8 de julio de 2015 – TO - DOMINGO XIV – Ciclo B
…y Él se asombraba de su falta de fe…
PRIMERA
LECTURA
Lectura
de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
Un
espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me
hablaba. El me dijo:
Hijo
del hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han
rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día
de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te
envío, para que les digas: «Así habla el Señor.» Y sea que escuchen o se
nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en
medio de ellos.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
122, 1-2a. 2bcd. 3-4 (R.: 2cd)
R. Nuestros
ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.
Levanto
mis ojos hacia ti,
que
habitas en el cielo.
Como
los ojos de los servidores
están
fijos en las manos de su señor. R.
Y
los ojos de la servidora
en
las manos de su dueña:
así
miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios,
hasta
que se apiade de nosotros. R.
¡Ten
piedad, Señor,
ten
piedad de nosotros,
porque
estamos hartos de desprecios!
Nuestra
alma está saturada
de
la burla de los arrogantes,
del
desprecio de los orgullosos. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Corinto 12, 7-10
Hermanos:
Para
que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada
en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere.
Tres
veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia,
porque mi poder triunfa en la debilidad.»
Más
bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el
poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en
las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de
Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 6, 1-6a
Jesús
salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó
el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba
estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que
le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es
acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y
de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos
un motivo de escándalo.
Por
eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia
y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos
enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
En
los medios de comunicación social, tienen más resonancia las tonterías de
un famoso que la sabiduría de un desconocido. No vende ni da raiting la muerte
o la suerte de un simple ciudadano o de una sencilla ama de casa, como la de la
rubia siliconada de turno o del empresario mediático ocasional.
Crece
el imperio de la superficialidad y la estupidez. Si hay
coincidencia de gustos no es solamente por una exigencia interior que lo
demande, es que se construyen ciertos gustos, modos de pensamiento
con intención positiva. Glamour y status, poder y fama, riqueza y marcas señalan
los derroteros del discernimiento de lo que auténticamente vale. Pensamos que
todo lo importante tiene que venir de alguien que está por encima de nosotros
por su popularidad, su prestigio, su dinero, su poder, etc.
Seguramente tiene menos credibilidad la palabra de un albañil que la de un
ejecutivo, la de una empleada por horas, que la de una top de tapa de revista.
La verdad y el valor, lo bueno y lo importante se han estructurado sobre la
base de categorías sociales sin lógica alguna.
¿Seremos
capaces de descubrir lo bueno y verdadero?
¿Podremos
reconocer el paso de Dios?
***
Ezequiel
actúa como profeta entre los exiliados de Babilonia. Su profecía es una crítica
contra el pueblo por su infidelidad que lo ha llevado a la situación
desastrosa en que se encuentra, y también por la actitud de los gobernantes que
después de la primera deportación buscan aliarse con Egipto para combatir a
Nabucodonosor. Pero también anuncio de la fidelidad de Dios que, a su debido
tiempo, renovará y restaurará al pueblo.
La
experiencia de la presencia de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra,
pero el Espíritu lo levanta y lo mantiene en pie. Unido a su pueblo se
sabe un pecador más, cuyos labios necesitaban ser purificados. Sin
embargo ante la llamada divina, es su condición de hombre lo que más lo
desconcierta. El éxito de la misión no será cuestión suya y no debe
preocuparlo. No es el sacerdote, ni el hombre; es el hombre sacerdote
movido por la fuerza del Espíritu el que hablará. Dios le garantiza que todos
tendrán que oírlo y todo el mundo sabrá que hay un profeta, porque nadie puede reducir
al silencio la palabra de Dios.
***
San
Pablo hace mención a las visiones y revelaciones que ha recibido. Podría haber
sentido orgullo y creerse superior. Con el fin de evitarle esta tentación, el
Señor lo ha preservado permitiéndole sentir humillación mediante lo que
llama una “espina” en la carne. Su debilidad humana deja lugar a
Cristo, que viene a habitarlo con su fuerza y poder. Por esto es fuerte siendo
débil. Toda la grandeza de su misión tiene su origen en la gracia de Dios y no
en sus propios méritos.
Pablo
reflexiona sobre el sentido de las debilidades en que vive el creyente, las
debilidades que proceden de la propia condición humana. Estas debilidades
hacen experimentar que toda la fuerza viene de Dios. Toda obra al servicio del
Evangelio se realiza porque Dios la realiza.
***
Con
este pasaje termina la presentación que Marcos va haciendo a lo largo de
su evangelio de Jesús, su etapa de predicación y su obra junto con las
reacciones que provoca.
Es
el sábado en una sinagoga. La escena evangélica lo ubica en su tierra, en un
medio ambiente que le era conocido. Va en compañía de sus discípulos. La
situación parece reunir todas las condiciones para que Jesús pueda realizar
exitosamente su misión de profeta y evangelizador. Paradojalmente termina con
una escena de fracaso en Nazaret, su pueblo natal, por la incredulidad de los
más cercanos: conocían demasiado a Jesús.
El
maestro parece demasiado sencillo como para ser el enviado de Dios. No
conciben cómo puede hablar Dios a través de un simple artesano, sin
erudición, a quien además conocen de siempre. No es como los escribas que
explican más o menos sabiamente la Ley. No puede tener nada extraordinario, ya
que su familia pertenece a la clase pobre del lugar. Parece
imposible que la salvación mesiánica venga con rasgos tan cotidianos.
Porque es como ellos y vive en medio de ellos; sus actitudes y sus palabras no
llegan a develar que ha sido enviado para cumplir una misión. El mismo Jesús se
extraña de la poca fe de los suyos, experimentando el drama de todos los
profetas que le han precedido.
Los
nazarenos se escandalizan por sus modestas raíces que les da derecho a la duda
y no pudo allí hacer muchos milagros. En lugar de reconocer la grandeza de
Dios, y su sabiduría que opta manifestarse por el camino de la pequeñez,
la sencillez, la humildad, la humanidad, prefieren quedarse con sus propios
criterios acerca de cómo Dios debe o debería hacer las cosas.
Pero
los pensamientos de Dios no son los mismos que los de los hombres. A lo largo
de la historia de la salvación, Dios se ha querido comunicar a través de
instrumentos humanos, a menudo débiles e imperfectos, pero que, precisamente
por eso, han sido capaces de mostrar toda la fuerza de Dios.
El
Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y
cercano que, desde las entrañas mismas de la vida ordinaria y sencilla
invita al diálogo. «Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más
allá de ella». D. Bonhoeffer.
La
fe cristiana del discípulo no existe al margen de la realidad cotidiana y dura,
está enraizada en el camino humano, es radicalmente humana. Esto hoy también
escandaliza, porque preferiríamos una fe hecha solamente de cosas
“celestiales”, pero resulta que Dios no se nos reveló “celestialmente”, sino
humanamente. Dios tiene “cierta tendencia” a actuar de la forma en que nosotros
no esperamos. Dios quiere que la fe no se imponga por ninguna fuerza
intelectual o maravillosa. Dios no tiene esquemas previos, métodos preestablecidos,
cauces reglamentarios que nosotros podamos llegar a descubrir y que nos sirvan
para ponernos en la pista de por dónde va a salir la próxima vez.
Podemos
tener la certeza que, donde menos lo esperamos o menos lo imaginamos, puede
surgir y hablarnos. A Dios hay que esperarlo, no intentar forzarlo para que se
nos manifieste.
Para captar
el paso salvador de Dios, se hace necesario superar constantemente la
tentación de cerrar voluntariamente los oídos a su voz, aunque suene demasiado
como a una voz humana. Se necesita hacer un esfuerzo de purificación del
corazón para reconocer la palabra liberadora o consoladora, prescindiendo de
las imperfecciones de aquel que la dice.
Aún
más, en la debilidad de la palabra profética, se realiza el poder de Dios.
En la débil voz de un cristiano cualquiera, de un seguidor de Jesús sencillo
puede resplandecer la voz de Dios. No es necesario tener un cargo eclesiástico
o puesto intelectual, ya que el Espíritu sopla donde quiere, como quiere y
cuando quiere. Y a través de una débil palabra humana, Dios continúa viniendo.
Necesitamos
en algún momento de nuestro crecimiento en la fe, pasar por el escándalo que
nos trae reconocer que el “Mesías” e “Hijo de Dios” son algo muy distinto a lo
que nosotros esperamos y deseamos. Jesús es el Mesías libertador que se ha
colocado, sin engaños, al otro lado de la orilla de la historia, en el terreno
de los que no cuentan. Romper con todas nuestras falsas imágenes y clichés de
Dios, para poder reconocer que así como se manifiesta en los otros, también se
puede manifestar en nosotros.
El
crecimiento de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo y su tarea profética deben ir
por el mismo camino de Jesús, camino de debilidad y pobreza que son
signos de la fuerza de Dios.
El
reconocimiento de la propia fragilidad no es obstáculo, sino punto de
partida para la acción de Dios. Solo el que cree bastarse a sí mismo, orgulloso
de su persona, es incapaz de reconocer la fuerza de Dios que quiere, si se lo
deja, conducir los hilos de la historia. Esto no significa que Dios actúa
donde el hombre renuncia a su personalidad y posibilidades, sino reconocer que
la acción de Dios se hace tanto más poderosa en la medida que, como discípulos
nos abrimos a ella en una aceptación total de nuestra condición de criaturas e
instrumentos.
Como
Iglesia, cuando reconocemos nuestra debilidad, no estamos ocultando su realidad
trascendente y salvadora, ni la fuerza del mensaje, ni renunciamos a la lucha.
Por el contrario, se pone de manifiesto que su fuerza, no está en poderes humanos,
ni en gestos espectaculares, sino en Dios, en la fuerza irreductible de su
palabra y de su gracia salvadora.
Como
Iglesia, si queremos ser fieles a Jesucristo debemos dar prioridad a los medios
débilmente fuertes: la oración, la pobreza, la caridad, el testimonio, la
solidaridad. Estas actitudes son lo más lejano a la cobardía y la evasión, y
también lo más opuesto al orgullo que nos cierra a los otros y al paso Dios por
nuestra vida; llamada a ser historia de salvación.
Para discernir
¿Confío
plenamente en la fuerza del mensaje de Jesús?
¿Dónde
tengo colocadas mis fuerzas?
¿Acepto
la debilidad como camino de plenitud?
Repitamos a lo largo de este día
Tu
poder Señor se manifiesta en mi debilidad
Para la lectura espiritual
El
Padre mismo me ha enviado
…Escuchad
a la Palabra de Dios, hermanos, ved cómo les reafirmó en su aserción y lo que
ellos respondieron: Éste sabemos de dónde viene; y también: El Mesías, cuando
llegue, nadie sabrá de dónde viene. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el
templo, gritó: A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no
vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo
conocéis. Lo que equivale a decir: Me conocéis y no me conocéis; o lo que es lo
mismo: conocéis de dónde vengo y no conocéis de dónde vengo. Conocéis de dónde
vengo: Jesús de Nazaret, cuyos padres también conocéis. En este aspecto,
únicamente quedaba oculto el parto virginal, del que, no obstante, el marido
era testigo de excepción: él, en efecto, habría podido fielmente indicar cómo
había sucedido, siendo el único que podía conocerlo en calidad de marido.
Excepción hecha, pues, del parto virginal, lo sabían todo de Jesús en cuanto
hombre: su fisonomía, su patria, su familia y su pueblo natal, todo les era
conocido. Con razón, pues, dijo: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo,
según la carne y la fisonomía humana que tenía; en cambio, según la divinidad:
Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no
lo conocéis; para que le conozcáis, debéis creer en aquel a quien ha enviado y
le conoceréis, pues a Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en
el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer; y nadie conoce al Padre sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Finalmente,
después de haber dicho: Sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo
conocéis, para mostrarles de dónde podía venirles el conocimiento de lo que
desconocían, añadió: Yo lo conozco. Por tanto, preguntadme a mí para llegar a
conocerlo. ¿Que por qué lo conozco yo? Pues porque procedo de él y él me ha
enviado. Magnífica afirmación de una doble verdad: Procedo —dice— de él, porque
el Hijo procede del Padre, y todo lo que el Hijo es, es de aquel cuyo Hijo es.
Esta
es la razón por la que decimos que el Señor Jesús es Dios de Dios; del Padre no
decimos que sea Dios de Dios, sino sólo que es Dios. Y decimos que el Señor
Jesús es Luz de Luz; del Padre no decimos que sea Luz de Luz, sino sólo que es
Luz. A esto se refiere lo que dijo: Procedo de él. Y si ahora vosotros me veis
en la carne es porque él me ha enviado. Cuando oyes: Él me ha enviado, no
pienses en una diferencia de naturaleza, sino en la «autoridad» del que
engendra.
San
Agustín de Hipona, Tratado 31 sobre el evangelio
de
san Juan (3-4: CCL 36, 294-295)
Para rezar
Bienaventuranzas
del Misionero
Bienaventurado
el MISIONERO que vive enamorado de Cristo, que se fía de Él como de lo más
necesario y absoluto, porque no quedará desilusionado.
Bienaventurado
el MISIONERO que mantiene su ideal y su ilusión por el Reino y no pierde el
tiempo en cosas accidentales, porque Dios acompaña a los que siguen su ritmo.
Bienaventurado
el MISIONERO que no tiene nada, y lo que es y posee lo gasta en servicio de sus
hermanos, porque Cristo será toda su riqueza.
Bienaventurado
el MISIONERO que se sabe necesario donde la Iglesia lo reclame, pero que en
ningún lado se siente indispensable, porque experimentará el gozo del deber
cumplido.
Bienaventurado
el MISIONERO que sabe poner su oído en el corazón de Dios para escuchar sus
deseos, porque el Espíritu lo ayudará a discernir los acontecimientos.
Bienaventurado
el MISIONERO que no se enorgullece de sus éxitos y reconoce que el Espíritu
hace todo en todos, porque se verá libre de ataduras.
Bienaventurado
el MISIONERO que siempre tiene un tiempo para contemplar a Dios, a los hombres
y al mundo, porque habrá entendido el valor de ser hijo, hermano y señor.
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