2 de noviembre de 2018 – TO – VIERNES DE LA XXX SEMANA
2 de noviembre – Conmemoración de los fieles difuntos
…Yo soy el camino la verdad y la vida…
Lectura del libro del Apocalipsis. Ap 21,1-5a.6b-7.
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.
Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por
Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
-Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán
su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no
habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: -«Ahora
hago el universo nuevo». Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Los
sedientos beberán de balde de la fuente de agua viva. El que ha vencido es
heredero universal: yo seré su Dios y él será mi hijo.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 129, 1-8
R: A ti, Señor, elevo mi alma.
¡Cuánto me han asediado desde mi juventud
que lo diga Israel,
cuánto me han asediado desde mi juventud,
pero no pudieron contra mí! R.
Clavaron un arado en mis espaldas
y abrieron largos surcos.
Pero el Señor, que es justo,
rompió el yugo de los impíos. R.
¡Retrocedan llenos de vergüenza
todos los que aborrecen a Sión:
sean como la hierba de los techos,
que se seca antes de ser arrancada! R.
Con ella, el segador no llena su mano,
ni cubre su pecho el que ata las gavillas.
Y nadie comenta al pasar:
“El Señor los ha bendecido”. R.
Descienda sobre ustedes nuestra bendición,
en el nombre del Señor. R.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
15, 20-23
Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.
En efecto, así como todos mueren en Adán, así
también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde:
Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el
momento de su Venida.
Palabra de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 1-8
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se
les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres,
llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les
preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí,
ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: “Es
necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que
sea crucificado y que resucite al tercer día”". Y las mujeres recordaron
sus palabras.
Palabra de Dios.
Palabra de Dios.
Para
reflexionar
El aumento de la violencia y la inseguridad nos
hacen vivir momentos muy intensos, muy dolorosos que nos llenan de indignación,
de temor, de impotencia. Sentimos que la posibilidad de la muerte está
agazapada, escondida, en cualquier esquina, en cualquier momento, a plena luz
del día. Podemos llegar a aceptar, no sin esfuerzo, la muerte inevitable y
esperada como parte del proceso natural de la vida, pero el corazón se quiebra
y la razón no encuentra respuestas cuando la vida es arrebatada porque sí, sin
otra razón que el robo, la corrupción, la venganza o el desequilibrio de quien
tiene un arma en la mano. Cuando nos rodea la muerte injusta, violenta y
absurda, nos damos cuenta que cualquier muerte a pesar de
su inevitabilidad, no entra en nuestros cálculos.
Su venida nos sorprende siempre y nos deja
perplejos y enmudecidos. La muerte es trágica, y dolorosa porque
contradice el deseo de vida. Cuando entra en nuestra casa y nos arrebata a
un ser querido, entonces con toda crudeza nos preguntamos:
¿Se puede celebrar la muerte?
La liturgia nos propone hacer memoria de los fieles
difuntos. El sentido de la conmemoración es ante todo la fiesta, la memoria
agradecida con Dios y con esos hermanos que nos han tomado la delantera en el
encuentro definitivo con nuestro Padre.
Celebramos al Dios de la Vida, al Dios que
Salva, al Dios de la Resurrección. Nuestro Dios no es un Dios de muertos,
sino de vivos, por eso desde el corazón de la muerte, celebramos y
proclamamos la resurrección.
***
La primera lectura lleva nuestros pensamientos
hacia la eternidad, se abren ante nosotros perspectivas de aquel “nuevo
cielo” y de aquella “nueva tierra”, que serán la “morada de Dios entre
los hombres”; donde “Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, y la
muerte no existirá más, no habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto
es ya pasado”. Esta es ya realidad vivida, por la inmensa multitud de los
santos, que en el cielo gozan del encuentro con Dios.
***
Pablo habla del hecho histórico de la resurrección
de Jesucristo para resaltar su valor salvífico, viendo en esa resurrección el
principio de la nueva creación. Cristo resucita, pero resucita como “primicias”
de los muertos, y por su unión a Él viven ahora ya “nueva vida” y resucitarán
todos los que han creído en él. Es el nuevo Adán que arrastra consigo a toda la
humanidad hacia la justicia y la vida.
***
La perspectiva última para el cristiano no es la
muerte, sino la vida. Y la vida eterna; esa es su esperanza, una
participación plena más allá de los límites de la vida presente y más allá
de la muerte, en la vida misma infinita de Dios.
En la certeza de la resurrección de Jesús radica la
serenidad del cristiano frente a la muerte. Serenidad que no se confunde con
insensibilidad o resignación apática; muy por el contrario es el convencimiento
firme de que la muerte, contrariamente a lo que parece, no tiene la
última palabra. La muerte ha sido vencida por la vida nueva del
resucitado.
Por eso, la invitación a creer que hace Jesús en el
Evangelio, significa creer en un amor que está más allá de las debilidades
humanas. Un amor que es más fuerte que cualquier mal que los hombres
podemos hacer. Un amor que es vida para siempre, esperanza que no falla,
confianza infinita.
Creemos que Dios ha venido a vivir en medio de
nosotros, creemos que Dios ha vivido nuestra misma vida, con
sus angustias y dolores, con sus ilusiones y esperanzas, en la persona de
su Hijo. Nuestra misma vida, vivida con un amor infinito, totalmente
entregado a un amor hasta la muerte. Un amor que ha vencido, definitivamente,
el mal, el dolor y la muerte misma. Un amor que es resurrección, vida
nueva para siempre.
Los cristianos, cuando recordamos a nuestros
difuntos, lo hacemos mirando a Jesús, muerto en la cruz por amor, que ha
resucitado, y que vive por siempre, y que nos llama a todos a compartir su
vida. Esto no significa que esté ausente el dolor que siempre significa
recordar a las personas que ya no están entre nosotros. Pero hay una
invitación a experimentar la paz, que nos da saber que nuestros difuntos, están
en buenas manos, en las manos de este Dios que quiere acoger a todos sus
hijos.
Creer en Dios significa recordar a nuestros
difuntos, con la esperanza de que compartirán esta vida nueva de Jesús,
resurrección que también nosotros compartiremos un día, si caminamos por este
mundo siguiendo los pasos de Jesús, amando como Jesús, y confiando en
Dios como Jesús confiaba.
Hay garantía para los discípulos, de una vida que
se prolonga más allá de la muerte; si el proyecto de Jesús, su Evangelio, como
camino, lo recorremos como Él mismo lo recorrió; si la Verdad de Jesús, la
proclamamos como Él la proclamó; si la Vida que es Jesús, la vivimos como Él
vivió. La vida traspasa las murallas de la muerte.
Porque el misterio total del hombre sólo alcanza a
vislumbrarse desde el misterio de Cristo, el enigma tremendo de nuestra
muerte sólo puede ser iluminado desde la suya, asumida libre y
amorosamente por nosotros y por nuestra salvación; superada luego por el
poder de Dios con su resurrección gloriosa; anticipo y prenda a su vez
de nuestra propia resurrección.
Dios es un Dios de vida y de vivos, no un Dios
de muerte. Hoy es un día para la esperanza. Si la muerte ha sido vencida,
¿qué nos puede hacer temblar? Nada. Si vencer la muerte es posible -ha
sido realidad ya en Jesucristo- ningún horizonte está cerrado. Para quien
sepa ponerse confiadamente en manos de Dios, habrá desaparecido toda
esclavitud, toda opresión, toda muerte. Y todo esto nos llevará
a vivir en verdadera y continua esperanza, que nos lleva a trabajar con
toda confianza por ese mundo nuevo, distinto, en paz, en armonía
y fraternidad que todos queremos; pero que pocos ponen los medios
eficaces para alumbrarlo entre nosotros.
Hoy, fiesta de los fieles difuntos, es continuación
y complemento de la de ayer. Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos
celebrar la memoria de nuestros difuntos. Muchos de ellos formarán parte, sin
duda, de esa “inmensa multitud” que celebrábamos ayer. Pero hoy, no queremos
rememorar su memoria en cuanto “santos”, sino en cuanto difuntos. En esta
Eucaristía que celebramos recordando a nuestros difuntos, comemos el
Cuerpo de Cristo para unirnos a Él más fuertemente. Porque la Eucaristía
es compartir ya ahora su vida nueva, como prenda de que un día viviremos
su resurrección.
Para
discernir
¿Cuál es mi actitud ante la muerte? ¿La aguardo
con angustia o esperanza?
¿Cómo reaccionas ante la muerte de un ser querido?
¿Cómo podemos entender la muerte desde la vida y
pasión del Señor?
¿Cómo me preparo para el día en que el Señor me
llame?
Repitamos a
lo largo de este día
Creo, Señor que eres la Resurrección y la Vida
Para la
lectura espiritual
…”¿Creemos que nosotros gozaremos de la
eterna bienaventuranza? Somos mortales, pero quien nos lo ha prometido es
omnipotente, es Dios. Y, ¿no puede hacer un ángel del hombre el que hizo al
hombre de la nada? ¿O es que Dios tiene al hombre por nada, habiendo
muerto por él su Hijo único? Cobre alientos la flaqueza humana, no desespere,
no se abata, no diga: “¡Es imposible!”. Dios lo ha prometido. Apareció
entre los hombres, vino a tomar nuestra muerte y a prometernos su vida…,
pues dijo: “Padre, quiero que donde estoy yo estén también ellos conmigo”.
¡Qué inmenso amor! Vino donde estamos nosotros, para que estemos con Él,
donde Él está. Hombre mortal, Dios te ha prometido que vivirás eternamente. ¿No
lo crees? Créelo, créelo, pues es más lo que ha hecho que lo que te ha
prometido. ¿Qué hizo? Morir por ti. ¿Qué prometió? Que vivirás con Él. Es
más increíble que el Eterno muera que el mortal viva eternamente.
Pues bien, lo más increíble ya ha sucedido, Dios
murió por el hombre; entonces, ¿no ha de vivir el hombre con Dios, no vivirá
eternamente el hombre mortal por quien murió el que vive para siempre? El
Verbo se hizo carne para ser cabeza de la Iglesia. Algo nuestro ya está
arriba, en el cielo: la carne que aquí tomó el Verbo, la carne en la que murió,
en la que fue crucificado.
Tus primicias te han precedido, ¿y todavía dudas de
que tú has de seguirlas?”…
San Agustín. Narraciones sobre los salmos, 148, 8
Para rezar
Hoy te bendice nuestro corazón,
Padre, Dios de la vida,
porque en Cristo Jesús,
vencedor del pecado y de la muerte,
vemos que el fin de nuestro camino es la vida contigo.
En Jesús radica nuestra esperanza
de vida sin término,
porque es resurrección y vida
para todo el que cree en Él.
Así la vida de los que creemos en ti, Señor,
no termina, se transforma,
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos otra mansión eterna para vivir siempre a tu lado.
¡Bendito seas, Señor! Haz que nuestro
contacto con Cristo por su palabra,
por la fe y por los sacramentos,
despierte tu gesto creador
que da vida al hombre para siempre. Amén
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