19
de diciembre de 2018 – ADVIENTO – 19 DE DICIEMBRE
No temas tu súplica ha sido escuchada
Lectura
del libro de los Jueces 13, 2-7. 24-25a
Había
un hombre de Sorá, del clan de los danitas, que se llamaba Manóaj. Su mujer era
estéril y no tenía hijos.
El
Ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: «Tú eres estéril y no has
tenido hijos, pero vas a concebir y a dar a luz un hijo. Ahora, deja de beber
vino o cualquier bebida fermentada, no comas nada impuro. Porque concebirás y
darás a luz un hijo. La navaja nunca pasará por su cabeza, porque el niño
estará consagrado a Dios desde el seno materno. El comenzará a salvar a Israel
del poder de los filisteos.»
La
mujer fue a decir a su marido: «Un hombre de Dios ha venido a verme. Su aspecto
era tan imponente, que parecía un ángel de Dios. Yo no le pregunté de dónde
era, ni él me dio a conocer su nombre. Pero me dijo: “Concebirás y darás a luz
un hijo. En adelante, no bebas vino ni bebida fermentada ni comas nada impuro,
porque el niño estará consagrado a Dios desde el seno de su madre hasta el día
de su muerte.”»
La
mujer dio a luz un hijo y lo llamó Sansón. El niño creció y el Señor lo
bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a actuar sobre él.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
70, 3-4a. 5-6ab. 16-17 (R.: cf. 8ab)
R. Mi
boca proclama tu alabanza y anuncia tu gloria.
Sé
para mí una roca protectora, Señor,
Tú
que decidiste venir siempre en mi ayuda,
porque
tú eres mi Roca y mi fortaleza.
Líbrame,
Dios mío, de las manos del impío. R.
Porque
tú, Señor, eres mi esperanza
y
mi seguridad desde mi juventud.
En
ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;
desde
el seno materno fuiste mi protector. R.
Vendré
a celebrar las proezas del Señor,
evocaré
tu justicia, que es sólo tuya.
Dios
mío, tú me enseñaste desde mi juventud,
y
hasta hoy he narrado tus maravillas. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 1, 5-25
En
tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la
clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón.
Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los
mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era
estéril; y los dos eran de edad avanzada.
Un
día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal
delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario
del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera,
en oración, mientras se ofrecía el incienso.
Entonces
se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.
Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: «No
temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un
hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y
muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor.
No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el
seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios.
Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los
padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos,
preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto.»
Pero
Zacarías dijo al Ángel: « ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy
anciano y mi esposa es de edad avanzada.»
El
Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido
enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin
poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en
mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo.»
Mientras
tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera
tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos
comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba
por señas, porque se había quedado mudo.
Al
cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco
después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco
meses. Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió
librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Muerto
Josué, la situación de las tribus israelitas en la tierra prometida no fue
siempre tranquila. Los filisteos acosaban mucho a las tribus del sur. Dios
quiso suscitar a un hombre para que defienda a su pueblo frente a los filisteos.
El ángel de Dios se aparece a la mujer de Manoaj, que era estéril, anunciándole
un hijo. Este tendrá un don especial de Dios y tendrá que ser consagrado por el
nazareato, llevar una vida de consagración que implicaba ciertas privaciones.
Dios
escoge a una mujer estéril para ser madre del que será defensor de su pueblo.
De este modo quiere mostrar su bondad y omnipotencia llevando a cabo su plan
salvador a través de lo humanamente inservible.
El
anuncio del nacimiento de Sansón tiene muchos puntos en común con otras
anunciaciones del Antiguo y Nuevo Testamento, con la de Isaac, con la de
Samuel, con la de Juan Bautista y hasta con la de Jesús. Todos son hijos «dados
por Dios». En todas aparecen dos aspectos sobresalientes: el nacimiento del
muchacho se debe a una decisión divina ya que su madre era estéril y que el
muchacho que nacerá, consagrado a Dios, tendrá una misión importante dentro del
pueblo escogido.
***
En
el evangelio tenemos otra anunciación que se debe a la fuerza exclusiva de
Dios: la de Juan el Bautista. También: Isabel, la madre, era estéril, y los
dos, también Zacarías, el padre, eran de edad avanzada. La vocación de Juan
Bautista “que será grande a los ojos del Señor”, no surge por generación
espontánea; está preparada en el corazón y la vida de sus padres, que “eran
justos a los ojos de Dios”.
La
esterilidad en ambos relatos, es como un signo de ausencia de bendición;
permiten demostrar como Dios interviene maravillosamente en la historia.
La
historia es el lugar desde el cual Dios actúa y salva, pero desde los pobres,
desde lo que aparentemente o realmente se muestra como estéril, como incapaz de
nada grande, como impotente de cualquier acción y decisión. Y es desde allí,
justamente desde lo que no es, desde donde Dios actúa, crea, y salva.
Hoy
también quiere salvarnos, pero necesita de nuestra humilde confianza y
disponibilidad. No es bueno fiarnos de nuestras propias fuerzas; ni de las
físicas como las de Sansón, ni de las intelectuales o espirituales. Cuando
Sansón se independizó de Dios, perdió su fuerza; sin embargo, el Bautista nunca
se creyó el Salvador, sino sólo la voz que anuncia su cercanía.
Dios
puede hacer brotar la salvación de un tronco seco o, de un matrimonio estéril
o, de una persona sin cultura. Cuando se asoma algún brote de nueva vida
inesperada o no calculada, siempre aparece la incredulidad. La novedad suele
casi siempre tener opositores. A veces se hace en nombre de la experiencia,
pero en el fondo, es en nombre de una tremenda soberbia, según la cual sólo lo
que nace de mí y puedo manejar, es bueno y no lo que nace de los demás.
Cuando
Dios se compadece, sólo la fe puede descubrirlo y animarse a la acción de
gracias, a la alabanza y al anuncio; mientras que la incredulidad, nos reduce
al silencio en el cual todo pierde su nombre y valor.
Como
Dios se fijó en aquella buena mujer israelita estéril y en aquel buen
matrimonio de ancianos, y sus hijos fueron decisivos para la historia de
Israel; así pone su mirada en nosotros y nos llama a ser sus colaboradores en
la gracia salvadora que en esta Navidad, quiere derramar sobre todos los
hombres.
Descubramos
aquello que ya creíamos seco, sin vida, y pidamos confiadamente que por la gracia
del Señor que viene, se transformen en camino de salvación.
Para discernir
¿Hay
cosas de mi vida en las que creo que ya se ha dicho la última palabra?
¿Creo
posible para Dios lo humanamente imposible para mí?
¿Me
abandono con confianza en las manos de Dios providente?
Repitamos a lo largo de este día
Que
se haga en mí Señor tu voluntad
Para la lectura espiritual
San José, modelo
de escucha
…”El silencio de
san José es un silencio impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en
una actitud de disponibilidad total a las voluntades divinas. En otras
palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino por el
contrario, una plenitud de fe que lleva en su corazón, y guía cada uno de sus
pensamientos y cada una de sus acciones. Un silencio gracias al cual José, al
unísono con María, conserva la Palabra de Dios, conocida a través de las Santas
Escrituras, confrontándolas permanentemente con los acontecimientos de la vida
de Jesús; un silencio entretejido de oración continua, de bendición del Señor,
de adoración de su voluntad y de confianza absoluta en su providencia.
¡Dejémonos
«contaminar» por el silencio de san José! Tenemos necesidad de ello en un mundo
a menudo tan ruidoso que no favorece en absoluto el recogimiento y la escucha
de la voz de Dios. En este tiempo de preparación a la Navidad, cultivemos el
recogimiento interior, para acoger y conservar a Jesús en nuestra vida”…
Papa Benedicto XVI
Para rezar
Ven Señor Jesús
Ven Señor Jesús,
regalanos tu
palabra
y ayudanos a
comprender como nuestra vida
es un proyecto
de tu amor.
Ven Señor Jesús,
reanima nuestro
corazón cansado y decepcionado
para renazca,
a un renovado
deseo de amor por todos los hombres.
Ven Señor Jesús,
para que la fe
nos dé una mirada nueva
y podamos contar
tus maravillas,
que transforman
nuestras debilidades y pobrezas,
en caminos
ciertos de salvación.
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