17 de octubre de 2018 – TO – MIÉRCOLES DE LA XXVIII SEMANA
Ay de ustedes fariseos
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de
Galacia 5, 18-25
Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne:
fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas,
rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y
envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les
vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor,
alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y
temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que
pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos
deseos.
Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos
conducir también por él.
Palabra de Dios
SALMO Sal 1,1-2.3.4.6.
R. El que te sigue, Señor,
tendrá la luz de la vida.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 11, 42-46
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de
la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el
amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar
el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que
no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!»
Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y
dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros.»
Él le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque
imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera
con un dedo!»
Palabra del Señor
Para
reflexionar
Terminamos hoy la lectura de la carta a los Gálatas
en la que Pablo presenta las “obras de la carne” y los “frutos del Espíritu”.
Al hablar de “libertad” y al relativizar “las obras
de la ley”, Pablo, lejos de proponer una conducta más ligera, invita a la fe en
Cristo, y la apertura a su gracia que son muy exigentes para el que las acepta.
Una comprensión equivocada de la noción de libertad podría conducir a otra
esclavitud: la de la carne.
Para Pablo, la palabra “carne” designa la
naturaleza frágil del hombre, la mentalidad meramente humana especialmente los
deseos egoístas, la falta de control y los fallos en la relación con los demás,
que se oponen a su verdadera vocación. La carne se opone al amor auténtico,
como demuestra la lista de sus obras.
En cambio, el fruto del Espíritu es el amor y sus
signos que son el gozo y la paz, y sus manifestaciones que se presentan como la
paciencia, la bondad, la benevolencia. La fe y la humildad son las que permiten
la acogida de esta gracia.
Se conoce que el discípulo camina según el Espíritu
cuando vive con alegría, con amabilidad, con dominio de sí.
La libertad dada por Cristo, concedida y no
merecida servirá para amar más. La ley entera encuentra su cumplimiento en esta
única palabra: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
***
La ley estaba hecha para permitir una convivencia social
armoniosa y para que se evitara el crecimiento descontrolado de la brecha entre
ricos y pobres, ignorantes e instruidos, piadosos y pecadores. Pero esta ley,
muchas veces manipulada por autoridades inescrupulosas religiosas judías y
romanas, se convirtió en una carga pesada e inútil, que oprimía al pueblo en
nombre de Dios. Los fariseos quieren aparecer como irreprochables, para ser
honrados y estimados como piadosos.
Lucas nos presenta tres acusaciones muy duras de
Jesús contra los fariseos, y una contra los doctores de la ley, que se la
buscaron metiéndose en la conversación: pagan los diezmos hasta de las verduras
más baratas, pero luego descuidan: “el derecho y el amor de Dios”; “les
encantan los asientos de honor”, “son como tumbas sin señal” que por fuera,
parecen limpias, y por dentro sólo tienen la corrupción de la muerte.
Jesús se rebela contra este modo de presentar la
ley; confrontándolos con lo central de la palabra de Dios que son la justicia y
la misericordia. No hay convivencia posible entre el cumplimiento de la ley y
la práctica de la injusticia. No se puede ser un hombre religioso siendo
inmisericorde con el humilde.
Si Jesús echa en cara a fariseos y escribas su
pecado, es para moverlos a conversión. El discípulo de Jesús, debe valorar las
cosas según el querer de Dios y dar importancia a las cosas, más allá de su
propia conveniencia. Debe centrar su esfuerzo y preocupación en lo fundamental:
el amor a Dios y el amor al hermano manifestados en una vida justa.
La verdadera justicia no consiste en el
conocimiento puntilloso de la ley, echando cargas sobre los hombros de los
demás, sino en ayudar a los “pobres” a llevar su propia carga.
Desde muchos lugares en nuestra sociedad se viven
estas mismas contradicciones. Muchas leyes sólo benefician a unos pocos y dejan
caer a los más débiles. Los enfermos, ancianos, los niños son los que tiene
menos derechos y más exigencias. La explotación desmedida, el lucro como idea
madre de toda relación, y la manipulación que se ejerce a partir de la necesidad,
son una clara muestra. Sin una justicia que se sustente en la misericordia y el
bien común, el camino de humanización que propone el reino queda sólo en buenas
intenciones y palabras irrealizables.
Es necesario que el discípulo, viva en una
constante purificación de sus motivaciones, para que el encuentro con Dios, se
realice en la autenticidad de una existencia, vivida conforme al querer de
Dios.
Los intereses personales y egoísmos, bajo el manto
de la religiosidad vician la raíz de la propia vida, y nos colocan a nosotros y
a los que toman contacto con nosotros, en un camino que, en lugar de acercar a
Dios, aleja de Él.
Además de obras de caridad, es necesario que el
discípulo no olvide la justicia y el amor de Dios. La fe no es un concepto
bellamente dicho para hacer comprender a los demás; sino la responsabilidad de
ayudar a vivir al hermano. No podemos creer que ya estamos salvados por haber
ayudado ocasionalmente a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del
Señor, sin un compromiso real en la transformación del mundo.
Para
discernir
¿Qué considero importante en mi camino de fe?
¿Experimento la justicia como una necesidad para
expresar mi vivencia cristiana?
¿Qué criterios iluminan mi relación con Dios y con
los demás?
Repitamos a
lo largo de este día
Ven Espíritu Santo y renuévanos
Para la
lectura espiritual
…”La respuesta del hombre a la gracia estará
representada por la sumisión de su persona a la acción del Espíritu de Dios. No
hace falta martirizarnos el cerebro para saber qué privaciones imponernos. El
dominio de nuestra propia persona constituye un programa suficiente. En vez de
ir más allá de las exigencias de Dios, es mejor realizar con sencillez de
corazón lo que se nos pide hoy. Es posible que, de una manera inconsciente,
nuestro corazón prefiera ciertas exigencias ideales a las del hoy. Mientras que
se nos pide seguir con paciencia un camino tras las huellas de Dios, nosotros
rechazamos la abundancia de los dones y preferimos estériles repliegues sobre
nosotros mismos; preferimos mirar nuestro pecado en vez del incomprensible
perdón de Dios; preferimos buscar nosotros solos remedios a nuestro mal íntimo,
cuando Dios nos presenta estos remedios a través de los medios de la gracia
ofrecidos en la Iglesia.
En el camino hacia el dominio de nosotros mismos es
importante fijar nuestra propia mirada no tanto en los detalles, en los
progresos o en los retrocesos como en el fin: Cristo Jesús. De otro modo, al
tomar los medios por el fin, llegaremos a meditar más sobre el hombre que sobre
Dios, y a afligirnos por nuestro pecado en vez de experimentar un estupor siempre
renovado ante el perdón de Dios. ¿Debemos temer acaso que la disciplina
interior nos conduzca a actitudes falsas, como el formalismo o el deseo de la
perfección por sí misma? Es preciso hacer frente a estos peligros, sin
quedarnos, no obstante, inmóviles, permitiendo que el miedo nos aprese ni que
nos marque el paso. El equilibrio del cristiano se puede comparar al de un
hombre que camina sobre el filo de una navaja. Sólo Dios puede mantener firme
en su marcha al que acepta el riesgo cristiano: el de correr hacia Cristo. El
formalismo es la costumbre. En ella sucumbe cada día aquel cuya disciplina
espiritual ya no es movida por el amor a Cristo y al prójimo
R. Schutz, 1982-edición española: Vivir en el hoy de Dios, Estela,
Barcelona.
Para rezar
En medio de un mundo,
donde la gente tiene hambre y sed…
Adoremos a Dios
que alimenta a quienes tienen hambre.
En medio de un mundo,
donde la gente sufre abuso y es oprimida…
Adoremos a Dios
que nos llama a la compasión y la justicia.
En medio de un mundo,
plagado de guerras y rumores de guerras…
Adoremos a Dios
que quiere nada menos que la paz para el mundo.
En medio de un mundo,
con vacío espiritual…
Adoremos a Dios
que le da sentido a la vida.
Adoremos a Dios
cuya gracia y cuyo amor no tienen fin.
Fuente: Red Crearte.
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