1 de agosto de 2018 – TO – MIÉRCOLES DE LA XVII SEMANA
Vende todo y compra el campo
Lectura del libro del profeta
Jeremías 15, 10. 16-21
¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz,
a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí
nada prestado, pero todos me maldicen.
Cuando se presentaban tus palabras, yo las
devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy
llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos.
Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que
se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías
llenado de indignación. ¿Por qué es incesante mi dolor, por qué mi llaga es
incurable, se resiste a sanar? ¿Serás para mí como un arroyo engañoso, de aguas
inconstantes?
Por eso, así habla el Señor: Si tú vuelves, yo te
haré volver, tú estarás de pie delante de mí, si separas lo precioso de la
escoria, tú serás mi portavoz. Ellos se volverán hacia ti, pero tú no te
volverás hacia ellos. Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de
bronce inexpugnable. Te combatirán, pero no podrán contra ti, porque yo estoy
contigo para salvarte y librarte -oráculo del Señor-. Yo te libraré de la mano
de los malvados y te rescataré del poder de los violentos.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 58, 2-3. 4. 10-11.
17. 18 (R.: 17d)
R. Señor, tú eres mi refugio
en el peligro.
Líbrame de mis enemigos, Dios mío,
defiéndeme de los que se levantan contra mí;
líbrame de los que hacen el mal
y sálvame de los hombres sanguinarios. R.
Mira cómo me están acechando:
los poderosos se conjuran contra mí;
sin rebeldía ni pecado de mi parte, Señor. R.
Yo miro hacia ti, fuerza mía,
porque Dios es mi baluarte;
él vendrá a mi encuentro con su gracia
y me hará ver la derrota de mis enemigos. R.
Pero yo cantaré tu poder,
y celebraré tu amor de madrugada,
porque tú has sido mi fortaleza
y mi refugio en el peligro. R.
¡Yo te cantaré, fuerza mía,
porque tú eres mi baluarte,
Dios de misericordia! R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro
escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de
alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un
negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran
valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
Tantas persecuciones, tantas burlas y maldiciones,
tantas desgracias que anuncia a su pueblo hacen que Jeremías atraviese una
crisis personal muy profunda, que hace tambalear su fe y la fidelidad a su
vocación.
Ha puesto su vida al servicio de la Palabra, para
que el pueblo se convierta, y no encuentra más que acusadores que lo miran con
desprecio.
Ha adoptado un estilo de vida exigente y ha
anunciado con valentía ante el pueblo, lo que Dios ponía en sus labios, en
medio de la soledad y la incomprensión.
La duda invade el alma del profeta y llega hasta a
dudar de Dios, le parece que Yahvé ha dejado de ser el fundamento de su vida y
de su misión, se siente débil y a punto de caer. Se atreve a interpelar y a
pedir cuentas a Dios.
El profeta empieza reprochando a su madre que lo ha
traído al mundo y, con ello, ha hecho posible su vocación profética. Le
presenta sus méritos, tiene conciencia de que ha cumplido bien su misión, ha
suplicado en favor de sus enemigos, ha soportado ultrajes por Yahvé. Se queja
de haber renunciado por fidelidad a su vocación, a los amigos y a la vida fácil
en su pueblo.
Es un grito lleno de amargura y desesperación. La
crisis obligó a Jeremías a reasumir su vocación. Sus duras palabras, llegan a
ser el punto de partida de una nueva relación con Dios, más verdadera, más purificada.
Sólo la confianza ciega en Yahvé y su misterio, pueden poner fin a ese estado
de incertidumbre del profeta.
Dios una vez más le dirige su palabra, y lo anima a
seguir: “Yo estoy contigo”. Es una confirmación en su vocación, el profeta
sigue llamado a ser la boca de Dios, pero tiene que estar dispuesto a no
desfallecer, a pesar de la incomprensión y la persecución. Yahvé le hace ver
que la vocación supone también una respuesta y una fidelidad decidida y activa.
***
El anuncio del Reino es esencial en la predicación
de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Mateo nos pone ante dos
parábolas sobre el Reino de los Cielos. Jesús, en su primer ejemplo, habla del
Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la
compra del campo para poder gozar de él para siempre.
Cuántas veces la literatura ha hecho volar nuestra
imaginación en la búsqueda de un tesoro escondido en una isla lejana o en el
fondo del mar. ¿Quién no soñó hacerse rico de esta mágica forma y que la vida
cambiara de una vez para siempre? Casi instintivamente reconocemos que hay
cosas que le dan un valor sobreabundante a nuestra vida.
Pero, sin embargo, alcanzar este “tesoro” requiere
buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno
posee.
El Reino de paz, amor justicia y libertad contenido
en el evangelio es nuestro tesoro, oculto en un campo, por el que debemos estar
dispuestos a darlo todo, porque nos rescata de la muerte y conduce a la vida.
Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad del hombre.
Ciertamente que ante la grandeza de un don tan
grande, somos conscientes de la pobreza de nuestros esfuerzos muchas veces
marcados por el pecado, el egoísmo y la indiferencia que parecen insuperables.
No obstante, debemos tener confianza, porque lo que parece imposible para el
hombre es posible para Dios.
No debemos perder la ilusión de la infancia, de
querer encontrar el tesoro que nos haga felices, ni el gozo de saber que en el
evangelio vivido en profundidad lo hemos encontrado.
«¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca,
halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que
adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo». Orígenes.
Para discernir
¿Dónde están ocultos mis tesoros?
¿Por qué cosas arriesgo lo que tengo?
¿Cuál es la escala de valor en mi vida?
Repitamos a lo largo de
este día
…Tu Palabra alegra mi corazón…
Para la lectura espiritual
…”La alegría del Evangelio es propia de quien, tras
haber encontrado la plenitud de la vida, queda suelto, libre, desenvuelto, sin
temor, no cohibido. Ahora bien, ¿Creéis acaso que quien ha encontrado la perla
preciosa empezará a despreciar todas las otras perlas? En absoluto. Quien ha
encontrado la perla preciosa se vuelve capaz de colocar las otras en una escala
de valores justa, para relativizarlas, para juzgarlas en relación con la perla
más bella. Y lo hace con extrema sencillez, porque, teniendo como piedra de
toque la preciosa, es capaz de comprender mejor el valor de las otras.
A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien
tiene la perla preciosa, el tesoro, se le dará el discernimiento de los otros
valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos que hay
fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin
tristeza, sin reticencias; más aún: con alegría, precisamente porque conocerá
el valor de todo lo demás. Quien busca la alegría en seguridades humanas, en
ideologías, en sutilezas, no puede encontrar esta alegría. La alegría del
Evangelio es Jesús crucificado, que llena nuestra vida perdonando nuestros
pecados, dándonos el signo de su amor infinito, llenándonos día y noche con su
alegría profunda. Cuando carecemos de soltura, cuando estamos espantados,
cuando somos perezosos, temerosos, cuando estamos preocupados por el futuro de
la Iglesia y de nuestra comunidad, eso significa que no tenemos la alegría del
Evangelio, sino sólo algunas sombras, algún eco lejano, intelectual, abstracto,
del mismo. Acoger el Evangelio es acoger su fuerza y apostar por ella,
confiarnos a Cristo crucificado, que quiere llenarnos de su alegría”…
Carlo María Martini. La alegría del evangelio.
Para rezar
Señor Jesús
Mi fuerza y mi fracaso
eres tú.
Mi herencia y mi pobreza.
Tú, mi justicia, Jesús.
Mi guerra, y mi paz.
¡Mi libre libertad!
Mi muerte y mi vida.
Tú. Palabra de mis gritos,
silencio de mi espera,
testigo de mis sueños,
¡Cruz de mi cruz!
Causa de mi amargura,
perdón de mi egoísmo,
crimen de mi proceso,
juez de mi pobre llanto,
razón de mi esperanza,
¡Tú! Mi tierra prometida
eres tú…
La Pascua de mi Pascua,
¡nuestra gloria por siempre,
Señor Jesús!
eres tú.
Mi herencia y mi pobreza.
Tú, mi justicia, Jesús.
Mi guerra, y mi paz.
¡Mi libre libertad!
Mi muerte y mi vida.
Tú. Palabra de mis gritos,
silencio de mi espera,
testigo de mis sueños,
¡Cruz de mi cruz!
Causa de mi amargura,
perdón de mi egoísmo,
crimen de mi proceso,
juez de mi pobre llanto,
razón de mi esperanza,
¡Tú! Mi tierra prometida
eres tú…
La Pascua de mi Pascua,
¡nuestra gloria por siempre,
Señor Jesús!
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