27 de octubre de 2018 – TO – SÁBADO DE LA XXIX SEMANA
Conviértanse
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Efeso 4,
7-16
Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura: Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres. Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra.
El que descendió es el mismo que subió más allá de
los cielos, para colmar todo el universo. El comunicó a unos el don de ser
apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros
pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en
orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la
unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.
Así dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas
y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de
los hombres y de su astucia para enseñar el error.
Por el contrario, viviendo en la verdad y en el amor,
crezcamos plenamente, unidos a Cristo. El es la Cabeza, y de él, todo el Cuerpo
recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la
acción armoniosa de todos los miembros.
Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 121,1-5
R. Vamos alegres a la casa
del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
“Vamos a la casa del Señor”!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 13, 1-9
En ese momento se presentaron unas personas que
comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con
la de las víctimas de sus sacrificios. El respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo
esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes
no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho
personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables
que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se
convierten, todos acabarán de la misma manera.»
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía
una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo
entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera
y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” Pero él respondió:
“Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la
abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás.”»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Ayer pedía Pablo para la Iglesia la unidad, basada
en que uno solo es el Señor, y la fe, y el bautismo para todos. Hoy nos propone
contemplar a la Iglesia como “signo e instrumento” de esta ascensión de la
humanidad «hacia la unidad de Dios».
Cristo mismo, Cabeza de la Iglesia, la ha dotado
con la riqueza de los ministerios y de los carismas: unos son apóstoles, otros
profetas y evangelistas, otros pastores y doctores. Todo va encaminado “para el
perfeccionamiento de los fieles, hasta que todos lleguemos a la estatura de
Cristo, el hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” y “para la
edificación del cuerpo de Cristo” que debe ir creciendo y madurando. Cristo es
la cabeza y de Él todo el cuerpo recibe su crecimiento, a partir de Cristo y
contando con las estructuras eclesiales que Él ha pensado.
Los cristianos, la Iglesia, tienen en sus manos el
proyecto de Dios. Pablo no tiene miedo de decir que en la Iglesia no tienen
todos, el mismo papel. Existe una jerarquía que por los « lazos » que
establece, está llamada a crear la unidad, trabajar por el porvenir de la
humanidad, promover el “crecimiento” del universo hacia su plenitud. Pero
unidad no significa uniformidad, se da en la diversidad.
La Iglesia conduce poco a poco a la humanidad hacia
su «madurez» en la medida, precisamente, en que construye la «comunión» que es
sólo posible viviendo en el amor.
***
Llegaron algunos que le contaron a Jesús lo de los
galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios, y
aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al desplomarse la torre de
Siloé.
Uno es el resultado de una voluntad humana: Pilato,
gobernador romano, dominó una revuelta de zelotes que querían derribar el poder
establecido.
El otro es puramente fortuito, un “accidente”
material: se desplomó una torre de Jerusalén.
En tiempo de Jesús, y hoy también, es corriente la
interpretación de que, las víctimas de una desgracia reciben un castigo por sus
pecados. Si una persona tenía una grave enfermedad era porque había cometido
muchos pecados.
Esto puede llegar a ser una manera fácil de
justificarse y acallar la conciencia frente a los males evitables.
Jesús ni aprueba ni condena la conducta de Pilato,
ni quiere admitir que el accidente fuera un castigo de Dios por los pecados de
aquellas personas.
Para Jesús las catástrofes, las desgracias no son
un castigo divino. No somos mejores que los que sufren las consecuencias de la
fuerza desatada de la naturaleza o de la violencia humana. Para Jesús, Dios no se
toma a cada instante la venganza, ni es amigo de enviar castigos a diestra y
siniestra. Sin embargo, todos los males que sufrimos son signos de la
fragilidad humana y son para todos, una invitación a la conversión.
La mirada sobre los “signos de los tiempos”, no
tiene que llevarnos a equivocarnos en la interpretación, juzgando a los demás,
sino a una conversión personal.
Cada uno de esos hechos tiene como función poner en
cuestión nuestras acciones y comportamientos, situándolos delante de Dios.
Ellos nos colocan ante la necesidad de un cambio de vida.
La secuencia concluye con la conocida parábola de
la higuera estéril, figura de Israel. Una iglesia, una comunidad que no dé
frutos no tiene razón de ser. Pero Jesús como ese viñador suplica por su pueblo
y por cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: no escatima sus
energías, cava, pone abono.
Siempre espera, contra toda esperanza, para Dios
“no hay nada imposible”. La paciencia de Dios, como la del viñador, no tiene
límites, es capaz de esperar toda la vida para que nos convirtamos al amor y le
demos una respuesta de amor.
La paciencia de Dios contrasta con nuestra
impaciencia, que quiere ver pronto los resultados y que todo se arregle en un
instante, o que se acabe de golpe el mal. Pero en la vida se crece lentamente,
se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber esperar
adoptando una actitud de espera activa y positiva.
Para
discernir
¿Me fijo en los pecados de los demás antes que en
los míos?
¿Siento los males de este mundo como castigo por
nuestros pecados?
¿Somos impacientes con los pecados de los otros?
Repitamos a
lo largo de este día
Que viviendo contagie tu Evangelio, Señor
Para la
lectura espiritual
“…El Evangelio se difunde por contagio: uno que ha
sido llamado llama a otro. Si he conocido a Jesús y su inmenso amor por mí, el
cuidado que tiene de mi vida, intentaré vivir el «sermón de la montaña», el
espíritu de las bienaventuranzas, el perdón, la gratuidad; y la gente que vive
a mi alrededor, antes o después, me preguntará: ¿cómo es que vives así? Un
estilo de vida que no excluye a nadie, que no rechaza a nadie, que es camino de
seguimiento de Jesús, es el primer modo de contagiar a los otros.
Por eso depende de mí, de cada uno de vosotros, que
la Iglesia sea cada vez más expresión de la incansable carrera que el Evangelio
desarrolla en la historia. Depende de nuestro vivir el Evangelio como don
interior que hace la vida bella y luminosa, que hace gustar la paz y la calma
en el espíritu. Y es que, desde lo íntimo del corazón, el Evangelio se difunde
a la totalidad de nuestra propia vida personal cual fuente de sentido y de
valores para la vida cotidiana, y con ello las acciones de cada día se
enriquecen de significado, los gestos que realizamos adquieren verdad y
plenitud.
Las páginas de la Escritura iluminan los
acontecimientos de la jornada, la oración nos conforta y nos sostiene en el
camino, los sacramentos nos hacen experimentar el gusto de estar en Jesús y en
la Iglesia. Se abre aquí el espacio de una caridad que me impulsa a amar como
Jesús me ha amado, y el espacio de la vida de la comunidad cristiana se
convierte en lugar de significados y de valores que despejan el camino y de
gestos que llenan la vida. Nace la posibilidad de entretejer relaciones
auténticas, de crecer en la verdadera comunión y en la amistad “…
C. M. Martini, El Padre de todos, Bolonia-Milán 1999, p. 466.
Para rezar
Señor:
te pedimos perdón por las veces que sometemos a otros,
y a todo lo que has creado abusando de poder,
desconociendo que el único PODEROSO sos vos!
Señor:
Señor:
te pedimos perdón por ser en ocasiones, soberbios,
queriendo imponer “nuestra verdad como única”,
cuando sabemos que LA VERDAD la tenés vos!
Señor:
queriendo imponer “nuestra verdad como única”,
cuando sabemos que LA VERDAD la tenés vos!
Señor:
te pedimos perdón por las veces que pasamos de largo,
o miramos para un costado,
o miramos para un costado,
ante la necesidad o el sufrimiento de las personas,
sabiendo que fuiste vos el que entregaste TU VIDA EN LA
CRUZ por nosotros!
Señor:
CRUZ por nosotros!
Señor:
te pedimos perdón por las veces que con nuestros prejuicios juzgamos,
en lugar de comprender,
sabiendo que el único que JUZGA, sos vos!
Señor:
Señor:
te pedimos perdón por las veces que cargamos en otros,
o en el afuera, nuestras responsabilidades,
olvidando que PONIÉNDONOS EN TUS MANOS PODEMOS DESCANSAR!
Señor:
olvidando que PONIÉNDONOS EN TUS MANOS PODEMOS DESCANSAR!
Señor:
te pedimos perdón por no reconocer nuestras faltas,
arrepentirnos y pedir perdón por ellas, sabiendo que sos un PADRE
BUENO Y QUE PERDONA!
Señor:
arrepentirnos y pedir perdón por ellas, sabiendo que sos un PADRE
BUENO Y QUE PERDONA!
Señor:
te pedimos perdón porque en momentos de angustia y
desesperación nos olvidamos de vos!,
desesperación nos olvidamos de vos!,
cuando nos has dicho: “NO TENGAN MIEDO QUE YO ESTOY CON USTEDES”.
Julia Cabeza-Mecker
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