primer día del mes. Noé retiró el techo del arca, y
vio que la tierra se estaba secando.
Luego Noé levantó un altar al Señor, y tomando
animales puros y pájaros puros de todas clases, ofreció holocaustos sobre el
altar. Cuando el Señor aspiró el aroma agradable, se dijo a sí mismo: «Nunca
más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del
corazón humano son malos desde su juventud; ni tampoco volveré a castigar a
todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo. De ahora en adelante,
mientras dure la tierra, no cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el
calor, el verano y el invierno, el día y la noche.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 115, 12-13.
14-15. 18-19 (R.: 17a)
R. Te ofreceré, Señor, un
sacrificio de alabanza.
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor. R.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos! R.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo,
en los atrios de la Casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Marcos 8, 22-26
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego
y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las
afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las
manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?» El ciego, que comenzaba a ver, le
respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan.»
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos,
y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús
lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la
salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la
puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición
para los hombres. Así es de magnánimo el corazón de Dios que sigue creyendo en
el hombre.
Noé junto con su familia y todos los que estaban en
el arca, flotando sobre las aguas, sobreviven al juicio de Dios y supera la
catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios y garantiza la pervivencia de
la humanidad. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en
justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece
dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. El aspecto de
Dios como juez, no anula el de salvador y fuente de vida.
La humanidad que sale del arca es una humanidad
nueva; la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una
resurrección. La vida comienza de nuevo. Para los salvados la vida comienza de
nuevo, como recién estrenada, como recién salida de la mano de Dios. Todo
vuelve a ser bueno. El arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la
paz, la armonía, la amistad con Dios.
Al sacrificio de acción de gracias que ofrece la
familia de Noé sobre un altar le sigue la promesa de Dios, llena de comprensión
hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del
hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud».
***
Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le
llevaron un ciego y Jesús tomándolo de la mano, lo sacó fuera de la aldea. Lo
conduce de la mano: gesto humano, muy sencillo. Lo lleva “fuera de la aldea”,
no para esconder su milagro, sino para no crear falsas expectativas. Este es el
“secreto mesiánico”. Cristo no será realmente comprendido sino después de la
cruz, y la resurrección.
Poniéndole saliva sobre los ojos, luego le impuso
las manos. Como en el caso del sordomudo de la Decápolis, Jesús usa gestos que
a primera vista parecen mágicos. Pero en realidad, Jesús usa el lenguaje de los
sentidos, que únicamente podría comprender el pobre ciego.
La curación se realiza en dos tiempos: en un primer
momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los
árboles; en un segundo momento la curación es ya completa. El milagro se
acomoda al curso normal de la recuperación natural. Esta curación «por etapas»
es una expresión simbólica del proceso de los discípulos. El ciego no logra ver
con total claridad desde el instante en que ocurre el milagro.
Así como llegar a ver físicamente, es para el ciego
una gracia que Jesús le concede voluntaria y misericordiosamente; así también
el llegar a conocer a Jesús como “el Hijo del Hombre Crucificado y Resucitado”,
es gracia que viene del Padre. Los discípulos de Jesús, sólo lentamente, y con
su ayuda, irán madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino.
La conversión no es algo que sucede de manera
instantánea y para siempre. La conversión es un proceso que se inicia cuando
uno se encuentra con Jesús, y que va progresando en la medida que permanecemos
en Él.
Esta curación de Jesús nos muestra muy bien este
proceso. Cuando estamos lejos de Jesús, somos como el ciego: no somos capaces
de ver la realidad tal cual es, sino como nos la cuentan los demás y por eso
con mucha frecuencia nos tropezamos. En el primer encuentro con Jesús empezamos
a ver, pero no con claridad y esto hace que las cosas se vean no como son
realmente. Ya vemos, pero no con claridad. Finalmente llega el momento en que
se ve todo con claridad y el mundo se nos presenta con toda la belleza con la
que Dios lo creó, descubrimos sus huellas y llamadas en la vida cotidiana.
Podemos encaminarnos en un proyecto de vida desde lo que somos y desde lo que
Jesús nos invita a vivir.
Esta nueva luz también nos hace capaces de
reconocer la maldad del pecado que destruye nuestra vida y entorpece la
realización del Reino. Nuestro camino en la fe y el de los demás, es gradual. A
Jesús se llega paso a paso, lograrlo también requiere de nuestra colaboración.
Nuestro crecimiento en la fe no se da por cálculos humanos sino por nuestra
capacidad de abrimos a la acción de Dios. No podemos pretender resultados
instantáneos. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos, ni con
aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su
camino de fe. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos
veces antes de que viera bien.
Las intervenciones de Dios en nuestra vida siguen
su pedagogía: pacientes, perseverantes, escalonadas, colmadas con una sabiduría
que nosotros no conocemos ni siempre comprendemos. Debemos permanecer firmes en
nuestro seguimiento de Cristo, hasta poder contemplar a los demás como Dios los
contempla, y hasta saberlos amar como Dios los ama.
Para
discernir
¿Cómo fue nuestro proceso de fe?
¿Reconocemos las intervenciones de la gracia de Dios?
¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que
queremos ayudar a ver?
Repitamos a
lo largo de este día
Gracias Señor por dejarme contemplar tu bondad
Para la
lectura espiritual
…”Con frecuencia, tenemos miedo de subrayar en
exceso la bondad y la misericordia de Dios. Nos apresuramos de inmediato a
recordar también su justicia, su severidad, como si tuviéramos miedo de que, si
ponemos demasiado el acento en el amor de Dios, no sintiera el hombre la
premura de una vida diferente, nueva, más recta, más decididamente moral. El
Evangelio nos enseña, sin embargo, que el hombre cambia su vida, su mentalidad,
se convierte al bien, no porque se le grite, se le reprenda, se le castigue,
sino porque se descubre amado a pesar de ser un pecador. Se produce un momento
de intenso amor cuando la persona ve en un instante todo su pecado, cuando el
hombre se percibe a sí mismo como pecador, pero dentro del abrazo de alguien
que le ama y le colma de entusiasmo [...].
Dios, a través del sacrificio de su Hijo, recapitula
en sí a la humanidad, amando al hombre herido. Es el amor loco de Dios el que
se consuma ante los ojos del hombre; más aún, en las manos del hombre pecador,
en la intimidad de su corazón, allí donde le hace hombre nuevo, le restituye
realmente la posibilidad de vivir la novedad (cf. Col 3,10). La persona, tocada
de una manera tan viva e inmediata por el amor, consigue dejar la mentalidad
del hombre viejo, consigue pensar como hombre nuevo, entrar en la creatividad
de una inteligencia amorosa, libre. Es encontrarse en el abrazo que quema en el
pecador la testarudez y su anclarse detrás de sus propias fijaciones (cf. Ef
4,22-24)”…
M. I. Rupnik, edición española: Le abrazó y le besó, PPC, Madrid 1999.
Para rezar
Señor, sácanos de nuestro mundillo,
llevándonos de tu mano.
Úngenos con tu saliva de paciencia,
de esperanza,
de consuelo.
Imponnos las manos.
Nos fiamos de ti.
Empezaremos a distinguir
con una vista borrosa.
Ten paciencia con nosotros
y no apartes tu mano,
hasta que veamos con claridad.
llevándonos de tu mano.
Úngenos con tu saliva de paciencia,
de esperanza,
de consuelo.
Imponnos las manos.
Nos fiamos de ti.
Empezaremos a distinguir
con una vista borrosa.
Ten paciencia con nosotros
y no apartes tu mano,
hasta que veamos con claridad.
Luis Ángel de las Heras, c.m.f.
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