20 de julio de 2020


20 de julio de 2020 – TO – LUNES DE LA XVI SEMANA

El Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches

Lectura de la profecía de Miqueas     6, 1-4. 6-8

Escuchen lo que dice el Señor:
«¡Levántate, convoca a juicio a las montañas y que las colinas escuchen tu voz! ¡Escuchen, montañas, el pleito del Señor, atiendan, fundamentos de la tierra! Porque el Señor tiene un pleito con su pueblo, entabla un proceso contra Israel:
“¿Qué te hice, pueblo mío, o en qué te molesté? Respóndeme. ¿Será porque te hice subir de Egipto, porque te rescaté de un lugar de esclavitud y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Miriam?”»
¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de las alturas? ¿Me presentaré a él con holocaustos, con terneros de un año? ¿Aceptará el Señor miles de carneros, millares de torrentes de aceite? ¿Ofreceré a mi primogénito por mi rebeldía, al fruto de mis entrañas por mi propio pecado? Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 49, 5-6. 8-9. 16b-17. 21 y 23 (R.: 23b) 
R.    Al que va por el buen camino,
       le haré gustar la salvación de Dios.

«Reúnanme a mis amigos,
a los que sellaron mi alianza con un sacrificio.»
¡Que el cielo proclame su justicia,
porque el Señor es el único Juez! R.

No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales. R.

«¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras? R.

Haces esto, ¿y yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.
El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad;
y al que va por el buen camino,
le haré gustar la salvación de Dios.» R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    12, 38-42

Algunos escribas y fariseos le dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo.»
El les respondió: «Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.» 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

El sábado pasado comenzamos la lectura de Miqueas, con una denuncia a las clases dirigentes. Miqueas, el profeta, no puede quedar en silencio ante las injusticias que se cometen en su pueblo, y se presenta como el portavoz de Dios ante todo el país.
Dios tiene pleito judicial contra su pueblo, en el que no se presenta como juez, sino como parte querellante. Con frecuencia, las montañas han sido personificadas en la Biblia; en el texto de hoy, Dios las toma como testigo, para el juicio que quiere entablar contra su pueblo.
La protesta de Dios tiene fundamento, porque lo hizo subir de Egipto, lo rescató de la esclavitud sin abandonarlo nunca, le puso como guías a enviados suyos, y lo protegió hasta la posesión de la tierra prometida; ahora sólo recibe ingratitud.
El pueblo pretende calmar a Dios con holocaustos de animales, o sacrificando a sus propios primogénitos. El profeta les recuerda que lo que tienen que hacer, es cumplir la alianza pactada con Dios, respetando el derecho, amando la misericordia, siendo humildes con su Dios. Estas son las obras buenas que realmente pide Yahvé. Miqueas presenta, al final, a Yahvé que condena la impiedad, el fraude, la violencia, el engaño; la fuente de la desventura del pueblo, son las injusticias que comete.
***
Jesús había realizado signos suficientes para mostrar no solamente que venía de Dios, sino que era Dios. Pero, aun así, a algunos maestros de la ley y fariseos no les alcanzaba y le piden que demuestre su procedencia divina con una señal prodigiosa. Le piden que les dé muestras palpables de que es el Hijo de Dios. Sin embargo, por más milagros que hubiera hecho, no habrían creído.
El Señor, con tono profético, tomando una señal prodigiosa del Antiguo Testamento, anuncia su muerte, sepultura y resurrección. Jesús les recuerda el signo particular que Dios realizó en el profeta Jonás, cuando estuvo en el vientre de una ballena, durante tres días completos y luego lo arrojó.
Esta figura del misterio pascual, es la única señal que se les dará. Allí el poder de Dios se manifestará con todo su esplendor. Frente a ella deberán optar.
Ellos no aceptan el mensaje salvador que les ha anunciado Jesús. Han cerrado su mente y su corazón a la novedad del Reino. Se sienten seguros en sus tradiciones, instituciones y códigos. Su sabiduría y elocuencia los hace soberbios y autosuficientes.
Existe en nuestra vida una tendencia permanente a pedir señales, milagros, signos, pruebas indiscutibles, para poder creer. Lo que produce beneficios entra dentro de nuestra escala de valores. El utilitarismo nos condiciona y queremos experimentar ya los efectos de lo que pedimos.
Hemos perdido el sentido de la gratuidad y de los procesos. Esto hace que la fe sea demasiado débil y atada a resultados inmediatos.
La resurrección de Jesús es el único signo que se nos ha dado y se nos dará. También nosotros, hemos sido sepultados con Cristo, y vivimos por Él y en Él, ahora y por siempre, habiendo dado un verdadero “paso pascual”: paso de muerte a vida, del pecado a la gracia. Liberados de la esclavitud del pecado, llegamos a ser hijos de Dios. Es “el gran prodigio”, que ilumina nuestra fe y nos abre a la esperanza de vivir amando como Dios nos invita a hacerlo, para poseer su Amor en plenitud.
La resurrección es el triunfo de la vida sobre toda forma de muerte. Por eso la Pascua de Jesús como la nuestra, por el bautismo, son el signo de vida por excelencia; causa de tantos “milagros cotidianos de la gracia”.

PARA DISCERNIR

¿Le pedimos a Jesús que nos dé un “signo”, una “prueba” de su presencia?
¿Qué busco en este tipo de pedido?
¿Cambia mi actitud de fe ante la ausencia de respuestas visibles?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

Jesús, bendito signo del Padre

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

… “Conozco dos tipos de creyentes. Los que necesitan milagros para creer y aquellos a quienes el milagro no añade ni una onza de fe; más aún, casi les supone una mortificación. No hace falta escarnecer a los primeros; están en buena compañía, puesto que el mismo san Agustín dice con ellos: «Sin los milagros no sería cristiano». A los segundos no les hace falta creer demasiado: si bajara a una plaza cualquiera, en una hora de tráfico o de mercado, gritando que a una milla de allí se había aparecido la Virgen, en un abrir y cerrar de ojos se quedaría desierta la plaza, estoy seguro de ello. Y los primeros en correr detrás de mí serían tal vez los materialistas, los llamados incrédulos, pero inmediatamente después, no menos jadeantes, vería a muchos de esos amigos que solían decirme: «El milagro es para mí algo superfluo, mi fe no necesita milagros».
La verdad para todos nosotros es sólo esta: que somos milagros, venimos del milagro y estamos hechos por milagros. Hasta el hombre que lo tiene todo invoca el milagro, porque el milagro, antes de ser un socorro benéfico, antes de ser un don útil y resolutivo contra la pena, es la exaltación de la infancia que vuelve a encantarnos, la revancha de aquella primera sabiduría inocente sobre la falaz sabiduría de después.
El Evangelio es el campo de los milagros. Sin embargo, hay una cosa que aparece clara de inmediato: que Cristo fue enemigo de los milagros. El milagro, para Él, es lo que debería brotar como consecuencia, algo para cuya obtención cedió a hacerse brujo y que, sin embargo, sólo en rara ocasión consiguió: la fe. «Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo
reparando las redes. Les llamó también, y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, le siguieron». Nosotros nos hemos quedado reparando las redes, aunque él nos ha mirado en más de una ocasión; tranquilos en la barca con nuestro padre y los mozos, hemos hecho fracasar el milagro rarísimo, ése ante el cual la resurrección de Lázaro es un juego. El milagro que le sale una vez de cada mil y que nadie ha sido capaz de contar. Seguirle” …

L. Santucci, Una vida de Cristo

PARA REZAR

Oración de san Francisco

Alto y glorioso Dios:
ilumina las tinieblas de mi corazón,
dame una fe recta,
esperanza cierta,
caridad perfecta
y humildad profunda.
Dame, Señor,
comprensión y discernimiento
para cumplir
tu verdadera y santa voluntad.
Amén
.

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