28 de septiembre de 2018 – TO – VIERNES DE LA
XXV SEMANA
Tú eres el Mesías de Dios
Lectura del Libro de Eclesiastés 3,1-11
Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa
bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para
plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo
para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para
llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para
bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo
para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo
para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para
rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de
paz.
¿Qué provecho obtiene el trabajador con su
esfuerzo? Yo vi la tarea que Dios impuso a los hombres para que se ocupen de
ella. El hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo, pero también puso en el
corazón del hombre el sentido del tiempo pasado y futuro, sin que el hombre
pueda descubrir la obra que hace Dios desde el principio hasta el fin.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 144 (143), 1-2.3-4.
R: Bendito el Señor mi Roca
Bendito sea el Señor, mi Roca,
el que adiestra mis brazos para el combate
y mis manos para la lucha.
El es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi baluarte y mi libertador;
él es el escudo con que me resguardo,
y el que somete los pueblos a mis pies.
Señor, ¿qué es el hombre para que tú lo cuides,
y el ser humano, para que pienses en él?
El hombre es semejante a un soplo,
y sus días son como una sombra fugaz.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos
estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha
resucitado.»
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy
yo?»
Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el
Mesías de Dios.»
Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a
nadie.
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho,
ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
La liturgia en esta semana, nos propone sólo tres
cortos extractos del Libro del Eclesiastés. Se trata de un libro breve y
fascinante. Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo.
El autor cita de ese modo, de una manera poética y
monótona, una serie de acciones humanas, opuestas y contradictorias, que siguen
el ritmo de la vida del hombre: ¡hacer y deshacer!
Si reflexionamos de veras, vemos que el hombre
tiene amenaza constante de contradecirse, de empezar siempre de nuevo. Esta
alternancia es decepcionante, porque hace más difícil la continuidad en el
esfuerzo. ¿Por qué construir una pared para derribarla luego? ¿Por qué lavar
los platos para volver a usarlos y a lavarlos y así indefinidamente?
Pero el hombre es el único ser de la creación que
siente el dolor de su fragilidad: ¿no nos prueba esto que su fin es otro?, que
es la posesión eterna e inmutable de sí mismo.
El autor del Eclesiastés no es un ateo. El tiempo,
finalmente, tiene pues un sentido; pero no en sí mismo, sino en Dios, en la
eternidad de Dios.
Pero tampoco se trata de buscar el sentido del
tiempo solamente en el más allá, después, como si fuera necesario refugiarse en
el cielo y huir de lo temporal para descubrir el sentido de lo eterno.
Algo de lo “permanente” se construye en el núcleo
mismo de lo que fluye y pasa. “Incluso si en mí el hombre exterior se va
arruinando, el hombre interior se construye día a día”, decía san Pablo, que
próximo a la muerte, era consciente de ir hacia la vida, una vida que ya había
comenzado.
***
Después de haber dado el signo mesiánico por
excelencia, Jesús se retira a orar como en otros acontecimientos muy
significativos para su ministerio. Los discípulos están presentes mientras
Jesús reza, pero no participan en la oración, no comparten todavía su
intimidad. Mientras tanto, flota en el ambiente la gran pregunta: «¿Será el
Mesías?»
Los discípulos, igual que muchos, al ver las
actitudes de Jesús estaban desconcertados respecto a su verdadera identidad.
Jesús no se sometía a sus expectativas nacionalistas, milagreras, autoritarias
o de cualquier tipo. Jesús se mostraba como un ser profundamente auténtico que
fundaba su identidad humana, en una inquebrantable fe en el Reino y en la
relación filial con Dios.
Los discípulos esperaban que Él fuera el liberador
de Israel. Sus expectativas mesiánicas, apuntaban a la liberación de la
opresión romana con la institucionalización de un gobierno propio.
Jesús toma la iniciativa. Quiere que se definan.
Entre la gente se barajan toda suerte de opiniones. La mayoría lo tienen por
una reencarnación de Juan Bautista. Otros por Elías que había de preceder a la
venida del Mesías. Unos terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha
vuelto a la vida. Nadie, se atreve a decir que es el Mesías. Lleva una carga
política y peligrosa en exceso. Además, tantos que pretendían serlo han
fracasado y finalmente fueron aplastados por los romanos.
Por otro lado, la gente esperaba un Mesías-rey
carismático, de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército aguerrido.
Jesús, por el contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca con
David. No tiene a los poderosos de su lado y no acepta la violencia.
La confesión de fe de Pedro, aunque reconoce el
carácter trascendente de la misión de Jesús, tiene todavía el tinte de sus
ideales políticos. Por eso, Jesús tiene que aclararle cuál es el destino del
“Hijo del Hombre”. La misión y la vida de Jesús rebasaban las expectativas
vigentes e iniciaban una nueva manera de concebir las relaciones con Dios, con
el hermano y la búsqueda de un mundo mejor.
“El hijo del Hombre tiene que padecer mucho”… Jesús
anuncia el fracaso como el Mesías humano que esperan. Se lo predice a los
discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también
ellos unos fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte
infame con tal de cumplir su misión.
Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección
del Hijo del Hombre marcará el principio de la verdadera liberación. El éxodo
del Mesías a través de una muerte ignominiosa, posibilitará la entrada a la
tierra prometida de la vida nueva, donde no pueda instalarse ninguna clase de
poder que domine al hombre.
El fracaso libremente aceptado es el único camino
que puede ayudar al discípulo a cambiar de mentalidad frente a los intocables
valores del éxito y de la eficacia.
La primera etapa del discipulado nos conduce a la
adhesión a la Persona de Jesús, como única respuesta valedera, a nuestras
búsquedas más profundas.
Pero después se hace necesario dar un paso más. El
Mesías, necesita recorrer el camino hacia Jerusalén en que tiene lugar la
historia de la Pasión. Esta es la suerte reservada al Hijo del Hombre y es
también la suerte que debe ser asumida por todos sus seguidores si quieren,
como Él, ser agentes de transformación de un mundo dominado por el egoísmo, la
injusticia y el éxito aparente.
La lucha por la verdad nos coloca en el horizonte
de la Pasión, entendida como una actitud de coraje para encarnar los valores
del Reino, en un mundo que trata de acallarlos a cualquier precio.
El martirio es siempre una posibilidad real para
los que asumen el camino del discipulado. La causa de Jesús necesita testigos
confiables que asuman la posibilidad de la entrega de la propia vida para que
los hombres tengan Vida.
Para
discernir
¿Acepto la cruz en el horizonte de mi camino de fe?
¿Me puedo identificar con un Mesías entregado y
sufriente?
¿Vivo mi fe de acuerdo a las categorías del mundo?
Repitamos a
lo largo de este día
…Creo Señor, que eres el Mesías…
Para la
lectura espiritual
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
…”¡Cristo! Siento la necesidad de anunciarlo, no
puedo callarlo: « ¡Desdichado de mí si no anuncio el Evangelio! (1C 9,16). Para
esto he sido enviado; soy apóstol, soy testigo. Cuanto más lejos está el
objetivo más difícil es la misión, más me siento apremiado por el amor (2C
5,14). Debo proclamar su nombre: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt
16,16). Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, el primer nacido de toda
criatura, es el fundamento de toda cosa (Col 1,15s). Es el Señor de la
humanidad y el Redentor: nació, murió y resucitó por nosotros; es el centro de
la historia y del mundo. Él es el que nos conoce y nos ama; es el compañero y
el amigo de nuestra vida. Es el hombre del dolor y de la esperanza; es el que
ha de venir y un día será también nuestro juez, nosotros le esperamos, es la
plenitud eterna de nuestra existencia, nuestra bienaventuranza.
Nunca acabaría de hablar de él: él es la luz, es la
verdad; mucho más, es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Es el Pan, la
Fuente de agua viva que sacian nuestra hambre y nuestra sed (Jn 6, 35; 7, 38);
Es el Pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano.
Igual que nosotros, y más que nosotros, ha sido pequeño, pobre, humillado,
trabajador, desdichado y paciente. Para nosotros habló, hizo milagros, y fundó
un Reino nuevo en el que los pobres serán dichosos, en el que la paz es el
principio de la vida de todos juntos, en el que los que son puros de corazón y
los que lloran serán exaltados y consolados, en el que los que suspiran por la
justicia serán escuchados, en el que los pecadores pueden ser perdonados, en el
que todos son hermanos.
Jesucristo: vosotros habéis oído hablar de él, e
incluso la mayoría sois ya de los suyos, sois cristianos. ¡Pues bien! A
vosotros cristianos os repito su nombre, a todos os lo anuncio: Jesucristo es
«el principio y el fin, el alfa y la omega» (Ap 21,6). ¡Él es el rey del mundo
nuevo; es el secreto de la historia, la llave de nuestro destino; es el
Mediador, el puente entre la tierra y el cielo…; el Hijo del hombre, el Hijo de
Dios…, el Hijo de María… Jesucristo! Acordaos: es el anuncio que hacemos para
la eternidad, es la voz que hacemos resonar por toda la tierra (Rm 10,18) y por
los siglos de los siglos”…
Pablo VI – Homilía en Manila, 29 – 11 – 1979
Para rezar
Ven Señor Jesús
Ven Señor Jesús, hijo de Dios
que entraste en el mundo como uno de tantos,
que podamos en tu Iglesia mostrarte
como único salvador y redentor.
Ven Señor Jesús, a nuestra historia
de miseria y de pecado para que comprendiendo
tu amor redentor descubramos que cada momento
de nuestra existencia
forma parte de una historia de salvación.
Ven Señor Jesús, y danos tu sabiduría y dulzura
que nos permita trabajar en las cosas cotidianas
dejando una impronta de tu presencia.
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