1 de junio
de 2018 – TO - VIERNES
DE LA VIII SEMANA
Mi casa se
llamará casa de oración para todos los pueblos
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pedro 4,7-13
Queridos hermanos: El fin de todas las cosas está
cercano. Sean pues, moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo, mantengan
en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados.
Ofrezcanse mutuamente hospitalidad, sin protestar. Que cada uno, con el don que
ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de
la múltiple gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios.
El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de
Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien
corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Queridos hermanos, no se extrañen de ese fuego
abrasador que se pone a prueba, como si les sucediera algo extraordinario.
Estén alegres cuando comparten los padecimientos de Cristo, para que, cuando se
manifieste su gloria, rebosen de gozo.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 95
R: Llega el Señor a regir la tierra.
Decid a los pueblos: “El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.” R.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Marcos 11,11-25
Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después
de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús
sintió hambre.
Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas,
se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas;
porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: “Que
nadie más coma de tus frutos”. Y sus discípulos lo oyeron.
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el
Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas
de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que
transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: “¿Acaso no está escrito: Mi
Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han
convertido en una cueva de ladrones”.
Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los
escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el
pueblo estaba maravillado de su enseñanza. Al caer la tarde, Jesús y sus
discípulos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron
que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús:
“Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado”.
Jesús le respondió: “Tengan fe en Dios.
Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta
montaña: ‘Retírate de ahí y arrójate al mar’, sin vacilar en su interior, sino
creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando
pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando
ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien,
perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas”.
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Es el último pasaje que leemos de la primera carta
de Pedro. Se nota la creencia que tenían de que el fin del mundo estaba
próximo, que la vuelta gloriosa del Resucitado era inminente.
Las actitudes a las que invitan valen igual aunque
el fin no vaya a ser tan inminente. Un cristiano debe mirar hacia delante y
vivir vigilante, en una cierta tensión anímica, que es lo contrario de la
rutina, la pereza o el embotamiento mental.
Los consejos de Pedro nos ofrecen un programa muy
sabio de vida: tener el espíritu dispuesto a la oración, llevar un estilo de
vida sobrio y moderado, mantener firme el amor mutuo, practicar la
hospitalidad, poner a disposición de la comunidad las propias cualidades, todo
a gloria de Dios.
La carta termina aludiendo a sufrimientos y
persecuciones. Tal vez aquí se refiere a alguna persecución contra los
cristianos por los años 60 (cuando murieron Pedro y Pablo en Roma). Pero estas
pruebas han sido continuas a lo largo de los dos mil años de la comunidad
cristiana y siguen existiendo también ahora en la comunidad y en la vida de
cada uno: pruebas que dan la medida de nuestra fidelidad a Dios y nos van
haciendo madurar en nuestro seguimiento de Cristo.
***
Jesús ya llega a Jerusalén. Saltándonos la escena
de la entrada solemne -que leemos el Domingo de Ramos- escuchamos hoy la acción
simbólica en torno a la higuera estéril y la otra acción, no menos simbólica y
valiente, de Jesús arrojando a los mercaderes del Templo.
La higuera no tenía frutos. No era tiempo de higos.
Jesús se queja de esa esterilidad. Su lamento nos recuerda el poema de la viña
estéril de Isaías 5. Jesús pronuncia unas palabras duras contra la higuera:
«nunca jamás coma nadie de ti». En efecto, al día siguiente, la higuera se
había secado. Si Jesús hizo este gesto es porque apuntaba a otra clase de
esterilidad: es el pueblo de Israel, sobre todo sus dirigentes, el árbol que no
da los frutos que Dios pedía. Israel es la higuera seca.
En medio del episodio de la higuera, entre su
inicio y su conclusión al día siguiente, Marcos coloca la escena del Templo y
el gesto de Jesús. También aquí no había motivo evidente para la ira de Jesús:
los mercaderes que vendían animales para el sacrificio o cambiaban monedas,
estaban en el atrio, contaban con todos los permisos de los responsables y no
parecían estorbar el culto.
Lo que hace Jesús es, un gesto simbólico, no tanto
contra los mercaderes, sino contra los responsables del Templo: lo que denuncia
es la hipocresía del culto, hecho de cosas exteriores pero sin obras coherentes
en la vida. El culto tiene que ir acompañado de la fidelidad a la Alianza.
Jesús quiere que el Templo sea «casa de oración
para todos los pueblos», lugar de oración auténtica.
El evangelio de hoy termina, no sólo invitando a la
oración llena de fe, sino también a la caridad fraterna, sobre todo el perdón
de las ofensas.
Para
discernir
¿A qué me invitan las palabras que la liturgia me
regala este día?
¿Qué actitudes me siento llamado a convertir como
discípulo?
¿Integro el sufrimiento y la persecución al
seguimiento del Señor?
Repitamos a
lo largo de este día
«Cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan
contra otros»
Para la
lectura espiritual
«La Escritura dice: Mi casa se llama casa de oración para todos los
pueblos. Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos»
El Señor entró en el Templo y se puso a echar fuera
a todos los que compraban y vendían, diciendo: «Mi casa se llama casa de
oración. Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos». ¿Cuál
es ese templo convertido en cueva de bandidos? Es el alma y el cuerpo del
hombre, que son más realmente el templo de Dios que todos los templos
edificados (1C 3,1;
6,19).
6,19).
Cuando Nuestro Señor quiere llegarse a este último
templo, lo encuentra cambiado en un escondite de bandidos y en un bazar de
comerciantes. ¿Qué es un comerciante? Son los que dan lo que tienen – a su
libre arbitrio- a cambio de lo que no tienen –las cosas de este mundo. ¡El
mundo entero está lleno de esa clase de comerciantes! Los encontramos entre los
presbíteros y los laicos, entre los religiosos, los monjes y las monjas… Tanta
gente llena de su propia voluntad…; tanta gente que buscan en todo su propio
interés. Si, por el contrario, tan sólo quisieran comerciar con Dios dándole su
propia voluntad, ¡qué comercio tan dichoso no harían!
El hombre debe querer, debe perseguir, debe buscar
a Dios en todo lo que hace; y cuando ha hecho todo eso –beber, dormir, comer,
hablar, escuchar- que deje completamente las imágenes de las cosas y obre de
manera que su templo quede totalmente vacío. Una vez el templo esté vacío, una
vez que habrás echado fuera toda la tropa de vendedores, las imaginaciones que
le estorban, entonces podrás ser una casa de Dios (Ef 2,19). Y así encontrarás
la paz y el gozo de tu corazón, y ya nada te atormentará, nada de lo que ahora
te inquieta, de deprime y te hace sufrir.
Juan Taulero (hacia 1300-1361), dominico – Sermón 46
Para rezar
Vivir como semilla
Ser como un grano de trigo,
pequeña semilla,
que guarda en su interior
la posibilidad de ser pan,
para ofrecerse, sencillo, cotidiano,
a todo el que lo necesite.
Tú nos llamas a ser semilla, Señor.
Y la semilla,
que está llena de vitalidad y potencial,
debe morir a ser semilla
para convertirse en planta y crecer.
Tu vida nos muestra
que es posible morir para vivir.
Entregar todo para ser para los demás…
Pura ofrenda y donación.
…………
Marcelo Murúa
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