22 de octubre de 2018 – TO – LUNES DE LA XXIX SEMANA
¿Para quién será lo que has amontonado?
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso 2,
1-10
Hermanos:
Ustedes estaban muertos a causa de las faltas y
pecados que cometían, cuando vivían conforme al criterio de este mundo, según
el Príncipe que domina en el espacio, el mismo Espíritu que sigue actuando en
aquellos que se rebelan.
Todos nosotros también nos comportábamos así en
otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo
nuestra concupiscencia y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra
condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros
pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados
gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el
cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos
futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo
Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no
proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las
obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en
Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de
antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 99,1-2. 3. 4. 5
(R.: 3b)
R. El Señor nos hizo y a él
pertenecemos.
Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos. R.
Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre. R.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi
hermano que comparta conmigo la herencia.»
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha
constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda
avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está
asegurada por sus riquezas.»
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre
rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué
voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha.” Después pensó: “Voy a hacer
esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí
todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes
almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.”
Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas
a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para
sí, y no es rico a los ojos de Dios.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
En este pasaje habla Pablo de aquello que le fue
dado a conocer, personalmente, acerca de Jesucristo y su misterio, y dice a los
cristianos de Éfeso qué eran antes y qué son ahora.
Pablo ha descubierto su propia condición humana,
que es la de todos los hombres, sin Cristo.
Habiendo descrito cuál es el admirable misterio que
Dios nos ha revelado en Jesús, hoy nos presenta la antítesis: sujetos a las
pasiones de la carne y tratando de satisfacer las fantasías y deseos mundanos,
los hombres están muertos por sus culpas y pecados. La “naturaleza” humana no
es sólo frágil sino también desordenada.
El hombre siguiendo su tendencia habitual, suele
volverse hacia sí mismo y a satisfacerse egoístamente.
Pero Dios, “por el gran amor con que nos amó″, “nos
ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo”. El poder divino ha
sido puesto a disposición del hombre. El hombre no es ya un «simple hombre»,
«con Cristo y en Cristo», los hombres, pobres condenados a muerte, somos «ya»
unos resucitados y partícipes de su gloria.
Esto tiene como consecuencia que nuestra vida debe
ser coherente con este misterio: “nos ha creado en Cristo Jesús para que nos
dediquemos a las buenas obras”. Estas obras no son tampoco fruto de la bondad
personal, no ponen de manifiesto que se deban a cada uno porque somos buenos.
Si somos llamados a hacer obras buenas, y podemos hacerlas, la razón auténtica
descansa en lo que Dios obra por su gracia, creándonos de nuevo en Jesucristo,
para que practiquemos precisamente aquellas buenas obras que Dios mismo tenía
preparadas de antemano y que, por tanto, no podemos dejar de hacer.
***
El legalismo al que se había llegado en el seno del
judaísmo hacía de los miembros del pueblo personas infantiles, temerosas,
dependientes, incapaces de resolver hasta los asuntos domésticos. Un hombre le
pide a Jesús que medie en una cuestión de herencia, un asunto meramente
familiar y banal que con frecuencia era resuelto por los rabinos que hacían
esta clase de servicio.
En aquella época no existían los bienes de la
familia puesto que todo era del padre y el hijo mayor era el heredero de todos
los bienes. Si bien el tener muchos hijos era signo de la bendición Dios, la
práctica familiar acerca de la herencia era injusta y desequilibrada porque el
hijo mayor era quien tenía derecho a quedarse con todo; y no estaba
obligado a dar algo a los demás hermanos.
Jesús les hace notar que se equivocan al pensar que
Él tiene que intervenir en todo y aclara que no es juez ni mediador en asuntos
como éste. Su respuesta negándose a resolver cuestiones de dinero deja claro
que para Él la fuente de la vida no se encuentra en el “tener”. Para hacerlo, desenmascara
la tendencia perniciosa a la codicia, al acaparamiento en que viven tantos
contemporáneos suyos.
La parábola que usa para ilustrar remite al tema
del juicio; noción que irá creciendo cada vez más. Pero el juicio un juicio de
salvación que es fuente de vida.
Al pedir que se busquen las cosas de arriba llama a
dar un paso importante. En el fondo, ni el trabajo, ni los bienes son la última
palabra sobre el hombre; tanto uno como otro no tienen respuesta ante la
muerte, y la muerte es la mayor cuestión que aflige al hombre.
«Que nadie crea que es dueño de su propia vida»
(San Jerónimo). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los
bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. La ambición,
el acaparamiento y el enriquecimiento son siempre fuente de conflictos,
agresiones y opresión. Uno quita a otro sus derechos para apoderarse de un
capital. El dinero se transforma en la medida de toda acción humana dejando de
lado los grandes valores que deben sostener la vida de los hombres en la
sociedad.
El pecado no consiste en ser rico ni preocuparse
del futuro, sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios
significa dar importancia a aquellas cosas que nos llevaremos con nosotros en
la muerte: las obras del reino. El saber compartir con otros nuestros bienes es
la única riqueza que vale la pena ante Dios.
El discípulo debe estar siempre en guardia contra
esta tentación que se va metiendo bajo la apariencia de necesidad. El proyecto
de Jesús es la realización de una comunidad fraterna donde se respeta el
derecho y la dignidad de todos y para eso nos pide que pongamos a Dios y su
reinado como supremo valor de la vida.
Jesús no viene solucionar conflictos humanos que
los hombres pueden y deben resolver; Él viene a salvar a los hombres, todos e
integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego de un amor nuevo, que
ilumina y resuelve desde una nueva lógica y una justicia distinta todos los
litigios entre los hermanos.
Para
discernir
¿Dónde pongo mi confianza?
¿Qué lugar le doy a los bienes materiales?
¿Qué signos doy de buscar la verdadera salvación?
Repitamos a
lo largo de este día
Dame la riqueza de tu gracia, y quedaré libre de
toda codicia
Para la
lectura espiritual
¿Amasar para sí mismo o ser rico ante Dios?
«¿Qué voy a hacer? ¡Construiré graneros más
grandes!» ¿Por qué habían producido tanto las tierras de este hombre que no iba
a hacer más que un mal uso de sus riquezas? Para que se manifiesta con mayor
esplendor la inmensa bondad de Dios que da su gracia a todos, «porque hace caer
la lluvia sobre justos e injustos, hace salir el sol tanto sobre los malvados
como sobre los buenos» (Mt 5,45)… Los beneficios de Dios para este hombre rico
eran: una tierra fecunda, un clima templado, abundantes semillas, bueyes para
labrar, y todo lo que asegura la prosperidad. Y él ¿qué le devolvía? Un mal
humor, misantropía y egoísmo. Es así como agradecía a su bienhechor.
Olvidaba que todos pertenecemos a la misma
naturaleza humana; no pensó que era necesario distribuir lo superfluo a los
pobres; no tuvo en cuenta ninguno de los preceptos divinos: «No niegues un
favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo» (Pr 3, 27), «la
piedad y la lealtad no te abandonen» (3,3), «parte tu pan con el hambriento» (Is
58,7). Todos los profetas y los sabios le proclamaban estos preceptos, pero él
se hacía el sordo. Sus graneros estaban a punto de romperse por demasiado
estrechos para el trigo que metía, pero su corazón no estaba saciado… No quería
despojarse de nada aunque no llegara a poder guardar todo lo que poseía. Este
problema le angustiaba: «¿Qué haré?» se repetía. ¿Quién no tendría lástima de
un hombre tan obsesionado? La abundancia le hace desdichado… se lamenta igual
como los indigentes: « ¿Qué haré? ¿Cómo voy a alimentarme, vestirme?»…
Considera, hombre, quien te ha colmado de estos
dones. Reflexiona un poco sobre ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha
confiado? ¿De quién has recibido esta carga? ¿Por qué has sido escogido tú?
Eres el servidor del Dios bueno; estas encargado de tus compañeros de
servicio… « ¿Qué haré?» La respuesta era muy sencilla: «Saciaré a
los hambrientos, invitaré a los pobres… Todos los que no tenéis pan, venid a
llenaros de los dones que Dios me ha concedido y que fluyen como de una
fuente».
San Basilio. Homilía 31
Para rezar
Señor: la riqueza no Me interesa,
la miseria no me inquieta,
sólo tu amor me apasiona:
es a Ti a quien necesito.
Tu amor mata a los amantes,
los sumerge en el mar “Amor”
y los colma de su manifestación:
es a Ti a quien necesito.
Beberé el vino de tu amor,
me volveré loco por Ti
y me marcharé al desierto;
día y noche sé Tú mi preocupación:
es a Ti a quien necesito.
Hasta si hubiese muerto,
si mis cenizas se lanzaran al viento,
mi polvo seguiría gritando:
es a Ti a quien necesito.
Yanus Emre
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