Por falta de la Lecturas y Comentarios de la
Vicaría de Pastoral de la Arq. de Bs. As. reflexiones tomadas de:
Comunidad Agustiniana
Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial
"Estos son mi madre y mis hermanos".
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis 39-15
Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Palabra de Dios.
Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
Del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi Voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi Voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo
a los Corintios 4, 13 — 5, 1
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos.
Palabra de Dios.
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos.
Palabra de Dios.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 3,
20-35
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.
REFLEXION
La primera lectura tomada del libro del Génesis nos
cuenta, en clave religiosa y no científica, el origen del mundo y de la
humanidad y nos puede hacer comprender la existencia del mal y del pecado. El
origen radical del mal no está en la creación de Dios ya que todas las cosas eran buenas (cf. Gén 1, 1-31),
sino en el hombre mismo que pecó, rompiendo el orden de bondad querido por
Dios. Una vez marginado Dios, el hombre asume el riesgo y se hace
responsable de su propia destrucción; y, por tanto, deberá cargar con las
consecuencias de su aspiración a ser igual a Dios.
Junto al ideal de la creación aparece, pues, el
drama humano, la tragedia de una ruptura. Esta tragedia marcará toda la vida
del hombre, si bien no será éste su horizonte definitivo. El punto final de la
historia no es el pecado, el dolor y la muerte, sino que es la salvación y la
vida. Y, por eso, en aquel mismo momento apareció la promesa y la esperanza.
Éstas darán origen una apasionante aventura, en la que Cristo ocupará el
lugar central, y en la que el hombre deberá empeñarse con todas sus fuerzas
para romper el poder del mal y unirse a la victoria de Cristo.
***
En la segunda lectura hemos visto que continúa
presente en gran medida la misma temática. La verdad es que la vida humana está
tejida de males y fracasos. Incluso quien cree en la esperanza no tiene por qué
ser el más afortunado, ni está inmune ante las tragedias humanas, ni tampoco
está dispensado de luchar. Ésta es, en efecto, la profunda convicción de de san
Pablo en el pasaje de su Segunda Carta a los corintios. El apóstol no se
defiende ante los que le acusan de ser un “débil” o un “fracasado” en su
ministerio. Reconoce simplemente que la debilidad, el sufrimiento, incluso el
fracaso humano, son una condición inevitable de la fragilidad de la naturaleza,
de nuestra condición física, de nuestro ser carnal y corruptible.
Sin embargo, esto no es todo, ni es lo definitivo;
y es que hombre no está llamado a la muerte, sino a la vida, a la
resurrección, como Cristo. A las tribulaciones y dificultades que nos salen al
paso podrá seguir con la ayuda Dios una fecunda cosecha. Bien claramente nos lo
acaba de decir san Pablo: Una leve tribulación presente
nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria (2 Cor
4, 17). También él vivía la fragilidad humana y la amenaza continuada de la
muerte, pero éstas eran sus certezas: Sabemos qué si se destruye esta
nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que
viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es
eterna y está en los cielos (2 Cor 5, 1).
***
San Marcos, a su vez, en el pasaje evangélico de
hoy nos ha presentado a los familiares de Jesús que se muestran preocupados
pensando que él se está excediendo en su entrega a la misión hasta el
punto de que no tiene tiempo para comer y querrían llevárselo; son testigos,
además de la furiosa oposición de los fariseos que llegan a acusarlo de estar
endemoniado y de que actúa en virtud de un pacto con el jefe de los demonios.
Jesús, que no solía entrar en discusión con sus enemigos, esta vez lo hace, y
le cuesta bien poco dejar en evidencia la falta de lógica en sus acusaciones;
Satanás no puede estar en lucha contra Satanás (cf. Mc 3, 22).
Por otra parte, la presencia los familiares de
Jesús y, con ellos, su madre María le va a ofrecer oportunidad para afirmar
quiénes son los que, de allí en adelante, van a formar su verdadera familia:
los que cumplen la voluntad de Dios (cf. Mc 3, 35). Jesús quiere dejar claro
que no es la cercanía de la sangre la que decide el auténtico parentesco con
Él. Como tampoco es lo principal ser descendientes de Abrahán según la carne,
sino los imitadores de su fe, para pertenecer en verdad al pueblo elegido de
Dios.
Por tanto, la nueva comunidad que se está formando
en torno a Él no va a tener como valores determinantes ni los lazos de la
sangre ni lo de la raza, sino los que vienen expresados en estas
palabras: El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi
hermano y mi hermana y mi madre (Mc 3, 35). Era ésta la mejor
alabanza tributada por Jesús a su madre, allí presente; ella en la anunciación
había dicho al mensajero enviado por Dios: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38). María, en efecto, es
la mujer creyente, la totalmente abierta a la voluntad de Dios. Incluso antes
que su maternidad física, tuvo ella ese otro parentesco que aquí anuncia Jesús:
el parentesco de la fe.
Los que seguimos a Jesús y somos sus discípulos,
pertenecemos a su familia y hemos entrado en la comunidad nueva del Reino. Esto
nos hace decir con confianza la oración que Él nos enseñó: “Padre nuestro”.
María es para nosotros la mejor maestra, porque fue la mejor discípula en la
escucha de Jesús y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la
Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica en la vida.
La celebración de la Eucaristía la empezamos
siempre con un “acto penitencial”, acto de humildad en el que reconocemos
nuestra debilidad y pedimos la clemencia de Dios. En las lecturas,
especialmente en las de hoy, la Palabra de Dios nos ayuda a discernir dónde
está el camino del bien y dónde el del mal. En el Padrenuestro le pedimos que
nos “libre del mal” y cuando se nos invita a comulgar se nos dice que vamos a
recibir “al que quita el pecado del mundo”. Vamos por buen camino para ser
dignos miembros de la familia de Jesús.
Teófilo Viñas, O.S.A.
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