31 de agosto de 2018 – TO – VIERNES DE LA XXI SEMANA
¡Estén prevenidos!
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de
Corinto 1, 17-25
Hermanos:
Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la
Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de
Cristo no pierda su eficacia.
El mensaje de la cruz es una locura para los que se
pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque
está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de
los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el
razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría
del mundo es una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no
reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a
los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros
y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un
Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero
fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como
griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres,
y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 32, 1-2. 4-5.
10-11 (R.: 5b)
R. La tierra está llena del
amor del Señor.
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.
El Señor frustra el designio de las naciones
y deshace los planes de los pueblos,
pero el designio del Señor permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 25, 1-13
El Reino de los Cielos será semejante a diez
jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas
eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin
proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también
llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró
sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya
viene el esposo, salgan a su encuentro.»
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon
sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de
aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero estas les respondieron: «No
va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado.»
Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban
preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después
llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él
respondió: «Les aseguro que no las conozco.»
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la
hora.
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
La temática de esta carta, escrita a una comunidad
griega se refiere a la relación entre el «conocimiento» y la «caridad».
Pablo expone la diferencia entre la sabiduría de
Dios y la de los hombres y aborda el tema de la «sabiduría» verdadera que
siempre se muestra sorprendente y no sigue los criterios ni de los judíos ni de
los griegos a unos cristianos que proceden de la mentalidad griega, pagados de
sí mismos y de su avanzada filosofía humana.
Pablo empieza diciendo que lo suyo es evangelizar
no con sabiduría de palabras. La sabiduría cristiana se basa en Cristo que es
la que nos lleva a la verdadera felicidad: Cristo crucificado que es fuerza y
sabiduría de Dios.
Los griegos eran muy aficionados a los buenos
oradores y Pablo no quiere que la fe tenga como base argumentos humanos.
Los judíos quieren encontrar a Dios en los milagros
y los griegos sirviéndose de la filosofía, Pablo afirma que Dios no es
accesible más que en el Evangelio de la cruz, en un rey que asciende hasta su
trono partiendo de la cruz, y en iniciador de la verdadera religión en el
patíbulo como malhechor cualquiera.
***
La imagen de los esponsales era tradicional en la
Biblia, Jesús, manifiestamente, la tomó a cuenta propia: Dios ama a la
humanidad, la humanidad va al encuentro de Dios, el hombre está hecho para la
intimidad con Dios… para el intercambio de amor con El. Esto es para Jesús la
vida cristiana: una marcha hacia el “encuentro” con alguien que nos ama. La
llegada es imprevista, la hora es imprecisa. No se sabe cuándo llegará.
Diez jóvenes doncellas simbolizan la espera de la
comunidad cristiana. Cada una su lámpara cargada de aceite simboliza la medida
del amor de los que velan.
El amor es una vigilancia cotidiana, expresada en
número diez que simboliza la acción humana, porque diez son los dedos de las
manos.
Es Dios el que se acerca a la vida cotidiana. Velar
no consiste sólo en no quedarse dormido, sino más bien en prever, en estar
alerta al menor signo que anuncie la llegada, en mantener viva la esperanza y
estar atento a brindar el gesto de amor esperado.
La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede
cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones
que nos proporciona para poderlo descubrir en las personas, en los signos de
los tiempos y más explícitamente en los sacramentos. Y como «no sabemos ni el
día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y
seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara.
Vigilar no significa vivir con miedo y angustia.
Quiere decir vivir de manera responsable nuestra como respuesta a Dios. El
Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor, constantes y
pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van tejiendo
nuestra vida.
La respuesta que se espera de nosotros, nadie la
puede hacer en nuestro lugar. Nuestra respuesta a Dios es personal e
intransferible. El evangelio esto lo quiere expresar con la negativa de las
vírgenes prudentes a ceder parte de su aceite, para las lámparas apagadas de
las vírgenes necias.
No podemos esperar un mañana que quizá no vendrá,
para encender la lámpara de nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos. Hay que
vivir en cada segundo de nuestra vida toda la pasión que hay en el corazón del
Señor.
No nos podemos dormir sobre el compromiso, creyendo
que éste es suficiente para asegurar la entrada al Reino. Si dejamos apagar la
lámpara de la fe por no alimentarla con el aceite de la perseverancia y la
oración, no estaremos preparados para descubrir al Señor que llega. La
perseverancia en los momentos críticos o incluso frente a la muerte, no se
puede improvisar en un minuto, se va amasando durante toda la vida.
A partir del llamado del Maestro, los discípulos comenzamos
a prepararnos para los momentos decisivos. Serán muchos y muy variados y
siempre estarán marcados por lo inesperado. Al final, Jesús nos dirá qué clase
de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos
visitado al enfermo.
Para
discernir
¿Cómo mantengo la lámpara de mi fe encendida?
¿Me preocupa y me ocupo del presente?
¿Cómo afronto los momentos de dificultad?
Repitamos a
lo largo de este día
…Que nuestras lámparas no se apaguen…
Para la
lectura espiritual
En primer lugar, la vida en sí misma es el don más grande que se pueda ofrecer -cosa que nosotros olvidamos constantemente-. Cuando pensamos en nuestra entrega a los demás, lo que nos viene de inmediato a la mente son nuestros talentos únicos: nuestras capacidades para hacer cosas especiales particularmente bien [...]. Sin embargo, cuando hablamos de talentos, tendemos a olvidar que nuestro verdadero don no es lo que podemos hacer, sino quiénes somos. La verdadera pregunta no es: «¿Qué podemos ofrecernos el uno al otro?», sino: «¿Quiénes podemos ser para los otros?» Es a buen seguro una cosa estupenda que podamos repararle algo al vecino, ofrecerle consejos útiles a un amigo, sabios pareceres a un colega, volver a dar la salud a un enfermo o anunciar una buena noticia a un feligrés. Pero hay un don que es el mayor de todos. Se trata del don de nuestra vida, que brilla en todo lo que hacemos. Al envejecer, descubro cada vez más que el don más grande que tengo para ofrecer es mi alegría de vivir, mi paz interior, mi silencio y mi soledad, mi sentido del bienestar. Cuando me pregunto: «•Quién me es de más ayuda?», debo responder: «Aquel o aquella que esté dispuesto a compartir conmigo su vida».
Es útil practicar una distinción entre talentos y
dones. Nuestros dones son más importantes que nuestros talentos. Podemos tener
sólo pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Nuestros dones son los muchos
modos a través de los que expresamos nuestra humanidad. Forman parte de lo que
somos: amistad, bondad, paciencia, alegría, paz, perdón, amabilidad, amor,
esperanza, confianza, etc. Estos son los verdaderos dones que hemos de ofrecer
a los otros.
H. J. M. Nouwen, edición española: Tú eres mi
amado,
Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997.
Para rezar
Señor: Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer
resolver el problema de mi vida todo de una vez.
Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto, no criticaré a
nadie y no pretenderé mejorar a nadie sino a mí mismo.
Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la
felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.
Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las
circunstancias se adapten a mis deseos.
Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura,
recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la
buena lectura es necesaria para la vida del alma.
Señor: Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.
Sólo por hoy me haré un programa detallado. Y me guardaré de dos
calamidades: la prisa y la indecisión.
Sólo por hoy creeré firmemente –aunque las circunstancias demuestren lo
contrario- que tu providencia se ocupa de mí como si nadie más existiera en el
mundo.
Sólo por hoy no tendré temores. De modo particular, no tendré miedo de
gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.
San Juan XXIII
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