11 de agosto de 2018 – TO – SÁBADO DE LA XVIII SEMANA
Si
tuvieran fe, nada sería imposible
Lectura de la profecía de
Habacuc 1, 12-2, 4
¿No eres tú, Señor, desde los tiempos antiguos, mi
Dios, mi Santo, que no muere jamás? Tú, Señor, pusiste a ese pueblo para hacer
justicia, tú, mi Roca, lo estableciste para castigar. Tus ojos son demasiado
puros para mirar el mal y no puedes contemplar la opresión. ¿Por qué, entonces,
contemplas a los traidores y callas cuando el impío devora a uno más justo que
él?
¡Tú tratas a los hombres como a los peces del mar,
como a reptiles, que no tienen jefe! ¡El los pesca a todos con el anzuelo, los
barre y los recoge con sus redes! Por eso se alegra y se regocija, y ofrece
sacrificios e incienso a sus redes, porque gracias a ellas su porción es
abundante y sus manjares, suculentos. ¿Vaciará sus redes sin cesar, masacrando
a los pueblos sin compasión?
Me pondré en mi puesto de guardia y me apostaré
sobre el muro; vigilaré para ver qué me dice el Señor, y qué responde a mi
reproche.
El Señor me respondió y dijo: Escribe la visión,
grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque la
visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará; si
parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no tardará. El que
no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 9, 8-9. 10-11.
12-13 (R.: 11b)
R. No abandonas, Señor, a
los que te buscan.
El Señor reina eternamente
y establece su trono para el juicio:
él gobierna al mundo con justicia
y juzga con rectitud a las naciones. R.
El Señor es un baluarte para el oprimido,
un baluarte en los momentos de peligro.
¡Confíen en ti los que veneran tu Nombre,
porque tú no abandonas a los que te buscan! R.
Canten al Señor, que reina en Sión,
proclamen entre los pueblos sus proezas.
Porque él pide cuenta de la sangre,
se acuerda de los pobres y no olvida su clamor. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 17, 14-20
Cuando se reunieron con la multitud se acercó a
Jesús un hombre y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo,
que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en
el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar.»
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa!
¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos?
Tráiganmelo aquí.» Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde
aquel momento, quedó curado.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le
preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les
aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta
montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería
imposible para ustedes.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Dios se había servido de los babilonios para
destruir a los asirios y después de la caída de Nínive, la opresión de los
babilonios fue tan cruel como la anterior.
Habacuc es un profeta poco conocido que se atreve a
interpelar a Dios, y «pedirle cuentas» de por qué permite el mal en el mundo y
de por qué consiente que los babilonios, sigan haciendo el mal.
El profeta los invita a tener una visión más global
de la historia y les recuerda, que Dios se preocupa de los pobres y que, de un
modo misterioso, sigue estando cerca de los atribulados.
Sus palabras llenas de consuelo resumen la
respuesta de Dios, que invita a la paciencia y a la confianza, porque la
historia seguirá su curso y el justo vivirá por su fe.
***
Al bajar del monte, después de la escena de la
transfiguración, Jesús se encuentra con un grupo de sus apóstoles que no han
sido capaces de curar a un epiléptico.
El padre del enfermo ha clamado por la curación de
su hijo que tiene epilepsia y con los ataques se lastima. Se lo ha traído a los
discípulos y no han podido curarlo.
Este pobre hombre, en lugar de ir directamente a
Jesús, se ha dirigido primero a los apóstoles. No habiendo obtenido nada se
dirige luego a Jesús. La respuesta de Cristo es de una increíble dureza para
con sus discípulos llamándolos: “generación incrédula y perversa”. Varias veces
Jesús, en el evangelio, manifiesta su sufrimiento de tener que vivir con gente
que no entiende nada.
Jesús atribuye el fracaso a su poca fe. No han
sabido confiar en Dios. Si tuvieran fe verdadera, «nada les sería imposible».
Después, «increpó al demonio y salió, y en aquel momento se curó el niño».
Jesús quiere dar a todos los presentes una lección
práctica sobre la fe. Ante la impotencia del hombre frente a la enfermedad,
Jesús pone al descubierto una miseria todavía más grave: la incapacidad de
creer. Con mucha dureza, Jesús la compara a una perversión generalizada que
afecta a toda esa generación, especialmente a los judíos del tiempo de Jesús.
Jesús por su poder, conmina al espíritu inmundo por
medio de un exorcismo que libera al muchacho. Mateo, atribuye dicha
imposibilidad de los discípulos de curar, a su incredulidad, porque no tienen
ni un mínimo de fe, del tamaño de un grano de mostaza. Todavía en sus corazones
late la creencia de que el mesianismo que trae Jesús, es temporal y político.
No han entrado en la dinámica del reino. La intención de Jesús no es llamar la
atención de los discípulos sobre la debilidad de su fe, sino de remitirlos al
poder incomparable de Dios, lejano a toda fuerza y poder humano.
Los hombres muchas veces acusamos a Dios, porque
creemos que no nos escucha después de haber pedido y no obtener lo que pedimos.
Ahora, Jesús nos echa la culpa a nosotros, por no tener una fe auténtica, una
confianza a toda prueba. Cuando Jesús se encontraba con una fe verdadera, le
atribuía los milagros que realizaba: “tu fe te ha salvado”, así como cuando no
encontraba fe “estaba admirado de la incredulidad y no pudo hacer muchos
milagros ahí”.
Dios está dispuesto a intervenir aquí y ahora para
salvarnos; pero si tenemos dudas, si no creemos que su amor pueda llegar hasta
aquí, no esperemos ser escuchados. Recibimos lo que esperamos.
Jesús nos avisó: «sin mí no pueden hacer nada».
Apoyados en El, con su ayuda, con fe auténtica, curaríamos a más de un
epiléptico de sus males.
El que cura es Cristo Jesús. Pero sólo se podrá servir
de nosotros, si somos «fieles y creyentes conductores» de su fuerza liberadora.
Tiempo después, purificada su fe de toda “perversión”, Pedro en nombre de Jesús
podrá curar al paralítico del Templo.
Tener fe no es cruzarse de brazos y dejar que trabaje
Dios. Es trabajar no buscándonos a nosotros mismos, sino a Dios, motivados por
Él, apoyados en su gracia. La fe lejos de ser una resignación pasiva, nos urge
a la acción, de ese modo obra en mí y en el mundo lo inesperado del bien que
creo, lo nuevo del amor que transforma.
Para
discernir
¿La presencia del mal me paraliza?
¿Cómo ilumina la fe el misterio del mal en mi vida
y en la vida del mundo?
¿Me resigno con facilidad a que las cosas sean?
Repitamos a
lo largo de este día
…Señor aumenta mi fe…
Para la
lectura espiritual
[…] La segunda cosa que quería deciros, brevemente,
es la vida de comunidad. Perdonad, soportaos, porque la vida de comunidad no es
fácil. El diablo se vale de todo para dividir. Dice: «No quiero hablar mal,
pero…», y comienza la división. No, esto no funciona, porque no conduce a nada:
a la división. Cuidar la amistad entre vosotras, la vida de familia, el amor
entre vosotras. Que el monasterio no sea un Purgatorio, que sea una familia.
Los problemas están, estarán, pero, como se hace en una familia, con amor,
buscar la solución con amor; no destruir esto para resolver aquello; no
competir. Cuidar la vida de comunidad, porque cuando la vida de comunidad es
así, de familia, es precisamente el Espíritu Santo quien está en medio de la
comunidad. Estas dos cosas quería deciros: la contemplación siempre, siempre
con Jesús —Jesús, Dios y Hombre—; y la vida de comunidad, siempre con un
corazón grande. Dejando pasar, no vanagloriarse, soportar todo, sonreír desde
del corazón. El signo de ello es la alegría. Pido para vosotras esta alegría
que nace precisamente de la contemplación auténtica y de una bella vida
comunitaria. ¡Gracias! Gracias por la acogida. Os pido que recéis por mí, por
favor, no lo olvidéis. Antes de la bendición, recemos a la Virgen: Ave Maria…
Párrafo extraído de las palabras del Papa Francisco a las monjas
clarisas en Asís en octubre de 2013
Para rezar
Dios de amor, Padre de misericordia.
Mírame en esta circunstancia difícil
en que se encuentra mi vida
y ten compasión de mí.
Confiadamente acudo a ti,
pues sé que eres Dios de bondad
y manantial de amor.
Acepto tus insondables designios,
aunque no los comprenda.
Me abrazo a ellos con aquel fervor
y generosidad con que Cristo aceptó
el misterio del dolor en su vida.
Humildemente te pido, me des
la gracia de superar esta situación difícil
en este momento de mi existencia
y que esta prueba lejos de separarme de ti
me haga experimentar con mayor plenitud
la omnipotencia de tu amor,
que santifica y salva. Amén.
Mírame en esta circunstancia difícil
en que se encuentra mi vida
y ten compasión de mí.
Confiadamente acudo a ti,
pues sé que eres Dios de bondad
y manantial de amor.
Acepto tus insondables designios,
aunque no los comprenda.
Me abrazo a ellos con aquel fervor
y generosidad con que Cristo aceptó
el misterio del dolor en su vida.
Humildemente te pido, me des
la gracia de superar esta situación difícil
en este momento de mi existencia
y que esta prueba lejos de separarme de ti
me haga experimentar con mayor plenitud
la omnipotencia de tu amor,
que santifica y salva. Amén.
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