29
de junio de 2022 – TO - MIÉRCOLES DE LA XIII SEMANA
29 DE JUNIO – SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES (S)
Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo
PRIMERA
LECTURA
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11
Por
aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia
para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que
esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de
«los panes Ácimos.»
Después
de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro
relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo
comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba bajo custodia
en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él.
La
noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía
entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la
puerta de la prisión.
De
pronto, apareció el Angel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El
Angel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!»
Entonces las cadenas se le cayeron de las manos.
El
Angel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias» y Pedro lo
hizo. Después de dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme.»
Pedro
salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo
por intervención del Angel, sino que creía tener una visión.
Pasaron
así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro
que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y
anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Angel se alejó de él.
Pedro,
volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Angel y me
libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío.»
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 5)
R.
El Señor me libró de todos mis temores.
Bendeciré
al Señor en todo tiempo,
su
alabanza estará siempre en mis labios.
Mi
alma se gloría en el Señor:
que
lo oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen
conmigo al Señor,
alabemos
su Nombre todos juntos.
Busqué
al Señor: él me respondió
y
me libró de todos mis temores. R.
Miren
hacia él y quedarán resplandecientes,
y
sus rostros no se avergonzarán.
Este
pobre hombre invocó al Señor:
él
lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El
Angel del Señor acampa
en
torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten
y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices
los que en él se refugian! R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18
Querido
hermano:
Yo
ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida
se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera,
conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el
Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos
los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Pero
el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera
proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui
librado de la boca del león.
El
Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino
celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19
Al
llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué
dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos
le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando
la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y
Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te
digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la
Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los
Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
Prefacio de este día en el que celebramos a San Pedro y a San Pablo nos ayuda a
descubrir a cada uno de ellos como dos formas de ser y de actuar que llevan
adelante la obra de Cristo en su Iglesia. Dos personalidades con temperamentos
y dotes muy distintos.
Pedro,
impulsivo, generoso noble, dispuesto a la entrega a Cristo y a su causa como
así de inestable es nuestra roca firme y nuestro guía en la fe que profesamos.
Es lo que le pidió Cristo después de aquella triple confesión de fidelidad:
apacienta a mis ovejas. Es el pescador del mar de Galilea fuerte y decido, que
deja todo para seguir radicalmente a Jesús y aquel que después, consolidará la
Iglesia primitiva con los israelitas que creyeron y la conducirá a lo largo de
la historia mediante sus sucesores. Pedro es la autoridad constituida por
Cristo para darle la unidad y la solidez necesarias a la Iglesia para que sea
signo visible y eficaz de salvación para todos los hombres.
Saulo
de Tarso, genio de alta formación en la más pura tradición judía, apasionado y
profundo; perseguidor de la Iglesia y asesino de cristianos es llevado por su
celo por la verdad, su fidelidad a Dios y a la fe de sus antepasados a
convertirse en el más ferviente y más dinámico predicador, fundador y maestro
de comunidades creyentes fuera de Israel y a lo largo de las márgenes del Mar
Mediterráneo. Su personalidad, su genio y su imagen son las que le permitieron
extender la fe de la Iglesia naciente.
Ambos
representan dos líneas de pensamiento y de acción diferentes que conforman el
ser, la misión y el quehacer de la Iglesia de todos los tiempos.
Por eso, “después de haber congregado por caminos diversos a la familia de
Cristo, esa misma familia los asocia ahora en su veneración con una sola
corona”
Ambos
apóstoles, son signo de una Iglesia llamada a ser instrumento de salvación para
todos los hombres y mujeres que buscan y aman la verdad y desde el amor a Dios
se esfuerzan por la práctica de la justicia y de la paz. Pero en los dos, lo
más importante que se observa es la apertura a la acción de la gracia que, poco
a poco, los va transformando en instrumentos para la misión evangelizadora. Los
dos llegan al final con generosidad y capacidad suficientes para dar su vida
por el Evangelio. Los dos nos recuerdan que el cristiano alcanza la santidad en
la medida en que abre el corazón a la acción de la gracia.
Las
columnas que sostienen la comunión eclesial ejercieron su función desde la
cercanía afectiva y entusiasmante hacia el Maestro y amigo. La Iglesia no es producto
de su historia, sino de su experiencia de la presencia del fundador en ella.
La
Iglesia necesitó y necesita un principio sólido, estable y permanente de
autoridad y de unidad en la misión. Éste es Pedro y sus sucesores. Pero también
necesita del elemento innovador que movido por el Espíritu esté continuamente
buscando las formas de acercamiento al hombre en su cultura y en sus
circunstancias propias de cada tiempo y de cada lugar. Éste es Pablo y la
multitud de hombres y mujeres que a su imagen renuevan continuamente la
Iglesia.
Esta
fiesta es una invitación a todos los que integramos la Iglesia, a una
conversión permanente hacia Dios y hacia el mundo, según los criterios del
evangelio. Que Pedro, la roca firme, sea nuestro ejemplo y nos ayude a confesar
a Jesús y volver a él con humildad, a pesar de nuestras negaciones. Que Pablo,
el Apóstol nos de la apertura de corazón y la audacia para anunciar a
Jesucristo a todos los que desean ser fieles al plan de Dios.
REPITAMOS
A LO LARGO DE ESTE DÍA
Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
«Cuando
seas viejo…, te llevará a donde no quieras»
¡No
tienes miedo de venir a esta ciudad de Roma, oh apóstol san Pedro!… No temes a
esta Roma, dueña del mundo, tu que en casa de Caifás te has acobardado ante una
sirvienta del sumo sacerdote. El poder de los emperadores Claudio y Nerón
¿acaso era menor que el juicio de Pilato o el furor de los dirigentes
judíos? Sencillamente era que la fuerza del amor triunfaba en ti sobre las
razones del temor; no creías deber tuyo temer a aquellos a quienes has recibido
la misión de amar. Esta caridad intrépida, ya la habías recibido cuando el amor
que profesaste al Señor se vio fortificado por su triple pregunta (Jn 21, 15s)…
¡Y para hacer crecer tu confianza tenías los signos de tantos milagros, el don
de tantos carismas, la experiencia de tantas obras maravillosas!… Así pues, sin
dudar de la fecundidad de la empresa ni ignorar el tiempo que te quedaba de
vida, tu llevaste el trofeo de la cruz de Cristo a Roma donde te esperaban a la
vez, por divina predestinación, el honor de la autoridad y la gloria del
martirio.
En
esta misma ciudad llegaba san Pablo, apóstol como tu, instrumento escogido (Ac
9,19) y maestro de los paganos (1Tm 2,7) para estar contigo en este tiempo en
el cual todo lo que era inocencia, todo lo que era libertad, todo lo que era
pudor estaban oprimidos bajo el poder de Nerón. Fue él quien, en su locura, fue
el primero en decretar una persecución general y atroz contra el nombre
cristiano, como si la gracia de Dios pudiera ser constreñida por la matanza de
los santos… Pero «preciosa es a los ojos de Dios la muerte de sus santos» (sal
115, 15). Ninguna crueldad ha podido destruir la religión fundada por el
misterio de la cruz de Cristo. La Iglesia no sólo no ha menguado sino que se ha
engrandecido con las persecuciones; el campo del Señor se ha revestido sin
cesar de una más rica siega, cuando los granos, cayendo uno a uno, renacían
multiplicados (Jn 12,24). ¡Qué gran descendencia han dado esas dos plantas
sembradas al desarrollarse!:
¡Millares
de santos mártires, imitando el triunfo de estos dos apóstoles han coronado
esta ciudad con una diadema de innombrable pedrería!
San León Magno
(¿-c. 461) – papa y doctor de la Iglesia
Sermón 82/69
para el aniversario de los apóstoles Pedro y Pablo
PARA REZAR
“Me
has dicho: ‘Anda y enseña a todas las naciones’ (Mt 28,19).
Creí
y por eso hablé (Sal 116,10; 2 Cor 4,13)
Me
prohibieron enseñar en tu Nombre (Hch 5,28),
pero
yo obedecí a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29).
Fui
extremadamente humillado (Sal 116,3),
pero
estoy feliz de haber sido considerado digno
de
padecer ultrajes por el Nombre de Jesús (Hch 5,41).
Y
cada día, en el Templo y en las casas,
no
dejé de anunciar, oh Jesús, que Tú eres el Cristo (Hch 5,42).
Apacenté
el rebaño que me confiaste,
lo
cuidé de buena gana, apacible con todos (1 Pe 5,2).
Los
que odiaban la paz me atacaron sin motivo (Sl 12).
Me
regocijé por tener parte en tus sufrimientos.
Me
alegraré cuando se manifieste tu Gloria.
Fui
ultrajado por tu Nombre, pero de eso me regocijé,
pues
tu Espíritu, oh Dios, reposó en mí.
Padecí
como cristiano y no tuve vergüenza.
Glorifiqué
a Dios por el Nombre de cristiano (1 Pe 4,14).
Y
tú, rompiste mis lazos (Sl 116,16).
Reconocí
verdaderamente que Tú mandaste a tu Ángel
y
me libraste de la expectación del pueblo (Hch 12,1-19).
A
ti me ofrezco en hostia de alabanza,
y
tu Nombre aún lo invoco (Sl 116,4).
Cumplo
mi promesa a la faz de todo el pueblo,
en
los atrios de tu Templo Santo, en medio de Jerusalén (Sl 116,18-19),
no
dejaré de anunciar que Tú eres el Cristo”.
(Oración
compuesta con base en el Salmo 116, pasajes de los Hechos de los Apóstoles y 1ª
Pedro 4 y 5; Preparada por el Monasterio Apostólico Piedra Blanca- Colombia)
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