19
de abril de 2020 - DOMINGO II DE PASCUA
– Ciclo A
Creer para
ver. Ver para creer.
PRIMERA
LECTURA
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47
Todos
se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar
en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Un
santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos
prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en
común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre
ellos, según las necesidades de cada uno.
Íntimamente
unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían
juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran
queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con
aquellos que debían salvarse.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
117, 2-4. 13-15. 22-24 (R.: 1)
R. ¡Den
gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que
lo diga el pueblo de Israel:
¡es
eterno su amor!
Que
lo diga la familia de Aarón:
¡es
eterno su amor!
Que
lo digan los que temen al Señor:
¡es
eterno su amor! R.
Me
empujaron con violencia para derribarme,
pero
el Señor vino en mi ayuda.
El
Señor es mi fuerza y mi protección;
él
fue mi salvación.
Un
grito de alegría y de victoria
resuena
en las carpas de los justos. R.
La
piedra que desecharon los constructores
es
ahora la piedra angular.
Esto
ha sido hecho por el Señor
y
es admirable a nuestros ojos.
Este
es el día que hizo el Señor:
alegrémonos
y regocijémonos en él. R.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9
Bendito
sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia,
nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a
una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen
reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva
para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final.
Por
eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir
momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más
valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en
motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.
Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía,
se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el
término de esa fe, que es la salvación.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al
atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos,
llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con
ustedes!»
Mientras
decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor.
Jesús
les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo
también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
«Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Tomás,
uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó
Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
El
les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el
dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
Ocho
días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba
con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso
en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego
dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela
en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás
respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús
le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús
realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se
encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes
crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su
Nombre.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
primera lectura extractada del libro de los Hechos presenta a los apóstoles
dando testimonio con gran alegría de la resurrección del Señor. Todo el pueblo
interpretaba la presencia del Señor como el vínculo que los unía. Esta
presencia era su riqueza principal de tal modo que, gozosos, se desprendían de
sus bienes y tierras para distribuirlos entre los más necesitados.
La
pobreza material no era un obstáculo para la alegría de la fe, muy por el
contrario, esa misma fe los llevaba a volverse pobres por sus hermanos porque
nadie consideraba sus bienes como propios.
Cristo
era el bien común de todos, y por ese bien común descubrieron que también todos
sus demás bienes debían ser comunes.
***
La
carta de Pedro es una colección de enseñanzas dirigida a creyentes de la
segunda generación procedentes de diversas nacionalidades. El pasaje de hoy es
una exhortación para mantener viva la esperanza cristiana y explica la
resurrección como una herencia incorruptible que Dios otorga a su nuevo pueblo.
La
realidad del resucitado no nos alcanza únicamente después de la muerte. Los
creyentes reciben un continuo llamado para realizar en su existencia el ideal
del hombre nuevo. Pero este ideal no es una idea imposible, es una realidad que
nos interpela en la existencia histórica de Jesús de Nazaret, muerto y
resucitado.
***
En
el evangelio, san Juan nos presenta el encuentro del Señor resucitado con Tomás
que se ha negado creer que sus compañeros han tenido la experiencia del
resucitado.
Los
discípulos de Jesús están asustados y su miedo no es gratuito: todo su mundo
parece haberse derrumbado definitivamente, y los dirigentes judíos pueden
alcanzarlos y llevarlos también a ellos a la muerte. Y lo harán cuando se les
presente la ocasión. Jesús, en quien ellos habían puesto tantas esperanzas, ha
sido derrotado y, en su derrota, puede arrastrarlos también a ellos. Ese miedo
los tiene esclavizados y ellos mismos han puesto cerrojos a las puertas.
Aunque
se sienten seguidores de Jesús la experiencia de la muerte ha caído sobre ellos
como una losa que sepultó todas sus esperanzas. Ahora forman un grupo que se ha
encerrado y aislado de los hombres. Es una comunidad cerrada: comunidad de
muerte. Están unidos, pero por la muerte. La comunidad pasó a ser la tumba de
todo aquello en lo que habían esperado.
Sin
embargo el evangelio usa la expresión: el primer día de la semana para señalar
que acaba de nacer un mundo nuevo, una nueva humanidad. Hace su entrada Jesús y
viene a llenar el vacío de la muerte y entra a puertas cerradas. Viene
precisamente a abrir las puertas y ventanas cerradas de “su casa”.
Los
saluda con el antiguo saludo semita que aún se conserva en Palestina, Shalom,
que ahora tiene un nuevo sentido. Les da la paz de la vida que suplanta a la
paz de la muerte. La paz de la muerte es quietud, desconsuelo, miedo, ansiedad.
«Descansa en paz», es el saludo final que damos a nuestros difuntos. Pero el
saludo de Jesús es todo un proyecto de vida. La paz evangélica lleva al combate
más que al reposo. No es un punto de partida sino de llegada.
Es
una paz que excluye el miedo, brota de la lógica del ir más adelante, de la
capacidad de andar contra corriente. Se trata de una paz que quema, que deja la
señal en la carne. Es una paz crucificada. Jesús nuestra paz, es aquel que ha
sido condenado a muerte y crucificado. La paz que la fe anuncia, proclama y
vive, es por el hecho de que Dios ha resucitado al crucificado. Por eso está
presente y operante en medio de nosotros. Aceptar la paz de Cristo significa
acoger su persona.
Tomás
no ha dado crédito al testimonio de la comunidad de discípulos que han visto al
Resucitado, tampoco percibe los signos de la nueva vida que se manifiesta en
esa comunidad. Pone como condición una demostración particular, una “prueba”
destinada sólo a él. Una semana después Jesús Resucitado se la concede, pero en
el seno de la comunidad de discípulos. En la medida que Tomás vive la
experiencia del amor en la comunidad de los discípulos, en esa misma medida
comienza a ver, esto es, tiene la experiencia de Jesús Resucitado.
Así
de novedosa es la experiencia de fe: el que no cree no ve, su ceguera
espiritual le impide ver y experimentar la presencia y acción del Resucitado.
Sólo en la medida que creemos, empezamos a ver. Empezamos a ver la acción de
Dios en las personas, en la Iglesia y en el mundo. Empezamos a ver la
transformación de las personas por obra del Espíritu. Empezamos a ver toda la
realidad como realmente es; es decir, comenzamos a ver con los ojos de la fe,
comenzamos a ver todo como lo ve Jesús Resucitado.
Las
“pruebas” y demostraciones no dan la fe, sino que es en la aceptación del
mensaje y en la experiencia de una fraternidad nueva en la Iglesia donde se
resuelve el problema de la fe y la incredulidad. La experiencia de Tomás no es
modelo. A Jesús no se lo encuentra ya sino en la nueva realidad del amor que
existe en la comunidad. La experiencia de ese amor es la que lleva a la fe en
Jesús vivo.
Creer
no es saber menos o con menos fuerza; creer es saber más y más profundamente.
Querer verificar como Tomás, es quedarse sin saber nada; eso es lo que
significa “creer sin ver”. Creer, nos dice Juan, es “estar con los demás”. Esto
es más fuerte que el mismo milagro. El fundamento de la fe pascual está en la
comunidad creyente: de los que “han visto al Señor”, y quedarse allí. No es
normal que el Señor resucitado se aparezca aquí o allí, eso siempre será una
excepción y un misterio. El Señor vive y actúa en comunidad creyente, y sólo
hace falta que la comunidad sepa transparentar y hacer perceptible en sí misma
la presencia del Señor.
La
gran falta de Tomás no fue, en primer lugar, su incredulidad, sino que se alejó
de la comunidad. La fe en el Resucitado surge para Tomás y para nosotros desde
el encuentro con los hermanos, la comunidad de creyentes es un lugar
privilegiado donde el Resucitado se manifiesta e irradia su fuerza
transformante. Creer en Cristo Resucitado ya siempre será así: sentirse atraído
por una comunidad y allí experimentar que Cristo vive en uno mismo.
La
gran falta de la comunidad fue no expresar de un modo vital, sin miedos el paso
de Jesús resucitado por sus vidas; seguir encerrados sin salir a anunciarlo
como lo harán más tarde tal como lo muestra la lectura de los Hechos de los
apóstoles.
Lamentablemente,
muchas de nuestras comunidades cristianas laicas y religiosas parecen seguir la
misma postura de la comunidad pre pascual. Viven sin alegría y sin esperanza;
temen a la gente y se apartan de ella como de un peligro. Una comunidad
encerrada no puede sino vegetar. Al poco tiempo muere en sus miembros el
sentimiento, el afecto, las iniciativas, las expectativas, el deseo de cambiar
y progresar. Las comunidades cristianas de hoy nos parecemos a veces a los
discípulos al anochecer de aquel día que siguió a la muerte del Maestro.
Estamos reunidos en la casa, con las puertas cerradas, dominados por miedo; a
esta “cultura de la increencia”, al “huracán secularizador”, a una “moral
neopagana”, o a esos “medios de comunicación que se presentan tan hostiles”.
Creer,
es renunciar a ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el
dedo en las heridas del crucificado para identificar al resucitado donde no
cesa de predicarnos el Evangelio y de partir para nosotros el pan. Nuestras
comunidades tienen que ser muestra clara y palpable del amor de Dios Padre a
los hombres. La comunidad se constituye exclusivamente por la vida de Cristo.
La
comunidad es la prolongación de la doble misión de Jesús: mostrar el amor del
Padre y ser alternativa para la humanidad en la que pueda experimentar el amor
de Dios de un modo vital y palpable. La Iglesia está llamada a ser lugar de
encuentro con Dios.
Creer
es buscar y encontrar al Señor, nuestro Dios, en la comunidad de los que creen
que Jesús es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha
brotado de la cruz. La felicidad que nos salva ahora es la presencia
vivificante del Señor que nos reúne por el Espíritu en la Iglesia. Que podamos
asumir desde una espiritualidad Pascual lo que tantas veces oramos en la Misa:
“Que tu Iglesia, señor, sea un recinto de libertad y de amor; de justicia y de
paz donde los hombres puedan seguir esperando para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando”.
PARA DISCERNIR
¿Mi
fe es individualista?
¿Descubro
la necesidad de la comunidad para creer?
¿Qué
lugar ocupó y ocupa la comunidad en mi camino de fe?
¿Qué
aporto a la comunidad y a la Iglesia para que otros puedan creer?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÌA
Señor,
que crea
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Exhaló
su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo»
Señor
Jesucristo, haz que nosotros no formemos más «que un solo corazón y una sola
alma» (Hch 4,32), porque sólo así habrá «una gran calma» (Mc 4,39). Queridos
oyentes, os exhorto a la amistad y a la benevolencia entre vosotros, y la paz
entre todos; porque si tenemos caridad entre nosotros, tendremos la paz y el
Espíritu Santo. Es necesario ser devoto y orar a Dios…, porque los apóstoles
eran perseverantes en la oración… Si hacemos fervientes oraciones, el Espíritu
Santo vendrá a nosotros y nos dirá: «¡La paz sea con vosotros! Soy Yo, no
temáis» (cf Mc 6,50)… ¿Qué es lo que debemos pedir a Dios, hermanos míos? Todo
lo que es para su honor y para la salvación de nuestras almas, es decir, que
nos asita el Espíritu Santo: «Envía tu Espíritu y renueve la faz de la tierra»
(sl 103,30) –la paz y la tranquilidad…
Hemos
de pedir esta paz a fin de que el Espíritu de paz venga sobre nosotros. Y
también debemos dar gracias a Dios por todos su beneficios si es que queremos
que nos dé las victorias que son principio de paz; y para obtener el Espíritu
Santo hay que agradecer a Dios Padre primeramente lo que Él ha enviado sobre
nuestro jefe Jesucristo, nuestro Señor, su Hijo… -porque «de su plenitud todos
hemos recibido» (cf Jn 1,16)- y lo que ha enviado sobre los apóstoles para que
por sus manos nos fuera comunicado a nosotros. Hemos de agradecer al Hijo: en
tanto que es Dios, envía su Espíritu sobre los que se disponen a recibirlo.
Pero sobre todo hay que agradecerle lo que, en tanto que hombre, nos haya
merecido la gracia de recibir el divino Espíritu… ¿Cómo Jesucristo ha merecido
la venida del Santo Espíritu? Cuando «inclinando la cabeza entregó el espíritu»
(Jn 19,30); porque entregando su último aliento y su espíritu al Padre, mereció
que el Padre enviara su Espíritu sobre el cuerpo místico.
San Francisco de
Sales
PARA REZAR
Las
manos de Jesús
Jesús
se puso en medio
Y
en esto entró Jesús, se puso en medio,
soy
yo, dijo a los suyos, vean mis manos;
serán
siempre señal para creer,
la
verdad del Señor resucitado.
Las
manos de la pascua lucirán
las
joyas de la sangre y de los esclavos,
alianza
de amistad inigualable,
quilates
de un amor que se ha entregado.
Esas
manos pascuales lucharán
para
dar libertad a los esclavos,
proteger
a los débiles, caídos,
construir
la ciudad de los hermanos.
Manos
libres, humildes, serviciales,
gastadas
en la lucha y el trabajo;
son
las más disponibles, los primeras
en
prestar el esfuerzo necesario.
Manos
resucitados han de ser
las
manos de la gracia y del regalo,
no
aprenderán jamás lo de cerrarse,
siempre
abiertas al pobre, siempre dando.
Las
manos amistosas, siempre unidas,
y
que nunca serán puños armados,
no
amenazan altivos y violentos,
amigas
de la paz y del diálogo.
Manos
agradecidas, suplicantes,
que
bendicen a todos como a hermanos,
que
protegen a débiles, a niños,
que
se alzan fervorosas suplicando.
¡Oh
Señor de los manos traspasados,
oh
Señor del dolor resucitado,
pon
tus manos heridas en los mías,
que
te cure del dolor en otras manos!
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