17 de septiembre de 2020

 17 de septiembre de 2020 – TO – JUEVES DE LA XXIV SEMANA

 

Mucho ama al que mucho se le perdona

 

Lectura de la primera carta del apóstol

San Pablo a los Corintios 15,1-11

 

Hermanos:

Les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano.

Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto.

Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído. 

Palabra de Dios

 

SALMO Sal 118 (117) 1-2.16-17.28. 

R: ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

 

Que lo diga el pueblo de Israel:

¡es eterno su amor!

la mano del Señor es sublime,

la mano del Señor hace proezas”. R.

 

No, no moriré:

viviré para publicar lo que hizo el Señor.

Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias;

Dios mío, yo te glorifico. R.

 

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Lucas    7, 36-50

 

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»

Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» «Di, Maestro!», respondió él.

«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?»

Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más.»

Jesús le dijo: «Has juzgado bien.» Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.»

Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados.»

Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» 

Palabra del Señor.

 

PARA REFLEXIONAR

 

A los griegos que tenían una concepción dualista del ser humano, al contrario de la judía que afirmaba una unidad mucho mayor en la persona humana, les resultaba difícil creer que vayamos a resucitar corporalmente. Afirmaban que el alma es inmortal, pero no llegaban a concebir la resurrección del cuerpo.

Pablo, hoy da testimonio de que Cristo Jesús resucitó; a modo de un credo breve. La base en la que se apoya esta fe en la resurrección, es lo que le han transmitido a él a partir de Cristo.

Ésta es la base de nuestra fe. Es el acontecimiento por excelencia en que Dios ha mostrado su programa de salvación, que empieza en Cristo y seguirá en nosotros.

***

Muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado y por lo tanto no cocinaban, no comerciaban, no caminaban, etc.

Jesús les cuestiona permanentemente esta forma de vivir la experiencia de Dios. Para Jesús, lo más importante es el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. La verdadera fe en Dios, es aquella que convierte al hombre en fuente de vida para los demás.

Un fariseo llamado “Simón” invitó a Jesús a comer pero no guarda las normas de cortesía con las que se solía atender a un invitado importante. No lo recibe en la puerta, ni lo saluda con un beso. No ordena que le laven los pies, ni le ofrece agua para lavarse las manos antes de comer; tampoco lo unge con perfume para que tenga un olor agradable.

La mujer que se presenta, conocida en el pueblo como una pecadora, le ofrece sencillamente lo que tiene: el perfume que utiliza para su trabajo, sus lágrimas y sus besos. Al fariseo que se considera “puro”, la escena le choca profundamente: “Si este hombre fuera un profeta sabría quién es esa mujer que lo toca: una pecadora”, y todo induce a creer que podría ser una prostituta.

Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva. Jesús interpreta la actitud de la mujer como un efecto de su amor y gratitud por haber sido comprendida y perdonada.

No es raro que se escandalicen los presentes: perdonar a una mujer pecadora, precisamente en casa de un fariseo que lo ha invitado, es provocativo. Jesús, conociendo el pensamiento de este hombre que lo menosprecia, porque no rechaza a la mujer impura que le acaricia los pies, le propone una parábola. El amor de los deudores es la respuesta al perdón de la deuda del prestamista, es decir que, al que mucho se le ha perdonado, demuestra mucho amor, en cambio, al que se le perdona poco, demuestra poco amor.

Jesús quiere transmitir un mensaje que es básico en su predicación de la Buena Noticia: la íntima relación que hay entre el amor agradecido y el perdón de los pecados. Un perdón, manifestado por Jesús, que nos presenta el rostro misericordioso del Padre.

El perdón es un regalo gratuito, esto es lo que la fe de la pecadora ha entendido; y por eso su fe “la ha salvado y puede irse en paz”.

Este Evangelio nos lleva a comprender cómo la mirada de Jesús penetra las actitudes profundas. No se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Así es el Dios de los cristianos, y así en buena lógica deberíamos ser también los cristianos.

Saber amar, saber perdonar como Dios nos ha amado y perdonado, es la luz que fortalecerá e iluminará el camino de los discípulos de Jesús. Estamos llamados a ser portadores de paz y no generadores de dolor y de muerte; igual que nuestro Señor y Maestro que vino a salvar a los culpables y a dar la vida por ellos. Ésta es la misma misión que tiene la Iglesia, enviada como signo de salvación para todos los hombres.

 

PARA DISCERNIR

 

¿Me experimento perdonado por Dios?

¿Expreso mi agradecimiento a su perdón con mi amor?

¿Perdono con la misma generosidad con que soy perdonado?

 

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

 

Ven Señor a tomar posesión de mi corazón

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

«¿Quién es este hombre que hasta perdona los pecados?»

 

… “Que la esperanza en la misericordia de Dios nos sostenga en el tumulto de las pasiones y contradicciones. Corramos confiadamente al sacramento de la penitencia en el que el Señor nos espera con una ternura infinita. Y una vez perdonados nuestros pecados, olvidémonos de ellos, porque el Señor ya lo ha hecho antes que nosotros. Aún admitiendo que hubieras hecho todos los pecados del mundo, el Señor te repite: «Tus muchos pecados están perdonados porque has amado mucho».

Señor Jesús, tú eres la misma dulzura: ¿cómo podría vivir sin ti? Ven, Señor, a tomar tú solo posesión de mi corazón”…

 

San Pío de Pietrelcina (1887-1968), capuchino – CE, 18.16; AD, 54

 

PARA REZAR

 

Yo no te condeno

¡Tantos me acechan para señalarme con el dedo!
¡Tantos ponen su mirada sobre mí
no como hermanos
sino como inquisidores!
¡Tantos se frotan las manos!
¡Tantos tienen algo de qué acusarme!
¡Tantos tienen piedras en las manos
para apedrearme y destrozarme!
¡tantos son así…!
Pero, Tú, Dios cercano en Jesús, tu Hijo,
no me tratas así.
Tú, Dios, no te escondes
ante el pecador;
sales a su encuentro.
y pronuncias las palabras que recrean:
“Yo no te condeno. Te perdono. Vete en paz
y no vuelvas a pecar”
Y mi corazón y todo mi ser se regocija
y canta y proclama:
¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?
Él tiene palabras de vida.
Él tiene palabras de luz.
Él tiene palabras que regeneran
¿Qué Dios es tan grande como nuestro Dios?

 

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