8
de mayo de 2020 – T. DE PASCUA – VIERNES DE LA IV
SEMANA
8 DE
MAYO
NUESTRA
SEÑORA DE LUJAN
Patrona
de la República Argentina (S)
…Aquí tienes a
tu hijo. Aquí tienes a tu madre…
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles 1,12-14; 2,1-4
Los
Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia
entre ambos sitios es la que está permitido recorrer en día sábado. Cuando
llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro,
Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de
Alfeo, Simón el Zelote, y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente
unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la
madre de Jesús y de sus hermanos.
Al
llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que
resonó en toda la casa en que se encontraban. Entonces vieron aparecer unas
lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas
lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Palabra
de Dios.
SALMO Lc
1, 46-55
R. El
Señor hizo en mí maravillas: ¡gloria al Señor!
«Mi
alma canta la grandeza del Señor,
y
mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque
él miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En
adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.
Porque
el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su
Nombre es santo!
Su
misericordia se extiende de generación en generación
sobre
aquellos que lo temen. R.
Desplegó
la fuerza de su brazo,
dispersó
a los soberbios de corazón.
Derribó
a los poderosos de su trono
y
elevó a los humildes.
Colmó
de bienes a los hambrientos
y
despidió a los ricos con las manos vacías. R.
Socorrió
a Israel, su servidor,
acordándose
de su misericordia,
como
lo había prometido a nuestros padres,
en
favor de Abraham
y
de su descendencia para siempre.» R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Efeso 1, 3-14
Bendito
sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él,
antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su
presencia, por el amor.
El
nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos
dio en su Hijo muy querido.
En
él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano -según el previo
designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos
que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto
a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás,
y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él
amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo:
«Aquí tienes a tu madre.»
Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra
del Señor.
PARA
REFLEXIONAR
El
Señor dirige su palabra a estos testigos fieles y silenciosos que permanecen al
pie de la cruz: María y Juan que lo observan con dolorosa atención. Jesús
mirando a la Madre le dice: “Mujer, he aquí a tu hijo”. Jesús le encomienda la
nueva misión de extender su maternidad a todos los hombres representados por
Juan.
En
el momento oportuno, cuando Jesús llega a su máxima entrega, María está a la
altura del Amor de su Hijo y se entrega plenamente a la voluntad de Dios sobre
los hombres, y por eso se le encarga la maternidad de todos los hombres.
Esta
nueva maternidad de María, engendrada por la fe, es fruto del nuevo amor que
maduró en ella definitivamente al pie de la cruz. La esperanza de María al pie
de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en los que lo
llevaron a la cruz. Al pie de la cruz nace la esperanza de la Iglesia y de la
humanidad.
Esta
es la gran herencia que Cristo concede desde la Cruz a la humanidad. Es como
una segunda Anunciación para María. Hacía más de treinta años que el ángel la
invitaba a entrar en los planes salvadores de Dios. Ahora, es su propio Hijo el
que le anuncia la nueva tarea. María desde ese momento es la Madre por
excelencia. María Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de los hombres. Esta
nueva maternidad agranda su corazón, aún más, hasta límites insospechados.
Jesús entrega a su Madre como Madre de todos los vivientes: a los solos, a los
abandonados, a los desprotegidos, a todos los que se harán hijos de Dios por la
gracia.
…
“Con la maternidad divina, María abrió plenamente su corazón a Cristo y, en él,
a toda la humanidad. La entrega total de María a la obra de su Hijo se
manifiesta sobre todo, en la participación en su sacrificio. Según el
testimonio de san Juan, la Madre de Jesús «estaba junto a la cruz». Por
consiguiente, se unió a todos los sufrimientos que afligían a Jesús. Participó
en la ofrenda generosa del sacrificio por la salvación de la humanidad. Esta
unión con el sacrificio de Cristo dio origen en María a una nueva maternidad.
Ella que sufrió por todos los hombres, se convirtió en madre de todos los
hombres. Jesús mismo proclamó esta nueva maternidad cuando le dijo desde la
cruz: «Mujer, he ahí a tu hijo». Así quedó María constituida madre del discípulo
amado y, en la intención de Jesús, madre de todos los discípulos, de todos los
cristianos. Esta maternidad universal de María, destinada a promover la vida
según el Espíritu, es un don supremo de Cristo crucificado a la humanidad. Al
discípulo amado le dijo Jesús: «He ahí a tu madre», y desde aquella hora «la
acogió en su casa», o mejor, «entre sus bienes», entre los dones preciosos que
le dejó el Maestro crucificado. Las palabras «He ahí a tu madre» están
dirigidas a cada uno de nosotros. Nos invitan a amar a María como Cristo la
amó, a recibirla como Madre en nuestra vida, a dejarnos guiar por ella en los
caminos del Espíritu Santo”… San Juan Pablo II
La
Virgen en Luján eligió el lugar donde quedarse para siempre junto al pueblo
argentino. Desde ahí su maternidad se extendió a todos los argentinos. Ella
recoge nuestras súplicas, ella asume los dolores de este pueblo como asumió los
de su hijo en la espera confiada de la Pascua. La incesante peregrinación de
fieles que hace ya casi cuatro siglos acuden a sus pies la transformaron en
nuestra patrona, en nuestra protectora, en nuestra Reina pero sobre todo en
nuestra Madre.
PARA
REZAR
María
Santísima, Nuestra Señora de Luján,
venimos
a tu casa a orar, peregrinos de tu amor materno.
Sólo
Dios salva a hombres y pueblos.
Necesitamos
dones materiales
y
estructuras sociales y políticas,
pero
precisamos antes corazones nuevos,
que
rechazando la codicia, la ambición y todo pecado,
se
vuelvan a Dios y acojan su perdón y su gracia.
Todos
somos indigentes espirituales
y
especialmente quienes tenemos
la
responsabilidad de la dirigencia.
Por
todos venimos a implorar tu bondad.
Que
tu corazón de Madre lleve al Señor.
Jesús
el clamor del pueblo que necesita de tu ternura,
y
de la misericordia de tu Hijo.
Venimos
con la humildad y la confianza
de
tus hijos más pequeños,
en
nombre de nuestro pueblo que es el tuyo,
que
te honra con la sencillez de su vida
y
la dignidad de su sufrimiento.
Pide
a tu Hijo, como en Caná,
que
tengamos pan para cada mesa,
trabajo
para cada mano,
salud
para cada familia,
educación
para cada niño y cada joven,
esperanza
para todos.
Que
el Señor nos dé especialmente a los dirigentes,
ojos
limpios que permitan reconocernos como pueblo
y
nos dé la fuerza y el coraje de la solidaridad fraterna.
Amén
Obispos
Argentinos
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.